El contexto en el que surge el largometraje Joker es, en primer lugar, el de un resurgimiento del conservadurismo en los Estados Unidos, en particular, pero también en Europa y América Latina. El eje central de este conservadurismo es la defensa de la jerarquía social y racial, de la división sexual del trabajo (y de la misoginia), la negación y el rechazo violento de los extranjeros y del colectivo LGBT. En segundo lugar, hay que considerar como elemento contextual el hecho que precede a esa reacción conservadora: América Latina, Estados Unidos, Europa y el mundo árabe han sido escenarios de grandes explosiones sociales, que en algunos casos han dado lugar a reformas estatales y cambios económicos (transformaciones estas que no van más allá del capitalismo, como alegremente afirma o desliza el conservadurismo). En tercer lugar, proponemos considerar como elemento contextual más general la decadencia en que se debate el sistema mundo capitalista contemporáneo: crisis económica, crisis social, crisis política, crisis ecológica, crisis moral, un conjunto de crisis de las que Estados Unidos es un escenario fundamental.
Este conservadurismo puede expresarse como un neofascismo y, en este sentido estricto, está dispuesto a violentar el estado de derecho, dejando sin efecto cualquier iniciativa orientada a disminuir las desigualdades sociales (por moderada que sea esta disminución y por mucho que esa disminución sea conveniente a la propia reproducción del capitalismo) y a reformar la arquitectura política del Estado, a título de luchar contra el socialismo/comunismo (movimiento inexistente en la actualidad como fuerza política de primer orden pero definido de antemano como el gran mal de la humanidad para golpear a todo movimiento que busque una redistribución de la riqueza social).
La película precisamente está orientada a criticar ese sistema que ha llevado las desigualdades sociales a dimensiones astronómicas. Son desigualdades moralmente deleznables. La película critica a la vez la reducción de las personas a la condición de cosas y la indiferencia del sistema respecto al sufrimiento de los que tienen alguna clase de desventaja en la sociedad, como, por ejemplo, los que padecen un sufrimiento psicológico o enfermedad mental, como es el caso de Arthur Fleck (Joaquin Phoenix), el personaje central de la película.
Es interesante observar que gente como Thomas Wayne (Brett Cullen), el magnate y candidato a alcalde de la ciudad Gótika, observa como absurda la reacción (la huelga) de los trabajadores frente a la crisis económica. De ahí que Wayne los trate como a niños. Wayne ubica el movimiento de los trabajadores fuera de la razón y la historia. La razón está, para él, dentro del sistema, el cual, sin embargo, produce desigualdades sociales, pobreza y sufrimiento, cuestiones que, desde luego, no le dicen nada a este personaje.
Arthur sufre de problemas psicológicos que trata tomando siete pastillas diarias, pero no hay curación. Él expresa que siente un dolor profundo y que siente que nadie lo comprende por ello. Los medicamentos no pueden neutralizar su dolor. En cierto momento, dejará de tomar esas pastillas y de asistir a terapia con la psicóloga por el recorte del gasto social en Gótika. Su madrastra, Penny Fleck (Frances Conroy), sufrió psicosis y una alteración narcisista de su personalidad. Su padrastro abusó físicamente de él en varias oportunidades, lo que dejaría huellas indelebles en su estructura psíquica. La risa incontenible y el baile de Arthur deben ser entendidos como parte de su situación psicológica (con un matiz ciertamente tenebroso).
Si por una parte T. Wayne (y al parecer, M. Franklin también) naturalizan el mundo del que son parte y del que sacan provecho, Todd Phillips, el director, cuestiona ese mundo, y muestra la racionalidad del levantamiento de los trabajadores de Gótika. Al mismo tiempo, Phillips muestra las motivaciones de los asesinatos de Arthur, con lo cual no deja a este personaje fuera de toda racionalidad, por descabellado que eso parezca. Si se observa bien, Arthur asesina a algunos seres cobardes y abusivos: los tres jóvenes que acosaban a una joven en el metro y que luego le pegaron a él, a su madrastra que permitió que sea violentado cuando fue niño, al periodista Franklin del que siente que lo humilló y quiso humillarlo nuevamente con la entrevista que le hacía en el momento en que le disparó y a Randall, que le regaló un arma que luego lo llevaría a ser despedido por portarla en una actuación con niños (Randall no reconoció este hecho, afirmando falsamente que fue el propio Arthur que se hizo del arma). No se trata de justificar las acciones de Arthur, entiéndase bien, sino de comprender su comportamiento. Phillips entiende que el caos y la violencia son el resultado de un sistema social que envilece a las personas, pero la reacción primaria es que el propio individuo (aislado de la sociedad) es responsable de esas acciones. Arthur fue objeto de gran violencia y la forma que encuentra de expresar lo que ha marcado a fuego su mente y su cuerpo es a través del asesinato de otros villanos. Joker no es precisamente un villano que mata a inocentes –como lo son, por ejemplo, los niños asesinados por algunos jóvenes en los Estados Unidos-, sino una víctima que se convierte en otro victimario de seres con algún rasgo perverso. Como ya se ha dicho en otros medios, es posible también comprender a Arthur como el personaje que envía mensajes a las autoridades política sobre las consecuencias de un sistema social que no escucha a los excluidos.
A diferencia de Wayne, que defiende el statu quo, Arthur y los huelguistas cuestionan al Estado y a la sociedad. Arthur es consciente de su enfermedad y de su insondable dolor. Él cuestiona a una sociedad que abandona a su suerte y desprecia al sufriente, al que padece una perturbación mental.
Sin embargo, como en la realidad misma, Arthur y los huelguistas no representan una alternativa al sistema social. En la entrevista que Franklin le hiciera a Arthur, le cuestiona: “¿te parece gracioso haber matado a esos tres jóvenes?” Éste le responde que sí, que está cansado de fingir que no lo es, y añade: “la comedia es subjetiva, Murray, ¿no es eso lo que todos ustedes dicen?” Este último punto es central, pues encierra una idea relativista que está al servicio del poder y que en este caso servirá para justificar la reacción violenta de Arthur, cuyo origen es el odio, que se origina a su vez en la violencia que sufrió.
Dicho esto, quiero afirmar que no me parece que la película sea nihilista estrictamente hablando, como se ha afirmado en varias oportunidades. Arthur es nihilista y su historia es el eje de la película. Asimismo, la insurrección de Arthur y de la gente que se identifica con él no es una revolución social (con un programa de transformación social), sino más bien un estallido social con raíces profundas. Pero Phillips, el director, no niega la posibilidad y la necesidad del cambio social. Me parece que ocurre todo lo contrario, parece asumirlo como parte de la naturaleza de la historia. Al final de la película pasan una canción (interpretada por Frank Sinatra), cuya letra dice:
Así es la vida, y por más gracioso que pueda parecer, algunas personas la disfrutan, pisoteando un sueño. Pero no permito que me deprima, porque este hermoso viejo mundo sigue dando vueltas… (las cursivas son nuestras).
Como Wayne en la película, en la realidad los conservadores defienden el statu quo y naturalizan este mundo con sus jerarquías y sus diferentes formas de dominación. Como Wayne, los conservadores están desconectados de la realidad social, al punto de que son incapaces de captar el dolor de los sufrientes. No es raro encontrar a gente neofascista que delira con un golpe militar que restaure el “orden social” con muertes, desapariciones y torturas.
Hoy en día las luchas sociales y políticas se orientan precisamente contra los conservadores. En general, a las fuerzas políticas, sociales e ideológicas no les resulta difícil definirse contra este sector político. Pero, ¿qué contenido debe tomar el cambio social? No hay que olvidar que hay liberales que se suman a esta demanda de cambio social, como por ejemplo el economista Stiglitz. Este tipo de liberales buscan el cambio social, sí, pero dentro de un rango que conservaría caracteres esenciales del mundo capitalista actual y, por tanto, las causas de la crisis estructural del mundo contemporáneo.
A las fuerzas políticas les es mucho más difícil definirse sobre qué tipo de sociedad se quiere construir. ¿Qué cambio queremos? Phillips tampoco lo dice, pero podemos decir que o encauzamos el cambio social para conservar el sistema social o lo encauzamos para construir un nuevo mundo capaz de contener a todos en su singularidad y de garantizar la igualdad y la libertad de sus miembros.
Santiago Ibarra es sociólogo.
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