Grosso modo hay varios tipos de terrorismo: político, delictivo, homofóbico, económico, mercenario, mediático, racista, religioso, ambiental, machista, de Estado. En calidad y eficiencia, el último tipo de terrorismo integra y supera a los precedentes. El terrorismo político-económico-ambiental involucra a todas las clases sociales; el delictivo corrompe a las instituciones; el homofóbico-machista-religioso-racista subyace en los pliegues […]
Grosso modo hay varios tipos de terrorismo: político, delictivo, homofóbico, económico, mercenario, mediático, racista, religioso, ambiental, machista, de Estado. En calidad y eficiencia, el último tipo de terrorismo integra y supera a los precedentes.
El terrorismo político-económico-ambiental involucra a todas las clases sociales; el delictivo corrompe a las instituciones; el homofóbico-machista-religioso-racista subyace en los pliegues de una educación alienada; el mediático embrutece a la sociedad; al mercenario le da igual si le pagan, y el terrorismo de Estado recurre a lacras humanas como el cubano-venezolano Luis Posada Carriles.
Las nociones modernas de libertad, democracia, justicia nacieron del derrumbe del orden feudal europeo durante la Gran Revolución (Francia, 1789). Pero el terrorismo jacobino (1793-95) no fue a causa de sus ideas, sino a consecuencia de los nostálgicos del pasado que fundaron el «Estado moderno» bebiéndose la sangre de los comuneros de París (1871), así como la satrapía de Washington pretende hoy beberse la del mundo entero.
Fue lo que entonces pasó. Sin embargo, algo más pasó: la difusión de los valores y principios de la Gran Revolución, que el neoliberalismo revirtió dos siglos después. De todos modos, aquellos valores y principios «universales» nacieron torcidos.
En El espíritu de las leyes (1748), Montesquieu escribió: «El azúcar sería demasiado cara si no fuera porque la planta que la produce la trabajan los esclavos… No puede concebirse la idea de que Dios, que es un ser sabio, haya puesto un alma, y sobre todo un alma buena, en un cuerpo completamente negro».
La revolución de Haití, primera revuelta cabal de la modernidad, pagó muy caro las consecuencias de una «ideología republicana» que los pueblos de América conocían desde el primer viaje de Colón. Sí, ya sé lo de los aztecas «intolerantes» con los pueblos tributarios, y de los «excesos» de Hidalgo. Mas lo que hoy predomina es una política de exterminio global, científica y sutilmente planificada.
Por ello, cuando revisamos las páginas de los periódicos resta un par de opciones: tirarlos con desdén por la ventana (como hacía el anarcoindividualista Jorge Luis Borges), o bien detenernos en el increíble esfuerzo de la humanidad en su lucha contra el Diablo: los pueblos de Irak y Palestina entre los primeros, y los de América Latina que por todos lados se levantan.
Que en este continente retornemos o no al terrorismo de Estado del duro Robespierre o el más flexible de Danton dependerá, paradójicamente, del grado de lucidez de las oligarquías dominantes, los políticos oportunistas y de la toma de conciencia de quienes en los países ricos, voluntaria o involuntariamente, contribuyen con la expansión del terrorismo imperial.
Soñar no cuesta nada. Hay que confiar. Ayer, en una lavandería de la colonia atendida por una pareja muy joven y endeudada hasta el cuello con las máquinas, recibí la ropa con una bolsita de plástico que contenía ocho pesos. «Estaban en una de sus camisas», dijeron.
¿Cómo entender luego a los sabios a sueldo que hablan de la corrupción, internalizando en la sociedad la baja autoestima, la autodesvaloración? ¿Hablan en nombre de los millones que son honestos, o hablan de los pocos miles que practican el saqueo de las arcas públicas, poniendo en peligro la «seguridad jurídica» de los «inversionistas»?
Negativo. Hablan en nombre de un sistema que, para sostenerse, necesita de los distintos tipos de terrorismo referidos. Para estos pocos, soñar también cuesta nada: creen en la impunidad eterna, en la injusticia eterna, en el atropello eterno. ¿Quiénes serán más «idealistas»? ¿Los que sueñan con la posibilidad de otro mundo, o los que solapan el terrorismo de Estado?
La devolución de ocho pesos habla de la dignidad de un pueblo. ¿Basta con dos? No. Basta con uno. Dicen que el código genético del chimpancé resulta similar en 99 por ciento al de los humanos. Tal diferencia habla de lo que podemos ser. De hecho, en Brujas un manual de capacitación de la policía utiliza utiliza fotos que comparan los gestos de George W. Bush (triste o sonriente, dubitativo, soñador) con los de un chimpancé. «No había visto estas fotos y creo que son de mal gusto», dijo Patrick Dewael, ministro del interior de Bélgica. Coincido: ¿qué culpa tienen los chimpancés?
En el mundo hay cientos de millones como la pareja referida. Sin acaso darse cuenta, estas personas ponen en cuestión el deber ser del sistema. Más arriba cité el caso Posada Carriles. En documentos desclasificados de la CIA vemos que, en efecto, en octubre de 1976 la bestia participó en el bombazo que precipitó al mar de Barbados un avión cubano, con 73 pasajeros civiles a bordo. Venezuela pide su extradición para juzgarlo.
El Departamento de Estado envió un mensaje al gobierno de Hugo Chávez diciendo que «… el pedido no estaba fundamentado suficientemente desde el punto de vista legal» (agencias, 28/5/05). Esta es la diferencia entre el uno y el otro mundo posible. Mucho más que el uno por ciento. De veras: los chimpancés son inocentes.