Las acciones del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT), y su réplica en Extremadura, han sido fenómenos políticos que han marcado la agenda mediática en las últimas semanas, pero desgraciadamente y por lo general los debates se han limitado a aspectos superficiales de la acción. Con ánimo de descender hacia el fondo teórico de tales acciones […]
Las acciones del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT), y su réplica en Extremadura, han sido fenómenos políticos que han marcado la agenda mediática en las últimas semanas, pero desgraciadamente y por lo general los debates se han limitado a aspectos superficiales de la acción. Con ánimo de descender hacia el fondo teórico de tales acciones el compañero Luis Felip [LF] [2] ha escrito un post en su blog en el que reflexiona sobre el binomio legalidad y legitimidad, trayendo al debate aspectos cruciales de lo que es la estrategia y táctica de la izquierda anticapitalista. El objetivo, a mi entender, es dilucidar si estas acciones son coherentes y consistentes con la acción política de la izquierda y, en concreto, de Izquierda Unida. Mi intención es hacer aquí algunas aportaciones a dicho debate, tratando de justificar que estas acciones son tácticas adecuadas que se inscriben en una estrategia que busca alcanzar una democracia real y un verdadero Estado de Derecho.
La desobediencia civil
Los propios ejecutores de las acciones mencionadas han defendido su proceder basándose en que eran acciones de desobediencia civil, esto es, acciones pacíficas que se sitúan en la frontera externa de la ley. Como nos recuerda LF, «para Rawls, la desobediencia civil significa que, asumiéndose lo fundamental del estado democrático de derecho realmente existente (a pesar de sus imperfecciones), y en especial los principios de justicia que lo rigen, se lleva a cabo una forma de disensión» que se situará en la frontera de la ley por su lado externo.
LF repasa los rasgos propios de una acción de desobediencia civil (entiendo que siguiendo a Fernández Buey), y entre los cuales se encuentra la existencia de una finalidad política, el respeto a las reglas de juego, la aspiración de alto consenso en la población, la aceptación de las consecuencias legales y su naturaleza pública, pedagógica y pacífica. Naturalmente en la historia podemos encontrar muchos ejemplos de acciones que se ajustan a tal descripción, siendo los más citados en estos días las acciones de Gandhi y de Rosa Parks. La acción del SAT podría perfectamente también enmarcarse aquí.
El otro día conversando con Máximo Pradera llegamos a una analogía que a mi entender permite expresar lo anterior con claridad. En el fútbol hay unas acciones que se llaman «faltas tácticas» y que no persiguen ni hacer daño al rival ni negar la necesidad de existencia de un árbitro. Sencillamente son acciones sancionables, es decir, son faltas, pero que buscan un objetivo que va más allá de ese momento en el juego. En el fútbol se realizan para romper el ritmo, para recibir amonestaciones -tarjetas amarillas- que ajusten la estrategia de temporada de un equipo o para otros fines. La acción del SAT, por ejemplo, se enmarca en este tipo de táctica. Dentro de las reglas de juego es una «falta» que no busca hacer daño y para la cual se acepta sus consecuencias legales, pero el objetivo real es una denuncia política sobre un fenómeno (el hambre y falta de democracia económica) y una percepción (leyes injustas, reglas de juego desiguales).
Aceptado lo anterior, la pregunta que debe formularse, a mi entender, es en qué estrategia política se inscriben estos quebrantamientos selectivos de la ley, es decir, qué objetivo se persigue al llevarlos a cabo.
Estado de Derecho y liberalismo
LF nos recuerda que hasta el advenimiento de las revoluciones de la ilustración y la concepción de Estado de Derecho, esto es, del gobierno de las leyes, algunos pensadores como Tomás de Aquino justificaban toda desobediencia a la ley bajo el amparo del derecho natural, la ley de Dios. En dicho contexto institucional -monarquías absolutas- la desobediencia quedaba justificada por concepciones morales derivadas de la religión.
Sin embargo, el advenimiento de la Ilustración nos traería el concepto de libertad civil, que se resume en las palabras de Kant: «nadie me puede obligar a ser feliz a su manera (tal como él se figura el bienestar de los otros hombres), sino que cada uno tiene derecho a buscar su felicidad por el camino que le parezca bueno, con tal de que al aspirar a semejante fin no perjudique la libertad de los demás«. Sobre este principio nacerían dos conceptos distintos: el de Estado de Derecho y el de Capitalismo. Por un lado el ideal de vivir al margen de las creencias de los demás pero de acuerdo a las leyes y a la Razón, y por otro lado el ideal de permitir que los derechos de propiedad de los medios de producción permitan acrecentar la riqueza individual sin ningún tipo de intervención externa.
Esta es precisamente la tesis de actuales y brillantes filósofos marxistas como Carlos Fernández Liria y Luís Alegre Zahonero [2], quienes denuncian que la ideología dominante pretende hacer creer que Estado de Derecho y Capitalismo son la misma cosa, a la vez que critican las experiencias políticas del llamado socialismo real precisamente por olvidar que el fin más alto del ser humano es el de convertirse en un ciudadano en el marco de un verdadero Estado de Derecho: un Estado de Derecho socialista.
Lo que Liria y Zahonero nos recuerdan es que el ideal del ciudadano de la ilustración y del liberalismo -la defensa de lo expresado por Kant y que se refleja en el «libertad, fraternidad e igualdad» de la Revolución Francesa de 1789; es decir, la utopía liberal- es incompatible con el capitalismo. Bajo el capitalismo el Estado de Derecho se convierte en una mentira, en una apariencia, en una simulación. El ideal de la ilustración aplicada al ámbito económico -el famoso laissez faire y el papel de la mano invisible- anula el concepto de ciudadano libre. Como asegura Naredo, «la principal contribución de esa utopía liberal al mantenimiento y expansión del capitalismo fue la de permitir la máxima libertad de acción a aquellos que detentaban el poder económico, lavándoles la conciencia de todo escrúpulo para que guiaran su actuación exclusivamente con arreglo a sus intereses más inmediatos de lograr un enriquecimiento rápido» [3]. Bajo el capitalismo los ciudadanos no existen como se espera de ellos en el ideal liberal, sino que únicamente existen trabajadores forzados a ser alquilados por algún poseedor de medios de producción; trabajadores esclavos de su situación de desposeídos.
La traición de ese ideal liberal, de ese proyecto de la Ilustración, llevó por ejemplo a los anarquistas a buscar un nuevo neologismo que se ajustara a sus pretensiones reales. Los anarquistas acogieron el término libertario para expresar la necesidad de seguir buscando el ideal del hombre y mujer libre [4]. Noam Chomsky también reclama para sí el concepto original del pensador liberal [5], de la misma forma que nosotros podríamos alzar nuestra voz y decir: «los liberales no son los verdaderos liberales; son unos farsantes que aprovechando su poder económico han usurpado nuestro lenguaje en su beneficio«. Por estas razones Liria y Zahonero consideran que el proyecto de la Ilustración murió con la ejecución de Robespierre en 1794 y que completar el proyecto de la ilustración sólo puede lograrse con el socialismo, es decir, con la democracia económica y con la supresión del ideal liberal aplicado a la economía.
No obstante, la ideología dominante, y también las prácticas del llamado socialismo real, han llevado a una impresión generalizada de que las pretensiones comunistas son opuestas al ideal de la ilustración. Nada más lejos de la realidad. Como recuerda Erik Hobsbawm en su magnífico Historia del Siglo XX, «la medalla conmemorativa del Partido Socialdemócrata alemán exhibía en una cara la efigie de Karl Marx y en la otra la estatua de la libertad. Lo que rechazaban era el sistema económico, no el gobierno constitucional y los principios de convivencia«. Por entonces «el movimiento obrero socialista defendía, tanto en la teoría como en la práctica, los valores de la razón, la ciencia, el progreso, la educación y la libertad individual«. Pero fueron las contradicciones propias del sistema económico las que llevaron a tal crisis económica -la Gran Depresión- y a tal conmoción en las masas, por lo general poco o nada instruidas, que el crecimiento de movimientos fascistas permitió derribar las instituciones liberales y sumir a la humanidad en la fatídica II Guerra Mundial.
En definitiva, el Estado de Derecho y la democracia que tenemos actualmente sólo son apariencias de lo que deberían ser. De la misma forma que no existe una democracia real -porque la ciudadanía no tiene capacidad de decidir sobre el poder económico- tampoco existe un Estado de Derecho real. Y es a partir de este punto argumental donde yo entiendo que puede conectarse toda la tradición del marxismo y socialismo clásico (Marx, Engels, Bakunin, etc.) con los movimientos sociales actuales (decrecimiento, democracia real ya, etc.). No se trata de superar el Estado de Derecho por algo «mejor» sino precisamente de alcanzarlo, para lo cual es necesario superar el capitalismo.
La estrategia de la izquierda
Si no vivimos en una democracia real y si no estamos en un Estado de Derecho real, entonces ¿cómo lo alcanzamos? LF apunta algo con lo que estoy totalmente de acuerdo y que es consistente con la exposición anterior: «la desobediencia civil sólo se concibe como una más de las herramientas de una estrategia reformista (junto con las acciones legales y su participación en las instituciones) que, no siendo incompatible con la voluntad de transformación radical de la sociedad, marca profundamente el sentido de esta voluntad al concebir la revolución como un proceso dilatado en el tiempo, y no como un hecho puntual, que además pasa a través de las instituciones y asume las reglas del juego para dotarse de la legitimidad democrática que haga posible la acumulación de fuerzas y de hegemonía ideológica«.
Engels apuntaba lo mismo cuando afirmó que otra herramienta era igualmente fundamental: «el trabajo lento de propaganda y la actuación parlamentaria se han reconocido también aquí como la tarea inmediata del partido» [6]. Asimismo, Engels apuntaba que «con la agitación electoral se nos ha suministrado un medio único para entrar en contacto con las masas del pueblo allí donde todavía están lejos de nosotros, para obligar a todos los partidos a defender ante el pueblo, frente a nuestros ataques, sus ideas y sus actos; y, además, abrió a nuestros representantes en el parlamento una tribuna desde lo alto de la cual pueden hablar a sus adversarios en la Cámara y a las masas fuera de ella con una autoridad y una libertad muy distintas de las que se tienen en la prensa y los mítines«.
En definitiva, la estrategia de una izquierda que quiere alcanzar la democracia real y el Estado de Derecho real y que quiere ser «capaz de movilizar y orientar un bloque social amplio, y capaz de hegemonizar la lucha ideológica, ha de situar en primer plano la contradicción entre democracia y capitalismo» [LF]. Además, esta tarea ha de hacerla tanto en la práctica como en en el discurso. Efectivamente, y como no se cansa en recordar el compañero y profesor Pablo Iglesias [7] la izquierda tiene que hablar con los conceptos que entiende la gente, aquellos que están en su estructura mental y que no son otros que los que ha insertado la ideología dominante. La ideología, no lo olvidemos, se encarna en las costumbres, los modos de vida, la percepción de lo que está bien y mal.
Dicho todo lo cual, no puede negarse que los actos de desobediencia civil son un golpe extraordinario a esa misma ideología dominante. Son un impacto en la forma que tiene la ciudadanía de comprender el mundo. Son actos que explicados de forma pedagógica son fácilmente comprensibles y sirven para desactivar la hegemonía de la ideología dominante. Son actos coherentes, consistentes con el proyecto de la Ilustración y desde luego con la estrategia socialista. Lo que las acciones del SAT han dicho ha sido sencillamente lo siguiente: «olvídese usted de las instituciones que tiene asumidas en la cabeza (propiedad privada, legalidad, etc.) y piense si es justo que la gente pase hambre cuando tenemos exceso de comida; piense si es justo que haya viviendas vacías y gente sin casa; piense en eso y reformule su ideología y, en consecuencia, el apoyo pasivo que está haciendo al sistema económico que no nos permite ser libres». Actos de desobediencia civil, pacíficos y dirigidos por el ideal de la ilustración, son en realidad la mejor forma de luchar en el campo ideológico y de alcanzar la hegemonía gramsciana. Han de extenderse.
NOTAS:
[1] Luis Felip, además de amigo, es licenciado en Filosofía y responsable de formación del Partido Comunista de Málaga Ciudad.
[2] Fernández Liria, C. y Alegre Zahonero, L. (2011): El orden de El Capital. Editorial Akal.
[3] Naredo, J.M. (2003): La economía en evolución
[4] Escribía Déjacque en 1851 que «Le Libertaire no tiene más patria que la patria universal. Es enemigo de los límites: límites-fronteras de las naciones, propiedad de Estado; límites-fronteras de los campos, de las casas, de las fábricas, propiedad particular; límites-fronteras de la familia, propiedad marital y paternal. Para él, la humanidad es un solo y mismo cuerpo en el cual todos los miembros tienen un mismo e igual derecho a su libre y completo desarrollo, sean los hijos de este o del otro continente, pertenezcan a uno o a otro sexo, a tal o cual raza».
[5] Chomsky, N. (2005): El gobierno en el futuro. Editorial Anagrama.
[6] Engels, F. (1895): Prefacio a las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850. Disponible en http://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/francia/francia1.htm
[7] Iglesias, P. (2012): La izquierda ha de dirigirse a la gente común. Disponible en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=153781
Fuente: http://www.agarzon.net/?p=2041