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De sabatinas y ladrones de insultos

Fuentes: El Telégrafo

Durante años la oposición ha hecho lo imposible por menoscabar el peso específico que tiene la sabatina de Rafael Correa. En mayo, montados en el discurso de la austeridad, hasta creyeron que se podían bajar el enlace de la parrilla radial y televisiva, pues la tragedia del terremoto era una oportunidad para avivar la inquina […]

Durante años la oposición ha hecho lo imposible por menoscabar el peso específico que tiene la sabatina de Rafael Correa. En mayo, montados en el discurso de la austeridad, hasta creyeron que se podían bajar el enlace de la parrilla radial y televisiva, pues la tragedia del terremoto era una oportunidad para avivar la inquina colectiva. Ergo, reducir las sabatinas a un repertorio de insultos, para denostarla, es bastante tonto; más aún en un país en el que la cultura política pasa por varios tamices de idiosincrasia y celo regional, amén de que medios y adláteres fueron malgastando su influencia y mala leche.

Quizá lo que más fastidia hoy -a los opositores-, en pleno año electoral, es que la sabatina creó una especie de hábito mediático que, con intención o sin ella, marcó la agenda nacional de un modo tajante y estratégico. La astucia comunicacional y política puso en jaque el orden de los medios y el caos de los opositores; tanto que la sabatina gobierna incluso la disposición psíquica de los otros, y esos otros trastabillan con semejante juego de decisiones, declaraciones y develamiento de intereses.

Últimamente ha sucedido algo extraño. Las sabatinas continúan y conservan en gran medida su formato; pero del otro lado, precisamente cuando los medios tradicionales -o una parte de ellos- migró a distintas plataformas virtuales, el escenario cambió y la Ley de Comunicación, sin recato, fue echada a la basura. El terreno virtual lo facilitaba y permitía todo, y parece que quienes idearon su traslado a la nube, se dijeron a sí mismos: vamos a robarle a Correa el reino de los insultos. (Y, si se asumiera tal reduccionismo, se diría que lo han logrado, pero no es tan fácil).

La sabatina no ha sido nunca un espacio en el que únicamente se ‘insulta’ a opositores de diferente rango. Es un guión que retrata lo que fuimos, lo que somos y lo que podríamos ser. Dentro de la sabatina se dicen crudezas y se marcan distancias, y fuera de ellas se podría trazar incluso una etnografía política del líder de las conduce; pero dejemos el maniqueísmo.

Las sabatinas son un retrato hablado de una década que alteró nuestra hoja de ruta política; y todo lo que realiza la oposición -para deformarlas- cae en el lugar que tanto desdeñan: el insulto. O sea, el trabajo político, de ciertos opositores mediáticos, resulta una mala copia de lo que pretenden superar, pero les conviene… pues -entre ellos- se lanzan vítores cuando creen que por fin han conseguido lo increíble: ¡redactar la agenda política de la semana! Por eso ultrajan a funcionarios y autoridades, entronizan a candidatos de distinta ralea, ridiculizan la ropa de ellos y ellas, loan al antiguo patrón de la policía guayaquileña, dan cuerda a las leyendas golpistas, etc. Es decir, ¿con los insultos logran que se les pare bola?

El Gobierno no debe caer en el error de agendar la mala leche de los evasores de la Ley de Comunicación. La semana pasada Correa ya recuperó la iniciativa política; pero ojalá no se siga hablando de quienes se robaron el reino del insulto y quieren, además, ilustrar la papeleta presidencial. El debate político va por otros lados.

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