‘Correísmo’ es el término despectivo que la oposición ha endilgado al proceso constituyente reduciéndolo a la mera voluntad de un caudillo e invisibilizando al sujeto histórico que representa, y al hecho de que es el depositario de sus recientes e inmemoriales luchas. Para la oposición, ‘correísmo’ significa ‘dictadura’, resultado del «golpe de Estado que dio […]
‘Correísmo’ es el término despectivo que la oposición ha endilgado al proceso constituyente reduciéndolo a la mera voluntad de un caudillo e invisibilizando al sujeto histórico que representa, y al hecho de que es el depositario de sus recientes e inmemoriales luchas. Para la oposición, ‘correísmo’ significa ‘dictadura’, resultado del «golpe de Estado que dio Correa para liquidar la Constitución vigente y establecer esta nueva», como diría el expresidente sucretizador de la deuda externa privada. ‘Dictadura’ también, según otros, por el ‘hiperpresidencialismo’, «la planificación centralista absorbente» y porque «controla todas las funciones del Estado». La «dictadura correísta» -según ellos- también se encarnaría en el «aparataje estatal creado» y en la emisión de «leyes tan dañinas». Banderas negras y cajas apuñaladas han intentado simbolizar esa estampa dictatorial imaginada por la oposición.
Al vaciar de memoria y sujeto al proceso personalizándolo de modo grotesco, la oposición pretende desconocer la historia: negar el rotundo aval de la soberanía popular manifiesta en las urnas y los resultados consecutivamente favorables de 7 elecciones en 10 años que refrendaron ese anhelo de cambio de la sociedad. Pero, sobre todo, intenta tergiversar la decisión y el coraje de Rafael Correa para asumirlo, que marca su gran diferencia con ellos. Tratan de silenciar, además, que Correa encarna esa voluntad de poder colectiva para transformar el país, que empezó por reformar ese Estado oligárquico-neoliberal, tan añorado por la oposición, beneficiaria de sus privilegios.
Voluntad determinada a construirse en autonomía, precisamente de esos grupos que han aspirado a que el cambio sea solo un simulacro, o quede como mera proclama o no pase por ellos. Por eso, al ver frustradas sus expectativas de inmovilismo, estigmatizan a Correa como ‘dictador’ y disuelven el contenido del proceso en el ‘correísmo’.
Se entiende, entonces, que su gran programa político consista en «desmontar el correísmo». Su cometido sería «recuperar la verdadera democracia», «la república», «la institucionalidad», «nuestros derechos y libertades», repetidos una y mil veces desde todas las voces de la oposición. Pero, ¿qué significa para ellos democracia y libertad? No otra cosa que la vía para recuperar y reocupar su viejo Estado de privilegios, pero con los dispositivos que eviten «que esto vuelva a repetirse», como diría el sucretizador, es decir, orientados a frenar el ímpetu renovador de la sociedad ecuatoriana. Pero, también para garantizar su recuperación de la economía de mercado. Por eso, todos(as) proponen «echar abajo la Constitución», las nuevas leyes y códigos, acabar con el rol del Estado en la economía, debilitar al Ejecutivo y aumentar el poder de negociación de los actores políticos y corporativos en el marco de un Estado central debilitado, además, por supuesto, de recuperar la agenda neoliberal.
«Desmontar el correísmo», pues, es la expresión patética de la impotencia política de la totalidad de la oposición. Solo expresa amargura y ambiciones de poder frustradas en estos diez años de Revolución. ¿Qué proyecto nacional, qué utopía de futuro le puede ofrecer esta pesadilla reaccionaria al país?