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«Dios no existe»

Fuentes: Sin Permiso

El pasado 12 de mayo un numeroso grupo de ciudadanos que pertenecen a la Gran Unión de Libre Pensadores entregó a Teresa Vicencio Álvarez, directora del Instituto Nacional de Bellas Artes, una «representación», como se les llamaba antiguamente a las peticiones que se formulaban a las autoridades. En el escrito, demandan que se restituya al […]


El pasado 12 de mayo un numeroso grupo de ciudadanos que pertenecen a la Gran Unión de Libre Pensadores entregó a Teresa Vicencio Álvarez, directora del Instituto Nacional de Bellas Artes, una «representación», como se les llamaba antiguamente a las peticiones que se formulaban a las autoridades. En el escrito, demandan que se restituya al mural pintado por Diego Rivera y denominado Un Domingo en la Alameda -que se exhibe en el Museo Mural Diego Rivera- la frase original puesta por el autor en un papel sostenido por la figura de Ignacio Ramírez, El Nigromante, y que reza: «Dios no existe». El mural inicialmente se encontraba en el antiguo Hotel del Prado de propiedad oficial, que se derrumbó en el terremoto de 1985, pero afortunadamente sobrevivió al colapso del edificio. Durante muchos años permaneció tapiado, a causa de la intolerancia manifestada por la alta jerarquía eclesiástica y la complicidad del gobierno. La polémica que se desplegó desde 1947, cuando el pintor lo terminó, tuvo un episodio aleccionador en el cual intervinieron notables personajes de la vida cultural mexicana, que ahora es oportuno traer a colación.

Resulta que en junio de 1948, ya concluido el hotel, se iba a proceder a su bendición por el arzobispo de México, Luis María Martínez, pero éste se negó, a menos que se borrara la para él ofensiva frase del mural, misma que, como se recordará, había sido pronunciada por el joven Ignacio Ramírez hacia 1839, en una famosa disertación de ingreso ante la Academia de San Juan de Letrán. La negativa del prelado desató un auténtico linchamiento político-ideológico contra Rivera, en el contexto de la campaña mundial anticomunista promovida desde Washington. El guanajuatense, sin embargo, no se amilanó y a tono con sus característicos desplantes respondió al acoso periodístico: «Si no lo bendijo, entonces que lo maldiga». Muy pronto la operación pasó de las palabras a los hechos, cuando unabanda de fanáticos irrumpió en el hotel y raspó la última porción de la frase dejando solamente la palabra «Dios», desfigurando además el autorretrato de Rivera incluido en el cuadro.

Esa misma noche, en la Fonda Santa Anita a unas cuadras del hotel, coincidentemente se llevaba a cabo una cena en honor de Fernando Gamboa, director del Museo Nacional de Artes Plásticas. Éste había regresado de Colombia convertido en un héroe civil por haber salvado, a riesgo de su vida, numerosos cuadros de pintores mexicanos expuestos en un edificio incendiado durante la insurrección conocida como el Bogotazo, ocurrida en abril de ese año. Hablaba en ese momento del respeto a la libertad cuando llegó a los asistentes la noticia de los estropicios perpetrados al mural. Lo que siguió es descrito con puntualidad por Philip Stein, más conocido por el apodo que le puso David Alfaro Siqueiros como Estaño y quien además de desempeñarse como asistente del pintor nacido en Camargo, Chihuahua, escribió la mayor biografía de éste, hasta hoy no traducida al español. Por cierto, este artista e intelectual norteamericano, continuador infatigable y difusor de la obra de los muralistas mexicanos, falleció el pasado 27 de abril a los noventa años, recogiéndose apenas un obituario en el periódico digital Mundo de Hoy. Dice Stein:

«Cerca de la medianoche, cuando los comensales abandonaban el restaurant, una estentórea voz llenó la avenida Juárez: «Vamos al Hotel del Prado». Era David Alfaro Siqueiros, quien brazo con brazo de José Clemente Orozco y el Dr. Atl, marchó a la cabeza de unas cien personas, entre ellas los distinguidos artistas y escritores de fama nacional e internacional: Diego Rivera, Gabriel Fernández Ledezma, Leopoldo Méndez, Juan O’Gorman, Frida Kahlo, María Asúnsulo, Raúl Anguiano, José Chávez Morado, José Revueltas, Arturo Arnaiz y Freg además de muchos otros…»Somos reporteros dijo alguno al portero… ¿Todos?…Todos». Y el grupo entró al lujoso comedor donde a esa hora en medio de las notas de un vals de Chopin que interpretaba la orquesta, cenaban en varias mesas el abogado Aarón Sáenz, Rafael P. Gamboa, secretario de salud pública y el abogado Rodolfo Reyes, decidido propagandista de la España de Franco. Al grito de «¡Muera el imperialismo!» espetado por Alfaro Siqueiros, la orquesta calló, las meseras salieron, ante el espanto de las damas presentes … «¡Viva Madero! ¡Viva El Nigromante!», gritó el Dr. Arturo Arnaiz y Freg con toda la fuerza de sus pulmones. «¡Muera el arzobispo que bendice burdeles!» gritó en su turno Raúl Anguiano. Una mujer, nieta de Ignacio Ramírez, subió a una mesa y exclamó: «La libertad de expresión que hizo posible las palabras de El Nigromante y el fresco de Rivera deben ser respetados». Diego Rivera entonces se subió a una silla, pidió un lápiz y calmadamente comenzó a restaurar la inscripción destruida: «Dios no existe». Juan O’Gorman le acercó una delicada taza con agua para que el artista humedeciera el lápiz e improvisara un pincel. Mientras tanto se escuchaban vivas a Juárez, Madero, El Nigromante y los Flores Magón. Después de terminar, Rivera se dirigió directamente a Rodolfo Reyes y le dijo: «En México no manda Franco…». Siqueiros entonces anunció: «Cuantas veces ellos borren la frase, volveremos a pintarla»… Cuando los artistas abandonaron el hotel, con toda cortesía el portero preguntó: «¿Llamo un taxi, caballeros?… «

Diego Rivera, junto con otros eminentes mexicanos, es considerado uno de nuestros grandes artistas en todo el mundo: ¿Debe permanecer mutilada su obra por un prejuicio religioso e ideológico? Hace unos años, cuando los talibanes tomaron el poder en Afganistán dinamitaron las milenarias y colosales estatuas de varios Budas conservadas en el territorio de su país. El mundo se estremeció de indignación ante este destrozo del patrimonio cultural universal, dictado por una demente intolerancia religiosa, parecida a la quema de los códices precolombinos ordenada por los frailes. ¿Pero qué tan diferente es en sustancia la mutilación del mural de Rivera? ¿No revela la misma disposición a negar la existencia del otro, del que no piensa como nosotros?

A los pintores y escultores, el concilio de Trento en 1545 les prohibió representar motivos que no fueren religiosos, enervando durante siglos la creatividad artística. Muchas otras iglesias y sistemas autoritarios han intentado restricciones parecidas, entre ellos los fascistas y los estalinistas, junto con sus herederos. A la postre han fracasado todos, pero antes ocasionaron tragedias, involuciones culturales y sufrimientos sin fin. Por consecuencia, de ninguna manera es admisible la censura manifestada en la eliminación de la famosa frase del fresco. En ella, se simboliza la ominosa represión a las ideas padecida en otros tiempos y que no podemos aceptar se regrese, en nombre de ninguna causa, por más sagrada que se proclame.

Víctor Orozco, profesor de historia en la Universidad de Chihahua, es un analista político mexicano.