El neoliberalismo es una construcción hegemónica en múltiples ámbitos de la vida, también en la economía. Cuando se habla de deuda, ésta sólo puede ser de un de color. La deuda está condenada a ser circunscrita a lo financiero. La deuda sólo puede ser aquella que poseen los acreedores internacionales y que debe cobrarse aunque […]
El neoliberalismo es una construcción hegemónica en múltiples ámbitos de la vida, también en la economía. Cuando se habla de deuda, ésta sólo puede ser de un de color. La deuda está condenada a ser circunscrita a lo financiero. La deuda sólo puede ser aquella que poseen los acreedores internacionales y que debe cobrarse aunque sea menoscabando a las grandes mayorías. La deuda privada ha de pagarse aunque sea a costa de más deuda social. Para la integración neoliberal de Unión Europea, y para su instrumento bipartidista en buena parte de la periferia, la deuda social no tiene ni por asomo la misma importancia que lo adeudado a buena parte de la oligarquía financiera. La deuda social, no importa, no existe, no precisa ser saldada.
En España, antes que llegara esa tormenta llamada crisis, la deuda era mayoritariamente privada. El modelo económico elegido por el bipartidismo español, por ejemplo en el periodo 1998-2007, se dedicó a crecer en base a una deuda privada exacerbada, y a una política presupuestaria que priorizaba el pago a los acreedores privados de toda tenencia de deuda pública. Es así como se obtiene, en el año 2007, una deuda pública española del 36% del PIB. Por el contrario, la deuda privada española crecía del 100% al 200% en menos de ocho años, alcanzando así el oro olímpico como velocista de deuda privada, muy por encima del medallista dominante en estos avatares, Estados Unidos, que para conseguir esa marca necesitó 22 años. Ser campeón en esta modalidad requiere jugadores con mucho entrenamiento, pero esencialmente, exige que haya árbitros y jueces que toleren e incluso premien estas prácticas de crear riqueza ficticia en base a pilares crediticios insostenibles. La deuda privada no es per se el problema, sino cómo se usa, y cómo se puede crear (y distribuir) riqueza real, permitiendo a su vez ir pagándola sin necesidad de endeudarse socialmente.
La política económica, pactada por el régimen bipartidista español, se basaba -en resumidas cuentas- en una triada neoliberal: a) esta financiarización de la economía sin base productiva que hacía aumentar el PIB gracias a la burbuja inmobiliaria y financiera sin cambiar la base estrecha de la economía (el turismo), b) mínimo gasto social (de los más bajo de la UE) para conformar un estado de bienestar aparente, y c) política tributaria que exonera a las grandes fortunas, recauda a partir de las clases medias, y realza la imposición indirecta condenando a las clases más populares a mayor sacrificio tributario. El resultado es de conocimiento de todos. La fiesta duró lo que el capital financiero de los países centrales europeos habían decidido que dure. La deuda privada era excesivamente alta, sin capacidad de generar ingresos para su propio pago, y entonces, comenzó a tambalear la arquitectura que sostiene las ganancias de la oligarquía financiera mundial. Durante esos años, nadie de la super-estructura hegemónica se preocupó por ningún ratio acerca de la deuda privada. Los criterios de convergencia de la UE eran nominales, nunca reales; y dentro de éstos, sólo se atendía a la deuda pública. Jamás a la deuda privada. Mucho menos a la deuda social. Ni el Banco Central Europeo, ni FMI, ni Comisión Europea, ni gobierno español, se llamara Partido Socialista o Partido Popular, nadie, absolutamente nadie, se dedicó a poner restricciones en el endeudamiento privado en España. La sacrosanta economía de mercado se regula así mismo con manos cada vez más invisibles, no necesita nadie que le diga nada acerca de cuánto o cómo debe endeudarse. Lo público, ya es otra cosa. Mejor pongamos un ratio por si acaso. Y de deuda social, mejor ni hablar aunque sea la propia constitución liberal del 78, la pactada en la transición hacia una democracia coartada, la que diga en su artículo 1, literalmente que «los problemas sociales deben ser resueltos por el Estado». No obstante, la deuda privada tampoco es mayoritariamente de las familias como se suele afirmar intencionadamente para culpabilizar a éstas del mal de todos los males. Tres cuartas partes de la deuda privada pertenece a muy pocas empresas (menos del 1% tiene el 95% de la misma).
He aquí cuando el neoliberalismo usa el sector público. Porque es enfáticamente mentira que el neoliberalismo haya hecho desaparecer lo público, ni haya desregulado. Las políticas neoliberales privatizaron todo lo rentable, y proponen un sector público corporativo que salve a algunos poderes económicos cuando las vacas comiencen a ser flacas. No titubea en regular a favor de la gran minoría, y en este caso, conformó grandes autopistas que disfrazaban a la deuda privada como pública. A veces, disimuladamente con ayudas y subvenciones o exenciones. Otras veces, por vía directa, con salvataje bancario que garantiza con deuda pública el saneamiento de los activos tóxicos que no podían sostener la deuda privada. Así, en pocos años, después de una suerte de keynesianismo regresivo, o dicho de otro modo, un intervencionismo corporativo a favor de una minoría, la deuda pública crece y crece y sigue creciendo. Y en sólo cuatro años, se duplica, ya pasa a estar por encima del 80% del PIB, superando así los ratios establecidos por el mismo poder económico. La deuda privada procura seguir pasando desapercibida, y si alguien dice algo, lo más cómodo: la culpa es de las familias.
Los poderes económicos ordenan una transición para España donde el centro del huracán es la deuda pública. La privada no interesa porque es culpa de ellos mismos. Y la social, menos porque es la que padece las grandes mayorías. La única prioridad es pagar la deuda pública que además está en manos de esa gran banca europea. De nuevo, el FMI, el dependiente Banco Central Europeo, los tecnócratas, toda la plutocracia y el gobierno español, centran toda su atención en esta deuda, como si la deuda social no tuviera ninguna importancia para la gran mayoría. ¿Qué carajo importa la deuda laboral, la deuda habitacional, la deuda sanitaria, la deuda educativa, o la deuda histórica del franquismo?
Ecuador mostró otro camino. Lo primero fue la decisión política de revisar otra decisión política, no técnica: contratar deuda ilegítimamente. Se optó por saldar la legitima, la deuda social. La pobreza se redujo, las desigualdades, el desempleo, el subempleo sigue siendo alto pero también disminuyó. Todavía resta mucho para cambiar el régimen de acumulación hacia otro más distributivo, pero el camino queda mucho más allanado cuando las necesidades inmediatas se van resolviendo. La deuda pública también se redujo pero con una estrategia más digna e inteligente. La amenaza creíble de no pagar deuda ilegítima provocó que los cobardes acreedores aceptaran un pago por el 30% de su valor inicial (ilegitimo). La deuda pública se fue pagando, pero la deuda social ha sido el eje de una nueva manera de hacer política. Esto, que parece tan complicado, sólo se consigue si las mayorías deciden hacerlo. Esto es la política.
Doctor en Economía, Coordinador América Latina Fundación CEPS. (@alfreserramanci)
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