Recomiendo:
0

Dios, la Moral y la Religión desde una óptica marxista (y II)

Fuentes: Rebelión

«La Religión no es más que un reflejo fantástico, en las cabezas de los hombres, de los poderes externos que dominan su existencia cotidiana. Un reflejo en el cual las fuerzas terrenas cobran forma de supraterrenas». (Friedrich Engels).   De este modo, el ser humano se inventó a Dios ante la imposibilidad de comprender, no sólo […]

«La Religión no es más que un reflejo fantástico, en las cabezas de los hombres, de los poderes externos que dominan su existencia cotidiana. Un reflejo en el cual las fuerzas terrenas cobran forma de supraterrenas». (Friedrich Engels).

 
 
De este modo, el ser humano se inventó a Dios ante la imposibilidad de comprender, no sólo el mundo a su alrededor, sino también a sí mismo. Al principio fueron el sol, la lluvia, el rayo, el mar, los animales, las plantas. En última instancia la vida, y también la muerte. Seres y fenómenos que el Hombre conocía, pero cuya existencia no podía explicar. Y necesitaba una explicación… ¿Y qué mejor explicación que delegar la creación y la existencia de dichos seres y fenómenos a un ser superior? Un ser que nos había creado a todos, un ser sobrenatural, que siempre había existido, y que siempre existiría. Aquí las diferentes Religiones mantienen diferencias, pero la esencia es, en el fondo, la misma. Y el Hombre creyó que todo aquello que trascendía lo material provenía de otro sitio. La incomprensión de las profundas, complejas y numerosas interrelaciones le impidieron ver que las causas de lo inmaterial estaban, allá a lo lejos, en lo material, en la propia realidad, y no en otros mundos superiores o imaginarios.
 
Pero a medida que el Hombre evoluciona, a medida que las diferentes civilizaciones son capaces de ir explicando todos los fenómenos antes incomprensibles, la Religión va poco a poco perdiendo peso, perdiendo su radio de acción, su poderío, su razón de ser, su credibilidad. El círculo de la Religión se va quedando cada vez más pequeño. El Hombre va comprendiendo y evolucionando, y lo va haciendo, curiosamente, mucho más en el campo científico y tecnológico, que en el campo social. Avanza más en el conocimiento de su realidad, de la realidad que le rodea, que en los modos y formas de organizarse socialmente de una manera libre y justa. Y descubre que las ideas no son más que materia bajo otra forma. Energía que nace de la materia que a su vez proviene de energía. Tal vez, un ciclo infinito. Negación de la negación. Dialéctica pura. La distancia entre lo material y lo inmaterial le parecía tan grande al Hombre que se inventó un mundo irreal, inmaterial. La dialéctica materialista nos permite comprender que todo aquello abstracto, tan alejado de lo material, tan elevado por encima de él, en realidad proviene también de la propia materia.
 
El materialismo dialéctico, uno de los paradigmas del pensamiento marxista, le permite al ser humano reubicar el origen de todo aquello que él achacaba a lo divino. La ética, la moral, tienen su origen en el propio ser humano, en sus necesidades materiales. La Razón, la comprensión del mundo y de sí mismo, le permite al ser humano ir poco a poco eliminando a sus Dioses. Quitándoles responsabilidad. Restándoles funciones. Y de esta forma, los Dioses (en plural, religiones politeístas) son sustituidas por un solo Dios (en singular, religiones monoteístas). Incluso surgen religiones más evolucionadas, no teístas, que niegan u obvian a Dios, a cualquier Dios, y sólo establecen ciertas reglas de ordenación y cultivo espiritual, como el Budismo. Y mientras, en nombre de las Religiones, se van cometiendo a lo largo de la Historia los más cruentos crímenes contra la Humanidad. Algunos Imperios antiguos consideraban la tarea «evangelizadora» como una cuestión de Estado, de tal forma que emprendieron contra los «infieles» tremendas cruzadas de colonización, reconversión, muerte y destrucción. En palabras de William Howitt: «Los actos de barbarie y los inicuos ultrajes perpetrados por las razas llamadas cristianas en todas las regiones del mundo y contra todos los pueblos que pudieron subyugar, no encuentran paralelo en ninguna era de la Historia Universal y en ninguna raza, por salvaje e inculta, despiadada e impúdica que ésta fuera».
 
Campañas de imperialización y colonización que continúan hoy día, aunque más y mejor disfrazadas, bajo otros eslóganes, con otras estrategias. Lo ha expresado muy bien Moisés Rubio, cuando ha afirmado: «Hoy, como antaño, la cruz sigue acompañando a la espada en la colonización del mundo». Pero como decíamos, el ser humano necesita creer en otra vida para combatir la idea de la muerte, aunque va dejando progresivamente de necesitar a los Dioses. Pero se rebela ante la muerte. No la acepta. La muerte supone un reto demasiado complejo de explicar, y sobre todo, de aceptar. En el fondo, quien mueve los hilos es el miedo. El miedo a la muerte, a aceptar que después de la muerte no existe nada. Sólo la reconversión de la misma energía, de la misma materia. Un miedo y una cobardía que le hacen aferrarse a la explicación religiosa de la muerte, a la aceptación de otra vida distinta, superior, eterna. Dios le servía para explicar todo aquello que no comprendía, empezando por sí mismo. Pero a medida que comprende se va olvidando de Dios, Dios le va sobrando, le va siendo prescindible. A medida que la necesidad de un Dios va disminuyendo, Dios va desapareciendo. Dios no puede exterminar al Hombre, pero éste sí puede exterminar a Dios. Y ello porque, en el fondo, simplemente, Dios es un producto de la mente del Hombre.
 
Poco a poco, la ciencia va poniendo en grave peligro a Dios, porque le permite al Hombre comprender, entender y explicar los grandes fenómenos que observa. La dialéctica pone en serio peligro a Dios porque muestra su origen humano, material. El materialismo dialéctico, y todo lo que se deriva de él, finiquita a Dios, lo anula. El relativismo moral pone en serio peligro al propio Dios. Pone en serio peligro el orden establecido de las élites dominantes, que se parapeta en el orden divino y eterno. La moral burguesa (heredera de las anteriores morales oligárquicas) pretende eternizarse usando el concepto de Dios, o de cualquier sustituto absolutista que le sirva para eternizarse, como el «eterno» capitalismo. La Ilustración, en base a la cual la burguesía se emancipó respecto de la aristocracia, a su vez, pone la primera piedra para que la propia burguesía sea superada por el proletariado. La burguesía se niega a sí misma intelectualmente, frena el avance de las ideas que ella provocó, sabedora de que en sus ideas se encuentra el germen del fin de la sociedad burguesa, de cualquier sociedad basada en la explotación.
 
¿Cuál es por tanto la visión marxista de la moral y de la ética? Hay que comenzar reconociendo que el Marxismo, al negar la Religión, se convierte en el medio de que la Humanidad tome conscientemente las riendas de su propio destino. Marx intenta (y lo consigue en el campo teórico) enterrar la Religión atacándola en su propio corazón: la moral. Marx le quita el protagonismo a Dios y se lo da al Hombre. No reniega de la moral, al contrario, demuestra que la ética es posible y necesaria, pero que ésta está enraizada en la Tierra, en lo material, en lo humano, y no en el Cielo, en lo inmaterial, en lo divino. El Marxismo demuestra que no es necesario recurrir al opio del pueblo para construir una sociedad distinta, siquiera para soñarla, demostrando que, en verdad, la Religión, como tal opio, como tal droga, como tal elemento alienante, imposibilita un mundo mejor, que prescindiendo de la Religión es como realmente tenemos posibilidades de construir un mundo mejor, realizar nuestros sueños, que el paraíso es posible en la Tierra, que somos los propios seres humanos quienes debemos y podemos hacerlo, que podemos construirlo, que no es una utopía. En el Marxismo la conciencia y la materia se abrazan. La Moral y la Razón también. Y todo ello sin recurrir a los propios sueños o a las abstracciones mentales, sino partiendo de nuestra misma realidad tangible.
 
No es de extrañar, por tanto, ante estas credenciales, que el Marxismo, a lo largo de su historia, inclusive en la actualidad, haya sido sentenciado, condenado, «excomulgado» y «quemado» en la hoguera intelectual por la Iglesia más poderosa del planeta, por la más poderosa de la historia, como es la Iglesia Católica. La cruzada contra el anticomunismo es una realidad histórica. Y ha estado presente como blasón en prácticamente todas las grandes dictaduras que ha sufrido la Humanidad. Porque desde el momento en que la doctrina del Marxismo nos ofrece la liberación, la emancipación intelectual de las ataduras religiosas, de la irracionalidad de la Fe, las fuerzas de la moral dominante comienzan a actuar contra ella. De esta forma, la lucha anticomunista se ha convertido en una lucha internacional, desde todas las instancias del fascismo de todo el mundo y de toda la historia reciente, y de ahí también se deduce la complicidad de la Iglesia con todas ellas, con todos los regímenes que han implantado el totalitarismo intelectual, la instauración por la fuerza de la moral dominante. No es de extrañar que algunos de los más fieles seguidores del Marxismo, de su razón de ser, de la defensa del pobre, de la lucha contra la explotación, contra la injusticia, contra el mal, contra el sinsentido, contra el absurdo, contra la irracionalidad, hayan surgido de las capas y facciones más honestas de las Religiones. No es, por fin, casual, que la llamada Teología de la Liberación fuese rápidamente condenada por el Vaticano.
 
Tarde o temprano, el Hombre buscará inexorablemente su emancipación intelectual sobre Dios, tenderá a romper definitivamente sus ataduras para con este invento ancestral. Tenderá a explicarlo todo bajo el prisma de lo racional, tenderá a eliminar cualquier ligazón con esa moral absurda y anacrónica de la Fe. Para finalizar, vuelvo a retomar las palabras de José López: «El relativismo pone en peligro ese absolutismo, pone fecha de caducidad a la moral dominante, y por tanto, a las clases dominantes. Pero este relativismo, como todo relativismo, tiene sus límites. No se puede relativizar «ad infinitum» porque esto nos llevaría al absurdo, a contradicciones insalvables. El relativismo puede sucumbir ante él mismo si se lleva demasiado lejos. El relativismo extremo, ilimitado, posibilita el triunfo del absolutismo». Y concluye: «Aunque el hombre no pueda prescindir todavía por completo de lo absoluto, éste toma otras formas. Ya no hace falta Dios, éste puede ser sustituido por la Naturaleza, el Cosmos, la Razón, la Verdad suprema».
 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.