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Del buen uso de la etnicidad

Fuentes: Le Monde Diplomatique

Traducido para Rebelión por Susana Merino

Desde hace algunos años y especialmente bajo la influencia de los conflictos en la ex Yugoslavia se ha venido imponiendo en la escena mediática el concepto de «etnia». Pero es preciso desconfiar de los términos que suelen usarse tan livianamente…

«Etnia», «etnicidad» son dos palabras que actualmente sirven para todo y en consecuencia para nada. Los comentaristas las utilizan a menudo erróneamente. Parece urgente imponer un poco de orden para saber qué se quiere decir y cuál es el concepto que esconden estas palabras.

¿Se sabe, en primer término, cuál es el origen de la palabra «etnia»? Surgió aproximadamente en 1787. Sus variantes van a transitar de un extremo a otro en dos siglos, a veces elogiosamente y a veces peyorativamente- Hacia mediados del siglo XIX su sentido era tan preciso como olvidado hoy en día, el de «pagano» (diccionario francés Littré). Las etnias eran los pueblos no cristianos, o sea, como se decía en la época, los salvajes (la única civilización digna de ser llamada tal era entonces la judeo-cristiana…).

Fue alrededor de los años 1880 cuando la palabra es recuperada por la etnografía (la profesión de etnólogo surge en 1870) con la aparición del imperialismo colonial. Los científicos alemanes popularizan entonces el concepto de «etnia» a partir de «etnikum», se le quita la idea estrictamente religiosa para designar entonces a los «no civilizados»; pero debido a las tesis seudo científicas en boga en la época, se instala una evidente confusión entre los conceptos racial, lingüístico y sicosocial.

Pero cambia de sentido alrededor de 1950, cuando se inicia la descolonización: dado que los colonizadores habían abusado de la palabra «tribu» para mencionar a los pueblos autóctonos, esta adquiere un carácter peyorativo (aunque la palabra se mantiene en uso en el Magreb, adonde designa a los grupos nómadas). Los «antropólogos» (palabra también noble puesto que etimológicamente se refiere a la ciencia del hombre) redescubrieron entonces la palabra «etnia» Y fue regenerada a partir del Africa negra, vinculada a la idea de que los pueblos precoloniales, tenían, lo mismo que los demás, una historia digna de ser considerada de interés.

Pero ¿por qué hoy en día la palabra etnicidad ha vuelto a convertirse nuevamente en sinónimo de salvajismo? Debido a que se utiliza la misma palabra para referirse a contenidos diferentes según la época en que se usa.

Tal como lo entienden los historiadores, el «sentimiento étnico» constituye un hecho nacional precolonial. Se refiere a un momento muy particular: al que precede a la conquista. Los pueblos, entonces independientes conocían a su manera, como en otras partes, un proceso constitutivo nacional (1) «es decir, la conciencia de pertenecer a una comunidad lingüística, cultural y política heredada de un pasado común». Pero, seguramente, toda comunidad preocupada por legitimar su historia estaba dispuesta a reinterpretarla ideológicamente en nombre del «parentesco social» soñado o reconstituido a través de «mitos del origen» (es decir, que todos serían descendientes de los mismos ancestros).

En la época colonial una doble corriente consolidó estos puntos de vista: por un lado la etnografía colonial se alegró de poder fijar estas móviles realidades en el seno de territorios estables, apropiados para realizar censos, recaudar impuestos y reclutar trabajadores: las «etnias» se convirtieron en «tribus». Lo que permitía eludir el concepto de «nación» reservado a los Estados occidentales. Por otra parte, el rechazo del modelo blanco incitó a los africanos a entrar en el juego: la opresión favoreció la desesperada tendencia a lograr un re-enraizamiento identitario; el sentimiento étnico se volvió reivindicativo de sus diferencias: se volvió más rígido y hasta se inventó como autónomo y ancestral.

Aparición del tribalismo

Intervino entonces la independencia con sus primeras veleidades de democratización a través de constituciones y de modelos importados de Europa, y manipulados por los políticos con objetivos «modernos»; para ser representante del pueblo era necesario primero ser elegido. Fuera cual fuera el fundamente de sus intenciones, los candidatos apelaban a todas las referencias posibles; el argumento más cómodo era: somos un mismo pueblo, compartimos el mismo pasado «yo soy de vuestra misma etnia»: algo que los anglófonos no llamaron juiciosamente «etnicidad» como los franceses sino «regionalismo» y «tribalismo» porque es entonces y solamente entonces cuando surge el «tribalismo», es decir, la manipulación de los referentes coloniales re-fabricados con fines políticos modernos. ¿»Etnia» precolonial, «etnia» hoy en día? No se refieren a la misma realidad. Ha llegado el momento de comprenderlo.

¿Equivale a decir que el sentimiento étnico no existe? Es claro que sí existe y que es uno de los reflejos sociales más compartidos en el mundo ¡qué lástima! No es nada específicamente africano. Pero además no ha sido en Africa adonde los sociólogos han comenzado a estudiarlo, sino en el otro extremo de las realidades sociales, en el seno del mundo desarrollado, en las grandes ciudades estadounidenses de entre guerras. Fue exactamente en la «escuela de Chicago» adonde sociólogos atentos comenzaron estudios concretos sobre el terreno, cuando poblaciones expulsadas por su pasado, por su lengua, por su cultura o sus proyectos se encontraron objetivamente obligadas a vivir juntas, en ocasión de las grandes migraciones urbanas del «crisol cultural» usamericano. La ciudad de Chicago fue pasada por el cedazo. Es cierto que algunos de sus conceptos han envejecido y sobre todo el de la indiscutible superioridad de los «blancos», aunque no tuvieron idea de darles un sentido universal a sus observaciones. Pero uno no puede menos que sentirse asombrado hoy en día por la evidencia que muestran algunas palabras que describen lo que cuentan y que se adaptan tan bien tanto a las «nacionalidades» yugoslavas como a los fenómenos africanos contemporáneos.

Desde Ernest Burgess hasta Louis Wirth, nos enseñan que no son las etnias lo que está en el origen cultural sino lo contrario (2). En la ciudad, cada uno llega desde su comunidad de origen en una situación de relativa debilidad: tanto los nuevos inmigrantes como los viejos ciudadanos sienten la necesidad de protegerse recíprocamente: muy pronto, luego de esta primera reacción que puede ser de simple curiosidad, los nuevos aparecerán a los ojos de los antiguos como una amenaza, por su cantidad, por su búsqueda de empleo, por su cultura. Los grupos van a enfrentarse un «maelström» de acciones y de reacciones en el que nacerán y se fortalecerán, en ambas partes y a veces de manera muy diferente, los sentimientos étnicos: cada uno de ellos se encuentra inmerso en un colectivo e impulsado a adoptar la conducta del grupo, del que deben aceptar reglas que les permitan ser reconocidos por sus pares.

El desafío: alcanzar el poder

No resulta indiferente que el asunto se haya estudiado inicialmente en la ciudad.

Se trata de la señal de un fenómeno exclusivamente contemporáneo. Porque la ciudad se ha convertido, en todas partes, en el lugar determinante del poder. Ahora bien, el desafío es lograr el poder. Aun cuando los fenómenos étnicos contemporáneos son igualmente violentos en el campo, es en las ciudades de donde proceden y se difunden en todo el país a partir de desafíos (políticos, económicos) que surgen siempre en la ciudad (en Africa como en todas partes). De ahí que se produzcan una serie de secuencias que no terminan necesariamente en la asimilación sino que contrariamente pueden desembocar en odio racial.

Se trata en definitiva y en todas partes de racismo y no de etnicidad, palabra ambigua, cuya ambigüedad permite enmascarar con aires culturales fenómenos de naturaleza política. Por lo tanto, es el racismo el que engendra los «pogroms» y que conduce a actitudes genocidas: se trata de una pura construcción ideológica en la que, para colmo del absurdo, se termina por llamar los otros a quienes viven juntos desde hace siglos, que hablan la misma lengua y que han heredado la misma cultura (serbios y croatas, tutsis y hutus). No se trata de un problema «étnico» quiérase o no, connotado en el espíritu del comentarista sobre la base de un presupuesto racial o, mejor aún (¡!), religioso, sino de plena modernidad, la feroz manipulación de pulsiones y de conductas grupales en agudas luchas por alcanzar el poder del Estado.

Catherine Coquery-Vidrovitch es profesora de la Universidad Paris VII – Denis Diderot y el CNRS

Notas:

(1) Cf. Basil Davidson, The Black Man’s Burden, Africa and the Curse of the Nation-State , James Currey, Londres, 1992( Le Monde diplomatique, marzo de 1994, p. 26).

(2) Cf., entre otros, Robert E. Park y Ernest W. Burgess, The City, The University of Chicago Press, Chicago y Londres, primera edición 1925 (quinta impresión 1958) ; Louis Wirth, The Ghetto, ibid, 1928 (décima impresión 1969) ; James F. Short Jr (director), The Social Fabric of the Metropolis, ibid., 1971 ; Roderick D. McKenzie, On Human Ecology (director Amos H. Hawley), ibid., 1968, y Yves Grafmeyer e Isaac Joseph, l’Ecole de Chicago. Naissance de l’écologie urbaine, Le Champ urbain, París, 1971.

 

Fuente: http://www.monde-diplomatique.fr/1994/07/COQUERY_VIDROVITCH/583

rBMB