La profusión de informaciones que circula tanto por las redes sociales como por los medios de prensa y comunicación tradicionales sobre la rebelión popular y ciudadana, es abrumadora y agobiante. Especialmente, para las y los ciudadanos que buscan tener cierta claridad de lo que está aconteciendo. Poseer mucha información no implica estar mejor informado o […]
La profusión de informaciones que circula tanto por las redes sociales como por los medios de prensa y comunicación tradicionales sobre la rebelión popular y ciudadana, es abrumadora y agobiante. Especialmente, para las y los ciudadanos que buscan tener cierta claridad de lo que está aconteciendo. Poseer mucha información no implica estar mejor informado o tener una mejor comprensión del proceso social y político en desarrollo. Es vital distinguir lo sustantivo de lo superficial. De los análisis serios y profundos de aquellos que solo son «rellenos» en los espacios informativos de la televisión, de las radios o de la prensa escrita. Sobre todo, también, necesario depurar y refinar las redes sociales de la gigantesca y masiva circulación de noticias falsas, memes e información «basura», que se reitera al infinito. Se hace inevitable, por algunas horas, apagar y desconectarse de todo. Para poder reflexionar. Se requiere silencio para poder pensar con tranquilidad y sin desazón.
Tengo la impresión que el torbellino de la acción histórica de millones de ciudadanos chilenos nos tiene confundidos, asombrados y, tal vez, desconcertados. Pues, todo lo sólidamente construido en las últimas décadas parece que se está desvaneciéndose. Los actores políticos, los comunicadores sociales, los analistas de todo tipo, los periodistas, y no pocos ciudadanos, etc., están consternados y angustiados. Todos están buscando las explicaciones psicológicas, sociológicas, económicas y políticas para este entender el gigantesco «reventón histórico» que desde hace una semana azota a la sociedad neoliberal chilena. Hurgan en el pasado inmediato y en el remoto en busca de las causas del masivo y contundente descontento ciudadano. Las diversas teorías, explicaciones y diagnósticos van y vienen. Se ha construido, para ponerlo jerga neoliberal, un gran supermercado de ideas y explicaciones, en donde el ciudadano puede elegir, escoger y seguir la que le parece más convincente y conveniente a su propia visión del proceso en desarrollo. Aunque, este supermercado, como todo lo neoliberal, muy acatado y nada pluralista, por lo menos, en aquel que es dominante y hegemónico.
Sin embargo, en la sociedad neoliberal no existe ese único supermercado de información, sino que es posible distinguir tres. Los cuales son ampliamente diferenciados entre sí. En primer lugar, está el supermercado televisivo, controlado por el poder empresarial y capitalista neoliberal nacional como internacional. Por este desfilan los actores institucionalizados y legitimados por el poder político y comunicacional hegemónico.
En segundo lugar, esta está el supermercado de los medios alternativos, especialmente, digitales en la red de internet, con un ejército de intelectuales y dirigentes sociales y políticos que buscan interpretar desde distintas ópticas y perspectivas teóricas y políticas contra hegemónicos. Son múltiples, plurales, democráticos y culturalmente diversos.
Y, por último, está el gran supermercado de las redes sociales: el twiter, el facebook, el Instagram, el whatsApp, etcétera. Este es de las y los ciudadanos que utilizan para dar a conocer su opinión, emitir mensajes, memes, noticias de todo tipo.
El supermercado de las redes sociales es vasto, extenso, diverso, plural y muy masivo, a diferencia de los dos anteriores, que son colectivos reducidos y tienen aún líneas editoriales centralizadas y que deciden que se publica o se edita o aparece al aire. El supermercado de las redes sociales es, fundamentalmente, individualista.
Cada ciudadano es un emisor de mensajes de todo tipo. Millones de ellos en este momento que escribo y usted que lee este texto, están enviando millones de datos a las redes y estas se multiplican por el universo digital y virtual de la red, diría, casi al infinito. Es imposible hunamente poder tener la capacidad de ver, leer y analizar esa avalancha de información entrado y saliendo del ordenador o del aparato telefónico. Se conforman cadenas de información integrada por miles y miles de personas que individualmente van replicando al infinito la información emitida por uno de sus integrantes.
Sin lugar a dudas esa información circulando día y noche, apesadumbra, abruma, recarga y turba, altera y, en cierta forma, perturba. Es un exceso. Ella atiborra no solo la memoria digital sino también el cerebro, anulando, al ciudadano la capacidad de razonar, de pensar, de reflexionar, la memoria se satura. Y, estos pasan a ser un engranaje más de una gran máquina virtual irreflexiva.
El ciudadano para estar al tanto de todo lo que circula por la red debe estacionarse las 24 hrs., del día. Las redes lo atrapan. La realidad social es lo que se lee y ve en la red. La red enajena. Los trastorna. Deja de ser. Se pierde. No piensa.
Por eso, creo que es necesario desconectarse de los celulares y para volver a ser un ser ciudadano reflexivo.
La tecnología no puede anular nuestra capacidad de razonar. Es lo que está pasando en este momento. No estamos reflexionando con tranquilidad. La velocidad de los acontecimientos nos obliga hacerlo. Tal vez, eso está bien, para el tiempo explosivo de los periodistas, para los analistas simbólicos de la política, de los decidores de escenarios de crisis, que buscan por la general informar o controlar lo que acontece. Pero, no para los cientistas sociales que intentan captar algo más que lo que acontece superficialmente. La ciencia social crítica debe esperar que el «humo explosivo» de los acontecimientos se disipe para analizar y comprender adecuadamente el proceso histórico en desarrollo. Muchas veces, y eso ha ocurrido, en otras coyunturas críticas que ha experimentado la sociedad neoliberal chilena en su pasado reciente, las reflexiones políticas que se realizaron estuvieron movidas por la urgencia o imperiosa necesidad de decir algo, de no quedarse fuera del espectáculo histórico que presenciamos y asistimos. La historia cercana enseña que una vez concluidas las grandes movilizaciones ciudadanas de 2006, 2011, 2013 u 2017, sobre las cuales se escribieron in situ numerosos análisis y se levantaron poderosas tesis, quedaron en nada. Fundamentalmente, porque se pensó y se reflexionó de manera apresurada. Escasamente meditada, sopesando, la acción cada uno de los actores involucrados en la contienda, poniendo más las intenciones de los que debía suceder que lo que estaba sucediendo. En fin, no hubo acción política reflexiva.
Asistimos a una gran rebelión ciudadana posmoderna en una sociedad profundamente neoliberal. Todos los ciudadanos protestantes cargamos en nuestras manos un aparato celular, dispuesto utilizarlo para comunicar a los otros y otras que estamos presente en la movilización. Estamos protestando, estamos en la calle, en la concentración, pero sentimos la necesidad de comunicar que lo estamos haciendo, por eso nos fotografiamos y fotografiamos a los demás. Y, las fotos las subimos a la red para que todos nos vean que somos parte de la «protesta social y política», o sea, estamos haciendo historia.
Son miles de aparatos encendidos. Cientos de planes vendidos por las compañías telefónicas que están recaudando millones de pesos, gracias al gran afán del ciudadano neoliberal posmoderno, de estar allí y de decir que están. Según los datos estadísticos, en Chile hay casi 27 millones de celulares. O sea, todas y todos los ciudadanos del país poseen uno. Sí, todos las y los ciudadanos apagaran los celulares: las compañías, colapsan. Pues, ellas son tan abusivas con los consumidores como lo son las tiendas del retail, las farmacias, las compañías de electricidad, de agua potable, las ISAPRES, del Metro, las AFPs, etcétera. Pero, no, las y los ciudadanos neoliberales no la hacen. No podrían vivir desconectados. El hacerlo sería su desaparecimiento virtual y comunicacional. Por cierto, sería un alivio. Y, un colapso para las transnacionales de la comunicación.
Una acción de esa naturaleza sería una acción tan directa y destructiva como la acción realizada contra el Metro. Y, un ataque directo al poder del kapital comunicacional.
Lo mismo pasaría si apagáramos por unas cuantas horas o tal vez un día o dos, la «caja idiota», o sea, la televisión abierta. La «caja idiota» es extremadamente monopólica, autoritaria, segregadora y abusiva con la teleaudiencia. Impone de manera coercitiva que lo que pueden ver y oír las ciudadanías. Desde el 18-O han estado transmitiendo la rebelión casi las 24 horas del día. Lo que por cierto sería bueno, acertado y necesario si tuvieran la intencionalidad de informar oportuna, veraz y acertadamente, pero, lo menos que hacen es, justamente, hacer aquello. La «caja idiota», busca idiotizar a la ciudadanía con mensajes y programas agotadores y manipuladores que cierta ciudadanía no ve ni escucha. Pero, hay mucha ciudadanía que los escucha y ve.
En este momento las televisoras nacionales, están transmitiendo en vivo y en directo la rebelión popular y ciudadana. Pero, lo hacen de manera selectiva y clasista. Apegados al oficialismo-gubernamental insisten una y otra vez en dar una interpretación amañada e interesada del proceso. Manipulan y tergiversan los argumentos de unos y otros. Los mismos rostros se pasean por las pantallas, diciendo, una y otra vez, lo mismo.
Sin percibir, que esos mismos «analistas», son lo que sostenían hace unas semanas antes, que Chile, siguiendo al Presidente, que éramos un «oasis» de tranquilidad y paz. Y, que nuestros vecinos latinoamericanos eran sociedades «desordenadas», «inestables» «corruptas», etcétera. Y, refiriéndose a lo negativo que era la situación ecuatoriana, venezolana, peruana o argentina, todos ellos países que no tenían las virtudes de la sociedad neoliberal chilena. Hoy cambian el «chip» y descubren lo que muchas veces se dijo, pero ellos no oían ni querían ver, o solo escuchaban o veían lo que les podría servir a sus míseros intereses políticos partidistas.
Ahora, se pasean por la tribuna de la «caja idiota» dando recetas de cómo salir de la crisis. Con argumentos retóricos y demagógicos que encubren la intencionalidad profunda de no modificar, absolutamente, nada. O sea, no se tocan las estructuras que sostienen la sociedad neoliberal. De manera que las causas y factores que hicieron posible el estallido social y popular, se mantienen incólumes.
El discurso de los analistas es la conciliación y el dialogo. Y, sobre todo, la condena reiterada a la violencia política popular y la tibia y suave condena a la violencia política estatal, siempre justificada por la primera. La distinción permanente de los sujetos y actores de la rebelión popular y ciudadana. Estos son dos: los buenos, aquella que realizan los ciudadanos decentes, la gente decente, la gente de familia, la clase media, de la ciudad moderna y neoliberal de la plaza Italia hacia el Oriente. Que están molestos por los abusos de los agentes del mercado, pero no contra el capitalismo neoliberal. Distinción muy central en todos los discursos que aparecen en la» caja idiota».
Y, los malos: el lumpen, los delincuentes, los rotos, todos ellos habitantes de los sectores populares periféricos de Santiago. Que son saqueadores, que destruyen aquello les sirve, que queman, que matan. Pero, que están enojados por los abusos de los actores de mercado, de las malas pensiones, por los precios de medicamentos, etcétera. Pero, no son las formas. Cómo fue posible que quemaran el Metro. Son malos, son malos chilenos y chilenas. No respetan la autoridad ni la propiedad privada ni pública. Están enfermos de odio. Así, presentan al pueblo trabajador, a los sectores populares carenciados, empobrecidos por la explotación capitalista neoliberal. Para ellos, bala.
Las diversas intervenciones de los panelistas de los funestos Matinales, con sus rostros millonarios, se encargan de sostener una y otra vez que, en los sectores populares, está el peligro para el orden social y económico neoliberal. Estos debieran aceptar lo que se les ofrece. La cantinela aquí es que no pueden solucionar los problemas de larga duración como son los de la salud y de las malas pensiones de la tercera edad. Que se harán gestos, los parlamentarios de bajarán la dieta y otras medidas, como aumentar 10.000 pesos las pensiones solidaras. Es repulsivo, la forma como panelistas como Francisco Vidal, presentan aquello como la gran solución. Da asco la «caja idiota» nacional. Una tarea de futuro es su democratización total y completa. Por ahora, bastaría con apagarla.
Este discurso clasista fomentado por la «caja idiota», penetra y penetra fuerte. Es que lo que lleva a esos sectores poblaciones de asalariados de clase media, a suponer que los sectores populares en rebeldía los van atacar y saquear, y se organizan para defender sus propiedades y patrimonios. Pero, también se organizan para defender la propiedad del capital mercantil presente en sus barrios, por ejemplo, en los supermercados de la cadena Walmart, (supermercados Líder), esta una cadena mercantil de origen estadounidense con las mayores prácticas antisindicales del país. Ello explica el objetivo táctico de los grupos que luchan contra el kapital. También, asumen la defensa de las tiendas del retail, etcétera.
Sin comprender absolutamente, que los grupos que realizan esas acciones directas están en lucha en contra del kapital, no contra de ellos y precarias propiedades, que, en realidad, son propiedad real del kapital financiero bancario. Estos grupos clase medieros son entrevistados por estos medios de comunicación y elevados en iconos de la defensa del capitalismo neoliberal. Fomentando con ello lo que el sociólogo Javier Martínez, allá por los años ochenta del siglo pasado, sostuvo a raíz de las grandes movilizaciones contra el dictador Pinochet, durante la Jornadas Nacionales de Protesta, denomino: miedo a la sociedad.
Este es otro de los componentes presente en el discurso de la «caja idiota»: el miedo. Fomentar permanente y cotidianamente el miedo a los televidentes. Sobre todo, a las dueñas de casa, a los miembros de la tercera, a las y los medianos y pequeños propietarios de comercios, etc. Infundir miedo, a la población es la consigna. Sin embargo, el miedo es lo que mucha gente ha perdido hoy, ya no se le tiene miedo ni a la sociedad ni al Estado. No obstante, la televisión chilena continúa, manipulando la información para atrapar en él a muchos que aún sienten que todo lo que ocurre es, producto, de la «gente mala», de seres anómicos, de gente perversa, tal como lo dijo la «primera dama» de seres extraños: una invasión alienígena.
Esto no es una estupidez sino una actitud, diría normal, de estos sectores. Ayer, durante la dictadura, el comandante de la Armada y miembro de la Junta Militar que derroco al gobierno popular de Salvador Allende, José Toribio Merino, nombro siempre a los opositores de la dictadura militar como «humanoides». O sea, seres sin condición humana, por ende, sin derechos humanos, por lo tanto, un enemigo que había que eliminar y hacer desaparecer. La primera dama, sigue la misma senda.
Hay mucha estupidez en la «caja idiota». Agotaríamos estas páginas para referirnos a cada una. Pero, hay algunas que son supinas. Tal como la señalada por la periodista Mónica Pérez, al decir, que al bajarse la dieta parlamentaria llegaría «al parlamento gente mala». O aquella que dijo que era necesario tener «cultura política de toque queda». O, aquel periodista que sostuvo «que sabíamos que existía desigualdad social, pero no sabíamos que les molestaba tanto».
Un dato importante de resaltar: en la caja idiota como también entre sus panelistas, funcionarios de gobierno, miembros de la clase política, intelectuales orgánicos de la derecha como de la centro-izquierda neoliberal, es común que se refieren a la clase media, pero, nunca jamás, hablan o se refiere a los sectores populares, poblacionales, trabajadores, sino que nombran a un indefinido sector social: como los «sectores vulnerables». En otras palabras, no nombran a la clase trabajadora o popular.
De manera que el clasismo de la «caja idiota» es total y completo. Pero también lo es el de la prensa escrita.
Fue el diario La Cuarta de la cadena periodística COPESA, uno de los dos grupos que controla la prensa escrita, partidaria del gobierno y defensora de la derecha empresarial y política, la que tituló «Se aleja el lumpen y llega la Familia» haciendo referencia a la movilización de ciudadanos de las comunas del sector Oriente de Santiago.
Este mensaje, sin duda carga toda una tradición política que divide a la ciudadanía entre la «gente decente» y los «rotos». División que viene de antaño. Será muy posmoderna la rebelión, en el uso de los medios tecnológicos, pero, las concepciones ideológicas que tienen las y los actores sociales y políticos vinculados a los grupos dominantes como también de los infaustos sectores medios no se han modificado. Ellos siguen siendo la «gente de bien» y los «otros», los de allá, el lumpen y rotos peligrosos.
Por eso y más que nunca es necesario y urgente apagar la «caja idiota».
Las redes sociales: la irreflexión política conectada
La importancia de las redes sociales, para los movimientos sociales del siglo XXI, ha sido señalada ampliamente por la literatura especializada. Estamos en la época de las multitudes conectadas. Ciertamente con el auge de las plataformas de redes sociales digitales, la extensión de los celulares inteligentes y la conexión inalámbrica, el Internet se mueve de la computadora de escritorio o el cibercafé, a la calle.
De allí que se sostenga que la irrupción participativa de la ciudadana en movilizaciones y protestas políticas y sociales se vuelve más distribuida, sensible a la activación política de cualquiera, sin esperar mediación de organizaciones partidistas, de colectivos ni de activistas. Las que la vuelve masivas, pero espontaneas, efímeras y sin coherencia organizativa, sin conducción política que les permita obtener objetivos políticos profundos.
Las y los ciudadanos que utilizan las redes sociales, también, debieran reflexionar sobre el uso y abuso que están haciendo de este medio de comunicación y conexión. Es innegable su utilidad eso no se discute. Todo lo contrario, hoy día su presencia, permitiría sortear de manera muy inteligente cualquier intento de controlar políticamente la información. Es una garantía para la libertad de expresión, opinión y comunicación. Pero, debemos usarlo de manera reflexiva y, sobre todo, responsable.
Ésta debe ser instrumento para la lucha social y política semejante al rol que le cupo a la prensa escrita en la formación y educación de las ciudadanías rebeldes a inicios del siglo XX o de la forma como los rebeldes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, EZLN, han influido en las luchas emancipadoras latinoamericanas, a través de la internet. Diversos analistas, como la española-mexicana Guiomar Rovira, ha destacado que el EZLN el gran apoyo internacional lo obtuvo a través del uso políticamente inteligente y reflexivo de la red de Internet, el ciberespacio, fue un espacio conquistado para la lucha del EZLN.
El repertorio de acciones llevado a cabo por el zapatismo en el ciberespacio o en las redes sociales supuso un despliegue de creatividad e innovación en el campo de la protesta, combinando las redes cibernéticas y las acciones físicas. Y, sobre todo, es lo que quiero destacar aquí, es que el flujo de discursos, información y debate serios y profundos, reflexivamente duros, abrieron las puertas a la posibilidad de pensar en la acción política contra el neoliberalismo y a experimentar la potencia colectiva de la transformación.
Por eso, considero, que la reflexión política es urgente, más aún en los tiempos de la despolitización ciudadana neoliberal. Este es el camino para reinventar la política. Esta no se reinventa con memes. Sino con reflexión ciudadana dura. Para alcanzar esta es necesario parar. Desconectarse. Y, pensar.
Se hace necesario pasar de la acción comunicativa virtual y digital materializadas en escasos caracteres. A la reflexión larga y profunda. A reaprender a leer en largo. A escuchar audios de más de 3 minutos. Ante un audio reflexivo que hice circular a algunos colegas y amigos sobre los escenarios políticos posibles de lo que acontece, de tan solo 8 minutos. Una profesora-amiga me solicitó que lo redujera. Con el objeto de enviárselos a sus colegas, pues «los profes son flojos…. y no escuchan». Quede pasmado. Pienso, sino escuchan 8 minutos difícilmente van a leer este texto. Esto me hace pensar en una película futurista protagonizada por Sandra Bullock y Sylvester Stallone, Demolition Man, en una sociedad altamente ordenada, computarizada y aséptica lo que era «in», era recordar o cantar, jingles comerciales de menos de un minuto. Una sociedad sin ningún tipo de reflexión. Ni contacto físico. Hasta el sexo, era a través de máquinas computarizadas. Todo controlado por el ordenador. Todo lo hace la computadora. Hoy estamos en la misma senda.
Actualmente es muy alto el porcentaje de ciudadanía que no leer ni escucha. Pero que se alimenta de los memes y de los mensajes cortos, espontáneos, insulsos, muchas veces, idiotas, desechables, que no contribuyen en nada.
La nueva política que debe emerger de esta rebelión popular y ciudadana debe ser de mejor calidad que la actual. Para ellos se requiere ciudadanos reflexivos, informados y políticamente activos. Desgraciadamente, los medios tecnológicos que actualmente se disponen no ayudan mucho a esa tarea.
Por cierto, son de una gran utilidad para conectarse, coordinarse, para estar y sentirse unidos en una causa. En eso son fantásticos. Pero, hay que pasar de nivel, plantearse otras tareas. Para ello, pienso que las y las ciudadanas deberíamos replantearnos el uso que estamos haciendo de ellos.
Por eso, tal vez, sería bueno desconectarse, para reflexionar.
Por último, el segundo gran supermercado de ideas es el que se encuentra en los medios digitales y sitios de información alternativos. Estos son numerosos, diversos, plurales, abiertos y muchos ellos militantes. Pero, tengo la impresión que son ampliamente desconocidos por la ciudadanía. Llegan tan solo a los ciudadanos políticamente activos, y con cierta consciencia política e ideológica. Lo cual, por cierto, no está mal, pero requiere su ampliación. En estos sitios se encuentran artículos elaborados y preparados con cierta sofisticación y complejidad teórica. Muy útiles, para la discusión analítica de los acontecimientos. Sin embargo, esa necesaria discusión no se da. No hay polémicas. Nadie discute a nadie. La crítica es muy floja o inexistente. Y, cuando existe. Los polemistas se enojan o se retiran en silencio.
Ahora bien, en estos sitios se encuentran muy buenos artículos. Son muy necesarios como alternativas viables y saludables a los dos anteriores. Pero, son vistos y leídos por un pequeño porcentajes cibernautas. Pero, por lo menos, allí se piensa, se reflexiona, pero no se discute. También, tienden al individualismo intelectual. Hay que conformar grupos de discusión interconectados, para producir conocimiento útil para la lucha política e ideológica que supere la enorme fragmentación política de los sectores que se oponen al neoliberalismo y al capitalismo.
Cierro con la siguiente reflexión de mi colega Guiomar Rovira, especialmente, centrada en las redes sociales: «la participación política de las multitudes conectadas no genera continuidad en (protesta y en la movilización), sino que es esporádica, intensa y performativa».
Ésta al basarse en la no delegación y al ser muy «individualista», condición central y fundamental del ciudadano neoliberal, posee álgidos momentos de actividad, como los que estamos observando en estos días en Chile, pero que por lo general se disuelve, tengamos presente por ejemplos, los casos de las movilizaciones de los estudiantes secundarios de 2006 o de los estudiantes universitarios del 2011. Son formas de participación efímeras, que, diluido el movimiento real, las y los ciudadanos neoliberales conectados vuelven a sus rutinas diarias y cotidianas.
Para que esos ciudadanos no queden desconectados es necesario pensar políticamente. Pero, para hacerlo, paradojalmente, hay que a pagar la «caja idiota» y la desconectarse de las redes sociales. Para que vuelva aflorar el ciudadano políticamente reflexivo. Para reinventar la política y, sobre todo, transformar la sociedad capitalista neoliberal.
Bibliografía consultada.
· Guiomar Rovira: Activismo en red y multitudes conectadas. Comunicación y acción en la era de Internet. Icaria/UAM, México, 2017.
· Guiomar Rovira: Zapatistas sin fronteras. Las redes de solidaridad con Chiapas y el altermundismo. ERA, México, 2009.
· Manuel Castells: Redes de Indignación y Esperanza. Alianza Editorial, España, 2012.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.