Venezuela está bajo asedio. Todas las fuerzas de la derecha conspiran contra la Revolución Bolivariana. Los acontecimientos están tomando un giro que puede desencadenar en algo trágico (guerra civil con intervención de fuerzas extranjeras). Pero ¿por qué? Podrían apuntarse dos elementos: uno nacional, otro internacional (totalmente interconectados el uno con el otro): tanto para la […]
Venezuela está bajo asedio. Todas las fuerzas de la derecha conspiran contra la Revolución Bolivariana. Los acontecimientos están tomando un giro que puede desencadenar en algo trágico (guerra civil con intervención de fuerzas extranjeras). Pero ¿por qué?
Podrían apuntarse dos elementos: uno nacional, otro internacional (totalmente interconectados el uno con el otro): tanto para la oligarquía venezolana como para la clase dirigente de Washington, la aparición de un gobierno que habla un lenguaje populista y que se permitió reflotar ideas socialistas («socialismo del siglo XXI»), constituyeron siempre una insoportable afrenta.
Por otro lado -quizá esto es determinante- el país caribeño alberga inconmensurables reservas de petróleo, de momento las más grandes conocidas del mundo. Para la geoestrategia del imperio esos hidrocarburos son vitales; que estén bajo un subsuelo que no es el propio es casi un accidente: tarde o temprano querrán apropiárselos.
La combinación de esos factores (gobierno «díscolo» para la visión de derecha y fuente petrolera fabulosa) han puesto las cosas al rojo vivo estos últimos años.
Venezuela viene viviendo desde 1998 un proceso bastante especial: sin ser una revolución socialista ortodoxa, con la llegada de Hugo Chávez al poder político comenzaron a darse una serie de cambios importantes en las correlaciones de fuerzas sociales. El «pobrerío» empezó a experimentar sustanciales mejoras en sus niveles de vida, y el país en su conjunto entró en un período de transformación, de movilización político-social. Los altos precios internacionales del petróleo permitieron esos movimientos.
La aparición de Chávez y la Revolución Bolivariana (quizá confusa, ambigua en su definición ideológica, pero con una clara intención popular) permitió la sobrevivencia de Cuba, que venía sufriendo su tremendo «período especial», y alentó la propagación de gobiernos de relativa centro-izquierda en Latinoamérica. A partir de ella, fue ganando fuerza la idea de una nueva integración de la región por fuera de los marcos del salvaje neoliberalismo. Así fue como la propuesta del ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) -un gran tratado de libre comercio para todo el continente liderado por Estados Unidos- fue desechado, reemplazándoselo por ideales de una nueva integración más progresista. Ello no impidió que Washington pudiera poner en marcha, no obstante, tratados comerciales binacionales, pero no pudo avanzar el proyecto original que convertía a todo su «patrio trasero» en una virtual colonia, controlada militarmente por más de 70 bases desplegadas en la región con tecnologías bélicas de punta.
Esa «piedra en el zapato» que representó la Revolución Bolivariana para los planes geoestratégicos de la gran potencia del Norte marcaron las relaciones de la Casa Blanca con todos los gobiernos progresistas de la región, pero especialmente con Venezuela: tales experiencias quisieron ser barridas desde el inicio porque constituían un «mal ejemplo» para otros pueblos.
Dicha tensión imprimió su sello en las relaciones políticas estos últimos años, siendo Venezuela el principal enemigo a vencer. Intentos para detener el proceso bolivariano hubo innumerables, desde golpe de Estado a paros petroleros, manipulación para movilizar a sectores antichavistas a «calentar la calle», llamados a la desobediencia civil, provocaciones varias, escaramuzas militares en la frontera con Colombia, difusión de la imagen del presidente Maduro como un tonto intrascendente, generación de climas de ingobernabilidad. Desde algún tiempo, la guerra económica fue la principal arma. El mercado negro y el consecuente desabastecimiento generalizado así como la inflación inducida han marcado el ritmo del gobierno de Nicolás Maduro. De ese modo la economía cotidiana se ha visto profundamente trastocada, haciendo cada vez más difícil del día a día de los venezolanos. Ello, obviamente, complica las cosas. Y las complica mucho. El objetivo es lograr la desesperación de la población, para forzar salidas igualmente desesperadas (algo así se hizo en Chile en 1973, durante la presidencia de Salvador Allende, preparando las condiciones para el sangriento golpe de Estado de Augusto Pinochet).
Con la salida de Cristina Fernández viuda de Kirchner en Argentina reemplazada por el conservador Mauricio Macri y con el golpe palaciego dado en Brasil contra la presidenta Dilma Roussef para sacar del medio las propuestas progresistas del Partido de los Trabajadores, el camino comienza a despejarse para acometer de lleno contra la Revolución Bolivariana. Ahora el discurso de la derecha se siente ganador: «las izquierdas están derrotadas», es su canto triunfal. Se está preparando el aislamiento internacional del gobierno de Maduro, presentándolo como un dictador enfrentado al Congreso, mientras aparecen voces que llaman a la intervención de la OEA para detener este presunto «estado calamitoso» del país.
De acuerdo con documento «Operation Venezuela Freedom-2» del Comando Sur de Estados Unidos, firmado por su titular el almirante Kurt Tidd, filtrado recientemente y aquí presentado en su traducción española ( http ://misionverdad.com/la-guerra-en-venezuela/operacion-venezuela-freedom-2-el-documento ), la injerencia de Estados Unidos es total en este plan de desestabilización.
«Es indispensable destacar que la responsabilidad en la elaboración, planeación y ejecución parcial (sobre todo en esta fase-2) de la Operación Venezuela Freedom-2 en los actuales momentos descansa en nuestro comando [Comando Sur de los Estados Unidos: SOUTHCOM ] , pero el impulso de los conflictos y la generación de los diferentes escenarios es tarea de las fuerzas aliadas de la MUD [Mesa de la Unidad Democrática, la oposición de derecha] involucradas en el Plan, por eso nosotros no asumiremos el costo de una intervención armada en Venezuela, sino que emplearemos los diversos recursos y medios para que la oposición pueda llevar adelante las políticas para salir de Maduro». (…) «Para arribar a [la] fase terminal, se contempla impulsar un plan de acción de corto plazo (6 meses con un cierre de la fase 2 hacia julio-agosto de 2016); como señalamos, hemos propuesto en estos momentos aplicar las tenazas para asfixiar y paralizar, impidiendo que las fuerzas chavistas se pueden recomponer y reagruparse. Hay que valorar adecuadamente el poderío del gobierno y su base social, que cuenta con millones de adherentes los cuales pueden ser cohesionados y expandirse políticamente. De allí nuestro llamado a emplearnos a fondo ahora que se vienen dando las condiciones. Insistir en debilitar doctrinariamente a Maduro, colocando su filiación castrista y comunista (dependencia de los cubanos) como eje propagandístico, opuesta a la libertad y la democracia, contraria a la propiedad privada y al libre mercado. También doctrinariamente hay que responsabilizar al Estado y su política contralora como causal del estancamiento económico, la inflación y la escasez».
¡Más claro imposible! Se habla incluso de plazos concretos, el próximo julio o agosto. El plan está en marcha desde hace largo tiempo. Ya en el 2013 un informe del Director Nacional de Inteligencia de Estados Unidos, James Clapper, lo enunciaba palmariamente: «Explotar la alta inflación del país, la carencia de alimentos, la escasez de energía y los galopantes índices de delincuencia.» Algunos años después vemos los efectos de estas iniciativas. Sin dudas la población (incluso la chavista) está desesperada. La escasez, la inflación, la falta de energía eléctrica o de agua potable no dan tregua. No sabemos qué vendrá ahora exactamente, pero los tambores de guerra no auguran nada bueno. Más aún si vemos las inmediatas reacciones de Rusia y China brindado apoyo militar al gobierno bolivariano en el medio de estas provocaciones. Es evidente que la Guerra Fría nunca terminó.
Por una cuestión de dignidad mínima, debemos oponernos enérgicamente a esta maniobra de la derecha, más internacional que venezolana. Si cae la Revolución Bolivariana podemos asistir a un baño de sangre dentro del país, y ni se diga si el conflicto se expande fuera de sus fronteras. El odio de clase acumulado y las revanchas políticas pueden estallar en una horrible carnicería de proporciones desconocidas dentro de Venezuela. Por ello mismo no podemos permanecer callados ante lo que se está fraguando.
Pero por otro lado el intervencionismo extranjero es un nefasto mensaje para los pueblos del mundo: ratifican que el gran capital manda omnímodo y hace lo que le plazca (en este caso llenándose la boca con las altisonantes palabras de «libertad» y «democracia»… y quedándose las empresas privadas con el petróleo venezolano). Pero por último, y peor aún, si esos planes de desestabilización sucedieran, la derecha podrá cantar victoriosa mostrando que el socialismo es un «experimento fracasado», con lo que una vez más podría reeditar aquello de «la historia ha terminado», no dejando alternativas al campo popular.
Por todo ello, en defensa de los más elementales principios de dignidad humana, opongámonos rotundamente a estas arteras maniobras y denunciemos los planes de desestabilización que se gestan contra la República Bolivariana de Venezuela.
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