Si el presidente Bush quisiera bombardear a Irán «hasta llevarlos a la edad de la piedra» (como un general norteamericano propuso alguna vez durante la Guerra de Vietnam), ahora sería el momento. Con todo el mundo centrado en la Copa del Mundo, ¿quién lo notaría? El gobierno israelí lo sabe muy bien. En su lucha […]
Si el presidente Bush quisiera bombardear a Irán «hasta llevarlos a la edad de la piedra» (como un general norteamericano propuso alguna vez durante la Guerra de Vietnam), ahora sería el momento. Con todo el mundo centrado en la Copa del Mundo, ¿quién lo notaría?
El gobierno israelí lo sabe muy bien. En su lucha contra los cohetes Qassam disparados sobre el pueblo de Sderot, la Fuerza Aérea se ha despachado sin riendas. Desde el comienzo de la Copa Mundial, más de 20 palestinos, incluidos niños, jóvenes, una mujer embarazada, un médico y varios trabajadores sanitarios han sido asesinados. Parece que nadie en el mundo está prestando atención a ello. ¿Por qué debería hacerlo? Después de todo, el Mundial es más importante.
Cuando viajo de Jerusalén a Tel-Aviv, generalmente hago un breve desvío a Abu Gush, un pueblo árabe con un oasis único: una cafetería donde se mezclan grupos de jóvenes judíos y árabes (sólo varones), y a veces grupos de soldados de la Guardia Fronteriza, judíos y drusos, se sientan juntos en los sillones, relajados, fumando narguiles (las pipas de agua). Ellos devoran baklava (dulces árabes), hablan, ríen y escuchan temas de Fairuz, el cantante libanés, y de Zahava Ben, la cantante israelí. Un fenómeno inusual en Israel.
Cuando pasé esta semana por allí, ellos estaban sentados, expectantes, ante una pantalla gigante, viendo el partido de la Argentina y los Países Bajos. Estaban juntos, saltaban juntos, gritaban juntos.
Unos días antes, había visto lo mismo en Sarajevo. En las cafeterías del centro de la ciudad, muchos jóvenes locales, musulmanes, croatas y serbios, estaban sentados juntos, mirando juntos, saltando juntos, gritando juntos.
Lo mismo pasa, en el mismo momento, por el resto del mundo, de Canadá a Camboya, de Sudáfrica a Corea del Norte.
¿Es eso bueno? ¿O es malo?
Yo no soy un fanático del fútbol. Como muchas otras personas en el mundo que se consideran intelectuales (no importa qué quiera significar esto), normalmente he desechado este fenómeno con displicencia y una mueca ligeramente irónica, aun cuando actualmente suelo mirar unos cuantos minutos de juego. Cuando era niño, mi padre me dijo que el deporte era «Goyim Naches» («placer de Gentiles»), y que el único deporte judío era ponderar las filosofías de Spinoza y Schopenhauer, o, alternativamente, el Talmud. Yeshayahu Leibovitch, un judío ortodoxo observante, describe los equipos de fútbol como «once rufianes que corren detrás de una pelota». (Otro judío sugirió, en beneficio de la causa de paz: «¿Para qué enfrentarse? Démosle a cada equipo su pelota»)
También desde este punto de vista, Israel hace mucho que dejó de ser un estado judío, en el sentido espiritual. El Goy israelí es como cualquier otro Goy en la tierra. La Copa Mundial lo demuestra.
Un fenómeno que despierta tales emociones profundas en mil millones de seres humanos no puede desecharse con un encogimiento de hombros. Aquí tenemos un rasgo profundamente humano. ¿Qué significa? ¿De dónde viene?
Konrad Lorenz, uno de los fundadores de la etología (ciencia que trata la conducta de los animales, incluidos los humanos), sostuvo que la agresividad humana es un rasgo innato, producto de millones de años de evolución. Los cavernícolas vivieron en tribus que dependían para la supervivencia de un territorio específico. La agresividad era necesaria para defender ese territorio y tomar otros en el camino.
En la naturaleza, los predadores tienen armas naturales -como los dientes, las garras o los venenos- y están generalmente provistos de un mecanismo inhibitorio que les impide atacar a su propio especie. De otro modo, no habrían sobrevivido hasta hoy. Pero los humanos no tienen ningún arma natural eficaz, y por consiguiente la naturaleza no los ha equipado con tales mecanismos. Ése es un error terrible. En verdad, los humanos no tienen dientes o garras peligrosos, pero disponen de algo más eficaz que cualquier arma natural: el cerebro humano, que inventa clubes, cañones y bombas nucleares. Así, los seres humanos tienen una combinación mortal de tres atributos: la agresividad innata, las armas asesinas y la falta de inhibiciones acerca de matar a miembros de su especie. El resultado es la inclinación humana para la guerra.
¿Cómo superarlo? Lorenz sugirió un remedio: el deporte, y sobre todo el fútbol. El fútbol es el sustituto para la guerra. Dirige la agresividad humana hacia cauces inocuos. Por eso es tan importante. Y tan positivo.
La agresividad y el nacionalismo van de la mano. En este aspecto, también, el fútbol permite vislumbrar en las profundidades del alma humana.
El animal humano tiene una necesidad profunda de identificarse con una colectividad. Vive en grupo. El hombre antiguo vivió en una tribu. Desde entonces, los hábitos sociales han cambiado muchas veces. El «nosotros» ha cambiado de vez en cuando como cambiaban las estructuras sociales. Las personas vivieron protegidas en armazones religiosos y armazones étnicos, en la sociedad feudal, en las monarquías, etc. En el mundo moderno, viven bajo el amparo de las naciones.
La misma identificación con una nación es una necesidad absoluta del hombre moderno (con muy pocas excepciones). El fútbol, en cierto modo, es la expresión de esa exteriorización que se parece a la guerra. Por eso las banderas y los himnos nacionales juegan un papel central en el fútbol. Las masas ondean las banderas, pintan sus caras con los colores nacionales, gritan las consignas nacionalistas, dándole una expresión emocional a este fenómeno.
A veces esto se pone claramente ridículo, como nos ha pasado a nosotros la semana pasada. Israel no tiene participación en la Copa del Mundo ya que ha sido nockeado antes de empezar. Pero un miembro del equipo de Ghana que juega para Hapoel Tel-Aviv por alguna razón ondeó la bandera israelí en el campo de juego y el Estado de Israel entero hizo erupción en un arranque de alegría: ¡Nosotros estamos allí! ¡Nosotros estamos en la Copa Mundial!
Una aparición menos ridícula: por primera vez desde la destrucción del Tercer Reich, las masas alemanas han estado ondeando su bandera nacional con un entusiasmo que orilla el éxtasis. Algunos observadores hablan de un renacimiento del nacionalismo alemán y por qué no. Yo creo que es una cosa positiva. Una nación no puede vivir una vida normal cuando sus ciudadanos están avergonzados de ella. Eso puede causar una perturbación mental colectiva y puede dar nacimiento a tendencias peligrosas. Ahora, gracias al fútbol, los alemanes pueden ondear su bandera.
El nacionalismo en el fútbol supera todos los otros sentimientos. Un ejemplo clásico: al final del Siglo XIX, el alcalde de Viena, Karl Lueger, era un antisemita rabioso y declarado. Pero cuando el equipo judío Hakoah Viena jugó contra un equipo húngaro, fue posible observar al alcalde ovacionando al equipo con los hinchas locales. Cuando le advirtieron que los jugadores del equipo que alentaba eran judíos, él hizo un comentario que fue famoso: «Yo decido quién es judío o no.»
Cuando un francés-argelino fue la estrella máxima del seleccionado francés, los racistas franceses lo alentaron hasta quedar disfónicos. Lo mismo pasó en Israel, cuando un árabe jugó en nuestro equipo nacional.
Recientemente, un intelectual europeo me dijo: «Hay chistes sobre polacos, alemanes, franceses o cualquier otro ciudadano de una nación europea. Pero nunca he conocido un chiste sobre un europeo, lo que demuestra que los europeos todavía no existen.»
Yo aplicaría un criterio similar al fútbol. Cada nación en Europa tiene un equipo nacional, pero no hay ningún equipo europeo. Hasta que un equipo de Europa, bajo la bandera europea, juegue contra un equipo de Asia o de Africa, no habrá conciencia europea popular. (Un utópico bien podría soñar con un partido entre un equipo de la Tierra y otro de Marte o del planeta X)
Mi amigo palestino Issam Sartawi, que fue asesinado hace 23 años debido a sus contactos con nosotros, dijo una vez: «No habrá paz hasta que la selección de Israel juegue contra la selección de Palestina y nosotros ganemos.»
Había, por supuesto, una mirada subjetiva en él.
Un brillante redactor de textos publicitarios ha diseñado un cartel que se ve en Tel Aviv en el que una mujer le dice a su marido: «Itzig, deja que el equipo de Brasil te prepara el café. Yo me he ido con mis amigas de compras. Gali.» En un dibujo animado, una mujer le pregunta a su marido que está remachado a su asiento viendo los partidos del mundial: «Estás seguro de que no quieres venir conmigo a la feria de libros? »
El fútbol es una cosa de recios, aun cuando hay también mujeres entusiastas. Al respecto, ellas también son suplentes para la guerra, y quizás también para la lujuria del hombre antiguo por la caza. (En los Estados Unidos, el fútbol europeo -llamado soccer- es preferido por las mujeres, porque el fútbol americano es más violento.)
En el fútbol, los hombres se atreven a hacer las cosas que, en otros ambientes, serían tabú: ellos se abrazan, se besan, quedan uno encima del otro… Esto expresa, sin ninguna duda, las necesidades profundas, y no daña a nadie.
Por todas estas consideraciones, el fútbol es mucho más positivo que negativo. Excepto que el presidente Bush use la oportunidad para atacar a Irán y nosotros la usemos para bombardear a los niños de Gaza.
La fuente: Uri Avnery es periodista, ex legislador y pacifista israelí. La traducción del inglés pertenece a Sam More para elcorresponsal.com.