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Destruir vaciando: gentes y economía

Fuentes: Espai Marx

¿Podemos [en Espai Marx] conseguir más artículos como aquel de la antropóloga, sobre economía, que hablaba de partir de la realidad económica, esto es, de ver qué hace la gente -la gente, no las grandes corporaciones capitalistas- para ganarse la vida y aceptar, proteger e impulsar políticamente esos actos, luchar por la libertad de poder […]

¿Podemos [en Espai Marx] conseguir más artículos como aquel de la antropóloga, sobre economía, que hablaba de partir de la realidad económica, esto es, de ver qué hace la gente -la gente, no las grandes corporaciones capitalistas- para ganarse la vida y aceptar, proteger e impulsar políticamente esos actos, luchar por la libertad de poder autoorganizar el cómo ganarse la vida?

Evidentemente la falacia económica de la economía académica a eso le llama «economía informal», porque no sabe qué hacer ante ese fenómeno que no tiene cabida ni en su modelo falso, ni en un mundo de relaciones capitalistas oligopólicas -como no lo tienen los campesinos, etc-, porque choca con los intereses del capital al «desregular la economía capitalista» y «re regular» la producción en otra dirección; y porque podría ser una revolución real, de esas que carcomen /vacían un mundo desde dentro: ¿qué sería de esta Europa Unida Liberal gran capitalista, antidemocrática, si los subalternos, los productores libres directos, impusiesen la libertad de hacer y vender, y utilizasen los derechos civiles para autogenerar su propia actividad, individual o en cooperación?. La defensa de la libertad de hacer de esas gentes, destruiría vaciando un orden oligopólico. Odiamos, lo odiamos, ese proyecto gran capitalista liberal, burocrático europeo, con sus transnacionales y su «Nomenclatura» política.¡Cómo se parece, cada vez más, al «ordo soviético»!: incluso en el despilfarro de miles y miles de millones de dinero constante y sonante, salidos de nuestros bolsillos, arrojados a las fauces de empresas arruinadas, «ineficientes». Todos estuvimos en la lucha anti mercado común, pero entonces no había alternativa dibujable; por eso perdimos. La gente necesitaba ver garantizado su futuro como trabajadores, aunque fuese de trabajadores reventados. Pero si se llega a cernir un nuevo orden en el seno del viejo orden… lo que se diluirá será lo otro (dicho a la brava y con franqueza). Por supuesto, ellos también lo saben: las normativas de control sobre la reproducción de material visual, la política de patentes, el aumento exorbitado y brusco de la punición legal, análogo al que se producía en el siglo XVlll, cuando tantas actividades tradicionalmente lícitas pasaron a ser consideradas delictivas -y , entonces, además, condenadas con la pena de muerte: centenares de nuevos delitos y penados con la muerte-. La analogía no es anecdótica, porque nos habla de una libertad práctica real, de un real poder de actuar, utilizando el saber tecnológico entonces existente, al alcance de todos en aquella época, en el mundo de la economía moral y de la costumbre del siglo XVlll, que sólo podía ser detenido mediante la represión y la aceptación /contención… y nos habla, en la actualidad, de la aparición de gentes que pueden ser autónomos en sus actividades, de que se ha abierto paso un saber técnico, intelectual, cultural, que puede ser puesto en obra por individuos y colectivos…

Microcréditos y Renta Básica serían dos piezas importantes en esa ordenación e impulso nuevos de la actividad. Ciertamente el prejuicio es, de un lado el «tercer mundismo»: «Mira, los microcréditos, como para las abnegadas mujeres madres de familia monoparental africanas. Renta básica (ayer en la TV un muchacho en paro decía que si tuviera RB se atrevería a montar su «empresa») «pequeño burguesía». ¿Son las grandes SS AA multinacionales, pues, la antesala del socialismo? ¿Eso es lo que hemos visto? ¿O son macropoderes difícilmente controlables? ¿Nació el comunismo como proyecto del mundo del Acero y el Carbón? ¿O de los artesanos libres parisinos, jacobinos, de la década 1840 -el res publicano «omnia sunt communia»-?. Los comunistas debemos ver por dónde van las cosas -«el sentido del movimiento», como reza el apartado «Proletarios y comunistas», de el Manifiesto Comunista-, y empujarlo, saber darle sentido al autoexplicar al movimiento lo que él está haciendo y creando, hacerle ver a la sombra de dos mil años «la luz que surge de sus actos»; no tratar de «Imperar y decidir según nuestro arbitrio», por dónde ha de ir el mundo -eso es para el manicomio-. Puede que me equivoque en la apreciación, y que lo que creo que es un mar vastísimo que está ante nuestras narices y que nos resulta invisible por falta de gafas adecuadas, sea una fata morgana, pero, nosotros, los comunistas, tenemos que ver y hablar de esto. No creo que a algunos de los que reciben este mensaje, metidos en la construcción de cooperativas de trabajo, con todas las dificultades con las que se topan, les pareciera mal que se forzara a que el estado las protegiera y ayudara a refinaciarse tal como lo hace con bancos y coches…Por eso, vuelvo al principio ¿textos con rigor al respecto?.

Gracias por la paciencia que tenéis conmigo, y un abrazo fuerte a todos

    Joaquín Miras

Addenda:

Joan Tafalla ha señalado, con razón, la conveniencia de completar la carta de Joaquín Miras con este artículo de SUSANA NAROTZKY

«Hablemos de economía», que ya fue editado por rebelión-

Crisis financiera, recesión económica, aumento del desempleo, activos tóxicos, burbuja inmobiliaria, ayudas públicas para reactivar la economía, etc. Parece que la solución es encontrar un nuevo modelo de crecimiento (centrado en la innovación, energías alternativas, etc.) y poner buenos gestores al frente de los ministerios (Elena Salgado y José Blanco se definen como buenos gestores, y eso parece suficiente para argumentar su solvencia en sus cargos). Pero ¿qué es un buen gestor? Es difícil de adivinar cuando tan pocos malos gestores de las empresas financieras en quiebra real o virtual han quedado apartados de sus puestos y, en general, del mercado de trabajo.

También sorprende ver cómo las soluciones y las metodologías empleadas para encarar esta nueva crisis son las mismas de siempre: flexibilización del mercado de trabajo (mayor facilidad de despido, concesiones salariales por parte de los trabajadores), desregulación laboral y medio ambiental (qué es, si no, la reducción de los plazos de declaración de impacto ambiental para acelerar la licitación de obra pública), participación de la financiación privada para la construcción (y gestión) de infraestructuras públicas (al tiempo que se inyecta dinero público para salvar a la empresa privada), etc.

Viejos métodos que llevan probando su ineficacia para resolver los problemas de un sistema económico que no beneficia a la mayoría. Se dice que la recesión en España será peor que en otros países de Europa y se culpa de ello a la poca productividad. Sin embargo, una mejor productividad no parece haber salvado de una crisis profundísima a esos otros países modelo, por tanto, un cambio en ese sentido tampoco evitará futuras crisis.

Sin embargo, el problema es enteramente otro. Lo que cuestiono aquí, lo que cuestionan cada vez más personas, expertos (en la OCDE, la OIT, la UNESCO) y gente corriente en distintos países del mundo, incluido el nuestro, es lo que aquellos que detentan el poder entienden por economía. Ese modelo neoclásico imperante que ha variado relativamente poco en sus objetivos y parámetros principales en los últimos cien años. Es la economía del crecimiento económico (PIB), crecimiento medido por una serie de indicadores que poco tienen que ver con el aumento del bienestar de la mayoría de las personas y bastante con el aumento de su malestar globalizado. Es cierto que los estados intentan pensar formas de incluir aspectos productivos, creadores de riqueza como el trabajo doméstico o la economía ilegal que hasta el momento no se han tenido en cuenta. Estos últimos intentos apuntan al reconocimiento de que todo esto forma parte de la economía de algún modo. Sin embargo, nada parece alterar la fe ciega en el modelo que articula el aumento de la productividad, crecimiento económico (PIB) y aumento del bienestar de la mayoría (evaluado en términos de consumo de mercancías).

Para salir de la presente estructura de crisis recurrentes, se habla de innovación y se piensa tecnológica? Como siempre, este pertinaz fetichismo que nos hace creer que las cosas nos salvarán de las personas. Pero no hay innovación posible desde un modelo económico decimonónico como es el nuestro. Cualquier innovación tecnológica es fagocitada por los viejos objetivos y acaba produciendo los mismos efectos tarde o temprano. La única innovación real tiene que ser una innovación social, que parta de otra manera de entender la economía. La pregunta correcta es: ¿cómo organizar la sociedad para proveer a toda la gente corriente de bienestar material y cultural y permitirles hacer proyectos de futuro? Para ello, lo primero que deberíamos hacer es estudiar la economía real: ¿qué hace la gente para ganarse la vida? ¿Cómo sobreviven cuando están sin empleo?

Acuden a las redes familiares, emigran o retornan, rebuscan alimentos en las basuras, trabajan en la economía informal, ocupan casas deshabitadas, protestan colectiva o individualmente, etc. Según informes recientes de la OIT y de la OCDE, más de la mitad de la población del planeta (incluyendo países desarrollados) sobrevive en los márgenes de la economía formal, de la economía del PIB; la mayor parte malvive, pero se las apaña entre picaresca y solidaridad. Evidentemente, esta división entre formalidad e informalidad no es del todo real, puesto que las personas, las unidades productivas, las instituciones, habitan y articulan estos ámbitos que la contabilidad del estado distingue.

Pero lo que me parece más interesante observar y subrayar es que en esas formas de picaresca y solidaridad hay un saber al que deberíamos atender, porque es, mal que nos pese, lo que constituye gran parte de la economía real para la mayoría de personas del mundo. La innovación social se encuentra agazapada en ese saber organizarse que emerge de la inteligencia de la necesidad y no está cegado por modelos rígidos y obsoletos.

Necesitamos saber observar, saber escuchar y saber apoyar las iniciativas humildes que ya está desarrollando la gente, individual o colectivamente, sin ahogarlas con nuestra obsoleta mentalidad de mercado» (Karl Polanyi) o con normativas represivas (Ordenanzas Municipales, Ley de Extranjería). Necesitamos un nuevo modelo de economía. Y sí, hoy más que nunca, necesitamos un pensamiento radical y crítico, antisistema, que abra nuevos espacios y permita realizar los cambios que todos necesitamos.

Susana Narotzky es Catedrática de Antropología Social de la Universidad de Barcelona.http://www.moviments.net/espaimarx/index.php?lang=cat&query=89ae0fe22c47d374bc9350ef99e01685&view=section