El Sistema histórico se desmorona. Quizá un eco o una réplica, si se quisiera, de la Crisis que atravesó el Imperio Romano hacia el siglo III de la era cristiana, que se convirtió en Cristiandad hacia el siglo IV de nuestra era, específicamente el 337 d.C, una vez Constantino, en su lecho de muerte, se […]
El Sistema histórico se desmorona. Quizá un eco o una réplica, si se quisiera, de la Crisis que atravesó el Imperio Romano hacia el siglo III de la era cristiana, que se convirtió en Cristiandad hacia el siglo IV de nuestra era, específicamente el 337 d.C, una vez Constantino, en su lecho de muerte, se convirtiera al cristianismo. Ergo: la Iglesia cristiana, inspirada en la vida, la «Ley de Dios», giró para convertirse en Iglesia del Poder de Roma, la «Ley de este mundo», que es, de manera borrosa si se quiere, el enemigo contra el que se enfrenta el Papa Francisco en la actualidad.
La expansión de la Modernidad, que según Hinkkelamert (2007) se ha traducido en la expansión de la Iglesia cristiana, ha urgido de un orden de guerreros que, según Aristóteles, debe estar dispuesto a hacer la guerra y no revoluciones, lo que se traduce en garantizar la reproducción del orden desigual que gira en torno a los privilegios de aristócratas y oligarcas.
Si bien el radicalismo y fundamentalismo islámico han cobrado la noche de ayer en Francia la vida de decenas de seres humanos, el fundamentalismo economicista, la concentración del poder en el formalismo de la democracia burguesa, la exclusión sistemática, la miseria y opresión que garantizan el sustento material del proyecto Greco/Romano, del cual el pueblo galo es heredero, se confronta, una vez más, en una lógica ideológica que utilizó históricamente la fe para minimizar al «Otro», aquel que no siendo yo, funda el principio óntico y ontológico que permite cuestionarme, comprenderme y situarme como ser ad-viniente en el mundo (Dussel, 2014); se han radicalizado y complejizado de tal forma que la incomprensión del orden teológico monoteísta indo-europeo, donde lo uno y lo otro son lo mismo, Mahoma y Cristo como profetas que son eso, profetas, ha puesto a la vida del único planeta con capacidad de producirla al borde de la muerte.
Nuestra identidad colonizada, que ha sido formada en torno al sentido subjetivo y al orden funcional del proyecto Greco/Romano, antecedentes de la posibilidad lógica de la Europa latino-germánica de justificar racionalmente las relaciones vasallo feudales que les permitió reproducir la esclavitud durante el Renacimiento, la Ilustración y la Modernidad que ha desencadenado en el recrudecimiento de los pilares constitutivos de este orden desigual, Sexismo/Racismo/Clasismo, denominada en Baraona (2009) como Hipermodernidad, dan una explicación «natural» a la miseria, la opresión, la exclusión que constituyen la base material sobre la que se ha expandido la «civilización», la «democracia» y en la actualidad el «desarrollo» capitalista, lo que nos inhibe de identificar el potencial transformador que nos brinda la actual coyuntura planetaria que socava las bases materiales y racionales del «Sistema histórico» que no es otro que el proyecto contenido en la Modernidad-Colonialidad. La posibilidad se tensa entre reproducir o eliminar la esclavitud, las relaciones de dominio de la especie humana consigo misma y con todas las otras formas de vida.
La invasión en Siria, Afganistán, Irak y Yemen; los ensayos militares en aguas del sudeste asiático, en la actualidad en conflicto internacional; los golpes blandos que experimentan en la actualidad Ecuador, Venezuela y Brasil; así como la intervención institucional y la ocupación militar en suelo africano dan cuenta que el sueño romano de ser un Imperio donde el día y la noche coexistan en la inmensidad de su espacio, les ha llevado a tal delirio que las armas ideológicas y técnicas para la muerte, desplegadas como condición para el despliegue ontológico occidental, hoy se vuelcan en su contra.
Occidente, que en la actualidad es dirigido por la misma brutalidad, bestialidad, deshumanidad, barbarie que justificó el primer genocidio global, ocurrido en «nuestra América», en el que desaparecieron de la faz de la tierra 150 millones de seres humanos entre 1492 y 1800, tiempo en el que se reconfigura el orden y geografía occidental sólo para aniquilar y desaparecer, hasta la actualidad, alrededor de 50 millones más de seres humanos en el espacio inventado y nombrado como América Latina. Este holocausto recientemente ha cumplido 524 años de vigencia y continúa en desarrollo.
Las sociedades, comunidades, pueblos, naciones y nacionalidades que integramos esta hermosa tierra, donde se «junta España con China» (Balbuena, 1990), tenemos la responsabilidad de pensar la vida a futuro con seriedad si es que consideramos que en algo nuestro pensamiento pueda incidir y, si coincidimos con los Guaraguaos de Venezuela, con que «no basta con rezar».
Si nuestros muertos, hombres y mujeres, jóvenes, niñas y niños de nuestra tierra, mueren abatidos por la miseria promovida por una lógica que no es nuestra sino impuesta; si la guerra contra el narcotráfico ha significado la muerte de hombres y mujeres, jóvenes, niñas y niños de nuestra tierra mientras los gringos continúan consumiendo la «Coca» producida por los carteles latinoamericanos, dejando en evidencia que no son las drogas el objetivo de su guerra sino la competencia a la que se enfrenta en cartel de Washington: los carteles latinoamericanos; si las armas con las que se matan hombres y mujeres, jóvenes, niñas y niños de nuestra tierra son de producción estadounidense (armas Glock y AR-15), judía (Uzi 9mm) y/o soviético-rusa (AK47), para garantizar los excesos y los vicios occidentales así como su fundamentalismo genocida, es tiempo para que nosotras y nosotros, las y los nadies del mundo pensemos las preguntas para hacer la vida posible, ya que la respuesta que ha impuesto el proyecto Greco/Romano ha sido la muerte.
El mar Mediterráneo, en la actualidad convertido en un cementerio de la masacre Occidental en Siria, Afganistán, Irak y Yemen, refleja una realidad con la que no sólo hay que solidarizarse sino actuar desde la ética cristiana de la «Ley de Dios» y no de la «Ley de este mundo». Lo anterior sugeriría actuar desde una ética bíblica revolucionaria que reza: «Ama a tu prójimo como a ti mismo».
Esta y cada una de las guerras expansionistas que ha promovido Occidente, de forma ininterrumpida desde el siglo XV, son posibles en contextos globales interconectados como el actual cuando, como humanidad, hemos guardado «un silencio más parecido a la estupidez», como pensara Martí.
La posibilidad de la humanidad de producir la vida en el presente para que esta tenga sentido de ser vivida en el futuro es responsabilidad nuestra, la de las y los invisibilizados, olvidados, marginados, minimizados, explotados humillados, empobrecidos, en fin, las y los nadies del Sistema histórico Moderno-Colonial actualmente en crisis, que por ser nada lo somos todo.
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