Pocas cuestiones inquietan más al pensamiento conservador que la diversidad cultural. No sin razón. Sus representantes identifican el respeto a la diferencia con la pérdida de posiciones hegemónicas. Ellos no toleran que cada cultura tenga derecho a la existencia, y que, dentro de una misma nación, ostenten tal condición las minorías. Lo que estamos viendo […]
Pocas cuestiones inquietan más al pensamiento conservador que la diversidad cultural. No sin razón. Sus representantes identifican el respeto a la diferencia con la pérdida de posiciones hegemónicas. Ellos no toleran que cada cultura tenga derecho a la existencia, y que, dentro de una misma nación, ostenten tal condición las minorías. Lo que estamos viendo por estos días en el Estado de Arizona, también en Florida y Texas, durante el mandato del primer presidente multicultural de su historia, es el inicio de una ofensiva contra la diversidad. Hoy este derecho está bajo fuego y en peligro. Y por supuesto: también lo está todo lo que Obama representa.
La ley que criminaliza la emigración ilegal en Arizona es un asunto que sienta un precedente sumamente nocivo. No se trata sólo de reprimir manu militari a quienes llegan al país porque no pueden mantener a sus familias en el propio, ni de perseguir a los mismos que cosechan los tomates, barren las calles y cuidan de los ancianos que nadie quiere atender. También es una ley que cancela los programas de enseñanza multiculturales y expulsa de las aulas a los profesores que tengan notorio acento extranjero.
Estados Unidos es una nación donde, como bien dijo el presidente Franklin D. Roosevelt, «todos provenimos de emigrantes y revolucionarios». No posee una cultura homogénea, y precisamente por ello, se ha podido conectar exitosamente con el resto de las culturas del universo. Este abigarramiento, presentándose como la cultura de la modernidad, la diversidad, la tolerancia y la libertad, frecuentemente se ha impuesto, negando esos atributos a las demás culturas. El llamado de Arizona debe entenderse como un intento brutal de uniformar esa cultura que brota del crisol de razas y pueblos que conforman la nación; como un intento violento por hacer retroceder al país a los años cincuenta, a la era Eisenhower.
A diferencia del pensamiento revolucionario, que sitúa su ideal en el futuro, el pensamiento conservador aboga por preservar o reconstruir lo que quede del pasado idealizado. Pensadores de la talla de Irving Kristol, Norman Podhoretz o Jeanne Kirpatrick han «fundamentado» la necesidad de destruir la contracultura de los sesenta, a la que atribuyen el origen de todos los males de la nación. Se trataría de regresar al quietismo de un Estados Unidos de vida parroquial, razas separadas, culturas en estancos cerrados y feroz represión ideológica, nada que ver con los inventos de «esos malditos hippies». La cultura blanca, protestante y anglosajona, hasta entonces reinante a sangre y fuego, tuvo que pactar con las expresiones underground, antes silenciadas, reprimidas y descalificadas de mexicanos, afro-descendientes, árabes, chinos, puertorriqueños y nativos americanos, por citar algunas. Ese sueño reaccionario e inquietante jamás había encontrado terreno fértil para ser llevado a la práctica. Hasta ahora.
Para la aprobación de semejante ley, fueron pasos propiciatorios la histeria levantada contra el gobierno de Obama y la esquizofrenia del miedo que atizan los neoconservadores apelando a un lenguaje irresponsable y violento, denunciado por Bill Clinton por sus consecuencias.
La bofetada lanzada por la ley racista de Arizona alcanza también al rostro de la comunidad internacional. Es, sin duda, un retroceso con respecto a los acuerdos internacionales aprobados por la ONU y la Unesco, que consagran el respeto y la protección de la diversidad cultural como un logro de la Humanidad, muestra del avance de la ciencia y la educación, y garantía de la convivencia pacífica.
En la vida cotidiana y social, lo normal es lo diverso, no lo idéntico. Lo más apto es lo mezclado, no lo puro. De ello brota siempre una cualidad superior. El futuro humano, en consecuencia, pasa por la diversidad racial y cultural, no por la estandarización forzosa, ni por la represión de lo espontáneo. Con dolor la Humanidad recuerda los resultados de esas doctrinas racistas que declararon a una civilización y a una cultura por encima de las demás, y trataron de avasallar a otros pueblos por la fuerza.
Contra los que reprimen hoy en Arizona, y mañana quizás en otros sitios, reforcemos el enorme potencial de vida y el manantial de creatividad y belleza humanista que brota de las mezclas y el respeto por lo diverso: levantemos una ola de reafirmación multicultural. No es complicado: sólo seamos nosotros mismos.
Fuente: http://la-isla-desconocida.blogspot.com/2010/06/diversidad-cultural-bajo-fuego.html