La elección en octubre pasado del ex capitán del ejército Jair Bolsonaro como futuro presidente de Brasil cerró una campaña electoral donde no faltaron entre sus argumentos electorales los elogios a la dictadura militar que sufrió ese país sudamericano entre 1964 y 1985. Mirando de reojo ese periodo de la historia, el presidente electo -que […]
La elección en octubre pasado del ex capitán del ejército Jair Bolsonaro como futuro presidente de Brasil cerró una campaña electoral donde no faltaron entre sus argumentos electorales los elogios a la dictadura militar que sufrió ese país sudamericano entre 1964 y 1985.
Mirando de reojo ese periodo de la historia, el presidente electo -que inició su vida política nacional en 1990 cuando fue elegido diputado federal por el Partido Demócrata Cristiano- prometió «hacer un Brasil que se parezca al de hace 40 o 50 años». Subrayando que «el error de la dictadura fue de torturar en vez de matar» a los opositores.
Durante la campaña, Bolsonaro, se pronunció a favor de la esterilización forzada de individuos pobres o criminales; de la portación de armas; de la tortura a los traficantes de drogas y de la pena de muerte. Atacó el aborto y subestimó con desprecio a mujeres, minorías indígenas y negras, así como a la población LGBT.
Esta concepción del futuro presidente de la mayor potencia latinoamericana no deja indiferente al resto del continente. «Entre las causas del *fenómeno Bolsonaro* debemos incluir la deficiencia en el trabajo de memoria, verdad y justicia, que se vivió en Brasil», afirma la abogada argentina Lucila Puyol.
Militante social y feminista, integrante de la agrupación HIJOS (hijas e hijos de desaparecidos, asesinados, ex presos políticos y exiliados) y del equipo jurídico de dicha organización en Santa Fe, Puyol ha participado en los últimos 20 años, como parte acusadora, en numerosos juicios contra militares responsables de crímenes de Lesa Humanidad durante la última dictadura cívico-militar argentina (1976-1983).
La memoria, antídoto contra la impunidad
«Bolsonaro llega al poder en un país donde no se dio, prácticamente, una discusión de fondo sobre lo que significaron realmente los 20 años de la dictadura que comenzó en 1964. Y lo que sucedió en ese periodo con respecto a los muertos, a los presos, a la tortura», afirma Puyol. Recordando que incluso la ex – presidenta, Dilma Rousseff, como joven resistente anti dictatorial, fue detenida en 1970, torturada brutalmente durante más de veinte días y presa tres años.
«Lamentablemente en países como Brasil, Chile e incluso Uruguay, a diferencia de lo que se vivió en Argentina, no hubo un trabajo lo suficientemente intenso, colectivo y de sociedad sobre lo que fue la dictadura». Realidad que, tal como lo subraya Puyol, «creó un contexto de impunidad que explica parcialmente que un ex militar, pro dictadura, gane las elecciones y sea el próximo presidente de Brasil. Solo la memoria y la verdad puede ser un buen antídoto contra la impunidad», enfatiza.
¿Se banalizó el real efecto de la dictadura brasilera al retornar a la democracia? ¿Se la integró como un hecho más de la historia de ese país sudamericano?, preguntamos. Tal vez, usar el concepto de banalización sea demasiado fuerte, explica la defensora de derechos humanos. «Sería más exacto pensar que la memoria, la verdad y la justicia no fueron consideradas como pilares esenciales para el saneamiento posterior de las instituciones, cuando se dio la transición de la dictadura a la democracia», sostiene.
Esa transición, no solo en Brasil, sino en todos los países latinoamericanos que padecieron Golpes de Estado, doctrinas de seguridad nacional y violencia represiva generalizada, «fue muy importante y tuvo una connotación política, social y cultural trascendente para el futuro de los pueblos», explica la abogada. Recuperar la democracia, no significó solamente elegir y poder ser electo sino definir toda una nueva política para un país. Que incluyó, como elemento esencial, la democratización de las fuerzas armadas, policiales y de seguridad, subraya.
«Mientras en Argentina logramos introducir leyes que impiden que esos actores intervengan en la política y los conflictos internos, no pasó igual en Brasil. Los militares intervienen activamente, por ejemplo, con el pretexto de la lucha contra el narcotráfico. Entran en una favela, destruyen, torturan, y pareciera que no hay condena, ni jurídica ni social».
Algo semejante, explica, pasa con la justicia. Y se interroga: ¿cómo entender, si no, que el juez Sergio Moro, que condenó y envió a prisión al ex presidente Lula, haya sido propuesto por Bolsonaro como próximo Ministro de Justicia en su futuro gabinete? «Una total vergüenza institucional», enfatiza la militante de HIJOS/Argentina. Sudamérica y el trabajo de la memoria
La diferencia que se ha dado en el trabajo de la memoria, conlleva a posturas políticas diferentes en Brasil y Argentina, analiza Lucila Puyol.
Y su hipótesis la sustancia con argumentos. «El Gobierno de Mauricio Macri, que asumió en Argentina en diciembre del 2015, también es de derecha. A inicios del 2016, Darío Lopérfido, funcionario de alto rango en el sector de la cultura de su Gobierno, puso en duda la cifra de 30 mil desaparecidos durante la dictadura». Y esto suscitó una masiva movilización ciudadana de condena que le obligó a renunciar, explica.
En mayo 2017, la Corte Suprema de Justicia, con una mayoría favorable al Gobierno de Macri, decidió «resucitar» y aplicar la Ley 24390, o del 2 x 1, (promulgada en 1994 y derogada en 2001) para reducir a la mitad las condenas por crímenes de Lesa Humanidad, a militares enjuiciados.
Los organismos de derechos humanos, la mayor parte de la clase política y la sociedad argentina consideraron que se trataba de un indulto maquillado que podría beneficiar a más de 250 militares de la dictadura (de los 500 condenados y encarcelados). «Y la respuesta fue masiva y en las calles. Fue tan impresionante la movilización que el Parlamento se vio obligado a dictar otra ley que revocó ese intento de suavizar las penas de los genocidas condenados», recuerda.
Otros ejemplos, indican la sensibilidad extrema de la sociedad argentina en todo lo relativo a los derechos humanos, enumera la abogada. El presidente Macri se vio obligado a mantener -a pesar de sus deseos- el 24 de marzo de cada año como feriado nacional (con movilizaciones sociales) como ejercicio de memoria y condena al Golpe de Estado de 1976. El nuevo Gobierno no pudo frenar la continuidad de los juicios contra responsables de la dictadura, realizados por jueces y tribunales normales y ordinarios. Por otra parte, cada *bebé desaparecido* por los militares en los setenta, que recupera su identidad gracias a la acción de los organismos de derechos humanos, se convierte en un evento político/social que conmueve aun hoy a la gran mayoría de la sociedad argentina.
«El trabajo de memoria colectiva sigue muy fuerte y vigente», enfatiza la abogada. Quien reivindica también las constantes movilizaciones masivas a favor del aborto que promueve el movimiento feminista. Y las protestas y paros nacionales sindicales por el salario y contra el desempleo. Expresiones significativas de la defensa de los derechos humanos en su concepción más amplia.
No confundir las víctimas con los victimarios
Comparando esa realidad argentina y la brasilera y el discurso ganador de Bolsonaro, se puede pensar que Brasil paga el precio de una cierta *amnesia colectiva*, preguntamos en forma de síntesis final.
«No debemos confundir el pueblo con los grupos de poder de un país, incluyendo los grandes monopolios de información – como la red O Globo- que elaboran, transfieren e imponen conceptos y argumentos contrarios a los derechos humanos que pueden confundir al electorado», relativiza Puyol. Quien se dice convencida que en el gigante sudamericano existen importantes movimientos sociales, populares, de mujeres, que «nunca han aceptado las políticas oficiales post-dictatoriales que impidieron profundizar el trabajo de memoria». No se debe penalizar doble a las víctimas y los marginados, considerándoles que padecen de amnesia, subraya.
¿O acaso «podemos criticar a la gente más marginada, -que a veces tiene como prioridad cotidiana la lucha contra el hambre y por su sobrevivencia-, por el hecho de haber sido engañada con promesas y discursos electorales de la derecha y por no haberse podido informarse de forma alternativa o diferente de los contenidos dominantes de los monopolios informativos?, se interroga. Y concluye con convencimiento: «en estos momentos de retrocesos sociales, políticos y culturales en América Latina, debemos recuperar, en Brasil, en Argentina, en todas partes, la capacidad de pensar y soñar en un continente hermanado y solidario, en un mundo más justo, equitativo y ecológicamente durable, con plena vigencia de los derechos humanos hoy seriamente amenazados».
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