Se examinan las creencias y se desarticula el gran mito, el mito religioso. «Creer es dar por cierto algo de lo que no se tienen pruebas reales, y si se aportan dejarían de ser creencias y pasarían a ser realidades probadas. (Las creencias) son interpretaciones de la realidad irrebatibles por la argumentación lógica o para […]
Se examinan las creencias y se desarticula el gran mito, el mito religioso.
«Creer es dar por cierto algo de lo que no se tienen pruebas reales, y si se aportan dejarían de ser creencias y pasarían a ser realidades probadas. (Las creencias) son interpretaciones de la realidad irrebatibles por la argumentación lógica o para las pruebas objetivas en contra, y que se afirman por el acto de creer o de la fe. Vienen ancladas por el fuerte valor afectivo que el sujeto les atribuye. Ayudan al hombre a crearse una interpretación de la realidad, un mundo en el que se instala posiblemente para toda su vida. Es un tema muy difícil porque por la propia definición de creencia todo creyente se cree en posesión de la verdad y se muestra incapaz de salir de su mundo. Y es un tema comprometido porque nadie quiere ver puesto en cuestión su mundo creencial, sea éste religioso, ideológico o privado. Las creencias son un laberinto en el que el hombre se pierde. Sólo los griegos fueron capaces de salir de él», dice Fernando García de Haro en su libro El secuestro de la mente. Y don Gonzalo con él.
Don Gonzalo es un disidente autodidacta, podría pasar por un hombre polémico, un personaje atípico, incluso por un lobo solitario; no es un vehemente enemigo de la Iglesia y de la religión, pero sí un contradictor, un adversario de toda alineación religiosa, es especial de la institucionalización de esa alineación en forma de iglesias, sectas o asociaciones. La obra de don Gonzalo se dirige contra esa obediencia ciega, perinde ac cadaver, contra esa obediencia del entendimiento, contra ese suicidio racional expresado en el célebre credo non quod sed quia absurdum est -creo, no lo que, sino porque, es absurdo-, su combate es un combate contra la alineación del ser humano, en pro de la humanización de los fines. La ciencia convierte en ociosa a la fe, y las fantasías de la religión desvían al ser humano de los métodos de conocimiento. Don Gonzalo es alguien empeñado en comunicar mediante sus numerosos libros a los demás algunas conclusiones de su personal búsqueda de la verdad. Y lo tiene claro: el fundamento de la dignidad moral es, para todo ser humano, el reconocimiento y plena asunción de su finitud, de su naturaleza mortal.
Ha dejado razonado en sus libros que desde hace veinte siglos las iglesias cristianas instauraron la cultura del milagro y fomentaron el fetichismo y la superstición, fundados en el dualismo cósmico, que emerge con la ilusión animista que genera la mente del hombre prehistórico ante fenómenos de difícil explicación para él. El animismo, como dirá Edward B. Tylor, fue la respuesta espontánea del hombre a los enigmas acuciantes, respuesta que se cifra en el expediente de proyectar sobre dichas fuerzas los mecanismos psicológicos por los cuales él mismo daba sentido a las cosas en el curso de su actividad finalista; atribuye a esas fuerzas un ánima como motor de su actividad. Es la ilusoria solución antropomórfica de la impotencia para controlar o propiciar lo desconocido. Las modestas exigencias de racionalidad del hombre primitivo imaginaron la falsa hipótesis animista-racionalista y el subsiguiente dualismo alma-cuerpo, o espíritu materia o trascendencia-inmanencia. «Envueltos en las brumas del misterio, esos administradores despojan al ser humano del mayor atributo de su propia dignidad».
La religión, el espiritismo, el esoterismo y la parapsicología siguen aprisionando al ser humano en la alienación de la mente en el dualismo inaugurado por la ilusión animista. La creencia en almas o espíritus inmortales, que revolotean en un más allá imaginario o en un proceso kármico de transmigraciones, son formas intelectualizadas del animismo. El mundo de la milagrería, de las curaciones sobrenaturales, de las visiones religiosas, de las taumaturgias esotéricas, de las experiencias espiritistas etc son otras tantas hipotéticas mentales que mantienen al ser humano en la irracionalidad. El enemigo del ser humano no es la razón sino el mal uso de la razón o la supresión de la razón. Es el debate de las luces contra el oscurantismo.
El nervio de la explicación racional sigue siendo la relación de causalidad entre los fenómenos. Es el ser humano el que otorga sentido a lo que hay en el proceso de su vida individual y colectiva, y la reviste de valor sin necesidad alguna de revelaciones divinas. En frase de Feuerbach: la idea de Dios es una creación del hombre o, formulado de otra manera por él en La esencia del cristianismo: «difiero toto coelo de aquellos filósofos que se arrancan los ojos para ver mejor; para mi pensamiento requiero los sentidos…, yo no engendro el objeto desde el pensamiento sino el pensamiento desde el objeto; sostengo que eso sólo es un objeto, aquello que tiene una existencia más allá de mi propio cerebro». En definitiva, el adversario es la renuncia a pensar, la pereza de la voluntad para asimilar constructivamente la masiva información científica de la que ninguna sociedad antigua dispuso en medida comparable, la visceral determinación científica de parapetarse en caducas creencias que ofrecen una ilusoria seguridad psicológica ante las pruebas ineludibles que hay que afrontar con la dignidad de lo que constituye nuestra condición de seres racionales: el dolor, la enfermedad, la muerte. La fe católica ha pervertido las facultades intelectuales de los creyentes desde el fondo de los siglos.
Son pensamientos, que don Gonzalo desgrana, profundiza y razona con frecuencia en muchos de sus numerosos e instructivos libros. Don Gonzalo no escribe por escribir. Es un autor que honra al lector y a la editorial. Es un maestro.
Don Gonzalo es el decano del cuerpo de embajadores de España, autor de varios libros sobre temas históricos y religiosos (casi todos reeditados en Siglo XXI). Representó a su país ante el Vaticano (1985-1987) después de ser subsecretario en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Un destino que causó revuelo entre quienes pensaban que su ateísmo declarado (además de divorciado), resultaba ofensivo para desempeñar el cargo (cesado por el Gobierno de Felipe González como embajador en el Vaticano dejar de ser idóneo para el cargo). Él dijo en su defensa que tampoco se le pedía a un embajador estadounidense que fuese comunista para ejercer en Moscú. Su labor y postura nos ha legado en su libro «Mi embajada ante la «anta Sede«.
Actualmente retirado (jubilado) de la carrera diplomática nos ofrece en un addendum en su libro «Elogio del ateísmo. Los espejos de una ilusión«, como él dice, algunos apuntes para un itinerario intelectual, que sirvan de soporte de algunas reflexiones sobre ciertas experiencias personales. Don Gonzalo, este excelente pensador al que algunos le debemos el habernos empujado a salir de la pereza en la que yacíamos, nos ha regalado en el 2007 otro excelente libro: «Vivir en la realidad. Sobre mitos, dogmas e ideologías«. Como habrán adivinado hablo de don Gonzalo Puente Ojea. ¡Eskerrik asko, maestro!