La salida de la situación actual de Cuba radica en lograr tanta justicia social como sea sostenible, abierta al cambio económico y la promesa del pluralismo.
«Hambre y desesperación» son las palabras que mejor explican la angustia y hastío que ha sacado a grupos de cubanos a las calles el pasado domingo para protestar contra la falta de electricidad y comida. No se trata de ninguna convocatoria política de la oposición, la cual, sin brújula ni propuesta de alternativas reales, no ha podido ni sabido capitalizar la crisis más profunda que ha vivido el sistema político cubano.
No se trata, siquiera, de una convocatoria de sociedad civil a través de unos intelectuales disidentes o de figuras religiosas, que le piden bondad a todo el que salga a defender al gobierno, sin atreverse a hacer lo mismo con los que apoyan el bloqueo norteamericano, epítome de violencia solo superado por una invasión militar. «Hermanos» también de esos curas y pastores, supongo, son los cubanos bajo la persecución macartista, a los que han hecho actos de repudio en y desde el sur de la Florida por promover intercambios culturales, científicos, y educacionales, o Eulalio Negrín, Luciano Nieves y otros a los que mataron por querer dialogar.
El mensaje no partidista del Papa y de sus obispos resulta una postura mucho más balanceada y justa, pues denuncia las prácticas totalitarias del gobierno y también las sanciones «ilegales, inmorales y contraproducentes». Qué justo sería si sus representantes en Cuba y Miami hubiesen agregado a su listica de pedidos: «hermano cubano dondequiera que vivas: no bloquees ni apoyes que bloqueen a otro cubano». Se les olvidó esa parte de «no a la violencia» pero démosle el beneficio de la duda. La propuesta está en el aire. Arriba que para luego es tarde.
Es desesperación, no un proyecto político alternativo lo que ha sacado a los cubanos a las calles. Es el hastío, el cansancio, y la ira los que provocan la falta de electricidad y el hambre. Incluso si el gobierno colapsara, la carencia de movimientos políticos para agregar demandas, poner propuestas coherentes sobre la mesa —más allá del proyecto anexionista que le tienen preparado— es un legado del que el país no se podrá sustraer.
Al margen de la indiscutible responsabilidad que le corresponde al gobierno cubano por los errores, abusos y corrupciones de sus funcionarios, «hambre y desesperación» es también el diagnóstico apropiado porque esas fueron las palabras específicas que en secreto entonces, y abiertamente hoy, proclamó perseguir la política estadounidense de guerra económica, comercial y financiera. Están en el famoso memorándum de Lester Mallory en 1960. Claro que la embajada norteamericana no ha organizado ninguna de las protestas, ni le hace falta. Esa protesta tiene de auténtico el hambre que la provoca, el nivel de desesperación y desesperanza que no se entiende sin la premisa de un país intervenido.
Causalidad compleja
No es sorprendente que en paralelo a las protestas se haya desatado un debate de narrativas polarizadas donde toda la historia de los conflictos entre Cuba y Estados Unidos se vuelve a replicar sin perspectiva de entendimiento ni solución.
«Toda la culpa la tiene el gobierno cubano y la ineficiencia permanente del comunismo» dicen los partidarios del bloqueo, quienes dicen que no existe, o peor, que no tiene efectos sustantivos, pero lo quieren mantener. Rara esa lógica con la que se defiende lo que según sus defensores no existe, o no es relevante, o constituye mero pretexto. Solución sencilla contra el pretexto, levantar las sanciones. Lo otro es reconocer lo evidente: los partidarios del bloqueo y todo el que haga la más mínima coalición con ellos, apuesta al hambre y la desesperación del pueblo. Nada de democracia, ni derechos humanos.
Para los incondicionales del gobierno de Cuba, es posible admitir marginalmente alguna pequeña falta, que el pecadillo de funcionarios haya contribuido a la protesta, pero toda la culpa, o al menos casi toda, debe ponerse a los pies de los gobiernos de Estados Unidos.
Muy poca autocrítica sobre la soberbia del partido de vanguardia que ha llevado a tanta pérdida de tiempo para reformar, incluso cuando tuvieron mejores condiciones. Sin ese gradualismo de tortuga, falto de coherencia, secuencia y complementariedad, sin esa obsesión leninista por el control político no es posible entender los niveles de desesperación existentes, con o sin las sanciones.
Las protestas son resultado de la desesperación y el hambre provocadas por una combinación inextricable del efecto abarcador del bloqueo norteamericano sobre la economía cubana y sus posibilidades de reforma y apertura, y los errores, abusos y corrupciones del Estado-partido único. Quien hable de uno de estos factores sin reconocer el otro expone su preferencia por la propaganda, sin búsqueda de objetividad .
Medios independientes incapaces de ver lo evidente
Si no fuese tan trágico y drástico el efecto de las sanciones norteamericanas contra Cuba, sería irrisorio cómo, en presencia de tanta evidencia, se presentan «argumentos» sin lógica como que el bloqueo no tiene nada que ver con las escaseces, cuando justo en paralelo con la protesta le han impuesto el lunes una multa millonaria a un banco suizo por transacciones con Cuba que no violan ni las leyes de Suiza ni las cubanas, ni las europeas, ni las de convenio internacional alguno.
En la búsqueda de un lugarcito en el circo de mantenidos por la ley Helms, un atraco al contribuyente estadounidense con todas sus letras, ha surgido un numerito más sofisticado. Aparecen unos acróbatas que dicen estar contra el bloqueo pero lo soslayan, o afirman que no se puede hacer nada, ni siquiera tomarlo en cuenta. Resulta que está muy legislado, así que mejor ni mencionarlo. Como si se tratara de una ley divina entregada por Dios en la zarza ardiente.
Nunca se olvide, toda la estrategia del bloqueo contra Cuba está animada por lo peor de los Estados Unidos. No es Mark Twain, ni Lincoln, ni Emerson ni Whitman. Esta gente de «Cubapa’la calle» está aupada por la patria de Cutting. No es Dios, es Jesse Helms. No hay zarza ardiente hablándole a Moisés; es la cruz encandilada del Ku Klux Klan.
El silencio de varios de los llamados «medios independientes» sobre el peso de las sanciones estadounidenses como causa de los niveles de escasez, «hambre y desesperación» detrás de las protestas es ensordecedor. La ausencia de una mera reflexión sobre documentos desclasificados y disponibles como el memorándum de Lester Mallory, que ilustran el mecanismo cruel, inmoral e ilegal de estimular una rebelión contra el gobierno cubano, a través de un castigo colectivo contra el pueblo cubano, es ilustrativa.
Esas medidas unilaterales coercitivas abarcan hoy incluso al naciente sector privado, semilla de una sociedad económica plural, esperanza de una autonomía que se traduzca un día en un aterrizaje suave para bien de Cuba y Estados Unidos en un sistema de pluralismo político.
La pregunta que estos mercaderes de la supuesta «promoción democrática» eluden responder es cómo serían compatibles la soberanía nacional cubana con la ley Helms-Burton, la legislación norteamericana, por la que reciben su mesada, para promover las protestas, para denunciar al régimen, para decir que las sanciones no son necesarias para entender la actual crisis. Allí empieza el tembeleque: que en Cuba no se debe confundir gobierno con país, ni al partido comunista con la patria; que si la soberanía nacional hoy no puede existir si no es con elecciones multipartidistas para que sea popular y ciudadana; que esas elecciones hay que hacerlas ya bajo el asedio externo sin importar a quién el bloqueo le da ventajas, que es «casualmente» a sus favoritos.
Todas esas frases atildadas evaden una respuesta simple. Tan sencilla a la luz del derecho internacional que los abogados del Departamento de Estado respondieron sin titubear, cuando recomendaron a Bill Clinton y Warren Christopher vetar la ley Helms-Burton. Como anteriormente lo fue la Enmienda Platt, es incompatible con la soberanía cubana, y tiene dimensiones extraterritoriales que incluso la hacen incompatible con la soberanía de terceros Estados.
Se deduce entonces que si usted cobra por esa ley, se gana así el pan que lleva a su casita de emigrado, legitima la acción imperial y actúa contra el derecho a la autodeterminación de su pueblo. En la ética martiana de independencia y república social se cree o no se cree. Si se cree en ella, no se puede traer la democracia ni los derechos humanos del pacto fáustico con el látigo intervencionista, el de la enmienda Platt. Esas metas son incompatibles con lo neocolonial y el protectorado.
Claro que la protesta civil es legítima. Aquí lo que se trata es de canalizarla sin ser carne de cañón de aquellos para los que el bienestar de los cubanos no ha importado ni un minuto. El que empuja no se da golpes. Es el mismo anticomunismo de guerra fría, antinacionalista y antidemocrático que ha prevalecido en Miami, y que vive orgulloso de su legado macartista, de atentados y persecución contra los que han pensado distinto incluso bajo la primera enmienda de la constitución de Estados Unidos.
No hay ruptura de la nueva hornada de los medios supuestamente independientes, con los sectores intransigentes de derecha. Se denuncia la corrupción, el autoritarismo y el irrespeto a la ley por parte del gobierno cubano los martes y jueves, pero para lo mismo de sus afines en Miami, todo es amor y fraternidad, toda la semana. Si la protesta en Cuba quiere ser civil y patriótica tiene que estar a mil leguas de los viejos y de los nuevos contrarrevolucionarios. Se trata de moverse a un futuro diferente post-revolución, no de retorno al pasado.
El patriotismo no puede ser escudo para la picardía del corrupto y la rigidez ideológica
Aunque las responsabilidades no son equivalentes, porque a Estados Unidos no le corresponde arte ni parte alguna en los destinos de Cuba, y es la potencia mundial más importante en una relación asimétrica, el gobierno cubano y varios de sus diplomáticos y funcionarios han mostrado su propia renuencia a asumir las culpas y hacer las transformaciones que tocan.
Con bloqueo o sin bloqueo, no se entiende la gravedad de la crisis sin el récord bochornoso del mal manejo de la economía y las reformas de los últimos 30 años. La crítica debe ir más allá, porque la soberbia de partido de vanguardia, la intolerancia de los sesgos ideológicos contra quien ha pensado diferente, y la preferencia política por el control, por encima de claras opciones de crecimiento económico, precede a la caída del campo socialista. Aquellos vientos sembraron estas tempestades.
Planteada como un objetivo central de la revolución cubana, nunca se logró la soberanía económica que proponía revertir la dependencia; desde la reforma agraria, la industrialización y la sustitución de importaciones por producciones nacionales, en particular de los alimentos. Hubo importantes avances en sectores de avanzada como la biotecnología y una industria farmacéutica propia, y se dinamizaron aspectos de un estado de bienestar en las áreas de salud, educación y deportes. Sin embargo, de un 60% de importaciones de alimentos, y avances importantes en la producción doméstica de arroz en 1959 —para sustituir su traída desde Luisiana y Arkansas—, hoy los niveles de importación de alimentos rondan el 80% del consumo nacional o más.
Los niveles de consumo alcanzados en Cuba, incluso en los años 1980’s no se sustentaban en un desempeño económico propio. Lo especial no fue el periodo que vino después, sino el tiempo bajo subsidio soviético. Ese apoyo no se usó apropiadamente para ensayar un nuevo sistema. Por el contrario, un shock positivo de ayuda temporal se asumió como permanente y en lugar de invertirlo en una estrategia desarrollista, se optó por aumentar el consumo para afianzar la preferencia comunista por el control político.
Por terrible que fuese la guerra económica, agudizada después de la caída del bloque comunista, no se puede entender el nivel de depauperación que Cuba vive hoy sin la posposición de reformas urgentes, planteadas por economistas —tanto dentro como fuera de las instituciones estatales—, año tras año, y que apuntaban a convertir el país en una economía mixta. Incluso llegado el apoyo de la Venezuela de Chávez, se volvió a perder un tiempo y financiamiento precioso para colocar el país en un nuevo camino de crecimiento, sobre bases sustentables de mercado.
En lugar de reformar estructuralmente la economía hacia un modelo funcional, el liderazgo de Fidel Castro optó por tratar de reconstruir en todo lo posible el sistema inviable de economía de comando. Bajo un liderazgo sin renovar entonces por casi 50 años, se lanzó la operación Álvaro Reynoso, con la que se desmanteló una parte importante de la industria azucarera, sin lograrse la meta de producir internamente los alimentos que se compraban antes con exportaciones de azúcar. Nadie rindió cuentas.
Cualquiera que fuesen los méritos de la generación histórica de la revolución encabezada por Fidel y Raúl Castro, el diseño de un modelo económico soberano viable no es uno de ellos. La agricultura nacional, piedra angular de la soberanía alimentaria, existe hoy en condiciones históricas de máxima precariedad. La revolución cubana no solo no resolvió los problemas centrales desde la desaceleración de la economía cubana con respecto a los ritmos de crecimiento de la economía mundial, desde los años 20 del siglo pasado, como lo apuntan Bertola y Ocampo en su texto de historia económica de América Latina, sino que agravó los problemas de sostenibilidad.
Diálogo, pluralismo, no violencia y conciliación patriótica
La esperanza de una Cuba mejor no proviene de la polarización, sino del avance que significa el carácter pacífico de la protesta y la sin precedentes disposición de las autoridades cubanas a conversar y buscar entendimientos para desactivar el peligro de una escalada que, más allá de lo local, termine por incendiar la Isla quemando la posibilidad de una transición ordenada con reforma pactada.
Cuba ya ha cumplido su plan de revoluciones. ¿Hasta cuándo los metarrelatos adolescentes sobre conquistar el cielo? De lo que se trata es de iniciar en la visión de Ortega y Gasset una «época plena», de reposo, concordia y virtud para recoger el fruto de tanta era de movimientos.
Ojalá ese diálogo y tolerancia, a los que las autoridades parecen forzadas a regañadientes, comience un proceso de habituación, en el que se normalice la protesta legítima, aquella en la que se optó por la no violencia en la discusión de la diferencia, y hasta se cantó el himno nacional que une, en Bayamo, donde históricamente Perucho Figueredo compuso sus gloriosas notas musicales de «morir por la patria es vivir».
Se rinde honor al sacrificio buscando hoy un compromiso martiano, donde se desactiven las estructuras de hostilidad y sobre la base de una conciliación patriótica, nadie tenga que morir.
De lo que se trata desde una perspectiva responsable de inspiración martiana —en cuya superioridad ética, repito, se cree o no se cree— es de conciliar conflictos, no de azuzarlos; de poner curas reales donde se asuma a Cuba en toda su complejidad, y profundidad. País plural, diverso, mucho más abierto a la diferencia que en los últimos 60 años, dentro de cotas razonables.
Son legítimos los intereses de cualquier grupo político, siempre que no contradigan el interés público o se conviertan en un obstáculo a un mejor futuro. Esto es válido para la economía con sus precios dictados por la oferta y la demanda, pero también para la política. La experiencia internacional de transiciones a sociedades más abiertas y en alguna medida reconciliadas, aporta un legado de manejo de dilemas en los que el paraíso solo existe para aquellos que estuvieron ya allí. Si no se trata de principios no negociables, que siempre deberían ser pocos, como la soberanía y el culto a la dignidad plena, es mejor terminar a lo Chéjov, con ciertos sabores amargos, que a lo Shakespeare, rodeado de muertos.
Hay alternativas dentro de una economía de mercado, pero no al mercado mismo. Este, en el contexto cubano, debe venir acompañado de un estado empresario, regulador, redistribuidor y desarrollista. Esas funciones, que de por sí son dificilísimas, no pueden ser desempeñadas por un sistema donde la prioridad no es el desarrollo económico y el bienestar, sino la preservación de condiciones favorables al monopolio político del Partido Comunista. A la transición a una economía mixta, imprescindible para derrotar al bloqueo y transmitir señales claras de recuperación, debe acompañar la promesa de que una vez que existan condiciones normales, Cuba se moverá a un espacio de pluralismo político.
Pero primero lo primero. Hoy el patriotismo, que habita tanto en el gobierno como en los que simpatizamos con otras matrices ideológicas, tiene el deber de manejar con tino y responsabilidad la ola de protestas que si no cesan sus causas, va a continuar. Por cierto, lo extraño es que haya tardado tanto la normalización de la protesta. Abra un periódico de cualquier país, y en la mayoría, hay y debería haber protesta pública. Lo importante es canalizar la protesta dentro de lo no violento, ampliando lo institucional desde la afinidad. Así se cerrará el camino a alternativas fuera de la cultura patriótica.
El gobierno es el primer interesado en que al frente de las protestas, entre sus interlocutores, haya manifestantes honrados, patriotas, capaces y leales a la soberanía del país. Es un reto pero también una oportunidad para que todos los sectores responsables distingan entre la oposición o disidencia leal al país y la apostasía. El diálogo, que es una urgencia política, debe partir del reconocimiento de las diferencias pero también de la comunidad en la defensa del sueño martiano de una república independiente, con tanta justicia social como sea sostenible, abierta al cambio económico y la promesa del pluralismo.
Fuente: https://jovencuba.com/soluciones-patrioticas/
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