La correspondencia entre Juan Benet y Carmen Martín Gaite ha dado lugar a una narración de la historia íntima de este país.
Hay libros que, para quienes nos declaramos sus amantes, nada más verlos te dan ganas de llevártelos a un rincón y hacer el amor. El que ha publicado Galaxia Gutemberg con el título Correspondencia, es uno de esos libros objeto de deseo. El objeto en sí trata de una conversación, de un reencuentro, de ese diálogo interrumpido que puede ser toda amistad entre dos personas por anónimas que pudieran ser. El libro habla de parte de la historia de una relación entre dos personajes a través de sus cartas. Un hombre y una mujer de carne y hueso cuyo nexo, vínculo o denominador común es el interés por la escritura, por eso que ella llama «el arrancar a escribir» o bien él «ensayos de incertidumbre». Un cuento de nunca acabar.
Los destinatarios y remitentes, los interlocutores que se buscan en esas epístolas tienen dos nombres y apellidos que forman ya parte de la literatura española del siglo XX. Él, ingeniero, escritor y «tremendo vanidoso» en opinión del Premio Cervantes de 2004, Rafael Sánchez Ferlosio (Léase El País, 8 de Julio de 1983. Situación límite: ¡Ultraje a la paella!). Ella, escritora, rebelde y la mujer con quien el citado Premio Cervantes tuvo dos hijos y compartió casa desde octubre de 1953 hasta el otoño de 1970. La primera de las 67 cartas o misivas que componen el libro data del 16 de julio de 1964 y la última de 17 de marzo de 1986; acotando así ese periodo de nuestra Historia que transcurrió como trasfondo de esa narración epistolar y que formó parte de la Dictadura y la llamada Transición.
Aparecen en esas cartas nombres y apellidos que jalonan como figuras dotadas de su propia biografía, más o menos importantes, puntos geodésicos en el paisaje de esa sincera amistad, aquel tiempo compartido entre Benet y Martín Gaite y estampado con caras de Franco, telegramas, postales, matasellos con fechas más vivas o más muertas en la memoria de quienes nos gusta recordar y no olvidamos.
La narración puede compararse, por odiosa que resulte toda comparación, con esas otras historias del mundo de la ficción, títulos de novelas que dejó escritas, por ejemplo, Natalia Ginzburg: La ciudad y la casa, o Querido Miguel, libros con los que nos hemos retirado a leer, a solas o en compañía y a golpe de letras y frases, con el tono de alguna conversación, hemos podido ver imágenes, hemos sentido el pulso alterado, los corazones al galope y nos han ayudado a pensar así como también nos han servido para reír y/o llorar.
Ante el cuidado trabajo de la editorial, la mal pagada y difícil labor de investigación, si traducimos tamaña labor a horas de trabajo, de José Teruel, -una de las personas que más sabe de Carmen Martín-Gaite- sólo me cabe hacer una objeción que se desprende de la nota 126 en la última parte del libro. Es una referencia a la carta 61 que no añade nada al texto, salvo una opinión personal respecto a la protagonista del libro y que dice así: «Incluso las propias fotografías que acompañan la entrevista reflejan el aspecto de una mujer que nada tiene que ver con la imagen estrafalaria que representó después, especialmente en la década de 1990». Es, desde mi punto de vista, una opinión gratuita, superficial, con la que discrepo absolutamente; discrepamos. Para nada la compartimos por lo peyorativo del adjetivo y el olor que se desprende de «estrafalaria»; según Doña María Moliner, estrambótica, extravagante. Original a la vez que caprichosa y ridícula. Adjetivo calificativo que dice más de quien lo emite que de quien lo genera y que lleva a preguntar: ¿Y en qué se basa usted para tal juicio? En fin, más de lo mismo, más del poder, académico, dominante, hegemónico, más de la ideología de clase.
Quienes creemos más en lo material que en lo virtual, valoramos y seguimos escribiendo cartas, mandamos telegramas, estampamos con saliva sellos en postales y sobres y… en fin, nos gusta debatir acerca del gran favor que a la humanidad hicieron los albaceas de Kafka, podemos o no, agradecer la edición de este legado.
Post-data: el libro cuesta «x» euros, que traducido a horas de curso, por ejemplo, impartido por UGT o CC OO, por poner otros ejemplos, equivaldrían a minutos de trabajo, un valor que no tiene precio de venta al público, o viceversa, no sé.
Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/De-tiempo-compartido.html