Alexei Leonov se convirtió en un héroe de la URSS por desobedecer a sus jefes. El 18 de marzo de 1965 este piloto hijo de un minero estaba flotando en el espacio exterior. «A los ocho minutos me di cuenta de que el traje se había deformado. Los dedos se me salían de los guantes». […]
Alexei Leonov se convirtió en un héroe de la URSS por desobedecer a sus jefes. El 18 de marzo de 1965 este piloto hijo de un minero estaba flotando en el espacio exterior. «A los ocho minutos me di cuenta de que el traje se había deformado. Los dedos se me salían de los guantes». Su escafandra estaba tan hinchada que no podía entrar de nuevo en la nave Voskhod 2, que orbitaba la Tierra a más de 20.000 kilómetros por hora. Sin informar por radio al centro de control, Leonov abrió una espita para rebajar la presión en su traje, algo que podría haberlo matado, pero que le salvó y le convirtió de paso en el primer hombre en realizar una caminata espacial.
El general Leonov es uno de los pocos cosmonautas soviéticos de primera generación que quedan vivos. Era un grupo encabezado por Yuri Gagarin y formado por tipos duros de pelar. De vuelta a la Tierra aquel 18 de marzo, un nuevo fallo obligó a Leonov y su compañero, Pavel Belyaev, a aterrizar en plena taiga, cubierta por un metro y medio de nieve y a cientos de kilómetros del punto de aterrizaje fijado. «Había 20 grados bajo cero. Empecé a mandar señales de morse, pero no hubo respuesta. Pensé que estábamos perdidos y, de hecho, aquel día varias emisoras estatales comenzaron a radiar el Réquiem de Mozart. Al día siguiente, al fin, nos avistó un helicóptero. Tuvimos que andar tres días por la nieve hasta reunirnos con él».
Diez años más tarde, en 1975, este hombre nacido en una aldea de Siberia en 1934 fue el primero en darle la mano a un estadounidense en el espacio, algo que dos simples ciudadanos de EEUU y la URSS no tenían nada fácil hacer. Fue parte de la misión de acoplamiento entre una nave Apolo y una Soyuz. Aunque puede estar harto de contar sus batallas, Leonov las relató ayer una vez más en una visita a Madrid para presentar el festival Starmus, que se celebra en Tenerife entre el 20 y el 25 de junio y al que asistirán otros pioneros del espacio. Ayer, tras reunirse con el príncipe Felipe por la mañana y haber degustado un surtido de pescados regados con vino tinto y algún gin-tonic por la tarde, Leonov atendió a Público en la Embajada rusa en Madrid.
¿Para ser cosmonauta hacía falta ser un poco suicida?
Todavía es muy arriesgado ser astronauta, pero cualquier pasajero de avión tiene también un riesgo y, a veces, su peligro puede ser mayor que el de un astronauta.
Hoy le han dicho que parece que tiene la mano de Dios sobre la cabeza, porque se ha salvado de perder la vida varias veces. ¿Usted cree en Dios?
Dios no existe, pero a veces te puede castigar (risas). Existen cosas que no conocemos, y a esas cosas las podemos llamar dios. Como la naturaleza, que es un dios.
De sus dos viajes al espacio, ¿cuál es su preferido?
El primero. Ahí todo dependía de mí. Todo se hacía por primera vez y dependía de mis decisiones. Sentí como si hubiese alguien mirándome y pensando «a ver cómo sale de esta». Yo debía dar parte de cada paso, porque abajo, si las cosas van mal, tienen que saber cómo termina la canción, es decir, por qué has muerto. Sergei Koriolov [diseñador jefe del programa espacial de la URSS] me dijo: «Nadie sabe dónde vas ni lo que te vas a encontrar. Por eso debemos conocer cada paso». Pero yo no informé por radio. Cuando me preguntaron por qué, dije que como la comunicación era en abierto cualquiera podía estar escuchando y si confesaba que tenía problemas sería un escándalo. El problema sólo se conoció cuando aterrizamos y lo conté.
Ha mencionado a Sergei Koriolov, el diseñador jefe, cuya existencia fue un secreto para Occidente y la URSS no reveló su identidad hasta su muerte. ¿Qué recuerda de él?
Cuando, al final de la Segunda Guerra Mundial, las tropas soviéticas entraron en Alemania, Koriolov fue a la casa de Wernher von Braun [ex militar alemán de las SS que capitaneó el programa espacial de EEUU tras la guerra] para registrarla. Cuando entraron, el café aún estaba caliente. Los americanos le habían capturado poco antes. Mucho después, le pregunté a Von Braun qué hubiera hecho si hubiera caído en manos de los soviéticos antes que de los estadounidenses. Dijo que hubiera trabajado para los soviéticos, porque lo único que quería era ir contra Hitler, que le había engañado. Dijo: «Me da igual con quién esté mientras sea contra Hitler». La primera vez que se mencionó públicamente a Koriolov fue en 1963, durante la boda de Valentina Tereshkova [la primera mujer en el espacio] y Andrián Nikoláyev [también cosmonauta]. Jruschov se refirió a él después de dos o tres vasos de vodka, preguntándole a los astronautas: «¿Dónde está vuestro padre, está aquí o no?» Luego entró Koriolov con Tereshkova y Nikoláyev y brindamos todos juntos. Occidente no sabía nada de todo esto. No sólo tenía la capacidad como ingeniero, sino también la de gran organizador. Von Braun le conoció en un Congreso en Atenas a finales de la década de los sesenta. Le dijo a Koriolov que él también pudo mandar un satélite y enviar al hombre al espacio, pero que no había sido un organizador tan bueno como Koriolov.
Gagarin fue un joven obrero antes que cosmonauta. Usted es hijo de minero y viajó al espacio dos veces. ¿Echa de menos la URSS?
Aparte de las complicaciones, hoy la vida es mejor en Rusia porque hay más libertad y más cosas dependen de cada persona. Si alguien está dispuesto a trabajar para sacar algo adelante tiene más posibilidades de las que tenía antes. Pero hay que ver las cosas desde diferentes ángulos. La educación era mejor que ahora y además, gratuita. Había más gente con acceso a la educación y el nivel era más alto. La medicina también era gratis. Pero la imposibilidad de abrir negocios retrasó al país.
En aquella época el hombre llegó a la Luna, lo más lejos en el espacio que ha llegado nunca. ¿Qué hace falta ahora para ir más allá?
Un solo país no puede hacerlo. Rusia tiene mucha experiencia en construir sistemas del soporte de la vida, como en la Estación Espacial Internacional. Los sistemas de la antigua estación espacial Mir tenían capacidad para funcionar 14 años. Todavía hoy, incluso EEUU no puede construir sistemas como aquellos. Con las escafandras y los trajes espaciales pasa lo mismo. Los astronautas estadounidenses usan trajes rusos para salir al espacio. En cambio, EEUU tiene muy buenos sistemas informáticos y de control de vuelo. Si queremos lanzar un proyecto a Marte tenemos que combinar ambas tecnologías.
¿Qué opina de la situación actual de la exploración espacial, con los transbordadores de la NASA a punto de retirarse y las naves Soyuz’ como única opción para llegar al espacio?
La Estación Espacial Internacional funcionará hasta 2020. Por ahora usaremos las Soyuz para llegar hasta allí. Además, en Rusia estamos desarrollando un nuevo tipo de naves, las Rus. Tienen capacidad para cinco personas y pesan unas cinco toneladas. Con ellas queremos llegar a la Luna. A la vez, los estadounidenses están desarrollando nuevos cohetes más potentes.
¿Cuándo cree que se llegará a la Luna y Marte con esta u otras naves?
A la Luna iremos en diez años. A Marte, en 20, aunque por ahora no hay ningún proyecto concreto para llegar. Sólo hablan de ello los periodistas (risas).
Ha trabajado durante décadas en un programa secreto. Desde entonces ha llovido mucho, pero ¿hay algún detalle que no haya contado sobre sus dos viajes espaciales?
En la misión Apolo-Soyuz hubo mucha discusión sobre a qué distancia mínima podríamos girar ambas naves la una de la otra. Hasta el último momento los burócratas de la agencia nos dijeron que no podíamos acercarnos a más de 150 metros de distancia. Pero Tom Stafford [comandante de la misión estadounidense] protestó, diciendo que no hacía falta volar tan lejos y que 45 metros bastaban. Estaba empeñado en protestar. Entonces agarré a Stafford, le saqué de la sala y le dije: «Vamos a estar en el espacio, solos, y nadie va a comprobar a qué distancia volamos. Así que hagamos lo que queramos y no se lo digamos a nadie.
Fuente: http://www.publico.es/