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Definición de terrorismo

Fuentes: Rebelión

Según el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, terrorismo es: 1. Dominación por el terror. 2. Sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror. 3. Actuación criminal de bandas organizadas, que, reiteradamente y por lo común de modo indiscriminado, pretende crear alarma social con fines políticos. Según el diccionario el «terrorismo» […]

Según el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, terrorismo es:

1. Dominación por el terror.

2. Sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror.

3. Actuación criminal de bandas organizadas, que, reiteradamente y por lo común de modo indiscriminado, pretende crear alarma social con fines políticos.

Según el diccionario el «terrorismo» se definiría por su finalidad de causar terror, definición avalada por la propia raíz de la palabra.

Sin embargo, el uso de la definición de terrorista aplicado a distintas situaciones reales por parte de los poderes políticos y mediáticos, y por ende en el acerbo popular, denota una clara desviación semántica.

Numerosos ejemplos ilustran el uso desproporcionado y partidario del término terrorista. Entre los más destacados se encuentra la denominación de «terrorismo» aplicada a las acciones armadas palestinas, mientras las acciones por parte del Estado de Israel son definidas como «intervención militar».

En principio esta diferencia en la denominación no debería tener importancia, pero la enorme carga semántica y los valores e ideas asociados al término «terrorismo», en contraposición con los asociados a una «intervención militar» evidencian la importancia de la definición.

Así, el «terrorismo» de define por su finalidad de causar terror, se le asocia un objetivo civil, la cualidad de indiscriminado o su ejecución por parte de exaltados radicales.

Por su parte, la «intervención militar» se presupone sujeta a derecho, a normas, con una finalidad útil e incluso humanitaria, defensiva, dirigida hacia objetivos militares y practicada por Estados en el marco de la legalidad internacional.

Estas definiciones tan divergentes no se ajustan para nada a la realidad. Podemos calificar las acciones de Israel como puramente terroristas (ataque a civiles, indiscriminados, objetivos claros de causar terror y amedrentar a la población Palestina, ejecutados por políticos y militares exaltados…)

¿Cuáles son entonces las características que definen el «terrosismo» según los criterios mediáticos y políticos dominantes? Quizás una definición propia y personal, madurada a lo largo de los años y escudriñada en base a distintas experiencias, pueda resultar más útil, si no para saber que es «terrorismo», sí al menos para prever a que situaciones se aplicará ese término por parte de los poderes dominantes.

– En primer lugar, el «terrorismo» nunca es practicado por Estados. Así podemos ver que independientemente del respeto al derecho internacional, cuando EE.UU. atacó Irak, primero se denominó el conflicto como «guerra», ya que se enfrentaba al Estado iraquí. Una vez desmantelado el gobierno, los ataques a las tropas de EE.UU. pasaron a denominarse ataques «terroristas».

– En segundo lugar, el «terrorismo» se caracteriza según esta versión por el uso de armas a pequeña escala, aunque puedan causar graves daños. Derivada de la condición anterior, se excluyen de la definición de «terrorismo» los ataques indiscriminados si estos se llevan a cabo utilizando tanques, misiles, aviación, buques de guerra y otras armas bélicas que por lo general son monopolio de los ejércitos estatales.

– Por último, la denominación de terrorismo queda intrínsecamente descartada de cualquier acción armada por parte de las potencias occidentales que dominan el mundo. Aunque no se haya dado el caso, es previsible pensar que aún incumpliendo los dos requisitos anteriores, un ataque por parte de Irán, Venezuela, Cuba, Corea del Norte u otros Estados del «eje del mal» sería calificado de ataque «terrorista» a pesar de ser perpetrado por un Estado o usar un ejército formal y armas a gran escala.

Estas tres condiciones pueden servir, mejor que la definición literal de cualquier diccionario, para prever que ataques serán calificados de «terrorismo» y cuales no pasarán de la indulgente definición de «intervención armada».

Realmente, si limpiamos el término de connotaciones añadidas, podemos inscribir el «terrorismo» en el abanico de las estrategias de lucha armada. Sería así un paso más en la evolución que va desde la guerra de frentes hasta la táctica guerrillera. Históricamente, la táctica guerrillera ha sido usada en situaciones de clara desventaja frente al enemigo utilizando ataques rápidos, esporádicos, a pequeña escala y descentralizados. Tras la guerra contra la invasión napoleónica, la guerrilla se popularizó y se extendió por todo el mundo. Al ser especialmente apropiada en situaciones de inferioridad frente a un ejército poderoso, numerosas guerrillas con el apoyo de la población civil protagonizaron liberaciones nacionales, revoluciones y respuestas a invasiones por todo el globo. El «terrorismo» -sin connotaciones- no es más que una vuelta de tuerca en la descentralización de la lucha armada.

Cabe decir que ninguna táctica militar empleada -intervención del ejército, guerrilla o terrorismo- está asociada a un nivel determinado de moralidad. Tan moral o inmoral, según las circunstancias (como la defensa propia, la legitimidad de la lucha, etc.) puede ser el ataque de un ejército, una guerrilla o un ataque terrorista. Aunque en principio ninguna de estas tácticas parezca la mejor forma de solucionar los problemas del mundo.

Toda esta problemática del uso y el abuso del término «terrorismo» no es más que el resultado de una guerra dialéctica librada por el poder en todos los frentes. Igual que con el «terrorismo», la utilización de términos con una clara finalidad ideológica abarca otros ámbitos de la realidad.

La definición de «beneficios empresariales» frente a «costes laborales», cuando esos «beneficios» suponen un coste para la mayoría trabajadora y esos «costes» suponen el principal beneficio para las masas asalariadas. La exclusión de gobiernos que ateniéndose escrupulosamente a los requisitos de la democracia burguesa son tachados de dictatoriales simplemente por ir a contracorriente de los poderes dominantes (Venezuela, Bolivia, etc). Los «ejércitos de paz» como ejemplo de contradicción intrínseca en los términos. El uso del eufemismo «liberalización» por «privatización». La asociación automática de «libre mercado» y «democracia» (obviando ilustres ejemplos como las dictaduras chilena, argentina, etc, así como gran parte de los regímenes políticos actuales). Son estos sólo algunos ejemplos del poder del uso del lenguaje con fines ideológicos.

La batalla semántica, tanto por su importancia como por la propia belleza de una guerra cuya únicas armas son las palabras, es vital para los movimientos que cuestionan el statu quo. A veces se consiguen algunas victorias; en Irak se ha sobrepuesto la denominación de «tropas de ocupación» sobre el intento de denominarlas como «los aliados» y mayoritariamente se denomina «insurgencia» o «resistencia» iraquí a lo que se trató de encuadrar simplemente como «terrorismo».

Pero quedan muchos frentes abiertos. Propongo que exijamos libertad para los «secuestrados» de Guantánamo en lugar de utilizar términos como detenidos o presos, ya que han sido puramente secuestrados, sin respetar ninguna legalidad.

Y lo que está haciendo Israel en Gaza es «terrorismo», el apellido «de Estado» no aporta nada nuevo y sólo parece introducir una distinción entre estos ataques y los recientemente producidos en Bombay, cuando los primeros superan ampliamente el número de bajas.

En realidad, la mejor opción sería atenerse a la definición de «terrorismo» como estrategia armada evitando las connotaciones asociadas (lo cual no quiere decir que se evite juzgar moralmente estas acciones según sus circunstancias, al igual que habría que hacerlo con las «intervenciones armadas»). Pero siendo realistas es ya imposible desligar la sintaxis de la semántica asociada al término. Así que lo mejor será aplicarlo al «terrorismo» Israelí o Norteamericano como se merece.