Hay que preguntarse qué se conforma cuando se articula el triángulo de dominación, corrupción y clientelismo. A lo largo de los ensayos de los últimos años hemos definido la forma de gubernamentalidad clientelar, también, recientemente, hablamos de gubernamentalidad clientelar y corrupta; en este caso, menos definida en lo que respecta a la combinación [1]. En […]
Hay que preguntarse qué se conforma cuando se articula el triángulo de dominación, corrupción y clientelismo. A lo largo de los ensayos de los últimos años hemos definido la forma de gubernamentalidad clientelar, también, recientemente, hablamos de gubernamentalidad clientelar y corrupta; en este caso, menos definida en lo que respecta a la combinación [1]. En lo que respecta a la corrupción, hace unos años, sugerimos la interpretación del diagrama de poder de la corrupción, íntimamente vinculado a la economía política del chantaje. En relación a la dominación, mantuvimos el enfoque genealógico del poder y llegamos a la hipótesis interpretativa del círculo vicioso del poder. El desafío, ahora, es sugerir una interpretación del triángulo perverso de dominación, corrupción y clientelismo. ¿Qué es lo que se constituye?
A pesar que la hipótesis teórica de la gubernamentalidad clientelar ayuda mucho a comprender el manejo social y político, una vez que se desgasta o se pierde la convocatoria, no parece factible hablar de gubernamentalidad, en este caso, pues, exactamente no se tiene una estrategia de poder, sino, mas bien, un uso del poder; lo que es distinto. Hablar de forma de gubernamentalidad es darle, si se quiere, el mismo estatus de las forma de gubernamentalidad territorial, forma de gubernamentalidad policial, forma de gubernamentalidad liberal y forma de gubernamentalidad neoliberal, estudiadas y configuradas por Michel Foucault [2]. Quien que incluso llega a decir que no encuentra que se haya desarrollado una forma de gubernamentalidad socialista. Nosotros sugerimos, a partir de esta lectura y de la revisión de la genealogía histórico-política de las revoluciones socialistas y su institucionalización, que el Estado del socialismo real, en vez de profundizar la democracia, lo que corresponde a una revolución socialista, retrocede a la forma de Estado policial. Después utilizamos el concepto de forma de gubernamentalidad de manera más abierta, menos rigurosa, sobre todo, para referirnos a las formas de gobierno que se conforman en las reformas populistas y, de aquí extender la irradiación metafórica a las múltiples formas de gobierno singulares que se pueden conformar.
Sin embargo, ahora, se requiere no solo del uso metafórico del concepto forma de gubernamentalidad, sino de manera más rigurosa preguntarnos sobre la conformación concreta de lo que se constituye cuando se articula el triángulo perverso de dominación, corrupción y clientelismo. Al respecto, solo estamos en condiciones de sugerir hipótesis prospectivas de investigación, a la espera de la contrastación de investigaciones dadas, desde la perspectiva de la complejidad.
Hipótesis prospectivas sobre el triángulo perverso del poder
1. El concepto de gobierno implica conducción; por lo tanto, puede dar lugar a la gubernamentalidad, entendiéndola como estrategia y praxis de gobierno convertidas, en su combinación, en paradigma político y en diagrama de poder de incidencia social.
2. En cambio, cuando no se observa conducción, sino, mas bien, ausencia de ella, no es adecuado hablar de gobierno. Parece más adecuado hablar de uso del poder institucionalizado, que se tiene al alcance. El concepto de uso supone el de consumo, también la figura de utilización o de empleo; si se quiere, en el buen sentido de la palabra, de manipulación o manejo.
3. En consecuencia, sugerimos que en vez de hablar de gubernamentalidad clientelar y de forma de gubernamentalidad clientelar, que suponen múltiples formas de gobierno, hablemos de uso del poder; en este sentido, de empleabilidad del poder. Por esta proyección, quizás sugerir hablar de formas de empleabilidad del poder.
4. Otra consecuencia de estas hipótesis es que parece que tampoco es adecuado hablar de reproducción del poder, como lo hemos venido haciendo, al referirnos a las formas de gobierno populistas; sino, mas bien, de consumo o agotamiento del poder. Cuando no hay conducción, es decir, gobierno, mucho menos, gubernamentalidad, como paradigma y diagrama, no se generan las condiciones de posibilidad de la reproducción del poder; que supone acumulación de fuerzas. Cuando hay, mas bien, des-acumulación de fuerzas, a las que se trata de contener de una manera clientelar y prebendal, en vez de reproducción del poder parece darse una extinción del poder.
5. Esta extinción del poder, que es un problema primordial para el uso del poder y la empleabilidad del poder, es enfrentado con el incremento de la violencia institucionalizada, que puede venir acompañada por el incremento de la violencia no-institucionalizada.
6. La expansión y la intensificación de la violencia son ponderadores de la magnitud de la extinción del poder, pues no se reproduce el poder con el incremento de la espiral de violencia, sino, mas bien, tiende a diseminarse.
7. Lo que se tiene, entonces, no es exactamente el retroceso al Estado policial, como propusimos en relación a la crisis política del Estado del socialismo real, sino un retroceso – aunque esto suponga que esa situación se dio antes, cayendo, de alguna manera, en el supuesto de Tomas Hobbes de la guerra de todos contra todos; lo que obviamente es un supuesto teórico insostenible, sin embargo, lo decimos con fines expositivos y del boceto de las hipótesis prospectivas – a la situación de violencia permanente y en sus plurales formas.
8. Por lo tanto, tampoco no se trataría exactamente de Estado, en el sentido asumido por la ciencia política, sino, mas bien, de la diseminación del Estado.
9. La pregunta es: ¿Cómo puede durar este proceso de uso del poder, de empleabilidad del poder, de diseminación del Estado? Se puede decir, que dura lo que dura su consumo o agotamiento; también dura lo que dura su destrucción. La temporalidad de la duración depende de la correlación de fuerzas.
10. Por lo tanto, se puede leer la crisis de los gobiernos populistas, también llamados «gobiernos progresistas», a partir del enfoque que propone el uso del poder, la empleabilidad del poder, su consumo y agotamiento, además de la diseminación estructural del Estado.
La ilusión del poder
Ahora bien, ¿cómo interpretar este acontecimiento de la diseminación estatal, de la utilización agotante del poder, de la empleabilidad gozosa del poder? Esta pregunta pone difícil el seguir con la interpretación prospectiva; sin embargo, recurriremos al uso metafórico, como lo hemos venido haciendo, más de manera retórica o expositiva que conceptual, cuando hablamos de la ausencia del instinto de sobrevivencia de este manejo político clientelar. En vista que falta un concepto al respecto, seguiremos usando la metáfora; sin embargo, esto implica interpretar esta ausencia de instinto de sobrevivencia; ¿Por qué se da esta situación tanática?
No parece sostenible decir que se busca conscientemente la desaparición; sino, mas bien, parece más adecuado sugerir que se trata de algo así como una exacerbada sobrestimación de las propias fuerzas del manejo político clientelar y del uso del poder. Como si por el hecho de contar con el poder ya se hubieran resuelto los problemas, sobre todo, aquellos que tienen que ver con la durabilidad del «gobierno». Parece también que se da como un sentimiento exacerbado, por cierto engañoso, de impunidad para todo lo que se haga.
En pocas palabras, los involucrados en el manejo clientelar del poder son atrapados por su propia ilusión del poder o, si se quiere, por el fetichismo del poder, que corresponde, en términos psicoanalíticos, como al deseo del deseo, que no se cumple. En resumen, asistimos, paradójicamente, en vez de a la reproducción del poder, a la diseminación del poder; en vez de al gobierno o conducción de las fuerzas disponibles, a su agotamiento.
No se crea que este acaecimiento de la diseminación del poder es lo opuesto, en sentido de contradicción dualista, de la reproducción del poder, que el consumo gozoso de las fuerzas disponibles es lo opuesto de la conducción de las fuerzas disponibles. Desde la perspectiva paradójica, que es la del pensamiento complejo, reproducción y diseminación del poder, conducción y uso gozoso del poder, conforman la dinámica de la paradoja del poder.
De manera asombrosa, este fenómeno de la diseminación del poder nos muestra lo que se ocultó y se oculta a la mirada moderna de la política, cuando se trata de entender las dinámicas del poder. En otras palabras, la reproducción del poder se asienta en el uso gozoso del poder, que viene a equivaler a su consumo y agotamiento; así como el uso gozoso del poder se arraiga en la reproducción del poder.
Ahora bien, la paradoja del poder es dinámica mientras mantiene conectados los polos de la paradoja; para decirlo fácilmente, aunque no adecuadamente, mientras mantiene el equilibrio dinámico entre ambos polos simétricos de la paradoja. Cuando se da lugar como a una hipertrofia de alguno de los polos de la paradoja del poder, parece que se genera una situación de estancamiento, donde desaparece la dinámica política. Por el lado de la hipertrofia del uso gozoso del poder, se daría lugar a lo que habíamos denominado antes forma de gubernamentalidad clientelar, que hora llamamos forma de empleabilidad clientelar. Del lado de la hipertrofia del otro polo, el relativo a la reproducción del poder, es más difícil decirlo; sin embargo sugeriríamos, provisionalmente, la figura de situación estacionaria, usando metafóricamente un concepto demográfico. Retomando los problemas del círculo vicioso del poder, que expusimos en otros ensayos, en ambos casos, tanto en la hipertrofia de la empleabilidad del poder como en la hipertrofia del uso gozoso del poder, se ocasiona la diseminación del poder; solo que en un caso, la que corresponde a la reproducción del poder, la diseminación se da de manera dilatada y diferida, prolongándose su durabilidad; en cambio, en el caso de la hipertrofia del uso gozoso del poder, la diseminación, es más bien rápida.
Al respecto de la paradoja del poder, incluso, en el caso de la preservación de las dinámicas del poder, manteniendo el equilibrio de los polos de la paradoja, los problemas inherentes al círculo vicioso del poder no se resuelven. Lo que puede ocurrir es que las órbitas o circuitos del poder se dinamicen, inventando nuevas formas de equilibrio de la paradoja del poder; pero, esto no significa que se prolongue esta invención política de manera indefinida. El círculo vicioso del poder conlleva, de manera, inherente, la diseminación.
Genealogía de la dominación
La dominación, palabra que viene del latín dominus, que quiere decir maestro, señor, propietario, deriva en el verbo dominar que hace referencia a la acción o, mas bien, el efecto de la dominación, cuya connotación deriva en varios usos semánticos. Se entiende también por acción de dominar o efecto de la dominación al dominio, es decir, al poseer o tener en propiedad algo que se puede usar según la voluntad o al antojo del ejercicio del dominio, del dominante o de la referencia preponderante de la dominación. Como por ejemplo, dominación en el sentido espacial; dominación en cuanto a la ubicación estratégica, si se quiere geopolítica; dominación en lo que respecta al comportamiento relacional; dominación en lo que atañe a la ubicación de los usuarios en el mapa de las instituciones del Estado; dominación por el terror, dominación geopolítica, propiamente dicha; dominación económica; dominación o predominancia ideológica. En el lenguaje político se usa el término de dominación para referirse a la práctica del ejercicio del poder, al efecto social y subjetivo que casusa, por ejemplo, el sometimiento.
Considerando esta acepción política, podemos decir que la dominación genera la disponibilidad fuerzas y sujetos en beneficio del dominante. En consecuencia, se da lugar como una apropiación y subsunción de fuerzas y sujetos a la voluntad del dominante o a los fines de la dominación. El dominante se coloca como por encima de los dominados, dispone de ellos, los usa según su voluntad o sus finalidades. Este colocarse encima es imaginario en tanto se genera la representación de la dominación bajo la figura espacial que diferencia la relación vertical. Ciertamente este imaginario se sostiene sobre la materialidad social del ejercicio de la dominación o acción de dominar, además, ejercicio condensado en estructuras institucionales. Resumiendo y esquematizando, se puede decir que la dominación es un hecho y un efecto subjetivo y físico de la acción de dominar. Lo que importa en la exposición es remarcar en el efecto o el fenómeno de la disponibilidad de fuerzas y de sujetos.
Esta disponibilidad diferencia cualitativamente la situación y la condición de dominantes y dominados. El disponer de más fuerzas y más sujetos convierte al dominante, en el imaginario social, como alguien superior, cuyos atributos son superiores a los atributos de los dominados. Aunque de acuerdo a la condición humana, a la cualidad social y cultural, si se quiere, ontológica, de la humanidad, sean iguales, institucionalmente no lo son, representativamente tampoco. Para que ocurra esto, se tiene que haber ocasionado la sobrevaloración del dominante y la subvaloración del dominado; es decir, se sobreestima la condición humana del dominante y se subestima de la condición humana del dominado. Para ilustrar, daremos la siguiente figura: pasa como si se la aumentara la condición humana al dominante hasta convertirlo en un superior al humano mismo y se disminuyera la condición humana del dominado hasta convertirlo en un subhumano.
Volviendo a las narrativas sociales, alguien superior puede hacer lo que se le antoje, a su voluntad, a su capricho; en cambio, alguien inferior obedece, se somete. La dominación genera la desigualdad y la diferencia en la disponibilidad; es esta diferencia la que convierte a los humanos en desiguales. El tema es que esta diferencia de la disponibilidad, estas desigualdades, se institucionalizan. Entonces la dominación deviene institución. La institución como habitus cristalizado, como norma y ley asumida, como código establecido, se convierte en algo así como una naturaleza artificial, empero, asumida como «naturaleza»; es decir, como si así fuera la realidad siempre.
Pero, el dominante no ejerce la dominación solo, no lo podría; requiere de mediadores. Entonces, el efecto de la dominación es no solo la diferenciación entre dominantes y dominados, sino también, entre ambos, distinguir a los mediadores de la dominación. También, otro efecto de la dominación es la diferencia entre los dominados; distinguir unos dominados de otros o unos dominados de otras dominadas. La dominación se expresa a través de toda una taxonomía social.
Por lo tanto la relación del dominante con los mediadores es distinta de la relación con los dominados, incluso es distinta la relación con unos dominados respecto de otros, la relación de unos dominados respecto de otras dominadas. Es en estas relaciones diferenciales del dominante con sus entornos dominados o de dominio donde podemos encontrar la generación de procedimientos institucionales y no institucionales de la cohesión de la dominación.
El trato de la dominación, para no solo hablar del dominante, con los sujetos sociales de la taxonomía del poder es diferencial. A unos los trata mejor que a otros, a unos los trata mejor que a otras. O, si se quiere, a unos los trata peor que a otros, a unas las trata peor a los otros. En otras palabras, unos son más privilegiados que otros, unos son más privilegiados que otras; o unos son más desafortunados que otros, unas son más desafortunadas que otros. Se conforma entonces una estratificación social diferencial, que supone una valoración subjetiva diferencial.
Se puede decir que la dominación logra comprometer a los sujetos sociales, en el ejercicio de la dominación, a través de estas relaciones diferenciales y estos tratos diferenciales. En este ejercicio del poder, la dominación ocasiona como una distribución fragmentada de la disponibilidad de fuerzas y de sujetos, haciendo que los ejecutores del poder se coloquen en una posición de fragmentadas dominaciones a su alcance. No se trata de dominación, en pleno sentido de la palabra, sino de dominios, por así decirlo, circunscritos, que sostienen a enseñoramientos fragmentados y provisionales. Estos, a su vez, recurren a cohesiones circunscritas a sus reducidos entornos, diferenciando entre cómplices del su fragmentado ejercicio de poder y explícitamente dominados o afectados por la irradiación restringida de su dominio circunscrito.
Se puede decir que es la complicidad directa de parte de la sociedad la que garantiza la cohesión indispensable de la dominación. Complicidad retribuida con relaciones y tratos diferenciales, complicidad retribuida con privilegios y beneficios. Todo esto se institucionaliza, se cristaliza en las estructuras institucionales. Sin embargo, no todo ejercicio del poder, no toda práctica del ejercicio del poder, está cristalizado institucionalmente. Hay como una concurrencia de ejercicios y prácticas que se dan sin llegar a institucionalizarse o que buscan incluso institucionalizarse. Cuando se monetiza el tributo al Estado, las relaciones diferenciales, los tratos diferenciales, los estratos sociales, los privilegios diferenciales, son también monetizados. Entonces, es cuando comienza a aparecer lo que nombramos como economía, que corresponde propiamente al intercambio monetizado; las relaciones de dominación derivan en su cuantificación monetaria. Puede ser un acierto decir que es cuando se puede nombrar, a ciencia cierta, que aparece el fenómeno propiamente dicho de la corrupción.
La corrupción de la que hablamos, política y económica, es como la monetización de los ejercicios y prácticas del ejercicio del poder no institucionalizado, que sobrepasan o atraviesan a la misma institucionalidad. En todo caso, corresponde a la distribución fragmentada de la dominación. La corrupción no es ajena a la cohesión de la dominación, como de alguna manera suponen la ciencia política y la ciencia jurídica, así como el discurso moralista.
La disponibilidad de fuerza y de sujetos nace, por así decirlo, de la dominación inaugural, para no remontarnos a las genealogías del poder, remitiéndonos para ello a lo escrito en ensayos que vienen desde la serie Acontecimiento político. En consecuencia, la monetización de esta disponibilidad supone este substrato del poder; parte del uso de la disponibilidad fragmentada, de su monetización, la parte no institucionalizada, tiene que ver con lo que se reconoce como el fenómeno de la corrupción. Entonces, la disponibilidad, como efecto de la dominación, es el substrato de lo que se viene en llamar corrupción.
Como hemos dicho, la corrupción forma parte de la cohesión del poder, aunque no sea la parte fundamental. El problema aparece cuando se da la hipertrofia de estas formas de cohesión del poder, cuando las prácticas paralelas del poder desbordan a las prácticas institucionales del poder. Entonces, en vez de generar cohesión de la dominación, generan su descohesión. Pero, lo que importa aquí es que la dominación se articula de una manera perversa con la corrupción.
Como hemos dicho en la serie Gramatología del acontecimiento, el clientelaje, que corresponde a la economía política del chantaje, concretamente al chantaje emocional, tiene que ver con una forma perversa de búsqueda de legitimación, cuando se pierde la capacidad de convocatoria. Es también un fenómeno político de la modernidad o un fenómeno moderno de la política; pues en lo que respecta al Estado moderno, es decir, al Estado-nación, se requiere de legitimación en el ejercicio de gobierno. Por lo tanto, no se trata solo del substrato de la disponibilidad, en lo que respecta al clientelaje o a las relaciones de poder clientelares, sino de la adulteración de la legitimación; legitimación indispensable en el funcionamiento de la república, que es la composición y estructura jurídico-política-institucional del Estado-nación.
En el esquematismo al que recurrimos, para elaborar las hipótesis prospectivas de investigación, del triángulo perverso del poder, dado entre dominación, corrupción y clientelaje, se genera un entramado enrevesado entre los componentes de esta estructura. La corrupción corresponde a la monetización de parte de las relaciones diferenciales, tratos diferenciales, en la distribución clasificada del ejercicio de la dominación; el clientelismo corresponde a la alteración adulterada de la búsqueda de legitimación; podríamos sugerir la figura de que se trata como de una legitimación chuta o, si se quiere, tramposa.
Notas
[1] Revisar las series Acontecimiento político, Espesores del presente y Crisis de legitimación. Libros : «Raúl Prada Alcoreza»; Tapa blanda; eBook Kindle. Amazon: https://www.amazon.es/gp/search/ref=sr_nr_p_n_binding_browse-b_mrr_0?fst=as%3Aoff&rh=n%3A599364031%2Cp_27%3ARa%C3%BAl+Prada+Alcoreza%2Cp_n_binding_browse-bin%3A831435031&bbn=599364031&sort=date-desc-rank&ie=UTF8&qid=1503578838&rnid=831428031 . https://www.amazon.es/s/ref=sr_st_date-desc-rank?fst=as%3Aoff&rh=n%3A599364031%2Cp_27%3ARa%C3%BAl+Prada+Alcoreza%2Cp_n_binding_browse-bin%3A1462224031&__mk_es_ES=%C3%85M%C3%85Z%C3%95%C3%91&qid=1503578933&bbn=599364031&sort=date-desc-rank .
[2] Leer de Miche Foucault de Michel Foucault Seguridad, territorio, población. Fondo de Cultura Económica; Buenos Aires 2006.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.