Ayer se celebró en España y dependencias de ultramar el anacrónico Día de la Raza, también llamado, de manera ultrajante, Día de la Hispanidad. El gobierno de Rodríguez Zapatero ya debiera estar estudiando la manera en que debe modificar este legado fascista y convertirlo en una auténtica fiesta de reconciliación y amistad. ¿De qué raza […]
Ayer se celebró en España y dependencias de ultramar el anacrónico Día de la Raza, también llamado, de manera ultrajante, Día de la Hispanidad. El gobierno de Rodríguez Zapatero ya debiera estar estudiando la manera en que debe modificar este legado fascista y convertirlo en una auténtica fiesta de reconciliación y amistad. ¿De qué raza hablamos? En un mundo donde las migraciones, la mezcla de biotipos y la composición heterogénea del componente humano nos hace a todos mestizos ¿cómo es posible hablar de raza a estas alturas? Así se llamaba un filme del cual se dice Franco fue autor del guión. Raza era el emblema de lo castizo, de lo tradicional. Igualmente errónea es esa denominación de Día de la Hispanidad. ¿Es que los aborígenes americanos no existían? Cuando se habla del Descubrimiento de América, ¿no estamos suponiendo que los noventa millones de incas, mayas, aztecas, araucanos y guaraníes estaban ausentes, no sabían dónde vivían? Cuando los españoles llegaron a América no encontraron un erial en el Nuevo Mundo. En Europa no existía ninguna ciudad de las dimensiones de Tenochtitlán, que era cinco veces mayor que Madrid. Los aztecas contaban con una desarrollada red educacional; sus tierras estaban extensamente cultivadas y poseían una eficaz red de regadío. Los europeos no disponían de ninguna organización político estatal como la Gran Confederación de Anáhuac. Los avances científicos de los mayas fueron causa del asombro de los recién llegados, tales como el uso de la bóveda en las construcciones, la adopción del concepto matemático del cero y las cuidadosas observaciones astronómicas que establecieron las fases del sol, de la luna y la cadencia de los eclipses. Su calendario de dieciocho meses era más exacto que el europeo. La avanzada organización política de los incas y su compleja seguridad social, contaba con el módulo contable de los quipús. Disponían, además, de un imperio unido, un avanzadísimo sistema de comunicaciones y una lengua, el quéchua, que enseñaban metodológicamente para mantener la cohesión nacional. Los incas practicaban la tolerancia religiosa. Los aztecas también avanzaron en las observaciones astronómicas, e igual que los mayas disponían de un calendario así como un sistema numérico vigesimal. Todos los pueblos americanos contaban con avanzadas arquitectura, danza, escultura, orfebrería. Todos poseían un complejo panteón de deidades y monumentales centros ceremoniales. Todos contaban con inmensas ciudades que disponían de imponentes templos, plazas y palacios. Los europeos venían con el hierro y la pólvora, la rueda y el arado pero también traían el tracoma, el tifus y la lepra. Fue la viruela quien primero se encargó de despoblar América: la mitad de la población aborigen murió por su causa.
Siglo y medio después solamente quedaban tres millones y medio de los noventa millones de habitantes originales. La colonización asumió la forma de un inmenso saqueo indiscriminado. En siglo y medio se exportaron a España 185 toneladas de oro y 16 mil toneladas de plata, el triple de todas las existencias previas de metal precioso en Europa. Surgieron los bancos de Amberes, Lyon, Amsterdam, Francfort, Sevilla. En 1573 Potosí, centro de la extracción argentífera, tenía la misma población que Londres. Las encomiendas, las mitas, las estancias, la plantación y el esclavismo fueron las formas asumidas por la explotación que abrumó de impuestos y estimuló la depredación colonial. A la explotación económica se unieron las masacres y los genocidios. Pero los españoles no fueron los únicos en emplear esa crueldad gratuita. Desde 1860 hasta el 90 los estadounidenses realizaron un planificado genocidio de los aborígenes americanos. Empezando con los Navajos hasta concluir en el exterminio de los Sioux, en la masacre de Wounded Knee.
En la América hispana fue Fray Bartolomé de las Casas quien relató los excesos e intentó conmover a la corona española. A los indios se les mantenía en la ignorancia y la servidumbre, se le envilecía moralmente, le embrutecían con el alcohol, le lanzaban a destruirse entre sí en espantosas guerras civiles y se les exterminaba en cacerías humanas. Muchos intelectuales latinoamericanos: Asturias, Arguedas, Mariátegui han comprendido este menoscabo de las culturas americanas y han defendido la noble tradición que fue atropellada por el expansionismo europeo. José Martí se lamentaba de «nuestras repúblicas dolorosas de América, levantadas entre las masas mudas de indios, al ruido de pelea del libro con el cirial».
La unificación de dos mundos que se desconocían entre sí significó la destrucción violenta de una civilización por otra. España actuó, como las demás potencias europeas, con absoluto desdén por la compasión humana. El proyecto de conquista a sangre y fuego era parte de las normas usuales en un mundo que emergía de la barbarie. Estos cruentos antecedentes explican porqué el supuesto Día de la Raza es un día de duelo y aflicción.