La crisis mundial también había afectado mis menguadas finanzas. Los tiempos de bonanza parecían haber pasado a la historia y, cada vez más, llegar a fin de mes era toda una odisea. Los elegantes juegos de cuchillos que años atrás te obsequiaba cualquier periódico junto con el suplemento dominical, ahora debía comprarlos a precios prohibitivos […]
La crisis mundial también había afectado mis menguadas finanzas. Los tiempos de bonanza parecían haber pasado a la historia y, cada vez más, llegar a fin de mes era toda una odisea.
Los elegantes juegos de cuchillos que años atrás te obsequiaba cualquier periódico junto con el suplemento dominical, ahora debía comprarlos a precios prohibitivos en las ferreterías. Los punzones de distintos calibres, finas cuchillas, navajas y puñales que en el pasado te regalaran los bancos al hacer cualquier depósito, en la actualidad sólo era posible conseguirlos en ciertos supermercados, a un costo desorbitado y no siempre de buena calidad. Hasta me había visto en la necesidad de tener que empeñar mi bisturí para hacer frente a algunos pagos.
En semejante situación, era consciente de que tenía que buscar fuentes alternativas de financiamiento. Y en ello estaba cuando, leyendo la prensa, me encontré con una noticia que, inmediatamente, me dio una idea genial para reestructurar mi política de ingresos.
En Fuerteventura, Canarias, el ejército español había celebrado una jornada de puertas abiertas con escolares de la región para que los niños visitaran sus cuarteles y, por un día, pudieran experimentar las gozosas sensaciones de tener entre sus manos fusiles de asalto, bombas, pistolas, toda clase de armas. Las fotografías que completaban el reportaje mostraban a los menores maquillados con pinturas de guerra, provistos de uniformes y cascos, subiendo y bajando de tanques, en posición de combate, baja la atenta mirada de instructores militares, y todo en un ambiente de cordial camaradería que, sin duda, hizo de esa jornada un día inolvidable para niños y soldados.
La lúdica actividad había contado con los auspicios de importantes empresas, como Pepsi Cola, El Corte Inglés, MAPFRE y la propia Cámara de Comercio canaria. Por otra parte, ni era la primera jornada de ese tipo ni iba a ser la última.
No lo dudé un momento y me puse manos a la obra. Yo también podía hacer lo mismo. Yo también podía organizar un pasadía en mi propia casa a la que invitar a los colegios para que sus alumnos disfrutaran de una amena jornada practicando, cuchillo en mano, esos juegos prohibidos por los tantos imbéciles santones empeñados en alejar a los niños de las armas y que todas las navidades insisten en que no se les regalen pistolas o juguetes bélicos, cuando son, precisamente, los más apetecibles.
Hasta compré con mis últimos ahorros una docena de peluches para que pudieran los niños practicar cortes de cuello y destripamientos, así como algunos trajes para sus tallas, semejantes a los que yo he venido usando, y negras chisteras y bombines que completaran sus atuendos.
Me dirigí también a esas mismas empresas para que valorasen mi iniciativa y la subvencionaran.
Y he aquí que, increíblemente, cuando ya lo tenía todo dispuesto, me contestan esas empresas que, lamentablemente, no van a poder atender mi demanda so pretexto de que ellas están por deslegitimar la violencia y no les parece adecuada mi genial idea.
Y me pregunto ¿es justo que el Estado monopolice la recreación bélica? ¿Por qué no se privatizan las jornadas armadas de puertas abiertas de manera que profesionales como yo podamos irrumpir en este negocio?
Hace apenas tres años, en un cuartel de Zaragoza y en otra jornada semejante, un militar resultó muerto y 11 escolares heridos, alguno de extrema gravedad, al volcar un vehículo blindado en el que se divertían. Y no obstante esos antecedentes, que tampoco son los únicos, han prohibido las autoridades que siguieran repitiéndose tan festivos encuentros. ¿Por qué entonces a mi se me niega el derecho de ofrecerles a los niños las sanas jornadas que me propongo, los campamentos que he dispuesto para su solaz esparcimiento? ¿Por qué?