Recomiendo:
0

Del revés al derecho

Fuentes: Rebelión

Como todo el mundo sabe, la afición de los cazadores japoneses a regalar generosamente rifles a sus guías marroquíes, dado que no puede por menos que acabar produciendo -de una manera o de otra- graves atentados contra los ciudadanos americanos que van a aquel país de vacaciones cuando acaban en manos de los niños dedicados […]

Como todo el mundo sabe, la afición de los cazadores japoneses a regalar generosamente rifles a sus guías marroquíes, dado que no puede por menos que acabar produciendo -de una manera o de otra- graves atentados contra los ciudadanos americanos que van a aquel país de vacaciones cuando acaban en manos de los niños dedicados al pastoreo de cabras, es la responsable del aumento de la presión -directa o indirectamente- ejercida por aquellos sobre los ciudadanos o ciudadanas de todos los demás países, tal y como puede verse en la exitosa película Babel. De igual manera las electrocuciones de los hijos de ciertos analistas financieros en las piscinas de Marbella suelen acabar también convirtiéndoles en idealistas y desinteresados consejeros de determinados jeques reformistas, hasta el punto de que acaba siendo necesario destruir a estos últimos por medio de misiles tierra-tierra guiados desde el pentágono -por más que lo intenten impedir los agentes de la CIA más humanistas y concienciados- haciendo que el poder acabe cayendo en las manos del más corrupto, como ocurría en Syriana.

Sin embargo, en materia de globalización, no cabe duda de que la realidad supera ampliamente a la ficción, y del mismo modo en que la demanda por parte de los clientes españoles de teléfonos móviles termina causando terribles enfrentamientos armados en el Congo y en otros países africanos por el control de los materiales necesarios para la fabricación de sus baterías, e intensifica el impacto de las corrientes migratorias procedentes de ese continente en las costas canarias (Contecting people), la defensa de los biocombustibles llevada a cabo en Alemania por los ecologistas termina siendo la responsable de la subida del precio del pollo en España, de las tortillas en México y de que exista más hambre aún en el África subsahariana, desde donde se exporta ahora el cuasabe para usarlo en la fabricación de etanol (Ich fahre Vegetarisch1). Así pues, el irreflexivo consumismo de los occidentales y su responsable compromiso tienen resultados parecidos, igual que lo tiene el idealismo de los jeques árabes (ya se trate del protagonista de Syriana o de Bin Laden) o el fanatismo de los líderes populistas latinoamericanos (se llamen Castro o Chavez) -a saber: la subida del precio del petróleo-, o lo mismo que tuvieron, en el pasado, consecuencias análogas y simétricas los movimientos revolucionarios de signo izquierdista o derechista que acabaron proporcionando coartadas a las dictaduras de signo derechista o izquierdista, y las dictaduras de igual signo (en cada caso) que acabaron usándose como justificaciones para el terrorismo o para las acciones represivas del signo contrario (en cada caso).

En un mundo en el que todo está conectado (como decía recientemente la publicidad de un diario llamado ADN) alguien empieza matando a su padre por una tontería y acaba, de una forma o de otra, acostándose con su madre o viceversa, y si intenta evitarlo haciendo todo lo posible para no matar a su padre o para no acostarse con él y no terminar así acostándose o matando a su madre por cualquier tontería, pues resulta que, no se sabe bien cómo, acaba siendo igual o peor, y eso por no hablar de lo que ocurre cuando se decide a volverse voluntariamente ciego respecto de las consecuencias de sus actos, sean éstos los que sean, y sean aquellas las que sean. Salvar a un pueblo resolviendo el enigma de la vacuna correspondiente puede que haga que las farmacéuticas que la fabrican acaben causando la peste en todo el país, mientras que explotar laboral o sexualmente a los habitantes de un continente es lo único que parece poder atraer algún día la prosperidad hasta él.

Esta especie de cambalache dialéctico acaba generando una especie de círculo, o más bien de esfera o de globo (dadas las múltiples dimensiones en que se despliega) dentro del cual -como sucede, en efecto, cuando se transita sobre la longitud o la superficie de esas figuras- cualquiera puede acabar llegando a la derecha (e incluso más allá de ella) simplemente yendo hacia la izquierda durante el suficiente rato, o acabar a la izquierda a base de ir constantemente a la derecha. Esto es lo que los topólogos denominan el «síndrome de la congruencia incongruente».

Para evitar esto la mayoría de las personas que se ven envueltas en este tipo de aventuras suspenden, en un momento dado, el avance -en una u otra dirección- e incluso se muestran dispuestas a retroceder un poco en sentido contrario -sea para coger carrerilla, o para permanecer, a partir de entonces, en una especie de indefinición basculante que les acaba dejando más o menos exhaustos-. Otros completan el círculo y reciben a continuación el Premio Príncipe de Asturias de Novela y el Premio Nobel de la Paz, o bien pasan a ser implacablemente fotografiados, camiseteados, y trovados, a diestro y siniestro. Por último, algunos le dan cuatro vueltas y luego se compran un camello o se casan con un enano y se van a León a oír las enseñanzas de Zarazurraspa2, o bien intentan convencernos a los demás de que, por más que parezca que nosotros somos los verdaderos culpables de aquello que denunciamos, en realidad somos nosotros los verdaderos culpables de ello -como diría Groucho Marx3-.

Ciertamente un círculo o una circunferencia es una figura puramente ideal. La prueba de ello es que unas veces se dice que está formada por un montón de puntos que no son más que partes sin dimensiones -igual que las vidas de las personas están hechas de momentos enteramente intrascendentes cuando se los considera aislada o históricamente- y otras se dice que está formada por partes dotadas de una magnitud asignable pero cuyos límites no es posible terminar de establecer dado que se trata de magnitudes infinitamente divisibles -como sucede las vidas de esas mismas personas cuando se las considera como una especie de continuo dentro del cual sería muy difícil señalar cuándo han empezado, exactamente, a estar enamoradas o a hablar bien inglés, y todo parece formar parte de una misma trama o de una única historia indivisible-.

Los principios (axiomas, postulados, etc., -que no son ni méramente imaginarios, ni propiamente reales o empíricamente verificables-) han venido usándose, tradicionalmente, para resolver este tipo de situaciones, estableciendo legalmente los límites del terreno en el que se intenta decir algo (de algo), y en el que no puede decirse algo y lo contrario al respecto o, al menos, no al mismo tiempo y en el mismo sentido.

En el caso de la justicia ese límite suele fijarse en las acciones. De manera que, a la hora de juzgar a alguien en un tribunal se le juzga normalmente por los actos que ha cometido -que son lo único que se considera que tiene la magnitud suficiente como para ser medido con una regla como se hace con aquello que tiene su partes fuera de sus partes (¡)-, y antes de hacerlo se fija la amplitud del intervalo en el cual se evalúan los efectos de aquellas dentro de un rango que, si bien ha de ser estimado, en cada caso, por el juez, nunca alcanza la dimensión «global» -el japonés no será condenado por las heridas recibidas por la turista americana-, ni se queda en la dimensión individual -quien aprieta el botón que dispara el misil contra el jeque se limita a contraer los músculos de su antebrazo y a exclamar de manera refleja «toma reforma», debiendo, por tanto, ser considerado inocente)-. Sólo en el interior de ese rango, y sobre la base de esa homogeneidad que proporcionan postulados tales como el de la igualdad ante la ley, puede emprenderse el exhaustivo trabajo de aproximarse infinitamente (o tanto como se desee o como dé tiempo a hacerlo), a ese límite en el cual un acto intrascendente se convirtió en un crimen o en un sacrificio. Incluso allí donde se opera con magnitudes verdaderamente inconmensurables, se puede hallar una analogía o una proporción que permita determinarla de algún modo dentro de ese rango.

Considerar culpables de las acciones realizadas por alguien a las ideas que pretendía convertir en realidad con ellas, o a la estructura dentro de la cual esas acciones pueden ser vistas como una consecuencia necesaria de otras acciones previas o de otros sucesos, no parece ser, en efecto, muy diferente de considerar a quien comete la acción la víctima de una cierta estructura o de unas determinadas ideas que han de ser vistas como las auténticas «autoras intelectuales» de sus actos.

Esa culpabilización –a priori o a posteriori– sólo puede ser considerada como enteramente dogmática o como el fruto de un injustificable escepticismo, al menos por quienes aún siguen instalados en ciertos prejuicios románticos según los cuales no se está aquí ni para hacer de justicieros, ni para engancharse al hilo musical.

NOTAS

1 «Yo conduzco vegetariano» es el eslogan de la campaña de promoción de los ecotaxis propulsados con biocombustible fabricados por la marca alemana Merzedes-Benz

2 Según el cual no hay que invertir ciegamente en valores porque la especulación siempre acaba conduciéndonos a la ruina, como las malas mujeres -al fin y al cabo la donna è móvile cual piuma al vento-, y ante ese peligro más vale refrenar el idealismo -«¿Vas con las mujeres? ¡No olvides el látigo!»- cuidar los bienes raíces, y conformarse con tratar de interpretar correctamente los oráculos que nos llegan por M80.

3 Por no atrevernos a invertir esta situación de la que somos víctimas -siendo en ella los verdugos- y no ser capaces de defender como hombres esas mismas ideas cuya ineficacia nos contentamos con llorar como cocodrilos.