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¿Desobediencia civil en democracia?

Fuentes: Rebelión

Algunos piensan que la desobediencia civil, como la lucha armada, solo puede plantearse en regímenes no democráticos, ya que una vez alcanzada la democracia (con comillas o sin comillas) hay cauces suficientes para que la ciudadanía pueda ejercer cumplidamente sus derechos. Pero, como dijo en alguna ocasión Mandela, «si no hay comida cuando se tiene […]

Algunos piensan que la desobediencia civil, como la lucha armada, solo puede plantearse en regímenes no democráticos, ya que una vez alcanzada la democracia (con comillas o sin comillas) hay cauces suficientes para que la ciudadanía pueda ejercer cumplidamente sus derechos. Pero, como dijo en alguna ocasión Mandela, «si no hay comida cuando se tiene hambre, si no hay medicamentos cuando se está enfermo, si hay ignorancia y no se respetan los derechos elementales de las personas, la democracia es una cáscara vacía aunque los ciudadanos voten y tengan Parlamento». El empeño de nuestros gobernantes en que identifiquemos democracia con el ritual de las elecciones parlamentarias y olvidemos la verdadera sustancia de la democracia (control del poder, participación ciudadana, exigencia de responsabilidades y posibilidad de revocación de los gobernantes, protección efectiva de los derechos humanos…) no tiene más objeto que el que les concedamos carta blanca una vez que llegado al poder. Igualmente, el empeño de que metabolicemos mentalmente los binomios capitalismo=democracia / socialismo=dictadura va dirigido a que santifiquemos la gestión capitalista de nuestras vidas. Por todo ello, es importante la legitimación de una democracia exclusivamente formal que no toque la estructura económica y social capitalista; puede cambiarse todo, pero, en el fondo, para que nada cambie, como dice la conocida máxima lampedusiana.

La democracia formal sin garantía de los derechos humanos es un régimen tan odioso como cualquier dictadura. No queremos democracia únicamente para poder votar como si participáramos en un concurso televisivo, la democracia no es un concurso ni un supermercado; queremos democracia para transformar la sociedad acabando con las sangrantes injusticias que vemos todos los días. ¿Cabe hablar plenamente de democracia en un mundo con las desigualdades que estamos viendo, ya sea a nivel planetario o a nivel nacional? ¿Cabe hablar de democracia en un mundo donde millones y millones de personas pasan hambre, incluso mueren de hambre, habiendo recursos suficientes para alimentar al doble de la población actual? ¿Cabe hablar de democracia en un país donde una de las primeras causas de suicidio es el desahucio, habiendo millones de pisos vacíos en manos de bancos? Las penalidades que estamos viendo y el retroceso en derechos a que nos están llevando las políticas económicas neoliberales no pueden dejarnos indiferentes con el argumento de que ya votamos cada cuatro años. La situación que tenemos no puede calificarse de democracia, sino de tomadura de pelo. Constatamos todos los días que el sistema en el que vivimos protege a los poderosos y ataca despiadadamente a los débiles, que son la mayoría, dada la vulnerabilidad e indefensión en que se encuentra actualmente la clase trabajadora. Recientemente Noam Chomsky afirmaba en una conferencia que el neoliberalismo, recetario que siguen hoy prácticamente todos los gobiernos, es el mayor ataque contra la población en los últimos cuarenta años.

No hay que ser ningún bárbaro para defender la desobediencia civil, tal y como quieren nuestros gobernantes que pensemos. De hecho, los mayores referente morales a lo largo de la historia (Thoreau, Bertrand Russell, Rosa Parks, Luther King, Ghandi, Nelson Mandela y un largo etcétera) han sido desobedientes civiles. En medio de esta crisis-estafa que estamos viviendo, la derecha, para contener la inmensa protesta que está generando el capitalismo, está alentando una inaudita escalada represiva por diversas vías. En educación, con la desaparición del pensamiento crítico y de materias como Educación para la Ciudadanía, así como la consideración de la desobediencia civil como un ejemplo de incivismo (así se contempla en el proyecto de real decreto por el que se establece el currículo básico de educación primaria, secundaria y bachillerato). En materia penal y por vía legislativa, criminalizando la protesta y proponiendo sanciones salvajes para hundir la vida de los ciudadanos que se atrevan a asomar la cabeza un poco más en manifestaciones, concentraciones, desahucios , etc.

Hace unos meses se colgó en youtube un vídeo del actor Matt Damon llamando a la desobediencia. En él parte de que «el mundo está patas arriba» y de que hay gente que equivocadamente está en la cárcel y otra que también equivocadamente está fuera de la cárcel. Pero afirma algo más importante: desde arriba se nos dice que el problema es la desobediencia civil. Matt Damon dice que el problema no es la desobediencia, sino precisamente la obediencia. El historiador estadounidense Howard Zinn expresaba mejor esta idea:

«La desobediencia civil no es nuestro problema. Nuestro problema es la obediencia civil. Nuestro problema es que la gente del mundo entero obedece las órdenes de unos líderes y que millones de personan han muerto por esta obediencia… Nuestro problema es que la gente es obediente a pesar de la pobreza y del hambre y de la estupidez, y de la guerra, y de la crueldad. Nuestro problema es que la gente obedece mientras las cárceles están repletas de ladronzuelos y los grandes ladrones están libres. Ése es nuestro problema».

Más explícito quizás es el psicólogo Erich Fromm cuando considera que la desobediencia es el germen de la evolución y dice que «la historia humana comenzó con un acto de desobediencia, y no es improbable que termine por un acto de obediencia», aludiendo con ello a la posibilidad de un holocausto nuclear (tomo esta cita del amigo José Antonio Pérez, «Cive Pérez», que ha publicado un estupendo breviario: «¿Qué es la desobediencia civil?», que está viviendo un éxito sorprendente en México estos días).

Como decía al principio, podría parecer que la desobediencia civil no tiene cabida en un estado democrático, pero esta cuestión no es tan simple. En primer lugar, la desobediencia civil ha surgido a lo largo de la historia contra leyes que se consideran injustas y/o ilegítimas y que causan graves daños a la ciudadanía, o bien que provocan un gran rechazo. Y esto puede darse tanto con reglas democráticas como sin ellas. En segundo lugar, la sacrosanta regla de la mayoría se utiliza espuriamente. Actualmente, en España el Partido Popular gobierna con mayoría absoluta, pero ha sido votado por menos de un tercio de los ciudadanos y está perpetrando reformas extremadamente dañinas para la población. Además, incluso con una mayoría mucho más holgada, un gobierno no está legitimado para recortar derechos y poner al país de rodillas ante los poderes económicos.

Ante este escenario, por supuesto que es legítima la desobediencia civil, como la que practica en nuestro país el Sindicato Andaluz de Trabajadores o la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. Precisamente la PAH ha tenido importantes premios en reconocimiento de su lucha por los derechos, como el Premio Nacional de Derechos Humanos 2012, de la Asociación Pro Derechos Humanos de España, y el Premio Ciudadano Europeo 2013 del Parlamento Europeo. Por supuesto, esto no ha servido para que el gobierno español tenga el más mínimo miramiento con esta modélica organización, sino que ha incrementado el odio que ya tenía a esta organización e intente criminalizarla y desacreditarla con múltiples tretas.

Obviamente, estos planteamientos no van a ser aceptados por la derecha, y menos por la extrema derecha que gobierna en España. Y aquí intervienen, a mi juicio, dos elementos. En primer lugar, la hipocresía propia de la derecha, quizás su principal rasgo. No podemos olvidar cómo cuando el Partido Popular ha estado en la oposición ha alentado repetidas veces la desobediencia de algunas leyes en temas como el aborto, la ley de memoria histórica, la Educación para la Ciudadanía o algunos impuestos. Por otro lado, la derecha no cuenta con ninguna figura carismática comparable a un Mandela o a un Luther King, por ejemplo; figuras que evidentemente están más asociadas al espectro ideológico de la izquierda que al de la derecha. A pesar del espectáculo hipócrita de las alabanzas a Mandela por parte de todos los gobiernos del mundo, incluidos los más reaccionarios, Mandela para la derecha no era más que un terrorista hasta hace muy poco tiempo; si no ha tenido más remedio que aceptar su gigantesca figura, los medios de comunicación han reducido su semblanza a un pacifismo inane, mutilando aspectos esenciales como su no renuncia a la lucha armada en caso necesario o su ideario socialista («socialista» de socializar, no de cartel), o su agradecimiento a Cuba por su imprescindible papel en la lucha contra el aparheid, lo que agradeció Mandela haciendo a ese país su primera visita como jefe de estado. Por su parte, Luther King afirmaba el deber democrático de desobedecer aquellas estructuras de poder que obstaculizan el pleno desarrollo democrático, algo en absoluto suscribible por la derecha, defensora a ultranza precisamente de esas estructuras de poder que minan la democracia. El hecho de que la derecha no cuente con figuras tan universalmente aceptadas hace que cargue aún con más furia contra los valores que éstas representan.

 

Pedro López López es profesor de la Universidad Complutense.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.