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El papel de los movimientos sociales en los procesos de transformación latinoamericanos

Dialogar con gobiernos y entre nosotros mismos

Fuentes: Rebelión

Una vez que comienzan a producirse en nuestra región procesos transformadores con la llegada al gobierno de expresiones que, en mayor o menor grado, con mayor o menor radicalidad, toman distancia de las prácticas neoliberales que campearon en las últimas décadas, gerenciadas por la política hegemónica de los Estados Unidos, organizaciones y movimientos sociales en […]


Una vez que comienzan a producirse en nuestra región procesos transformadores con la llegada al gobierno de expresiones que, en mayor o menor grado, con mayor o menor radicalidad, toman distancia de las prácticas neoliberales que campearon en las últimas décadas, gerenciadas por la política hegemónica de los Estados Unidos, organizaciones y movimientos sociales en general comienzan a sentir identificación y necesidad de dialogar e intercambiar con dichos procesos.

Es así que se promueven desde los movimientos sociales diversos momentos de convergencia y encuentros con los nuevos gobiernos en variados escenarios, particularmente en aquellos donde se hacen coincidir la presencia de eventos gubernamentales con eventos de luchas sociales, tales como los Foro Social Mundial y las diversas Cumbres de Jefes de Estado, todo ello en la intención, de expresar la coincidencia de objetivos de lucha, las aún presentes contradicciones, el reconocimiento y apoyo a dichos procesos transformadores y encontrar las vías y métodos para encaminar acciones conjuntas en la lucha antineoliberal.

No pocas acciones se han desarrollado. Recordemos las ediciones del Foro Social Mundial en Porto Alegre y Caracas, la Cumbre de las Americas en Mar del Plata, las Cumbre Unión Europea-América Latina en Viena y Lima, la Cumbre de los Pueblos en Cochabamba, Cumbres de MERCOSUR, Cumbres del ALBA, los Encuentros Hemisféricos contra el ALCA, etc. En las que se han encontrado los momentos para hacer conocer el criterio de los movimientos sociales sobre temas de interés común a los Jefes de Estado y, a la vez, escucharles dirigirse directamente a las organizaciones sociales y los pueblos, muchas veces sin mediar una agenda común para un verdadero dialogo, primando mayoritariamente el sentido de encuentro, lo cual no resta meritos a la utilidad de los mismos.

Es reconocible el valor de dichos encuentros por lo políticamente novedosos que resultan en las practicas de luchas de los movimientos sociales, por la posibilidad de mostrar a los gobiernos la diversidad y amplia existencia de expresiones sociales en lucha, por la oportunidad de hacer oír nuestra voz en escenarios de gran impacto mediático, y por facilitar el reconocimiento mutuo en la coincidencia de los objetivos de luchas y aspiraciones.

Dichos encuentros han contado con la intencionalidad de generar un espacio de dialogo con aquellos gobiernos de la región que han marcado distancia de las prácticas neoliberales habituales, sin detenernos en calificar los procesos internos por su profundidad y alcance transformador y superando las visiones y contradicciones internas que puedan existir en unos y otros, potenciando el reconocimiento a la identificación de voluntades, intereses y acciones comunes, donde hemos intentado encaminar una relación franca, constructiva, directa, participativa y políticamente coincidente, de manera que desde nuestra perspectiva, podamos aportar la experiencia de lucha acumulada, brindar nuestras capacidades movilizadoras a favor de dichos procesos transformadores y acompañarlos en el duro camino de su consolidación, y a la vez recibir de ellos el reconocimiento y apoyo político necesario, así como la posibilidad de ser actores directos de los mismos, de manera que exista un beneficio mutuo en dicha relación. Todo ello teniendo como premisa fundamental el desarrollo de políticas basadas en la justicia social e igualdad para hombres y mujeres en beneficio de nuestros pueblos.

Tomemos en cuenta que no pocos de esos procesos transformadores que hoy se operan en la región con la llegada al gobierno de figuras y movimientos afines, han sido posibles también, gracias a la contribución y apoyo de los movimientos sociales y hasta fruto directo de sus propias luchas.

Lo positivo de este escenario de encuentros, no implica admitir que exista total satisfacción por parte de las organizaciones y movimientos sociales.

Nuestras insatisfacciones en materia de las iniciativas de encuentro con los gobiernos radican, en primer lugar, en su propio origen. En la casi totalidad de los casos, la iniciativa ha surgido desde la voluntad de los movimientos sociales y no así de la acción e interés de los gobiernos por dialogar con éstos, aún cuando debemos partir de reconocer que el sólo hecho de acceder a estos encuentros es en si mismo una etapa superior en las relaciones políticas gobiernos-movimientos sociales, pero igualmente cierto es el hecho de que la propia decisión y selección de a quiénes convocar, ha generado y genera debates internos entre nuestras organizaciones y movimientos sociales, lo cual expresa aún un no homogéneo consenso al respecto, quedando demostrado un determinado posicionamiento político con el cual se identifican algunas organizaciones sociales.

Por otra parte, dichos encuentros se han venido realizando teniendo como escenarios eventos sociales paralelos a similares de carácter oficial, lo cual siempre genera tensiones organizativas y condicionantes de tiempo.

La decisión de desarrollar encuentros con Presidentes está asociada, de una parte, al manejo del criterio que sobre la autonomía de los movimientos sociales se tiene por parte de algunos, especialmente cuado se asocia la misma con una necesaria y permanente divergencia y oposición a los gobiernos, lo cual resulta una interpretación errónea del criterio de autonomía.

¿Qué significa para algunos esa defendida autonomía? Significa poner en dudas la autenticidad de los gobiernos desde el punto de vista de su coherencia absoluta con las prácticas de justicia social, significa cautela ante la radicalidad de determinados procesos de transformación social, dado ello por la incapacidad de comprender la necesaria ruptura de los mismos con los viejos códigos y prácticas desarrolladas dentro del sistema capitalista actual, con independencia al grado y alcance de dicha ruptura, significa sobrevalorar las posibilidades y capacidades propias de las organizaciones y movimientos sociales como autores transformadores reales, sin tener en cuenta la falta de cohesión y articulación que aún prevalece entre nosotros mismos, donde muchos son dados a diagnosticar las coyunturas, pero pocos aportan en materia de alternativas concretas para coadyuvar a las transformaciones reales y necesarias desde un proyecto concreto de toma y construcción del poder político, significa por tanto, una limitada visión política ante una realidad distinta que se va imponiendo en momentos en que colapsa el modelo neoliberal que ha venido señalizando el sistema capitalista en las ultimas décadas y que a su vez es expresión de una toma de conciencia social diferente por parte de los pueblos urgidos de dichos cambios.

La selección de a quiénes convocar transita por un posicionamiento fundamentado en identidades políticas, desconociendo las posibilidades de la coincidencia en objetivos e intereses comunes, donde organizaciones y movimientos sociales pueden actuar desde sus propias perspectivas sin desmedro de sus propias prácticas y tradiciones, convirtiéndose en acompañantes de dichos procesos y sabiendo aprovechar los valores positivos de dichos procesos de cambio, más cuando algunos de dichos procesos de cambios, son frutos de nuestras propias luchas.

En resumen, el asunto radica en una real visión de intereses políticos. Entonces preguntémonos, ¿Necesitamos los procesos de cambios? Seguramente nadie pondrá en duda que SI los necesitamos. Por ello se ha luchado y lucha. ¿Estamos preparados para ellos? Para algunos aún no se está en condiciones o no interesa entender el fenómeno en su justa dimensión. ¿Estamos en capacidad de superar esa incomprensión y entender el escenario que tenemos por delante y nuestro papel dentro del mismo? He ahí donde radica la esencia del necesario debate político que debemos darnos, y ello será posible en la medida en que los movimientos sociales reales[1] asumamos con mayor determinación las identidades políticas con dichos procesos y nos despojemos de cierta falsa auto-autenticidad, disponiéndonos a ser acompañantes activos y creadores y no sólo críticos y cuestionadotes de los mismos, aunque ello, de manera constructiva, también es expresión de valiosas contribuciones democráticas.

Los movimientos que algunos llaman antisistémicos, por tener una perspectiva de lucha radical frente a la hegemonía capitalista, de sus relaciones de explotación y opresión y sus lógicas discriminatorias y depredadoras, constituyen referentes de sentido para los gobiernos que avanzan por la senda del posneoliberalismo y que adelantan visiones de ordenamiento socialista en las nuevas condiciones históricas. Gobiernos populares y movimientos sociales se deben complementar y articular en el plano social-político, aprender mutuamente en las experiencias de resistencia y lucha conjuntas frente a los enemigos externos (imperialismo) e internos (oligarquías desalojadas el poder) de esas alternativas de cambio en la región. Pero es necesario construir entre ambos polos de esta relación (Gobiernos-movimientos sociales) un diálogo no coyuntural, sino histórico que exprese lo común de ambas voluntades e identifique con transparencia y honestidad las contradicciones que aún subsisten y los modos diversos de entenderlas y solucionarlas. Para ello se necesita un salto hacia una noción de autonomía que incorpore la hegemonía, como integralidad de las luchas sociales, políticas y culturales a favor de los pueblos. Se trata de un aprendizaje político, de un proyecto compartido que nos rebasa a ambas expresiones en la perspectiva histórica[2].

Lo cierto es que cualitativamente ese dialogo no se ha logrado establecer cabalmente.

Entre los factores que pueden haber estado incidiendo en ello se cuentan, las complejidades organizativas previas y durante el momento de dichos encuentros, las lógicas complejidades e improntas de las agendas de los Presidentes en los espacios oficiales en que participan y en las suyas propias, el no contar con interlocutores directos desde los movimientos sociales con los gobiernos, tanto a lo interno de cada país como en el ámbito subregional y regional, lo que en consecuencia limita la posibilidad de concertar agendas previas y comunes. En este ultimo sentido, llama la atención que en la mayoría de los países donde se han venido operando transformaciones, con mayor o menor grado de profundización y radicalidad, los movimientos sociales no se encuentran suficientemente involucrados en las mismas, faltando de una parte, el interés desde los gobiernos por dotarse de una estructura de participación social que tome en cuenta a dichos movimientos sociales lo suficientemente activa y participativa y de otra, los movimientos sociales han carecido en muchos casos de la suficiente capacidad para demostrar una voluntad política hacia el mayor compromiso y acompañamiento a estos procesos, atravesado ello por las diferencias políticas internas, afán de protagonismo y limitadas visiones políticas del alcance de dichas transformaciones y el justo papel que le ha de corresponder jugar a los mismos. Existiendo por tanto, un divorcio, o en el mejor de los casos, una distancia entre ambos espacios de la estructura social de estos países, lo cual resulta en algunos casos incomprensible, toda vez que como ya se ha dicho, en no pocos casos esos gobiernos son fruto de las luchas e identidades de los movimientos sociales y en la generalidad, la tendencia de esas transformaciones apuntan hacia la satisfacción de las exigencias de los movimientos sociales en defensa de los interese de sus pueblos.

Nos estamos perdiendo la oportunidad histórica de ser contribuyente y participantes activos de esto procesos de transformaciones políticas, económicas y sociales, más cuando en las actuales circunstancias, asistimos a un momento de necesaria acumulación de fuerzas e identidades que contribuyan al sostenimiento político de las mismas y creen las condiciones para instalar la necesaria cultura política que favorezca la formación de un nuevo orden mundial.

¿Qué hacer?

Debemos partir del hecho que cada uno de estos procesos transformadores que se operan en la región, tienen sus propias características, fruto de múltiples factores como: su acumulado histórico, sus luchas, su cultura política, sus posibilidades económicas, etc, lo cual le imprimen un determinado grado de autenticidad particular.

Es por ello que no podrán existir fórmulas únicas para encontrar la solución a las angustian que nos aquejan. Para ello ha de tenerse en cuantas dichas propias características y posibilidades, entendiendo que existe un denominador común: asistimos a procesos de transformaciones más revolucionario unos que otros, pero de transformaciones reales, que los apartan o hacen tomar distancia del agotado modelo neoliberal, enrumbando incluso algunos hacia procesos de construcción socialista con códigos propios como opción alternativa más clara y viable.

Un factor que ha venido caracterizando a estos procesos es la voluntad política demostrada hacia una integración de nuevo tipo.

Este nuevo estilo de integración tiene su figura emblemática en el ALBA[3], si bien dicha iniciativa y todos los esfuerzos que bajo sus principios se llevan a cabo en materia de integración regional puede no resultar totalmente acabados y perfectos, lo cierto es que hasta ahora es la única expresión integradora capaz de demostrar resultados concretos y con marcados beneficios económicos y sociales.

Su sentido novedoso está marcado por el hecho de la autenticidad latinoamericana, sin mediación de los tradicionales círculos de poder económicos y financieros al servicio del imperialismo, igualmente se inscribe la flexibilidad política para la participación de los países, siendo posible su adhesión total o parcial, y sin condicionalidad alguna, según las necesidades e intereses, estando presente en primer lugar, la voluntad política de los gobiernos por encontrar soluciones a sus problemas fundamentales, en beneficio para sus pueblos.

Aún conociendo de la existencia de algunas experiencias de participación directa con organizaciones sociales en proyectos inscriptos bajo la óptica del ALBA, así como algún que otro esfuerzo por dotarla de la participación de los movimientos sociales directamente, lamentablemente el ALBA carece de un espacio y oportunidad de participación de los tantos actores sociales que reconocen sus virtudes e interesan acompañarla y acompañan en su perspectiva política.

Si bien el ALBA ha sido, es y perspectivamente ha de ser una opción viable para demostrar las potencialidades de esa nueva conceptualización de la integración, se han venido desarrollando otras expresiones con base en la autonomía de los países de la región latinoamericana, como por ejemplo, la naciente (UNASUR)[4].

Más allá de las dudas, críticas y expectativas que ha generado el surgimiento de UNASUR en los movimientos sociales, existe un reconocimiento a sus virtudes e importancia política y estratégica, especialmente en la actual coyuntura de crisis generalizada provocada por los gendarmes de sistema capitalista y cuyo impacto ha de sentirse con mayor intensidad, tarde o temprano, en nuestra región, significando las mismas, nichos de respuesta que permiten hacerle frente a la misma, más si tomamos en cuenta el grado de vulnerabilidad económica de la gran mayoría de las economías en nuestra región

Es por ello que para los movimientos sociales resulta imperioso continuar insistiendo en ganar un espacio en esta nueva voluntad integradora, donde, con identidad propia, se compartan objetivos comunes, con expreso compromiso de acompañamiento político, con presencia en las diversas estructuras orgánicas, con participación en la toma de decisiones, y formando parte de los beneficiarios directos de sus resultados y todo ello en franco y abierto dialogo con los gobiernos, con respeto a la perspectiva e identidad política de cada cual, sin implicaciones de subordinación a las decisiones y prácticas gubernamentales.

Dicho dialogo, que ha de trascender el ámbito de la integración para convertirse en un verdadero dialogo político, ha de darse entre iguales, toda vez que dichos gobiernos tiene el deber de ser representantes de sus pueblos y estos tienen el derecho a hacerse representar por sus organizaciones sociales.

Para el dialogo se necesita de construir y concertar agendas comunes, las que permitan establecer estrategias de trabajo conjuntas en la dura batalla frente a las políticas imperiales, disponiendo para ello del potencial político, académico, cultural y social presente en nuestros pueblos, contando con la sabiduría propia acumulada en los movimientos sociales y con el concurso de la intelectualidad y academia que le acompaña.

Para un dialogo efectivo se necesita compartir información con los gobiernos, permitiéndose la construcción de posiciones estratégicas comunes, ello como expresión de fortaleza democrática en los procesos transformadores.

Se necesita igualmente generar espacios de reflexión propios y comunes desde los movimientos sociales, donde sea posible enviar a los pueblos claras señales de los rumbos y prácticas que serán asumidas, sus alcances y beneficios y donde los pueblos puedan verter sus experiencias y aspiraciones.

Se necesita transparencia y capacidad política para enfrentar las divergencias y superar las que sean posibles, así como, aún ante la existencia de discrepancias, continuar avanzando a favor de la unidad de criterios desde la propia diversidad de visiones y posiciones, tomando en cuenta que por encima de los criterios y posibilidades particulares, está el valor potencial del beneficio social y económico para los pueblos.

Dialogar con los gobiernos que han emprendido o emprenden los procesos transformadores que necesitan nuestros pueblos, no implica hacerlo desde el antagonismo, significa, en primer lugar, asumir una postura política constructiva ante los mismos y los procesos transformadores emprendidos, de ahí que resulta positivo hacerlo con identidad propia, poniendo en la balanza lo positivo de dichos procesos y dando una moratoria a las diferencias que puedan estar presentes.

Seamos exigentes con nuestras demandas y a la vez tolerantes con las imposibilidades e incapacidades que signan los ritmos transformadores, ello expresa el sentido constructivo de nuestra lucha permanente, de manera que nuestro reto es conseguir hacernos protagonistas reales de dichos procesos y en consecuencia, estaremos en mejores condiciones de influir en los mismos y llevarlos al punto máximo de nuestras aspiraciones. Es en nuestra región donde mejores condiciones existen para demostrar las posibilidades de hacer realidad ese «Otro Mundo Posible».

Un buen ejemplo de las posibilidades que se nos abren por delante está en el reciente encuentro con mandatarios realizado en ocasión del VIII Foro Social Mundial en Belem, Brasil, donde presidentes de 4 países, de esos mismo que hoy emprenden y desarrollan procesos transformadores en la región, concurrieron a la cita convocada exclusivamente por los movimientos sociales y de conjunto desarrollaron, lo que hasta ahora puede parecerse más a un verdadero dialogo. Allí, teniendo como tema central la actual coyuntura de crisis global, los mandatarios conocieron de las posiciones de los movimientos sociales frente a dicha coyuntura y del decursar de sus luchas, escucharon sus demandas y fueron compulsados a sostener y avanzar en sus quehaceres políticos, económicos y sociales en favor de nuestros pueblos. Igualmente los movimientos sociales recibieron de los mandatarios, sus expectativas, visiones y compromisos para hacer común el enfrentamiento y superación de la actual coyuntura. Quizás la aspiraron fuera mayor, pero es innegable que en materia de dialogo se avanzó con respecto a ocasiones anteriores.

Pero no todo hay que dejarlo a la voluntad de los gobiernos para tomarnos en cuenta, hay que conquistarlo, demostrando nuestra voluntad política por hacer a favor de dichos procesos y ello implica igualmente resolver nuestras propias diferencias, las que en ocasiones, están marcadas por intereses particulares de protagonismo, aspiraciones de poder e incapacidad política. Lo importante no es quién resulta más visible, sino cuánto contribuimos, con modestia y entrega a la causa transformadora, despojándonos de los viejos vicios que se han entronizado en muchas de las organizaciones sociales.

Para ello se hace indispensable abrir nuestros propios debates en torno al papel que debemos jugar en cada etapa del desarrollo de dichos procesos y entender QUÉ hacer en cada momento para lograr el objetivo propuesto y CÓMO hacerlo una vez conseguido el mismo. En ello radica el principio de lo táctico y lo estratégico que nos debe asistir en las actuales condiciones del desarrollo económico, político y social, tomando en cuenta que, por encima de cualquier interés propio, sectorial, local o de otra índole, está la obra a construir una sociedad más justa y equitativa.

Debemos cuidar no terminar haciéndole el juego al imperio en su afán de mantenernos fracturados y disminuidos a partir de sus «cantos de sirenas», cuando pretender organizar y hasta construir una «sociedad civil» a su servicio, a la que sólo le ofrece una pocas migajas, muchas veces acaparadas de manera individual o simplemente ubicándonos en la dirección contraria al curso de dichos procesos transformadores, para así utilizarnos en sus pretensiones de destruirlos en aras de mantener sus hegemonismo.

Los tiempos han cambiado y están cambiando y nuestra región ha dado la clarinada en ese sentido. Seamos consecuentes con los tiempos que vivimos y alcémonos a la altura de ellos. Los pueblos y la historia, nos lo reconocerá.

Hoy, cuando a todas luces, el camino de la integración parece ser el contrapeso viable para enfrentar los impactos de la crisis, utilicémoslo para enrumbar nuestras voluntades de participación social, en dialogo franco y abierto con quienes impulsan objetivos comunes a los nuestros.

Marzo-2009

[1] Movimientos Sociales reales: entendido por aquellos que tienen bases orgánicas y capacidad de movilización propia.

[2] Contribución del Dr. Gilberto Valdés. Grupo GALFISA. Instituto de Filosofía del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente. Cuba, marzo 2009.

[3] ALBA: Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América.

[4] UNASUR: Unión de Naciones Sudamericanas.

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José Miguel Hernández es funcionario del Dpto. de Relaciones Internacionales de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), Coordinación Comité Cubano del Foro Social Mundial (CC-FSM) y del Capítulo Cubano de la Alianza Social Continental (CC-ASC)