Han pasado unos años desde que Chávez usara aquel eslogan del Salto Adelante para explicar por dónde tenía que ir la revolución bolivariana. Fue una forma de aclarar que cualquier proceso de cambio exige cambios continuos. En ese momento, el foco fue puesto en el socialismo del siglo XXI como nueva brújula estratégica para seguir […]
Han pasado unos años desde que Chávez usara aquel eslogan del Salto Adelante para explicar por dónde tenía que ir la revolución bolivariana. Fue una forma de aclarar que cualquier proceso de cambio exige cambios continuos. En ese momento, el foco fue puesto en el socialismo del siglo XXI como nueva brújula estratégica para seguir remando a contracorriente. Desde ese instante en adelante, Chávez siempre apeló a una máxima revolucionaria: cualquier revolución requiere una revolución permanente; cualquier transformación obliga a una constante revisión, rectificación y reimpulso.
De todo esos llamados, el que más destaca -por ser el último y quizás el más auto crítico- fue el Golpe de Timón, enunciado después de haber ganado por goleada la última elección presidencial. Chávez sorprendía a propios y extraños pidiendo a gritos que no había tiempo para dormirse en los laureles; cualquier proceso revolucionario no puede ni debe tener momentos de letargo ni de acomodo plácido sobre todo lo logrado. Acudiendo a Mészáros, Chávez alertaba sobre aquello que se debía hacer inminentemente para garantizar la irreversibilidad de todos los avances sociales de la pasada década ganada. La sostenibilidad de la revolución social exigía eficacia socialista en la gestión de las políticas públicas, y muy especialmente, reclamaba una gran revolución económica; pero no una revolución neoliberal económica, sino una revolución capaz de transformar el modelo económico y su metabolismo productivo-social. Para Chávez, permitir que el sistema del capital poscapitalista (los inquilinos capitalistas en un sistema no capitalista) siguiera residiendo y lucrándose en este proceso de cambio era dar demasiada ventaja al enemigo, concediéndoles condiciones fértiles para que procedieran a diseñar una eficaz guerra económica.
Ese Golpe de Timón quedó ciertamente truncado por los hechos que se fueron avecinando: la muerte de Chávez, nuevas elecciones, el intento opositor de ganar por otra vía aquello que perdieron en las urnas, y las nuevas elecciones municipales. La guerra económica se sobrevenía después de la batalla electoral aprovechándose precisamente de aquello que había alertado Chávez años atrás: después de haber recuperado la soberanía petrolera, la disputa económica se centraba en el uso de esa renta petrolera en manos del pueblo. El rentismo importador del siglo XXI se sitúa entonces como fenómeno económico central de la puja distributiva en estos años.
Por todo lo que vino sucediéndose, poco se pudo avanzar en aquello que se estableció como prioritario en aquel Golpe de Timón. La Ley Habilitante para luchar contra la corrupción económica fue un avance, pero insuficiente. La operación La Salida orquestada por la oposición para echar a Maduro por una vía anti democrática tampoco ayudaba para seguir acometiendo aquello que el mismo Plan de la Patria exigía. Este intento de golpe a cámara lenta no logró su objetivo central, pero sí consiguió que el gobierno tuviera que dedicar todo su empeño y esfuerzo a apagar ese otro fuego en vez de abordar la complicada tarea económica que se seguía postergando.
Es por ello que el Sacudón propuesto por el Presidente Maduro viene a ser la continuidad de aquel Golpe de Timón. Era fundamental que Maduro retomase esta práctica refundadora, y que fuera él quién asumiera esta responsabilidad de provocar otro salto adelante buscando nuevas respuestas frente a las nuevas circunstancias históricas. Muchas voces se han precipitado en proclamar que en vez de sacudón, el anuncio ha sido una pequeña sacudida. Eso aún es pronto para valorarlo, porque apenas se han propuesto las nuevas políticas a favor de este reimpulso económico. No obstante, sí es destacable que se haya retomado la discusión estratégica a lo grande, redefiniendo los cincos ejes revolucionarios (económico-productivo, del conocimiento, de las misiones socialistas, política del Estado, territorial), poniendo énfasis en: a) acabar con todo lo que resta del Estado burgués, b) no acatar el ajuste cambiario diseñado desde la patronal (Fedecámaras), c) crear una vicepresidencia de soberanía alimentaria, d) retomar la importancia de la diversificación productiva, e) caminar hacia una economía del conocimiento, f) garantizar eficiencia socialista en las misiones, g) otorgar más relevancia a las comunas en el desarrollo territorial. Son todos aspectos pertinentes en esta nueva etapa para que el cambio de época sea sostenible.
A decir verdad, el Sacudón en sí mismo es más que necesario porque de esta forma se asume algo vital en la política: no sólo basta con tener identificado a quiénes desestabilizan, sino que también se trata de encontrar las soluciones adecuadas para cada escenario complejo y adverso. Ojalá el Sacudón sea el camino para ello.
Alfredo Serrano Mancilla (Doctor en Economía) y Director Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG) @alfreserramanci