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Reseña de los libros "¿Adónde va el comercio justo? Modelos y experiencias" y "Microcréditos. La rebelión de los bonsáis"

Del comercio justo y del minicrédito: Quo vadis?

Fuentes: El Viejo Topo

Xavier Montagut y Esther Vivas (coords). ¿Adónde va el comercio justo? Modelos y experiencias. Icaria, Barcelona, 2006, 130 páginas. Àngel Font, Microcréditos. La rebelión de los bonsáis. Reflexiones sobre el impacto de los microcréditos en la reducción de la pobreza. Icaria, Barcelona, 110 páginas. Estos dos nuevos ensayos de la colección de Icaria «Más Madera» […]

Xavier Montagut y Esther Vivas (coords). ¿Adónde va el comercio justo? Modelos y experiencias. Icaria, Barcelona, 2006, 130 páginas.

Àngel Font, Microcréditos. La rebelión de los bonsáis. Reflexiones sobre el impacto de los microcréditos en la reducción de la pobreza. Icaria, Barcelona, 110 páginas.

Estos dos nuevos ensayos de la colección de Icaria «Más Madera» están centrados en temas, con aristas polémicas, que son base y fundamento de movimientos sociales y ciudadanos de importancia creciente.

El primero de ellos puede interpretarse como un intento de disolución de una paradoja: Nestlé, Dole, Mc Donalds, afirman que tienen productos de comercio justo; Carrefour, Alcampo y otras grandes superficies celebran semanas de comercio justo, y todo ello con certificaciones FLO, impulsadas por el sector mayoritario de la coordinadora movimiento. Pero, por otra parte, ¿no son esas corporaciones los enemigos más decididos contra cualquier concepción razonable de la equidad en el comercio?

El objetivo de ¿Adónde va el comercio justo? Modelos y experiencias (que acaso sin pretenderlo puede leerse como una detallada respuesta a un trabajo de Albert Recio -«Consumo responsable: una reflexión crítica»-publicado en el número 99 de mientras tanto) es profundizar en el debate sobre la situación del movimiento, dando cuenta de los retos a los que se enfrenta y los debates más importantes que han surgido en su seno: opciones de certificación y certificación de productos, venta en productos grandes superficies, responsabilidad social corporativa, política de alianzas, criterios de distribución.

El ensayo coordinado por Montagut y Vives está estructurado en cuatro apartados, con diez breves artículos escritos por activistas del movimiento. El primer apartado, en el que centraremos nuestra reseña, da cuenta de las demandas del «comercio justo» en España. El segundo presenta las características del modelo de comercio justo defendido por los autores. El tercero presenta cuatro experiencias: Espanica (España), Andines (Francia), UNORCA (México) y Corporación Talleres (Ecuador). En la última sección se analizan las perspectivas de futuro que afronta el movimiento y en apéndice se ofrece la declaración de mayo de 2006 del «Espacio por un Comercio Justo», una coordinadora de diecisiete organizaciones que se autodefine por su apoyo a las luchas de las organizaciones campesinas por la defensa de sus cultivos y formas tradicionales de producción o por su concepción del comercio internacional como complemento del local y no como motor descontrolado de desarrollo.

La perspectiva en la que se sitúan los autores que colaboran en el volumen es explicitada por los coordinadores del ensayo. Se apuesta aquí por un comercio justo que defienda el derecho a la soberanía alimentaria, a la tierra, a las semillas, a producir y consumir libremente, comercio justo no sólo Norte-Sur sino Sur-Sur y Norte-Norte, «un movimiento […] que se opone a aquellos que promueven la globalización neoliberal y que trabaja en alianza con aquellas organizaciones y redes que la combaten» (p. 8), un comercio justo que es definido por «la equidad en los intercambios económicos, [que] engloba a todos los trabajadores implicados en una red (productor, empaquetador, transportista, transformador, comerciantes al mayor y al menor cliente), todos ellos deben decidir sobre su vida económica y vivir correctamente de su trabajo, respetando el equilibrio ecológico, tanto si la red va de norte a sur, de este a oeste o en sentido contrario, de un vecino a otro» (p. 47).

Una polémica decisión de la coordinadora estatal española fue tomada en marzo de 2004: impulsar una iniciativa nacional del sello FLO (Faitrade Labelling Organizations) para certificar los productos de comercio justo con el siguiente resultado: 10 organizaciones votaron a favor, 7 en contra y 3 se abstuvieron. Las organizaciones críticas, que creen que el FLO pone por delante el incremento de las ventas a los principios del movimiento, crearon en febrero de 2006 el «Espacio por un comercio justo», una coordinadora que «aglutina a unas 30 tiendas del Estado y algunas importadoras y ONG con una visión integral del comercio justo y un discurso crítico con la venta de sus productos en las grandes superficies y la certificación FLO» (p. 16).

Esther Vivas analiza en su contribución los dos grandes polos de referencia en el movimiento: uno, que ella denomina «tradicional y dominante» (TD), «que cuenta con un discurso social y políticamente dominante» (p. 14) -Intermón Oxfam, sería la organización líder de este sector- y otro, el «global y alternativo» (GA), que mantiene una visión integral tanto de la producción como de la distribución y venta final, y que establece alianzas con otros movimientos sociales críticos con la actual globalización de la codicia, si bien, admite Vivas, «cuenta con un visibilidad más reducida» (p. 14). La Xarxa, la red de consumo solidario, sería la mayor de estas organizaciones pequeñas. Vivas dibuja un informado cuadro -no construido asépticamente dado que la autora es parte destacada de su propio objeto de análisis- de las principales diferencias entre una y otra tendencia (págs. 25-26). Cabe citar aquí algunas de las diferencias más acusadas: respecto a la relación con los productores del Sur, TD defiende una perspectiva basada en el «Asistencialismo, transferencia monetaria Norte-Sur, perspectiva cuantitativa», mientras que el GA mantiene una posición de «alianza estratégica, solidaridad internacionalista, y perspectiva cualitativa»; respecto al comercio internacional, TD apuesta por «la liberación comercial, la apertura de los mercados del Norte a los productos de los países del Sur y por la reforma de la OMC», mientras que GA defiende la soberanía alimentaria y descalliramiento de la OMC. Respecto a la Responsabilidad Social Corporativa, TD defiende alianzas con el mundo empresarial, como actor de transformación social, mientras que el GA denuncia el marketing empresarial como instrumento de legitimación de prácticas comerciales injustas.

En síntesis, la posición política defendida en el ensayo puede resumirse así: la lucha por un comercio justo no es un combate ilusorio por ganar de forma creciente espacios de mercado sino por construir experiencias alternativas, elementos de resistencia que «para ser eficaces, e incluso para mantenerse, deben combinarse con una lucha general por otro mundo. Nuestro consumo es importante pero no debemos renunciar a nuestra condición de ciudadanos y como tales buscar cambios en la esfera de la política producto de la acción colectiva» (p. 119).

El segundo libro nos acerca al movimiento de los microcréditos. Este sistema crediticio se basa en la concesión de pequeños préstamos a familias pobres que trabajan por cuenta propia, cuyo importe varía dependiendo del país donde se otorga, con -comparativamente- bajas tasas de interés y sin necesidad de un aval. La idea de desarrolló en Bangladesh, pero ha prendido con fuerza en América Latina y el Caribe, donde ha permitido, según estadísticas cuya fuente no siempre es conocida, «la formación de unas 50 millones de microempresas que generan empleos y mejoran la distribución de los ingresos de unas 110 millones de personas que viven de sus propios negocios». Según AFP y Reuters, el Grameen Bank, el Banco Rural, «ha entregado más de 5.700 millones de dólares en pequeños préstamos a bengalíes pobres, proveyendo de un salvavidas a millones y de un modelo bancario a más de 100 naciones que lo han imitado, desde Estados Unidos hasta Uganda». La mismísima senadora y candidata a la presidencia USA, Hillary Clinton, habla regularmente de su viaje a Bangladesh, donde se sintió «inspirada por el poder de estos préstamos que ayudan incluso a las mujeres más pobres a iniciar negocios, permitiendo que sus familias -y sus comunidades- salgan de la pobreza». El neocon Paul Wolfowitz, presidente del Banco Mundial, también se ha sumado al movimiento. Después de visitar Andhra Pradesh (India), ha hablado del «poder transformador» del microfinanciamiento. Es sabido también que la esposa del actual rey de España habla en términos muy elogiosos de movimiento y del banquero Nobel (No hay que olvidar, sin embargo, que M. Yunus no ha sido el inventor, ni tampoco, según parece, es su banco el que concede mayor número de microcréditos ni incluso el que lo hace mejor. Pero, sin duda, ha conseguido ser el microbanquero más mediático).

Economistas de izquierda han apuntado un argumento que no merece pasar desapercibido: el éxito de la experiencia financiera de Yunus es la demostración de que la economía puede funcionar sin que su único incentivo sea el ánimo de lucro, basándose en algún concepto atendible de solidaridad y dando prioridad a la satisfacción de las necesidades humanas en lugar de los privilegios de los ya privilegiados. Si, supuestamente, una sola entidad financiera ha sacado de la pobreza a millones de personas concediendo a través de su «banco de pobres» créditos de pocas docenas de euros o dólares ¿cómo puede justificarse entonces que sigan existiendo cientos de millones de pobres en el mundo mientras los bancos disponen de miles de millones de euros, dólares o libras? Reconocer el éxito o el mérito, si se prefiere, de la propuesta de Yunus, apunta Juan Torres López, equivale a aceptar el fracaso histórico de la banca estrictamente capitalista.

Microcréditos se inicia con una cita de Bono, el cantante, no el ex ministro; su autor es Àngel Font, director de «Un Sol Món», una de las cuatro fundaciones que canalizan la Obra Social de Caixa Catalunya, la primera entidad financiera que concedió microcréditos en España («Acció Solidària contra l’Atur» fueron los pioneros en este ámbito). El ensayo está dividido en cuatro capítulos: en el primero se da cuenta del origen del movimiento a partir de personas emprendedoras -este es el término usado insistentemente por Font- que lo han solicitado; el segundo expone el concepto de usura y como éste se sitúa en la razón de ser del actual movimiento microfinanciero; el tercer capítulo expone la importancia de las mujeres en este movimiento y en el último apartado se informa de la situación y perspectivas del sector microfinanciero global. Font señala en el epílogo que, coincidiendo con la etapa final de elaboración de su trabajo, recibió la noticia de la concesión del Premio Nobel de la Paz 2006 a Yunus, y que para él «este merecido reconocimiento supone…un importante apoyo y estímulo para todo el movimiento microfinanciero a escala mundial» (p. 103), un movimiento que surge bajo la creencia de que el crédito es una arma rentable para luchar contra la pobreza que sirve a su vez como catalizador del desarrollo. Si los recursos financieros se ponen a disposición de la gente empobrecida en los términos y condiciones apropiadas y razonables, «estos millones de gente pequeña con sus millones de pequeñas iniciativas pueden sumarse hasta crear la maravilla más grande del desarrollo» (Yunus dixit)

¿Qué argumentos expone Font para defender su decidida apuesta por la bondad económica y sobre todo social de los microcréditos? Básicamente los siguientes: desde su implantación, los microcréditos han sacado de la pobreza a millones de personas emprendedoras, especialmente a mujeres; los microcréditos evitan que personas desesperadas o mal informadas caigan en manos de mafias financieras o bien ayudan a estas personas a salir de esas redes sin escrúpulos; los microcréditos llegan donde no llega la banca tradicional; finalmente, los microcréditos pueden adaptarse a entornos culturales muy diversos y los objetivos perseguidos por el movimiento y sus coordinaciones son alcanzables, no son utopías que se muevan en el ámbito del impuro y fácil deseo.

Font da detallada cuenta de algunas experiencias, algunas de ellas personales, para argumentar su tesis. Cabe señalar aquí algunos puntos discutibles en su exposición, sin duda marginales, y algunas temas y críticas con los que Font hubiera podido dialogar para fundamentar aún más su posición.

Los puntos marginales. No parece una formulación ajustada que Font que, para informar de la apuesta por los microcréditos desde sectores diferenciados del espectro político, señale que la izquierda clásica suele recordar que uno de los principios básicos del marxismo puede «finalmente hacerse realidad en los microcréditos: que el capital y el trabajo se encuentren sin intermediarios a favor de las clases oprimidas» (p. 56). No existe ningún principio básico del marxismo que afirma semejante tesis. Del mismo modo, cuando Font habla de la masacre de El Mozote (pp. 57-58), hubiera debido señalar que esta matanza se originó en una operación antiguerrillera denominada «Operación Rescate», en la cual, además del Batallón Atlacatl, participaron unidades de la Tercera Brigada de Infantería y del Centro de Instrucción de Comandos de San Francisco Gotera de Instrucción. Y, desde luego, presentar la guerra civil salvadoreña como un producto de la Guerra Fría, en la que «dos potencias militares peleaban a través de los contendientes salvadoreños» (p.57) presupone una escasísima autonomía política en las fuerzas populares salvadoreñas de la época y una aproximación simplificada y algo extraviada a lo que allí sucedió. La guerra en El Salvador no fue sólo una guerra entre bloques.

Entre los temas y críticas que, en mi opinión, hubieran necesitado una mayor aproximación por parte de Font -quien acaso ha considerado oportuno reservar energías para una futura ocasión- cabe señalar:

El sistema de microcréditos no se pregunta por el origen del dinero que se presta. Se basa y perpetúa la lógica actual del mercado y enaltece al emprendedor/a privado. La lucha contra las causas de la exclusión y el empobrecimiento quedan fuera de las finalidades del movimiento.

El banco de Premio Nobel de la Paz -¿Nobel de la Paz?- tiene actualmente unos 20.000 empleados y ha generado 18 empresas más. Una de ellas, la operadora de teléfonos móviles más grande del sur de Asia. La sede del Banco en la capital de Dhaka es una imponente torre de 21 pisos. ¿No estamos ante el peligro de otra gran corporación financiera, eso sí menos conservadora, más emprendedora más humanista? En la actualidad, el banco fundado por Yunus es el mayor establecimiento financiero rural de Bangladesh y posee más de 2,3 millones de prestatarios. Robert Pollin ha señalado, sin embargo, que Bangladesh y Bolivia son reconocidos como los lugares con programas de microcréditos más exitosos del mundo pero, a pesar de ello, siguen siendo dos de los países más empobrecidos. En la patria del Grameen, cerca de un 80% de la gente sigue viviendo con menos de 2 dólares diarios.

Puede pensarse, por otra parte, que los microcréditos son, siendo benévolos, meras micro-tiritas y cuando se sabe que en India más de 100.000 agricultores, incluyendo muchísimas mujeres, se han suicidado porque sus gobiernos federales y estatales, más grandes instituciones internacionales, han impulsado las prioridades conocidas del neoliberalismo, surge la sospecha de que acaso el gran interés mediático por el tema y las opiniones positivas de algunos grandes hombres y mujeres no son tan inocentes.

Palagummi Sainath, un destacado periodista hindú en temas de pobreza rural y consecuencias de la política económica, ha argumentado sensatamente que los microcréditos pueden ser un instrumento legítimo en ciertas condiciones, mientras no se nos presenten como un arma gigantesca de liberación. Nadie fue jamás liberado por las deudas. Dicho esto, muchas mujeres pobres han hecho más fáciles sus vidas mediante ellos, dejando de lado a las burocracias bancarias y a los prestamistas sin alma. Pero, apunta Sainath, actualmente el Banco Mundial y el FMI, junto con bancos estatales y comerciales, se están lanzando a la microfinanciación. El negocio de los microcréditos se está convirtiendo, o puede convertirse, en un imperio gigantesco que devuelve el control a los mismos bancos y burocracias que las mujeres han tratado de abandonar. Sainath señala, además, que las tasas de interés que pagan las mujeres micro-endeudadas son mucho más elevadas que los intereses de préstamos de los bancos comerciales: entre un 24% y un 36% por préstamos para gastos productivos, mientras que las clases altas pueden financiar la compra de un Mercedes con intereses del 6% al 8% en el sistema bancario tradicional.

El préstamo promedio del banco Grameen es de 130 dólares en Bangladesh, algo más bajo en India. El problema básico para las personas pobres de ambos países es la falta de tierras. En Andhra Pradesh la tierra cuesta unas 100.000 rupias por acre y la tierra pobre 60.000, algo más de 2.000 dólares. Con 130 dólares no se puede comprar ni siquiera una buena vaca. Sainath se pregunta: ¿cuántas mujeres pobres pueden entonces haber escapado a la trampa de la pobreza en Andhra Pradesh? Y recuerda: «Los intereses son elevados y las sanciones por no pago brutales. Durante las […] inundaciones en Andhra Pradesh, periodistas independientes fueron a una aldea donde todo había arrastrado por la corriente. Los primeros que volvieron fueron los micro-acreedores, amenazando a las mujeres, exigiendo los pagos mensuales a mujeres que lo habían perdido todo».

Hay, además, un agente que no aparece ni tiene función alguna en el modelo de Yunus: el Estado. Nada se dice sobre las condiciones laborales de esos cientos de miles de empresarios individuales, de su sistema de cobertura sanitaria y qué cobertura social tienen cuando enferman o jubilan.

Temas, todo ellos, que acaso sitúen en sus justos límites una propuesta crediticia que no por ello merece ser mirada con ojos altivos desde la izquierda.

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