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Dependencia, no integración

Fuentes: IPS Noticias

La producción y distribución de energía no necesariamente alienta la integración entre países pobres de América del Sur, sino una relación de dependencia, con disputas, resentimientos y alejamiento entre los pueblos.



El fenómeno ofrece fuertes argumentos para formadores de opinión antimperialistas, o imperialistas, según el caso.

«No somos los imperialistas que algunos dicen que somos. Tampoco hegemonistas, como algunos quieren que seamos», dijo el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, al anunciar un acuerdo que eleva el precio del gas natural importado de Bolivia firmado el jueves con su par de ese país, Evo Morales.

Pero no hay remedio.

Por un lado, una posición flexible de Brasil hacia los vecinos intensifica en el país el clamor de críticos que acusan al gobierno de seguir una política externa equivocada, de indebidas concesiones a gobiernos «populistas» y de renuncia a los intereses nacionales.

Por el otro, la satisfacción de las demandas de esos críticos internos alimenta denuncias «contra el imperialismo brasileño» desde el exterior.

La energía es el rubro más delicado. La integración energética sigue presente en la retórica, pero contradice la realidad.

El gas natural convirtió en un azote al gobierno «hermano» de Evo Morales, a quien Lula y su Partido de los Trabajadores (PT) apoyaron sin vacilar hasta su consagración en las urnas, en diciembre de 2005.

El más popular aspirante a la presidencia para las elecciones de abril de 2008 en Paraguay, el ex obispo católico Fernando Lugo, impulsa la revisión del tratado firmado en 1973 que rige la gigantesca central hidroeléctrica de Itaipú, inaugurada en 1984 en la frontera.

Según la iniciativa de Lugo, el precio de la electricidad que Paraguay vende a Brasil se multiplicaría por siete.

Itaipú es compartida en supuesta igualdad. A cada país le corresponde la mitad de la energía generada, pero Paraguay apenas consume cinco por ciento de su parte y exporta el resto a Brasil, pues el tratado prohíbe la venta a terceros países.

Lugo no es el primer paraguayo que acusa a Brasil de pagar demasiado barata la energía, sugiriendo la existencia de relaciones imperialistas.

Es «un precio de costo», el cual, para ser justo, debería ser el de mercado, siete veces superior, según el posible candidato. Su triunfo originaría nuevos problemas para el gran vecino.

Los 14.000 megavatios de Itaipú representan cerca de 15 por ciento de la capacidad de generación eléctrica en un Brasil ávido de energía para sostener el crecimiento económico, al que pretende elevar a cinco anual, alejando el riesgo de apagones como el de 2001.

Brasil depende de la electricidad paraguaya y encarecerla no es una alternativa aceptable para la población, que soporta el costo creciente de la energía, ni para la industria, que intenta sobrevivir con una competitividad ya golpeada por la sobrevaluación de la moneda nacional.

Pero la energía de Itaipú y el gas natural representan oportunidades singulares para sacar de la extrema pobreza a millones de paraguayos y bolivianos.

Un discurso con la consigna de elevar el precio de la energía vendida a Brasil tiene fuerza electoral. Eso constituye una presión adicional para los gobernantes de izquierda o derecha de esos países pobres y de limitadas posibilidades económicas. La dependencia del gas natural boliviano se hizo dramática para Brasil tras la nacionalización de los hidrocarburos dispuesta por Morales el 1 de mayo de 2006.

El gas importado alcanzó 26 millones de metros cúbicos diarios en 2006, la mitad del consumo brasileño. Ese fluido abastece a miles de industrias en el centro y el sur de Brasil, así como a muchas centrales termoeléctricas consideradas indispensables en el plan energético nacional.

El aumento de precios que resultará de los acuerdos del jueves en Brasilia, estimado en seis por ciento, preocupa a la industria de la cerámica, una actividad que depende del gas natural.

En el meridional estado de Santa Catarina, empresarios del sector consideran acelerar los estudios hacia la producción de gas a partir del carbón mineral, abundante en el área. Pero se trata de una alternativa a muy largo plazo.

Muchas centrales termoeléctricas dejaron de operar por falta de combustible. La estatal petrolera Petrobrás, que firmó el contrato para importar gas boliviano y construyó el gasoducto entre los dos países, de 3.150 kilómetros de extensión, aceleró sus planes de extraer más gas natural dentro de Brasil.

Pero la autosuficiencia nacional solo se alcanzaría en la próxima década, en la mejor hipótesis, o será inalcanzable, en la peor, sostenida por muchos expertos.

Mientras, el gas boliviano abastece de argumentos a los opositores a la política exterior de Lula, que reclaman mano dura hacia los vecinos y apuntan a los grandes mercados del Norte rico, especialmente el de Estados Unidos.

La reacción diplomática de Brasilia ante la nacionalización de los hidrocarburos el año pasado fue reconocer el derecho soberano del país vecino sobre sus recursos naturales. Eso desató en Brasil una oleada de críticas de franco tono imperialista.

«No podemos invadir Bolivia», replicó entonces el canciller Celso Amorim.

El acuerdo firmado la semana pasada con Morales renovó las acusaciones contra la supuesta política exterior «ideológica» de Lula. Brasil aceptó pagar una suma adicional por gases «nobles» que vienen mezclados con el metano, componente básico del gas natural.

Se trata de etano, butano, propano y gasolina natural, que tienen un mayor poder calorífico y mejores precios en el mercado.

Brasil aceptó pagar el precio del mercado internacional por esos gases, lo que le representará un ingreso adicional a Bolivia de 100 millones de dólares, según el ministro de Hidrocarburos de ese país, Carlos Villegas.

El año pasado, Brasil pagó por la importación de gas boliviano 1.261 millones de dólares.

Además el gobierno boliviano obtuvo un aumento de precios para otro contrato privado, por el cual se suministra gas a una central termoeléctrica de Cuiabá, capital del estado brasileño de Mato Grosso.

En ese caso, el aumento de 1,19 dólares por millón de unidades térmicas británicas (BTU) a 4,20 dólares representará otros 44 millones de dólares anuales de ingresos, estimó Villegas.

Serán costos adicionales para Brasil. El país no dispone de centrales para separar los diversos componentes del gas natural, y se ve estimulado a implantar un polo gas-químico en la frontera para aprovechar los gases nobles, en beneficio de ambos países.

El probable aumento de los precios de gas y de la electricidad generada en centrales termoeléctricas ampliará la acogida por consumidores brasileños a las críticas contra la «generosidad» del actual gobierno brasileño en sus relaciones con vecinos más pobres.

Morales sigue desarrollando «su estrategia de debilitar la posición brasileña», con «consejos y recursos del coronel Hugo Chávez y de Fidel Castro, de quien es discípulo dilecto», excribió el ex canciller Luiz Felipe Lampreia en el diario O Estado de Sao Paulo del viernes.

El «torerito de 1,2 metros», es decir, Bolivia, sigue atontando al toro de 800 kilos, que seria Brasil, comparó Lampreia.

El problema es que, para «no parecer imperialista y hegemónico, el actual gobierno se olvida de proteger los intereses brasileños», sentenció un editorial en el mismo diario conservador.

Como tales intereses contrarían los de países proveedores de insumos energéticos a Brasil, tiende a agravarse la divergencia de opiniones públicas de países que Lula pretende integrar en la Comunidad Sudamericana de Naciones.