Mientras una parte del pueblo descansa considerándose acreedor del derecho individual a tomarse vacaciones, la terquedad de las noticias sigue tocando en solapada clave pesimista, sin entender de sentimientos y apreciaciones personales. En este caso los temas no necesariamente son productos prefabricados para la ocasión por quienes dependen del negocio de la publicidad. Tampoco son […]
Mientras una parte del pueblo descansa considerándose acreedor del derecho individual a tomarse vacaciones, la terquedad de las noticias sigue tocando en solapada clave pesimista, sin entender de sentimientos y apreciaciones personales. En este caso los temas no necesariamente son productos prefabricados para la ocasión por quienes dependen del negocio de la publicidad. Tampoco son nuevos, pero a pesar de que se han convertido en rutina informativa, suenan con más brío ocasionalmente, aunque a fuerza de repetirse terminen por retornar al punto de partida y ya no impacten. La referencia del momento son dos coplillas tradicionales, a las que con la euforia del relax parece no prestarse la atención que merecen. En este caso se trata de la Deuda creciente y la inmigración incontrolada, cuyos efectos sociales a largo plazo están por determinar. Sin embargo, en el ámbito económico, resulta evidente que, eludiendo el calado de ambos asuntos en base al discurso oficial, Deuda e inmigración son dos lastres difíciles de sobrellevar para el país. Aunque el hecho de pertenecer al imperio europeo hagan conferir esperanzas a los gobernantes de que, en caso de mayor apuro, el resto de sus miembros arrimaran el hombro, esa determinación no parece del todo creíble, porque estaríamos hablando de mucho dinero.
Según la noticia sacada a la luz hace pocos días, aprovechando la euforia festiva de la estación, la Deuda camina al encuentro del PIB al superar el billón de euros, como paso previo para en muy poco tiempo dejarlo atrás. Este fenómeno, que parece ser inocuo, puesto que no se escuchan lamentos -aunque en breve llegarán-, a pocos ha cogido por sorpresa. Era tan esperado y reiterado, alimentado semana tras semana a base de subastas , que si no fuera por su gravedad pasaría desapercibido al resultar un trámite más, previsto dentro el normal funcionamiento de la Administración. Incluso la prima de riesgo lo asume con tranquilidad, seguramente porque hay suficientes fondos para pagar, garantizados por la solvencia de este país, perteneciente a un gran bloque hegemónico , y en todo caso siempre quedaría la opción preferente de acudir a la subida de impuestos, estrujando los bolsillos de los contribuyentes. Ante el riesgo de impago, se presenta como sólido aval el paternalismo del imperio , ya que no dejaría al país en la estacada, máxime siendo tan fieles y buenos vasallos como son los gobernantes españoles. Aunque si se acude al realismo, como se apuntaba, hay probabilidades de que llegado el momento de la quiebra, si no le afecta directamente, el imperio se desentienda y le entregue en manos de los acreedores, que espoliarán las últimas reliquias que le quedan, que a este paso ya son pocas. Sin embargo las posibilidades de default , a decir de los expertos, actualmente no está en el programa. No obstante las consideraciones, el hecho es que la Deuda pesa.
¿Qué opina el público en general de eso de que el Estado viva a crédito?. Como hay otras cosas más importantes a las que atender -el turismo y el ocio, por ejemplo- no estaría bien visto, interrumpir las vacaciones por un momento para entregarse a reflexionar sobre el problema. En tanto el dinero bobo, los réditos de la economía sumergida o el crédito a nivel personal permitan costear el relax, no hay motivos para preocuparse por una Deuda que parece ser no incumbe a los españoles. Por otra parte, tal vez se estima que el billón largo y el añadido que anualmente se incorporará, acabarán por perdonarlo los acreedores, porque los inversores capitalistas suelen ser generosos, si no queda otro remedio. En todo caso, el patrimonio nacional es amplio y variado -incluso el que no queda en manos de las multinacionales- y se puede malvender en caso de apuro. También hay propiedades de particulares y empresas que, una vez torpedeadas para devaluarlas, se pueden exprimir por multinacionales dedicadas a la depredación para extraer hasta el último céntimo. Responsabilizar a los políticos por cosas serias como el estado de la economía, es una ocurrencia sin sentido; eso sí, pedirles cuentas por banalidades, siguiendo la moda del momento, resulta ser mucho más importante para la buena marcha de la democracia. Cuando dicen los agoreros que a cada español correspondería aportar no se cuanto para pagar la Deuda, tal vez se sufra un escalofrío momentáneo, pero a renglón seguido se piensa que exageran, y siempre queda la última solución, que es no pagarla. Como hay otras noticias para entretenerse, el tema se olvida pronto, porque es mejor estar a lo que depare el futuro. Evidentemente creencias no faltan, mientras que la realidad es otra cosa que permanece a la espera aquí abajo para cuando se descienda de las nubes.
No solamente los incautos ciudadanos, que hay muchos, se muestran despreocupados por el volumen de la Deuda, incluso los propios gobernantes, aunque más escasos de ingenuidad, no quieren ni planteárselo. Basta con que casi cada semana los banqueros de aquí y de allá suelten el parné a bajo interés para seguir la marcha a trancas y barrancas. Lo importante es que, proceda de donde proceda, entre el dinero en las arcas para repartir entre favorecidos y un poco para los desfavorecidos -a ser posible foráneos- e ir tirando. Hay que jugar a hacer política, sobre todo de atractivos titulares, porque así se ganan votos sin dejarse contaminar por la realidad. El bienestar burocratizado, es decir reservado fundamentalmente a la burocracia, que vive de un trabajo que otra forma no existiría, y un poco al ciudadano para que no se queje, la política social o de regalo de generosos fondos estatales, aunque dando por aquí y quitando por acá, la improvisación para atender a cargo de todos a las distintas sensibilidades, marcan las líneas a seguir para eternizar la Deuda creciente.
Si en el caso de la Deuda se presentan caracteres generalizados de huida hacia adelante, como expresión de la irresponsabilidad dominante en ambos flancos -gobernantes y gobernados-, en el de l a inmigración el planteamiento es similar. Aprovechando el efecto llamada , promovido por ese sentido de generosidad que caracteriza a muchos españoles, acentuado por la restricción de acceso por las fronteras de una parte del imperio y la pasividad de otras, es lógico prever que la invasión se desplace al lado más débil, en este caso la frontera sur de este país. Si además se cuenta con la desinteresada colaboración de quienes les trasladarán a puerto seguro, lo que reduce el riesgo de cruzar el mar en barcas de papel, la llamada ha pasado a ser un clamor que recorre el continente africano, animando al personal a hacerse con el regalo de una vida mejor -aunque muchas veces no pase de ser un sueño más- a cambio de nada. Y si lejos de hacer retornar de inmediato a los viajeros al punto de partida, tan pronto acceden a territorio español, conforme reclama la lógica común, si es que se pretende asegurar las fronteras del Estado y no agravar las cuentas públicas, se les recibe al estilo hawaiano en tierra firme, se les dota de privilegios jurídicos, a los que se pueden llamar derechos del invasor, y de bienes regalados, con los que no cuentan los nacionales menos favorecidos, esto pasa a ser la tierra de la felicidad para los inmigrantes.
Ante tal situación, el ciudadano común comenta, pero solo se limita a hablar de ella para pasar el rato con los contertulios. No quiere o no lo interesa percatarse de que le están invadiendo de manera progresiva el territorio aprovechándose de su generosidad y del profundo respeto de sus gobernantes por los llamados derechos humanos, y en poco tiempo será él quien tenga que emigrar forzosamente -hoy ya lo hace animado por su espíritu emprendedor- buscando nuevas oportunidades para vivir, porque ya no quedará lugar ni pan para él en esta tierra. O bien no podría excluirse la posibilidad general de retornar a las olvidadas miserias de los años cincuenta, dejando por el camino el supuesto bienestar y tomar las migajas en un territorio no multicultural, como se dice, sino repleto de guetos. Historietas al objeto de adormecer el sentimiento nacional se ofrecen muchas cada día, razonables, jurídicas, incluso emotivas, pero simples historietas mediáticas para influir, porque como en tantas otras cosas ahí está la realidad cotidiana para ponerlo todo en su sitio y romper con la artificialidad que auspician la propaganda y la publicidad.
Comprensiblemente, como el gobernante ha sido dotado de la cualidad que requiere dominar el arte del pragmatismo que exige la política, deja pasar el tema porque no quiere complicarse la vida. Lo que resulta coherente si se quiere disfrutar de los beneficios del poder. De tal manera que si se cuelan, más o menos, en torno al millar cada día, aunque naturalmente vendrán muchos más, al mes serían treinta mil, y si se va sumando los que vienen de un lado y de otro -computado estadísticamente y al margen de las estadísticas-, ya se hablaría de millones en poco tiempo. Pero, ¿qué puede suponer un millón, tres o cinco millones de emigrantes más?. Como nadie dice nada, y vigente la leyenda de España como país de acogida con los de fuera y ultradefensora de los derechos humanos, que siga así la cosa. En tanto se está en el poder se ponen parches por aquí y por allá para que lleguen los que lleguen seguir tirando, y el que venga detrás que arree. La propaganda trata de justificar esta situación, con ayuda de la publicidad de los que viven del negocio, acudiendo a argumentos sesgados, tales son la invocación de los derechos humanos, el Estado de Derecho, la justicia o la humanidad. Todo muy razonable sobre el papel, en los debates y en las noticias, pero no sirve para atajar realidades que requieren solución a pie de obra, dado el estado de emergencia que la situación está generando .
Asaltar la frontera de cualquier Estado violentamente se ha entendido como ilegal y acreedora del uso de la legítima defensa por parte del agredido, porque está en juego su prestigio como nación soberana, pero si con violencia o sin ella el asalto tiene lugar por migrantes, no hay defensa que valga, porque cualquier reacción se considera que viola los derechos humanos , por lo que, visto así, disponen de la mejor arma de ataque para invadir el país. Entonces, lo que es una invasión en toda regla pasa a ser el ejercicio de un derecho. Semejante situación ha llegado a un punto en que hay que renunciar a lo propio en favor de lo ajeno, siguiendo la interpretación que se hace de esos derechos humanos, unos derechos que empiezan a apuntar en la dirección de ser considerados derechos divinos para algunos. De otro lado, lo que es simple sentido común acaba siendo tachado de racista y de fascista por los que explotan el negocio, simplemente porque el buen sentido defiende el derecho a lo que es de cada uno, pone en entredicho el argumento de la solidaridad de palabra y discrepa de su doctrina. El asunto incluso va más allá de las opiniones y del dogma, ya que la irracionalidad ha tomado posesión cultural no solamente en lo que se refiere al espectáculo dominante, sino que se ha adentrado en el terreno de la razón jurídica, afectada por la nueva doctrina impuesta por una minoría, olvidando su origen y fundamento último que es la razón general.
En cuanto al sentido económico de las cosas, es decir, lo que en realidad tiene la ultima palabra, resulta que el costo que genere la estancia a perpetuidad de los pacíficos invasores, acudiendo a esta forma de sentir humano y jurídico y de quienes se aprovechan del negocio que genera, resulta que tendrán que pagarlo los contribuyentes, puesto que han sido obligados a ser solidarios con una minoría foránea, en detrimento de sus propios intereses. Entender resuelto el problema con la limosna ofrecida por la central del imperio no sirve, porque solo permite costear la estancia de los invasores por unos meses. Hay que mirar a lo siguiente, al otro y a años vista y hacerlo extensivo a las exigencias del bienestar de los acogidos y sus familias -sanidad, educación, vivienda y otros servicios sociales-.
La cara amable es que parece claro que se creará empleo en los sectores intervinientes en el interminable proceso de la inmigración, aunque reporte escasos beneficios para la ciudadanía y sí para determinadas empresas beneficiadas por el negocio de la solidaridad. No se aclara quien pagará el coste de tanta generosidad y desinterés interesado, aunque se puede intuir. De momento para aliviar la situación ahí están los fondos europeos y la Deuda para echar mano de ella cuando se agoten los generosos euros imperiales.
Según el mandato de la propaganda y tal como vende la publicidad, a pesar de la carga de la Deuda y de la inmigración, España sigue bien. Es eso lo único que importa, pese a que el barco navegue lentamente acusando el lastre de una y otra, entre otras cargas. Hay pruebas de ello, por ejemplo, mejora el empleo, se consume más, el dinero circula con fluidez, se venden muebles e inmuebles, el turismo prospera, el Ibex 35 muestra solidez -a la baja-, … y la bandera española ondea en la sede del imperio europeo. No parece que tenga mayor importancia ni la carga de la Deuda ni la inmigración para quien no quiera ver sus costes. Sería de lamentar que se estuviera generando una realidad totalmente ficticia por los que pretenden hacer negocio con las nuevas creencias, destinadas a desviar la atención de los ciudadanos de los verdaderos problemas. Pero como hablando de soluciones, resulta que nadie quiere adoptarlas, porque cada cual va bien en su vehículo motorizado, se considera preferible dejar las cosas como están para que todo siga igual de bien.
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