Ilustración: Mar Ned – Enfoque Rojo
Un dato característico de las últimas décadas viene siendo el débil crecimiento económico de los países desarrollados, que contrasta con el dinamismo que muestran China y otros países de la periferia. ¿Qué nos dice eso sobre las relaciones que caracterizan al sistema mundial capitalista?
¿Cuánto cambió la apropiación global de riqueza?
Aquellos de nosotros que pensamos que las viejas categorías del imperialismo no funcionan demasiado bien en estos tiempos, no negamos para nada todos los complejos flujos de valor que expanden la acumulación de riqueza y poder en una parte del mundo a expensas de otra. Simplemente pensamos que los flujos son más complicados y están siempre cambiando de dirección. El histórico drenaje de riqueza de Oriente hacia Occidente durante más de dos siglos, por ejemplo, se revirtió en gran medida durante los últimos treinta años [1].
David Harvey, autor de esta afirmación, destaca que la reconfiguración de la división internacional del trabajo durante las últimas décadas, asociada a la internacionalización productiva que hemos analizado en otras oportunidades, ha producido en algunos países esta reversión de los patrones de polaridad desarrollo/subdesarrollo característicos del capitalismo imperialista desde finales del siglo XIX. Este planteo de Harvey suscitó tiempo atrás una polémica con John Smith, autor del libro Imperialism in the Twenty-First Century (El imperialismo en el siglo XXI).
Como ya hemos señalado en oportunidad de esa polémica, si la tomamos en un sentido estricto, la aseveración Harvey no se confirma. Si tomamos como bloque al conjunto de los países dependientes (catalogados habitualmente por las agencias multilaterales como países “emergentes” y “en desarrollo”, o “de ingreso medio” y “pobres”, etc.), estos siguieron “drenando” riqueza hacia los países ricos durante las últimas décadas. Nos basábamos para esto en el estudio “Financial flows and tax havens: combining to limit the lives of billions of people” (Flujos financieros y paraísos fiscales: combinándose para limitar las vidas de miles de millones de personas) que reconstruye el resultado neto de flujos financieros globales lícitos e ilícitos –“ayudas al desarrollo”, remesas de salarios, saldos comerciales netos, servicios de deuda, nuevos préstamos, inversión extranjera directa (IED), inversiones de cartera y otros flujos–. El estudio calculaba que entre 1980 y 2012, los “países emergentes y en desarrollo” perdieron 3 billones de dólares en trasferencias netas hacia los países ricos. En promedio, desde los años 2000, las transferencias representaron al año más de 8 % del PBI de los países afectados. China representa nada menos de 1,9 billones de dólares del total transferido durante esos años. Para que nos demos una idea, la economía de China alcanza hoy los 12,5 billones de dólares. A este resultado negativo de transferencias netas, habría que sumar otro “drenaje” que consideraba el estudio: la salida de capitales (la “fuga” que en la Argentina conocemos bien), que durante el período fue de 13,4 billones de dólares, que se reducen a 10,6 billones excluyendo a China. Esto muestra que no ocurrió una reversión.
Ritmos discordantes
Harvey apunta a señalar la manera en la que algunos países del Sudeste asiático se han convertido en centros dinámicos de la acumulación de capital mundial. El centro de su planteo se encuentra obviamente en China, que por sus condiciones históricas específicas –que refieren a la revolución de 1949 que permitió la unidad nacional a partir de la ruptura con el imperialismo y la expropiación de los terratenienes, a lo que se agrega el hecho de que la paulatina restauración capitalista fue comandada por el propio PCCh y manteniendo hasta hoy la propiedad estatal de amplios sectores de su economía– destaca como un caso claramente excepcional. Pero Harvey remarca, en otro artículo, que es parte de su polémica con John Smith, que China no se encuentra sola: “Agreguemos a Corea del Sur, Taiwán y (con un poco de licencia geográfica) a Singapur, y tenemos un verdadero bloque de poder en la economía global”. Concluye que “si miramos al mundo como se ordenaba en, digamos, 1960, entonces el impresionante ascenso de Asia del Este como un centro de poder de la acumulación global resulta evidente” [2].
Considerada así, no en un sentido estricto sino como dirigida a subrayar un fenómeno relativamente novedoso, la aseveración de Harvey cobra otro significado y se vuelve más pertinente. Efectivamente, en unas pocas décadas, se formó en el Sudeste de Asia un polo de acumulación de capital que ganó claro protagonismo a nivel global, sobre todo en la producción y comercio internacional de manufacturas. El espacio ganado tuvo lugar en detrimento tanto de la manufactura de los países imperialistas, que se relocalizó, como de otros países dependientes, como fue el caso del Cono Sur de América Latina –Argentina y Brasil vieron degradarse sus capacidades productivas industriales durante los últimos 50 años, aunque en diferente grado–.
Podemos observar claramente cómo en los últimos 20 años cambió el peso relativo de los países ricos (imperialistas) y el resto del mundo en la recepción de inversión extranjera directa (que es aquella que se destina a emprendimientos productivos, ya sea iniciándolos desde cero o adquiriendo participación en empresas locales) de estos países, y, en menor medida, en la emisión que se origina en ellos hacia otros países. Esta inversión directa en el exterior tiene como consecuencia que los capitalistas de un país que invierten en otro, se apropiarán con sus actividades en el extranjero de una parte del plusvalor generado en aquellos lugares donde radican su inversión.
Antes de continuar, es necesario que nos detengamos en algunas aclaraciones. Si bien hasta hace 50 años la inversión extranjera era realizada casi exclusivamente por capitales de los países imperialistas, que se dirigían al resto del mundo a obtener ganancias –yendo no solo hacia los países dependientes sino en buena medida de un país imperialista a otro–, durante las últimas décadas esto se modificó. Como resultado de la mayor apertura económica general, de la liberación de los flujos de capitales y también de la mayor escala alcanzada por algunas firmas de países dependientes, los movimientos de inversión global se han complejizado. Hoy muchos países “emergentes” y “en desarrollo” también exportan capitales, es decir, que sus residentes realizan inversión extranjera directa. La mayor parte de ella tiene lugar en otros países “emergentes” y “en desarrollo”, pero también se dirige hacia las economías desarrolladas.
Por eso la jerarquía entre los países no pasa hoy por si exportan o no capitales, sino por el grado de esta exportación y el resultado neto entre capitales “exportados” y capitales recibidos. Aquel país que tiene más inversiones extranjeras de las que emite estará generando en su interior más plusvalor para el capital extranjero de la que sus capitales obtienen en el exterior [3]. Las economías dependientes reciben, por regla general, más inversión extranjera de la que emiten al exterior, mientras que los países imperialistas tienden a tener una situación equilibrada entre el volumen de capitales exportado y el que reciben.
Realizadas estas aclaraciones, podemos ver en cómo la inversión extranjera directa (IED de acá en más) refleja el surgimiento de un nuevo “polo” al que se refiere Harvey. De acuerdo a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD, por sus siglas en inglés), en el año 2000 todavía el 90 % del stock de IED se originaba en los países ricos. Y más de un tercio (36 %) de la IED total se originaba en EE. UU. En 2019, el peso de los países más ricos retrocede a representar el 75 % del stock de IED (y EE. UU. 22,3 %), un número todavía abrumadoramente mayoritario pero con una marcada tendencia a reducirse. Esta pérdida de participación tuvo lugar sobre todo en el último decenio: en 2010 todavía los países desarrollados poseían el 85 % del stock (con EE. UU. arañando el 24 %).
Si los países capitalistas más desarrollados pierden participación, ¿quiénes la ganan? Lo que aumentó fue la inversión extranjera directa realizada por residentes de los países “emergentes” y “en desarrollo”. Estos pasaron de detentar el 8 % del stock de IED global en 2000, al 22,9 % en 2019. China explica por si sola una parte importante de este incremento. Su stock de IED en otros países se multiplicó por 71 en 18 años desde el peso casi irrelevante que todavía tenían sus inversiones en el exterior en el total en el año 2000, para alcanzar hoy 6 % del stock total. Cuando desagregamos por país, podemos ver que, de los países ricos, solo EE. UU. y los Países Bajos –que con junto con Japón y Gran Bretaña se caracteriza por una considerable expansión de sus firmas en el extranjero– tenían un stock de IED superior al de China.
Si ahora analizamos hacia dónde se han dirigido las inversiones, también ahí observamos que se redujo la participación de los países de mayor desarrollo capitalista como destino de la inversión: de absorber el 78 % del stock de IED en 2000, pasaron a 66,5 % en 2019. EE. UU. pasó de ser receptor de 37 % de la inversión en 2000 a 25,9 % en 2019, con la peculiaridad de que creció fuerte en participación desde 2010 (cuando tuvo 17 % del total), en vez de retroceder. Aunque China ya era un destino importante de inversión en 2000, cuando la IED radicada en el país representaba el 2,6 %, aumentó hasta representar el 5 % del total.
Acá estamos considerando todo el stock de inversión extranjera. Pero hay que destacar que esto subestima la importancia adquirida por algunos países dependientes en el desarrollo de nuevos emprendimientos productivos realizados por capital imperialista. El motivo de esta subestimación es el peso, enorme, que tiene en la inversión extranjera aquella parte que se refiere no al desarrollo de nuevos emprendimientos, sino a la fusión o compra de empresas, una expresión de lo que Marx definía como “concentración y centralización” de capital. Si solo consideramos la IED destinada a la radicación de nuevos proyectos productivos, es decir, descontamos aquella que contabiliza las fusiones y adquisiciones de empresas, el peso de China, Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y otros países como destino (y en parte también origen) de la IED es todavía más considerable.
En este sentido, el de que esta “periferia” se ha convertido en un espacio receptor de capitales en mayor escala, que va de la mano de un aumento de la inversión realizada por capitalistas locales (y en China sobre todo de las empresas públicas), y al mismo tiempo aumentó su peso en la generación de capitales exportados hacia otros países, es que podría considerarse válida la afirmación de Harvey sobre una reversión parcial en el drenaje de riqueza histórico.
Otra dimensión que podría ir en favor del planteo de Harvey aparece cuando analizamos la participación que alcanzaron los países que menciona, y el mundo “emergente” de conjunto, en la producción industrial. Este es un terreno que históricamente los países imperialistas se habían reservado para desarrollar en su territorio. Pero desde los años 1980 las grandes multinacionales localizan crecientemente en algunas economías emergentes estas actividades mediante el desarrollo de las cadenas globales de valor [4]. Entre 1991 y 2016 la cantidad de puestos de trabajo en la manufactura aumentó a nivel mundial de 322 a 361 millones. Pero en los países desarrollados se redujo de 107 a 78 millones, mientras que aumentó en el resto del mundo de 215 a 279 millones [5]. En 1950, solo el 34 % del empleo industrial estaba fuera de los países desarrollados, y en 1980 todavía era de solo 53 % [6].
A mediados de la década de 1970, la participación de los países de ingresos bajos y medios en las exportaciones manufactureras promediaba el 5 %, mientras que en la actualidad alcanza al 35 %. El restante 65 % lo comercian los países de altos ingresos, que en 1970 exportaban el 96 % de las manufacturas. El crecimiento en la participación de los países de ingresos medios y bajos lo explica centralmente China, que en 1990 exportaba el 1,17 % de las manufacturas, y pasó a convertirse de lejos en el principal exportador, en general y en el rubro manufacturero en particular. En 2018 exportó el 14 % de las manufacturas; detrás se ubicaron Alemania (9,26 %), EE. UU. (8,63 %), Japón (4,67 %) y Francia (4,04 %).
Estamos viendo, como sostiene Harvey, que algunas economías crecen y acumulan “a expensas de otras”, y que las que se vienen mostrando más dinámicas en materia de crecimiento de PBI, de las exportaciones manufactureras o de la inversión extranjera, no se encuentran en el “centro”, sino en –un sector más bien acotado de– la periferia [7].
¿De esto se deduce, como sostiene Harvey, que las “categorías del imperialismo no funcionan demasiado bien en estos tiempos”? Hay varios motivos por los cuales esta sería una conclusión apresurada y errónea.
La escalera rota hacia el desarrollo
Lo primero que hay que señalar es que además del caso de China, que como señalamos es claramente excepcional por la dialéctica revolución/restauración que lo caracterizó, el resto de los países que pueden integrar la escueta lista en la que se apoya Harvey para referirse a una “reversión”, dependieron también en cada caso de condiciones geopolíticas inusualmente favorables, que les permitieron sostener de manera más consistente las políticas desarrollistas, como Corea del Sur, Hong Kong, Singapur o Taiwán. A diferencia de lo que ocurrió con otros países, estos eran considerados por EE. UU. “como salvaguarda contra el ascenso de fuerzas comunistas”. A algunos de ellos, así como a Japón durante la reconstrucción después de la II Guerra Mundial, “se les dio la oportunidad de proteger sus industrias y recibieron acceso especial al mercado de EE. UU.”, es decir, que no estuvieron condicionadas en su desarrollo al mercado interno [8]. Solo de estas condiciones excepcionales surgieron los casos de rápida industrialización, los llamados “tigres”.
Esta importancia de la dimensión geopolítica para sortear parcialmente lo que para otros países en condiciones similares fueron férreos condicionantes, es una primer desmentida a la idea de que habría que descartar las “viejas” categorías de imperialismo para entender los desarrollos actuales.
En segundo lugar, el “bloque de poder en la economía global” mencionado por Harvey es una clara dimensión de las tendencias recientes de la acumulación de capital. Pero, para comprenderla cabalmente debemos contrastarla no solo con el relativamente menor dinamismo económico de los países imperialistas, sino también con los resultados que produjo la penetración del capital imperialista y la generación de las cadenas de valor en otras latitudes. Ahí vamos a ver que en esta época las “categorías” del imperialismo funcionan a pleno, aunque lo hacen con los rasgos específicos del período, caracterizado por la internacionalización de la producción. Esto significa que, a diferencia de lo que ocurría hasta los años 1970, aumentó claramente el número de países que se integran en la producción de bienes manufacturados, e incluso que mejoran su ubicación en los llamados índices de “complejidad económica”. Pero, también a diferencia de lo que ocurría hasta hace 50 años, estos dejaron de ser indicadores claros de cualquier desarrollo.
Si dirigimos la mirada más allá del puñado de países nombrados por Harvey, ¿qué observamos? La industrialización orientada hacia la exportación, que muchos países estimularon y fue promovida por las agencias de desarrollo y organismos multilaterales tomando el ejemplo de los “tigres” asiáticos, tuvo como punto de partida la clausura de las posibilidades de sostener lo que había sido la industrialización sustitutiva de importaciones (ISI). Esta industrialización sustitutiva se había empezado a desarrollar en distintos países dependientes entre los años 1930 y 1950 apuntando hacia el abastecimiento del mercado interno. Como sostiene Gary Gereffi, “la sentencia de muerte para la ISI, especialmente en América Latina, vino a causa del shock petrolero de finales de los años 1970 y la severa crisis de deuda que lo siguió” [9].
Bajo presión “del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial, muchos países en desarrollo hicieron la transición desde la ISI hacia la industrialización orientada hacia la exportación (IOE)” [10]. Pero el paradigma de “desarrollo basado en exportaciones manufactureras” se convirtió en algo a ser imitado no solo por los países que habían desarrollado algún nivel de industrialización entre 1930 y 1970 (algunos de los cuales de hecho quedarían relegados en esta nueva oleada), sino también por otros países que ingresaron en nuevas oleadas de industrialización tardía. Es que, como sostiene Smith, durante “casi medio siglo, la industrialización orientada hacia las exportaciones fue la única alternativa capitalista para los países pobres sin recursos naturales abundantes” [11].
El intento de numerosos países de imitar el camino de industrialización exportadora incrementó la competencia por ofrecer a las empresas multinacionales las mejores condiciones para la radicación de inversiones y organización de redes globales de proveedores. De un lado teníamos más países compitiendo por atraer las mismas inversiones, y del otro un grupo de empresas multinacionales cada vez numeroso [12], pero al mismo tiempo más concentrado, especialmente en los eslabones más altos de las cadenas de valor. El tamaño de las firmas y su estructura se hizo cada vez más compleja, integrando proveedores y subcontratistas en sus redes. La internacionalización y la concentración y centralización de capitales fueron inseparables y produjeron firmas de escala cada vez más gigantesca. Sucesivas oleadas de fusiones y adquisiciones durante los años 1980 y 1990 aceleraron la centralización del capital (concepto con el que Marx se refiere a la integración de firmas ya existentes). La “explosión de fusiones y adquisiciones a fines del siglo XX produjo niveles de concentración sin precedentes en casi todas las partes de elevado valor agregado y alta tecnología” [13]. El 25 % de los volúmenes de fusiones y adquisiciones involucraban operaciones internacionales, dando cuenta de que la centralización pasaba por encima de las fronteras. Quienes dominaron las operaciones transfronterizas fueron las “grandes multinacionales basadas en los países de altos ingresos” [14]. General Electric realizó nada menos que 183 operaciones de fusión y adquisición en esos años; la firma holandesa Koninklijke nada menos que 301. El saldo de esta centralización fue que, para comienzos del nuevo milenio, 1.000 firmas industriales realizaban el 80 % de la producción manufacturera global, mientras que las 300 más grandes empresas del planeta manejaban el 25 % de los activos productivos [15]. La internacionalización productiva significó un aumento de la proporción del plusvalor producido en todo el mundo que se apropian las empresas multinacionales, la mayoría abrumadora de las cuales tienen su base en los países imperialistas.
El rol de comando que adquirieron algunas grandes firmas sobre varias otras en la arena internacional es lo que Nolan, Zhang y Liu caracterizan con el concepto de “integradores de sistemas”, que “construyeron sistemas de producción globales” [16]. Estas firmas corren con ventaja en la capacidad para obtener financiamiento en gran escala, recursos para investigación y desarrollo, una marca global, o tecnologías informáticas de última generación [17]. En cada sector productivo, algunas pocas firmas se han convertido en articuladores. Por ejemplo, en el sector automotriz, de 42 fabricantes independientes que había en 1960 en los EE. UU., Europa Occidental y Japón, quedan 15. Ni falta hace aclarar que estas empresas barrieron a casi todas las (pocas) firmas que pudieran existir en el resto de los países, solo con Corea del Sur como excepción, que fue capaz de colar algún fabricante en la competencia. Aún mayor preponderancia de las firmas líderes encontramos en otros ámbitos. Las últimas décadas vieron “un drástico aumento en la intensidad de la competencia” [18], pero es un juego entre menos actores.
La competencia de muchos países pobres y en desarrollo con bajos salarios por atraer capitales para el desarrollo industrial, mientras son cada vez menos firmas las que dominan esas industrias, inclinó la balanza en favor de estas últimas. El “éxito” de los países “en desarrollo” para atraer a las multinacionales interesadas en reducir costos tuvo efectos perversos para estos. En la medida en que los costos que las empresas globales afrontan en esos países (menores en la medida en que las multinacionales “llevan” su productividad pero pagan menos por el valor de la fuerza de trabajo) pasaron a ser los que determinan los precios internacionales de las mercancías producidas en las cadenas globales, se produjo un deterioro en los términos de intercambio desfavorable para los países en desarrollo que fue consecuencia directa de la radicación que tuvieron de eslabones de las cadenas industriales globales. ¿Esto qué significa? Básicamente, que aunque exportan más bienes manufacturados, el valor exportado no aumenta de manera proporcional sino menos (o en el peor de los caos puede hasta caer). Por eso, como reconoce la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial, solo a los países capaces de “aumentar el contenido tecnológico de sus exportaciones y mejorar la calidad” les fue posible “compensar la persistente declinación en los términos de intercambio” [19]. Estos esfuerzos para salir de la llamada “carrera hacia el fondo” –competir por menores costos (lo que conduce siempre a presionar a la baja los salarios)– para entrar en la “carrera hacia la cima”, se vuelven también cada vez más difíciles a medida que más países intentan estrategias similares. Por lo tanto, se tiende a reproducir, en nuevos terrenos, la relación asimétrica entre las firmas líderes de las cadenas de valor y sus proveedores.
Por eso, si bien un sector de los países dependientes (“en desarrollo”) aumentó su participación en el llamado valor agregado manufacturero, que es el indicador de cuánto “capta” un país del valor generado en una cadena, se trata de un avance plagado de contrastes. Como observa la mencionada Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial, más de dos tercios de todo el aumento de la participación de los países en desarrollo en el valor agregado manufacturero se explica por China, país que exportaba menos del 1 % de las manufacturas totales en 1990, y hoy genera 24,4 % del valor agregado industrial. Más importante aún es que las “economías industrializadas todavía dominan el valor agregado manufacturero, en gran parte a través de la manufactura de productos de alta y media-alta tecnología”, mientras que “las economías en desarrollo e industriales emergentes producen en buena medida productos de consumo básicos, aunque su participación en los productos de tecnología alta y media-alta aumentó pronunciadamente entre 2005 y 2015 [20]. Varios estudios de sobre las cadenas de valor muestran que, en la actualidad, la relación entre aumento del valor agregado manufacturero y lo que se llama un “upgrading” –término utilizado para referirse a un aumento cualitativo en las capacidades productivas de un país– se ha vuelto más difusa. Solo un puñado de países pueden mostrar algún nivel de “upgrading”, y casi en todos los casos bastante limitado [21].
Esta débil conexión es característica de buena parte de la industrialización producida en los países de bajos ingresos en las últimas décadas. La mayor parte de la misma ha estado impulsada por la expansión de las “zonas económicas especiales”, uno de los tantos nombres que tienen los espacios liberados creados para que las empresas multinacionales y sus asociados formen las cadenas de valor, esquivando impuestos y también reglamentaciones laborales, ambientales, etc. Esto ha producido, en la generalidad de los casos, lo opuesto a cualquier “sistema industrial” en los países de industrialización reciente [22]. Una consecuencia de esta ausencia es que “son las exigencias de la reproducción ampliada de las relaciones de producción en los países centrales las que determinan tanto las características que reviste el proceso productivo como las actividades que resulta redituable desarrollar” [23].
Son las empresas multinacionales que dominan las cadenas de valor las que definen qué se produce, cómo se produce, con qué insumos, y esto dificulta la conformación de complejos sectoriales. Esto evidencia la regeneración, bajo nuevas formas, de los patrones de acumulación dependientes, subordinada y desarticulada.
¿La riqueza de las naciones?
En síntesis, la “reversión del drenaje” a la que se refiere Harvey solo puede aplicarse para un puñado de países, y solamente si no consideramos su afirmación en un sentido estricto, porque en la realidad el drenaje sigue siendo desfavorable incluso para algunos de los países de desarrollo reciente que más subieron en la escala de producción per cápita, productividad, etc. La parte cierta de la aseveración del geógrafo marxista es que no debemos tener una imagen estanca de desarrollo en los países imperialista y subdesarrollo uniforme en el resto del planeta. Algunos países avanzaron varios casilleros y esto afecta parcialmente los “balances de fuerza” de esto respecto de las potencias imperialistas. Pero al mismo tiempo que decimos esto, debemos remarcar que ninguno de ellos podría explicarse si no fuera por una combinación muy inusual de determinaciones (empezando por China), lo que ilustra, más que refutar, la persistencia de las “viejas categorías de imperialismo” que Harvey se apresura a descartar.
De la imagen de países imperialistas con crecimiento económico relativamente débil, mientras las economías de algunos países asiáticos crecen a ritmos más elevados, no debemos extraer conclusiones equivocadas. Las empresas multinacionales, con base casi todas en los países imperialistas, comandan buena parte de las ganancias de dicho crecimiento, y aunque en parte las reinvierten en esos mismos países para sostener su expansión global, también regresan por diversas vías a los países imperialistas o van hacia paraísos fiscales. Igual destino de plazas offshore tiene una parte importante de las ganancias de las clases capitalistas locales de los países emergentes más “exitosos”, que no se comportan en esto de manera muy distinta que burguesías como la de Argentina.
Un dato que muestra de manera contundente cómo ha funcionado la internacionalización productiva es lo que ocurrió con el PBI per cápita: la brecha entre las economías más ricas y el resto del mundo en desarrollo, si excluimos a China, no solo no se cerró, sino que aumentó de manera casi continua en los últimos 60 años. No sorprende entonces que la UNCTAD estime que “la economía global no sirve a todas las personas de manera igual. Bajo la actual configuración de políticas, reglas, dinámicas de mercado y poder corporativo, es probable que las brechas económicas aumenten” [24].
Como vemos, el mundo actual no es uno de jerarquías disueltas, sino que las perpetúa de manera modificada acorde a las condiciones, más mundializadas, que adquirió la acumulación de capital. En este marco, el relativo ascenso de algunas economías asiáticas que busca destacar Harvey es un dato de la realidad, que muestra la complejización de los estratos en la economía mundial; el otro dato de esta realidad es que la internacionalización productiva benefició a las multinacionales de los países imperialistas aunque estos hayan quedado relegados en materia de crecimiento. De esta forma, el capital multinacional basado en los países imperialistas fue un gran ganador del período.
En estos mismos países también radican algunos de los perdedores, absolutos o relativos, del período. Estos son los sectores de la burguesía menos trasnacionalizada que sufre la competencia de los capitales del resto del mundo, y la fuerza de trabajo cuyos ingresos permanecen estancados hace décadas. Estos son –junto con los efectos duraderos que tuvo la Gran Recesión– algunos de los caldos de cultivo del soberanismo y nacionalismo que recorre EE. UU. (y que seguirá golpeando en la política del país aún si pierde Trump) y Europa, sobre lo que volveremos en futuros artículos.
En la mayor parte de los países capitalistas dependientes, elevar los niveles de “desarrollo” en las condiciones de una economía mundial capitalista que tiende a reproducir las brechas de desarrollo con modificaciones sumamente limitadas, resulta tan esquivo bajo las condiciones de la internacionalización productiva como lo había sido durante todo el siglo XX. No obstante, los países “exitosos” operan como modelo. Los organismos internacionales como el FMI, el Banco Mundial, la OCDE y las agencias de desarrollo de la ONU, así como las burguesías de los países dependientes, no dejan sin embargo de tomar estos casos de éxito para proponer metas aparentemente alcanzables. Esto sirve para dar sustento ideológico ante las clases subalternas sobre la “necesidad” de hacer “sacrificios” en materia de ingresos y condiciones de vida, y aceptar reformas “modernizadoras” para imitar estos ejemplos –que en realidad raramente alcanzaron sus niveles de desarrollo gracias a estas recetas, sino a los márgenes que tuvieron para salirse de ellas–. Para las clases trabajadores y los sectores populares, este camino solo puede ser una “carrera hacia el abismo”. Por eso la ruptura con el imperialismo y las burguesías locales, cada vez más integradas al mismo, es la única vía para salir del círculo vicioso de la dependencia y el atraso.
NOTAS
[1] David Harvey, “A Commentary on A Theory of Imperialism”, en Prabhat Patnaik y Utsa Patnaik, A Theory of Imperialism, Nueva York, Columbia University Press, 2017, p. 169. Otro autor que realizó recientemente afirmaciones en el mismo sentido es Claudio Katz; ver “América Latina en el capitalismo contemporáneo – II. Geopolítica, dominación y resistencias”, consultado el 29/08/2020 en https://katz.lahaine.org/america-latina-en-el-capitalismo-contemporaneo-2/.
[2] David Harvey, “Realities on the Ground” (“Realidades en el terreno”), Roape, febrero 2018.
[3] El grado en que esto ocurra dependerá obviamente del rendimiento de las inversiones de cada país. Dos países, A y B, pueden tener entre sí inversiones extranjeras cruzadas por igual monto, pero si en el país A el rendimiento de los capitales de B es de 10 % anual, mientras que en el país B los capitales de A obtienen 8 %, B estará enriqueciéndose “a expensas” de A. Como señalaron en varias oportunidades Gérard Duménil y Dominique Lévy, EE. UU. se benefició de manera notable, durante varias décadas, de esta diferencia entre rendimiento de sus inversiones en el extranjero y rendimiento de las inversiones extranjeras en EE. UU.
[4] La fragmentación de los procesos de producción y la dispersión internacional de tareas y actividades dentro de estos ha llevado a la emergencia de sistemas de producción sin fronteras –que pueden ser cadenas secuenciales o redes complejas, y que pueden ser globales, regionales o abarcar solo dos países. Estos sistemas son las comúnmente llamados cadenas globales de valor (UNCTAD, World Investment Report 2013, p. 122).
[5] UNIDO, Industrial Development Report 2018. Demand for Manufacturing: Driving Inclusive and Sustainable Industrial Development, Viena, 2017, p. 158.
[6] John Smith, Imperialism in the Twenty-First Century, Nueva York, Monthly Review Press, 2016, p. 101.
[7] Decimos acotado porque, como afirma Ajit Ghose, “lo que parece ser un cambio en el patrón del comercio Norte-Sur es en esencia un cambio en el patrón del comercio entre los países industrializados y un grupo de 24 países en desarrollo”, mientras que “el resto del mundo en desarrollo permaneció dependiente de la exportación de productos primarios” (Ajit K. Ghose, Jobs and Incomes in a Globalizing World, Nueva Delhi, Bookwell, 2005, p. 12.). Dicho esto, también es cierto que “muchas naciones más pequeñas” también “han hecho grandes esfuerzos para reorientar su economía hacia la exportación manufacturera y han alojado enclaves industriales, también conocidos como zonas de procesamiento de exportaciones” (John Smith, ob. cit., p. 51.). En ese sentido, la búsqueda de lograr una inserción exportadora ha sido generalizada en los países dependientes, más allá de que el número de los que desarrollaron proyectos de envergadura ha sido limitado, y más reducido aun ha sido el número de los que alcanzaron por esta vía un aumento sustancial de su producto per cápita.
[8] Zak Cope, The Wealth of (Some) Nations. Imperialism and the Mechanics of Value Transfer, Londres, Pluto Press, 2019, p. 31.
[9] Gary Gereffi, Global Value Chains, Development, and Emerging Economies. Redefining the Contours of 21st Century Capitalism, Cambridge, Cambridge University Press, 2018, p. 344.
[10] Ibídem, p. 345.
[11] John Smith, ob. cit., p. 51.
[12] En 1976, podían registrarse 11.000 empresas multinacionales operando globalmente, con 82.600 filiales. Para 2010, llegaban a 103.788 y sus filiales a 892.114 (UNCTAD, World Investment Report 2011).
[13] Peter Nolan, Jin Zhang, Chunhang Liu, The Global Business Revolution and the Cascade Effect. Systems Integration in the Aerospace, Beverages and Retail Industries, Londres, Palgrave Macmillan, 2007, p. 3.
[14] UNCTAD, 2000, p. 127.
[15] Peter Nolan et. al., ob. cit., p. 22.
[16] Peter Nolan, Is China Buying the World?, Cambridge, Polity, 2012, p. 17.
[17] Peter Nolan et. al., ob. cit., p. 28.
[18] Ibídem, p. 23.
[19] UNIDO, ob. cit., p. 12.
[20] UNIDO, ob. cit., pp. 163-164.
[21] William Milberg y DeborahWinkler, Outsourcing economics: global value chains in capitalist development, Nueva York, Cambridge University Press, 2013, p. 255.
[22] Para la discusión sobre la ausencia de “sistema industrial” en los países periféricos de las cadenas de valor, ver Enrique Arceo, El largo camino a la crisis. Centro, periferia y transformamciones de la economía mundial, Buenos Aires, Cara o Ceca, 2012, p. 217. Entre otros autores que han destacado esta necesidad de pensar la industria de forma sistémica podemos mencionar a Jorge Schvarzer: ver La industria que supimos conseguir. Una historia político-social de la industria argentina, Buenos Aires, Ediciones Cooperativas, 2000.
[23] Arceo, ob. cit., p. 218.
[24] UNCTAD, Reporte sobre comercio y desarrollo 2019, p. 41.