La primera prueba de su existencia la tuve hace algunos años, cuando Fidel Castro enfermó y, en Miami, la gusanera salió a la calle festejando la grave dolencia del dirigente cubano y celebrando anticipadamente su muerte a la espera de que Dios la complaciera: ¡Que muera el dictador, que muera el dictador! Y Dios los […]
La primera prueba de su existencia la tuve hace algunos años, cuando Fidel Castro enfermó y, en Miami, la gusanera salió a la calle festejando la grave dolencia del dirigente cubano y celebrando anticipadamente su muerte a la espera de que Dios la complaciera: ¡Que muera el dictador, que muera el dictador!
Y Dios los complació. Días más tarde moría Alfredo Stroessner.
No cesaron en Miami de reclamar la gracia divina, matizando, eso sí, que no era el dictador paraguayo a quien querían muerto sino al otro, al hijo puta.
Y Dios volvió a complacerlos. Días más tarde moría Pinochet.
La segunda prueba de que Dios existe la tenemos todos los años en Semana Santa, cuando la lluvia impide los cortejos de la Macarena, de las Siete Palabras o del Jesús del Gran Poder ante la desolación de nazarenos, manigueteros, pertigueros, acólitos, fariseos, palmeros, portaestandartes, flagelados, crucificados, caballería, soldados romanos y pueblo de Belén en general, turistas incluidos, que en lugar de aceptar la lluvia como penitencia y empaparse una vez al año de meas culpas, que al fin y al cabo también llovía en el Calvario, insisten en que sus oraciones sean atendidas por Dios y que el sol haga posible la indescriptible emoción contenida durante un año, ese fervor popular que levanta los pasos bajo cuyos faldones corre el aguardiente tanto como la cera por las calles.
Tan acostumbrados como están a encontrar en el buen tiempo pruebas de la voluntad divina, no entiendo porqué no se les ocurre considerar, también, como señal divina los aguaceros en esos días, porque tantas húmedas circunstancias como han venido acompañando las procesiones sólo pueden ser indicio de que Dios existe y, además, se ha cansado de que se tome su nombre en vano apelando al sabotaje del agua como forma de expresar su indignación, de que Dios no quiere penitentes descalzos ni envenenadas saetas, que no acepta que se suban los precios de las sillas y los palcos, ni la sobreventa de balcones y terrazas, o el llamado «Rito de los Caramelos» que promueven las hermandades en su página wep, que Dios ya está aburrido de tanta mojiganga y cofradía, de tanto capirote, de tanta hipocresía, de tanta vela en tan ajeno entierro, que Dios, simplemente, ya está harto de que sigan perpetuando la pasión de su hijo como turístico reclamo de vulgares mercaderes.
La tercera prueba de la existencia divina la he tenido ahora, en estos días, cuando después de anticipar más de 40 grados de infierno durante todo el día a la muchedumbre que esperaba al Papa, debiendo ser atendidos más de un centenar de peregrinos por lipotimias, ya en la noche, casi coinciden Rouco Varela, que estaba de cumpleaños, el Papa y la lluvia.
«Dios nos manda sus bendiciones en forma de lluvia» declaró el Papa debajo del paraguas para consuelo de los asistentes.
Y Dios, que también lo oyó, no quiso desmentir al Papa ni dejar sin regalo el cumpleaños del cardenal y desencadenó todas las bendiciones que le quedaban en forma de vendaval llevándose por delante el solideo papal y derribando la cruz de las JMJ.
El impresionante diluvio tumbó carpas, provocó varios heridos y creó el pánico, llegando a dañar, según leo en los medios, 600 mil hostias que habrían de engullirse al día siguiente. «Que ninguna adversidad os paralice» aún tuvo tiempo de agregar el Papa antes de interrumpir su discurso.
Y sí, Dios existe y, además de cubano, trabaja como meteorólogo
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