En menos de 2 años (18 meses), la situación del pueblo venezolano ha cambiado drástica y dramáticamente. El conflicto que se desarrolla en Venezuela ya no les compete solo a los venezolanos porque hoy es un problema regional y global. Todo el mundo tiene los ojos puestos en ese país suramericano y caribeño, a la […]
En menos de 2 años (18 meses), la situación del pueblo venezolano ha cambiado drástica y dramáticamente. El conflicto que se desarrolla en Venezuela ya no les compete solo a los venezolanos porque hoy es un problema regional y global. Todo el mundo tiene los ojos puestos en ese país suramericano y caribeño, a la espera de uno u otro desenlace.
Tampoco están en juego ni la democracia ni los derechos humanos (como algunos «ingenuos» creen), dado que, en toda guerra como la que está en operación, se anulan y sesgan totalmente esas categorías conceptuales haciéndolas depender de la interpretación de cada bando.
Incluso, la soberanía no se ejerce hoy plenamente: las fuerzas armadas venezolanas y la población mantienen precariamente el control territorial, pero la soberanía económica ha sido gravemente lesionada por las políticas desacertadas del gobierno. Dichas políticas han sido causadas, en parte, por la presión y el cerco imperial pero también, por errores conceptuales y por la corrupción administrativa de la burocracia enquistada en el régimen.
La soberanía política también ha sido gravemente afectada tanto por el gobierno como por la oposición golpista.
El gobierno debilita la soberanía popular al ser incapaz de resolver los problemas vitales de la población (alimentación, medicinas, servicios públicos, transporte, etc.), y la oposición, al vender la idea de que el gobierno estadounidense y sus socios injerencistas, intervienen para «restablecer la democracia» y «acabar con la dictadura».
La nueva generación de derechistas golpistas ha llegado a los extremos de izar las banderas de EE.UU. y de Israel en sus eventos, dejando ver que solo son títeres de un plan de intervención extranjera. Y en medio de su desesperación, importantes sectores sociales asimilan esa idea.
Desde mediados de 2017 la estrategia de la derecha golpista cambió en cabeza de Leopoldo López y sus asesores gringos (encabezados por Marco Rubio). Se dedicaron a ganar tiempo y a complotar y acumular fuerza desde afuera de Venezuela.
Igualmente, la situación de la política interna de los EE.UU. evolucionó hacia el caos que no controla Trump, sino que lo controla a él, y las fuerzas reaccionarias estadounidenses lideradas por Mike Pence, Mike Pompeo y el mismo Rubio, han logrado un alto nivel de incidencia en la política para América Latina.
Ahora ejecutan su plan: una guerra de intervención en Venezuela y en toda la región.
De acuerdo a todas las informaciones, mensajes, gestos y señales, Trump piensa que, solo con presión diplomática, cerco económico y amenazas de guerra («fuegos artificiales»), van a doblegar al gobierno de Maduro y al ejército bolivariano. Es también lo que algunos ingenuos presidentes y sectores políticos de la región y del mundo creen a pie juntilla.
Pero el núcleo «neocon» que maneja los hilos de la conspiración, que utiliza esa guerra para también desmoronar («impeachment«) al mismo gobierno de Trump, y desestabilizar toda la región desde México hasta Bolivia, que está en coordinación con Steve Bannon, John Bolton, Eliott Abrams, Álvaro Uribe Vélez y la élite anticubana de Miami-Madrid, parece estar decidido a todo. Traman y complotan por debajo de la mesa, presionan gobiernos y chantajean a mafias de todas clases y colores para comprometerlas en su aventura.
Estas nuevas condiciones nos llevan a replantear algunas ideas que han sido superadas por la realidad.
Las condiciones internas de Venezuela que hacían imposible una guerra de intervención imperial, pasaron a ser irrelevantes ante una estrategia de intervención y desestabilización regional de carácter imperialista. Esas condiciones internas consistían en que no existe una tradición guerrerista entre el pueblo venezolano, no hay una división tribal ni territorial que puedan aprovechar o estimular, el ejército bolivariano está unificado y cuenta con una tradición anti-imperialista, y la elite parasita de oposición no tiene la capacidad para encabezar una rebelión armada.
Sin embargo, esas condiciones cambiaron con la intervención extranjera que viene impulsando la cúpula guerrerista de la región y de EE.UU. Al estar en la agenda del plan desestabilizador una serie de objetivos que van más allá de Venezuela, todos los análisis y expectativas cambian de manera drástica.
Esos objetivos son: a) el derrocamiento por la fuerza del presidente Maduro y la apropiación por parte del gran capital (especialmente de EE.UU.) de las riquezas petroleras y minerales de Venezuela; b) la destrucción de los acuerdos de paz con las Farc, la agudización de la guerra interna irregular y el debilitamiento de las fuerzas democráticas y progresistas en Colombia; c) el cerco y acoso al gobierno de Cuba, Bolivia y Nicaragua; d) el aislamiento regional del gobierno de AMLO de México; e) la nueva política de expoliación de los recursos naturales de la cuenca del Amazonas, en cabeza del gran capital global, el nuevo gobierno de Brasil y los gobiernos extractivistas del Grupo de Lima.
Si estamos en lo correcto, no serán los ejércitos de ningún país los que se comprometan en la guerra. Los grandes «contratistas del terror» tienen listas miles de tropas de mercenarios y sus empresas de destrucción y de «re-construcción» tienen el panorama claro sobre los intereses, contratos, subcontratos, sobornos y toda clase de repartimientos entre las fuerzas interesadas en apropiarse de los inmensos recursos energéticos de la región. Colombia «exporta» miles de mercenarios desde 2011 que «trabajan» a bajo costo para empresas privadas de los EE.UU. comprometidas en las guerras del Medio Oriente y África (https://goo.gl/yBSuQD).
Pareciera que la cúpula madurista-cabellista del gobierno venezolano dejó crecer el «enano». La «casa por cárcel» de Leopoldo López debe haber sido uno de los «nodos golpistas» donde se construyó toda la infraestructura de comunicaciones y el diseño estratégico que sirvió de plataforma política al desconocido y novel Guaidó, con la sombra y cobertura de la acción de una Asamblea Nacional pagada con los recursos económicos del pueblo venezolano.
Hoy las fuerzas democráticas, patrióticas, revolucionarias y anti-imperialistas de toda América Latina tenemos la obligación de enfrentar ese plan de muerte. Y para hacerlo hay que tener claros los análisis de clase y geopolíticos. Ya no sirve hablar de «no intervención» cuando todas las potencias, de una manera u otra, tienen «velas en ese entierro». Ya es algo tarde pedir «democracia» cuando ni en EE.UU. ni en Europa la democracia se respeta en lo más mínimo. ¿Cómo exigir democracia cuando en América Latina los «golpes blandos» han sido la constante? ¿Qué moral o ética tienen los gobiernos de Colombia, Honduras, Paraguay, Brasil o Perú para exigir «democracia»?
Cuando las fuerzas políticas internas de Venezuela están -más allá de las apariencias- absolutamente debilitadas frente al conjunto y mayorías de la población, plantearse salidas «democráticas» inmediatas, es otorgarles grandes ventajas a las fuerzas golpistas de derecha.
Las del gobierno están débiles por el enorme desgaste, ejercicio de represión y caos económico acumulado; y las de la oposición no logran fortalecerse por su actitud golpista, entreguista y antipatriótica.
El objetivo central, entonces, es desenmascarar el complot imperial y evitar el escalamiento de la guerra.
El gobierno de Maduro tiene que replantear su estrategia y buscar nuevos aliados dentro y fuera de Venezuela. Y las fuerzas democráticas de la región deben conformar un Frente contra la guerra imperialista y oligárquica, llamando sin temores ni ambigüedades a Rusia, China y otras potencias a intervenir en la solución pacífica y consensuada de este conflicto.
Solo una intervención externa e internacional, posiblemente coordinada y articulada por la ONU, en donde las fuerzas políticas, sociales y del ejército venezolano tengan una representación amplia y cualificada, que a la vez sea un verdadero proceso de paz, puede ayudar a resolver ese conflicto inducido desde lo más reaccionario y codicioso del imperio estadounidense.
Los demás escenarios no lograrán detener la voracidad del imperio. Hay que retomar la iniciativa.
Nota : La llamada «ayuda humanitaria» es una estrategia de la guerra de intervención. Hoy el eje Miami, Bogotá, Madrid y «este» de Caracas concentra sus esfuerzos en la ciudad de Cúcuta. La pregunta que surge es: ¿Por qué los gobiernos injerencias y las grandes fundaciones «humanitarias» que están detrás de los «contratistas del terror», no auxilian a los cientos de miles de migrantes centroamericanos que huyen hacia EE.UU. o a las decenas de miles de africanos que buscan un mejor vivir en Europa? ¿Acaso es una inversión en Venezuela y Colombia que van a capitalizar con los contratos de la destrucción y re-construcción de esos países?
@ferdorado
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.