En 1949, la Junta de Patronos de la Biblioteca Nacional buscaba un nombre para la institución cultural que apadrinaban y que aún no había sido siquiera construida. Como de costumbre, las páginas de Bohemia nos devuelven los más felices hallazgos: en su edición del 29 de junio de ese año, una carta abierta al Primer […]
En 1949, la Junta de Patronos de la Biblioteca Nacional buscaba un nombre para la institución cultural que apadrinaban y que aún no había sido siquiera construida. Como de costumbre, las páginas de Bohemia nos devuelven los más felices hallazgos: en su edición del 29 de junio de ese año, una carta abierta al Primer Ministro de la República aseguraba que no habría de presentarse jamás para ella «otro nombre que supere en méritos, simbolismo y conveniencias nacionales al de Martí» 1 . Quien firmaba conocía, además, que en sus cercanías habría de construirse una plaza de igual denominación, como un gran «conjunto de obras artísticas con que el pueblo cubano honrará a su epónimo» 2 . Y, luego de la propuesta, advertía sobre «el peligro de una denominación impropia e imprevista, movida por una opinión política improvisada o circunstancial (…) No son escasos los ejemplos que pueden citarse de la ligereza con que a veces hemos pecado en Cuba en ese defecto de las conmemoraciones precipitadas» 3 . Homenajear a quien tan receloso se manifestaba en relación con este tipo de loas, multiplica las significaciones de este aniversario 130 del natalicio de Don Fernando Ortiz, nuestro «tercer descubridor»: como la del propio hombre a quien propuso para encarnar la «lámpara votiva», su «vida fue toda ella ardiente llamarada de fuego patrio y luz de pensamiento universal» 4 . Cada honra que se le tribute no ha de ser menos precisa que aquella.
En vida, Ortiz presenció el homenaje que la nación le hiciera en el Palacio de Bellas Artes, el 28 de noviembre de 1955. Celebraban entonces los 60 años de la publicación de su primer libro, aquel lejano Principi y Prostes que iniciara el largo camino de su vida intelectual. Se cantó primero el Himno Nacional, antes que fueran escuchadas las disertaciones del antropólogo mexicano Juan Comas y del ensayista cubano Medardo Vitier. Al día siguiente, Prensa Libre daba cuenta de un toque de tambores rituales en el teatro Campoamor y en la Universidad de La Habana, la propia noche de la celebración: «por encima de las diferencias ideológicas, había un secreto y medular sentido de solidaridad humana» 5 .
Convocados por la Sociedad Económica Amigos del País, intelectuales, babalaos, alumnos de Don Fernando Ortiz, el grupo de tamboreros yoruba de Cuba, la Asociación de Antiguos Alumnos del Seminario Martiano… desde los primeros días del mes de noviembre habían ido confirmando su asistencia al homenaje en Bellas Artes en pequeñas misivas. De conjunto, una visión única del inmenso catauro de sensibilidades y alientos que la sola figura de Ortiz era capaz de congeniar: «deseamos adherirnos a dicho homenaje por la gran admiración y el profundo agradecimiento que tenemos para nuestro sabio compatriota, quien tanto ha hecho por el estudio y la comprensión de nuestras tradiciones de los antepasados, muchos de los cuales hoy forman parte del folclor nacional de nuestro pueblo cubano, que ha sido formado por el esfuerzo y la cooperación de todos los que vinieron a Cuba de Europa y de África. Así blancos como negros, estamos unidos para asegurar la completa integración de la sociedad cubana, nuestra patria común, y su futura prosperidad por la unión fraternal de todos» 6 , firmaban los tamboreros olú-aña que quedaban en Cuba. Y en prosa más depurada, se expresaba Regino Pedroso: «Rendir devoción pública de reconocimiento a su nombre y a la grandeza y profundidad de su obra, no es otra cosa que devolver al sembrador fecundo un poco de los bienes que hoy ofrece la tierra tan noblemente roturada por sus manos. Dichoso el pueblo que aún conserva vivientes hombres así, con quienes puede, honrándoles, honrarse» 7 .
Cincuenta y seis años más tarde, la conmemoración por el aniversario 130 del natalicio de quien se lanzara sin redes a las profundidades de lo cubano y a la revalorización de la presencia africana en nuestra cultura, no podía llegar en mejor momento. En tiempos en que el proyecto social cubano se revisa a sí mismo como catapultado por una revisión económica no menos profunda, volver al autor de El engaño de la raza, a los procesos de transculturación y formación histórica de la nacionalidad cubana, permitirá avanzar sin fracciones ni ingenuidades.
La tarde de este 16 de julio, justo la fecha de su onomástico, el Aula Magna del Colegio Universitario San Gerónimo de La Habana acogió a decenas de personas que allí se congregaron para homenajearle y escuchar, como en el lejano noviembre de 1955, la tradición melódica africana, esta vez en las voces y los pasos de Obbá Aré Anlé. Estuvieron el actual director de la Biblioteca Nacional José Martí, Eduardo Torres Cuevas; el presidente de la Academia Cubana de la Lengua, el poeta y ensayista Roberto Fernández Retamar; el Historiador de la Ciudad de La Habana, Eusebio Leal Spengler y el presidente de la Fundación Fernando Ortiz, el etnólogo Miguel Barnet.
«Fue él un espejo de lo cubano -dijo Barnet- porque nos hizo descubrir zonas ocultas y escamoteadas de la realidad desafiando el ocio, los relojes, la pereza tropical. Solo, sin apoyo institucional, con su talento y la vehemencia de su trabajo diario, realizó una obra monumental que superó con creces a todos sus contemporáneos». Recordó que Ortiz creó, en 1937, la Sociedad de Estudios Afrocubanos, dirigida inicialmente por Emilio Roig de Leuchsenring; que en 1944 presidió la Junta Nacional de Arqueología y Etnografía de Cuba; y que en 1961 fue nombrado Presidente de Honor de la Academia de Ciencias de Cuba.
Autor de Los mambises italianos (1909), Entre cubanos (1914), Los negros esclavos (1916), Los cabildos afrocubanos (1921), Historia de la arqueología indocubana (1922), Glosario de afronegrismos (1924), Alejandro de Humboldt y Cuba (1930), Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar (1940), Martí y las razas (1942), Las cuatro culturas indias de Cuba (1943), El engaño de las razas (1946), El huracán, su mitología y sus símbolos (1947), Los bailes y el teatro de los negros en el folklore de Cuba (1951), Los instrumentos de la música afrocubana, cinco volúmenes (1952), Historia de una pelea cubana contra los demonios (1959), de publicaciones póstumas y obras inéditas, junto con un sinnúmero de artículos para revistas y diarios de su época, Fernando Ortiz recorrió la vida cubana hasta sus cavernas. Quienes le conocieron han hecho trascender hasta nosotros su propio testimonio de ello: «Viví, leí, escribí, publiqué, siempre apresurado y sin sosiego porque la fronda cubana era muy espesa y casi inexplorada, y yo con mis pocas fuerzas no podía hacer sino abrir alguna brecha o intentar derroteros y así ha sido toda mi vida» 8 .
En el homenaje que presenció en 1955, presagiaba: «(…) En esta época maravillosa, cuando el genio del hombre (…) ha descubierto y conquistado hasta el poderío de destruir a toda la humanidad y su propio mundo (…) es necesario acudir a ese mismo genio humano y pedirle que se ingenie también en aplicar su ciencia en la reordenación de las relaciones entre las gentes (…). Solo la ciencia podrá recrear el mundo y asegurar a sus pobladores sustento, salud, saber, dignidad, bienandanzas, libertades y paz. ¡Tengamos más y más fe en la ciencia y más ciencia en la fe! 2 .
Hace apenas unos días, el intelectual cubano Alfredo Guevara me contaba que para la fecha en que esas palabras fueron pronunciadas en Bellas Artes, hacía años que las puertas de la casa de Don Fernando, en L y 27, estaban abiertas a quienes quisieran conversar. Aunque hoy no consigue recordar el paradero del texto, alguna vez Alfredo escribió sobre aquellos tantos días en que cruzó la calle entre la escalinata de la Universidad y aquella verja -junto con Lisandro Otero y Raúl Roa- y la noche le sorprendió sobre unos maravillosos sillones que hoy no se conservan. Balanceándose en ellos, quizá, «el viejo» les habrá contado sobre este crisol de elementos humanos que nos acoge o, mejor, sobre este ajiaco que nos contiene a todos sin fundirnos. Y si aquellos universitarios de la década de los 40 indagaron un poquito más -como cabe suponer de sus talentos inquietos-, Ortiz les habrá explicado: «Es el guiso más típico y el más complicado, se hace con varios tipos de legumbres, que aquí decimos ‘viandas’, y de trozos de carnes diversas; todo lo cual se cocina con agua en hervor hasta producirse un caldo muy grueso y suculento y se sazona con el cubanísimo ají que le da el nombre» 10 . Son los factores humanos y los sabores -difícilmente irreconocibles- de nuestra cubanidad.
La casa pintada aún de amarillo permanece en esa esquina del Vedado, avejentada como sus vecinas del Centro Habana que preludia o despide, según de donde vengamos. En su interior, no obstante, una pequeña habitación les basta a quienes desde 1995 sostienen una Fundación con su nombre. Hasta allí llegan todavía los universitarios en busca de su catauro, aunque no esté Don Fernando para aliviar la inquietud de sus talentos o deban sentarse, para caber todos, de vuelta en la escalinata.
Notas:
1- Fernando Ortiz: «Honores a Martí y otros mártires. Carta abierta al Primer Ministro». Publicada en Bohemia, La Habana, año 41, No. 25, 19 de junio de 1949, pp. 59-82.
2- Ídem.
3- Ídem.
4- Ídem.
5- Rafael Soto Paz: «Ratifico mi fe en la cultura ante el caos que se avecina. Selecta concurrencia testimonió su reconocimiento al insigne polígrafo». En Prensa Libre, miércoles 30 de noviembre, 1955. Recorte de prensa, Carpeta 337, Homenaje a Fernando Ortiz, Fondo Fernando Ortiz, BNCJM.
6- Homenaje Nacional a Fernando Ortiz. Carpeta 337. Biblioteca Nacional de Cuba José Martí.
7- Ídem.
8- Sergio Valdés Bernal: «El lingüista don Fernando Ortiz». En Revista Universidad de La Habana No. 216, ene-abr. 1982, pp. 158-170.
9- Fernando Ortiz en Recorte de prensa, Carpeta 337. Biblioteca Nacional de Cuba José Martí.
10- Fernando Ortiz: «Los factores humanos de la cubanidad». Separata de la Revista Bimestre Cubana de la Habana, Tomo XLV – No. 2-1940 p. 11. Citado por Stephan Palmié: «Fernando Ortiz y la cocedura de la Historia», en versión digital de Librínsula.