Habíamos entrado a Gaza a través del paso de Rafah desde Egipto, al entrar fuimos cacheados inmediatamente a pesar de nuestras identificaciones que nos afiliaban a organismos de asistencia humanitaria -si es que eso existe-, incluso, puede que esa haya sido la razón de que fuera tan exhaustiva, «la ley antiterroristas» nos dijo un soldado, […]
Habíamos entrado a Gaza a través del paso de Rafah desde Egipto, al entrar fuimos cacheados inmediatamente a pesar de nuestras identificaciones que nos afiliaban a organismos de asistencia humanitaria -si es que eso existe-, incluso, puede que esa haya sido la razón de que fuera tan exhaustiva, «la ley antiterroristas» nos dijo un soldado, mal encarado, con acento colombiano. En aquel momento fuimos advertidos de que no debíamos involucrarnos en la causa palestina.
Nada más pasar la frontera te sumerges en una sombría atmósfera, como si de una inmensa cárcel se tratara, de hecho lo es, pero aquel solo era el preámbulo del dolor inimaginable que le es infringido al pueblo palestino -del que sería testigo- con la complicidad de esa mal llamada comunidad internacional, esa que está sometida completamente a la voluntad imperial de los EEUU.
Llegamos por la noche a la ciudad de Gaza, las casas derruidas, también el hospital, las carencias de los bienes más básicos, sus gentes taciturnas pero con el corazón rebelde, me resultaron en testigos mudos de la ignominia que allí se comete cada día desde hace décadas en nombre de la «libertad y la justicia». Al llegar nos integramos al trabajo que habíamos asumido, esa misma noche cerca de una decena de niños que no pasaban de los diez años, fueron tiroteados por el ejército sionista -buscaban a sus «rebeldes» padres-, terroristas dijeron en los medios, yo solo vi a un puñado de infantes que ya no lo serían más, agotado de tanta tragedia me dispuse a descansar en el habitáculo que nos había proporcionado el entrañable Hassan.
Eran como las tres de la mañana cuando un ruido infernal me despertó, oí gritos del otro lado de la puerta. Un monstruo de hierro se entregaba a la destrucción de aquella humilde morada, frente a la escena una anciana mujer lloraba sin consuelo, pagaba el precio de haber parido a un revolucionario, ese que ya descansaba para siempre en los brazos de la muerte… Lleno de ira le grité al soldado que estaba frente a mí, » ESTA MIERDA NO ES JUTICIA… ESTA MIERDA ES EL NUEVO GUETO DE VARSOVIA», mis compañeros se abalanzaron sobre mí para protegerme, el soldado me encañonó y me preguntó en mi lengua -con acento argentino-: ¿de dónde eres…? nicaragüense respondí ; seguro eres un maldito sandinista de aquí no sales vivo.
Son las cinco de la mañana. Hebrón está llorando con una herida en el pecho, Gaza, su hermana, se desangra en el frio santo suelo.
Transcurrieron algunos meses, salí vivo, pero con la profunda convicción moral de que también soy ciudadano PALESTINO.
Nota:
¹Déjame que te cuente un cuento…
Blog del autor: http://
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.