La deuda externa de Grecia supera 150 por ciento del producto interno bruto (PIB) de ese país y los intereses de las ayudas que le conceden a Atenas la hacen aún más claramente impagable. Francia y Alemania, cuyos bancos son los principales acreedores, prestan el dinero, en realidad, para pagar a esos bancos y no […]
La deuda externa de Grecia supera 150 por ciento del producto interno bruto (PIB) de ese país y los intereses de las ayudas
que le conceden a Atenas la hacen aún más claramente impagable. Francia y Alemania, cuyos bancos son los principales acreedores, prestan el dinero, en realidad, para pagar a esos bancos y no para ayudar a la recuperación de la economía griega que ellos y el estadunidense banco J.P. Morgan, con la activa colaboración del anterior gobierno de la derecha helénica. El actual gobierno socialdemócrata griego, encabezado por Giorgios Papandreou, está tratando de renegociar esa deuda, que acepta en bloque como válida sin diferenciar entre la deuda legítima, la ilegítima y la usurera, pues para esos socialistas
hay que respetar a los buitres del capital financiero internacional y las leyes del capitalismo, que serían tan naturales como la ley de gravedad o el inexorable movimiento de la Tierra. El pueblo griego, en cambio, realiza continuas huelgas generales y manifestaciones de rechazo a esa aceptación por el gobierno de los diktats franco-alemanes, pues los trabajadores se niegan a aumentar aún más una desocupación que ronda 20 por ciento (las cifras oficiales hablan de 16, pero no incluyen a todos los realmente desocupados) y a rebajar ulteriormente los salarios reales que van en picada. La protesta social es enorme y va in crescendo, porque el capital financiero se ensañó con Grecia inmediatamente después de un gran movimiento que arrojó a la basura al gobierno derechista y lo sustituyó por el de Papandreou, en el que tenía grandes esperanzas de cambio. Como sucediera anteriormente en el caso argentino -otro país pequeño, no estratégico y relativamente marginal en la economía mundial-, el reflejo particular de la crisis mundial del capitalismo sobre Grecia fue utilizado por las finanzas para dar un terrible ejemplo a otras economías más importantes, como la italiana o la española, y para golpear un sector secundario pero politizado de los trabajadores europeos y favorecer la anulación de las conquistas sociales, a partir de Grecia, en todo el continente, y la rebaja de los salarios reales no sólo helénicos sino también de toda Europa.
El sector más importante de la burguesía nacional griega (los financistas, los armadores y los importadores-exportadores) ha enlazado sus intereses con los del gran capital internacional, sobre todo franco-alemán, y es su socio menor en los Balcanes; por su parte, los obreros griegos, con su gloriosa tradición de organización de clase y de radicalismo, con la resistencia contra los nazifascistas, con la insurrección contra la monarquía y el imperialismo británico, son un sector radical del proletariado europeo que el capitalismo mundial, tras desmembrar la ex Yugoslavia y dominar los restos de la misma, intenta aplastar en los Balcanes para poder explotar mejor a los trabajadores del viejo continente. De ahí la importancia política de la lucha que se libra en todas las ciudades griegas.
Argentina, hace diez años, declaró la suspensión de pagos, devaluó su moneda y renegoció favorablemente, con importantes rebajas, su deuda externa. Desde entonces, y pese a la crisis, ha tenido un importante crecimiento de su economía. Las diferencias con Grecia son muchas -en primer lugar, Argentina puede utilizar el aumento del precio de las materias primas agrícolas que produce en cantidades inmensas, cosa que Grecia no puede hacer- y ésta enfrentaría dificultades mucho mayores si declarase el default; pero en vez de condenar varias generaciones de griegos a apretarse el cinturón para sostener a los bancos franceses y alemanes, podría declarar nula una deuda que ni el pueblo ni el actual gobierno contrajeron. Eso obligaría al país a salir del euro y de la Unión Europea, a reconquistar la independencia monetaria para pagar los sueldos y el funcionamiento inmediato de la economía (como en Argentina, tras la devaluación del peso-dólar, cuando hubo que recurrir a la invención de cuasimonedas locales), pero permitiría mantener la independencia económica del país y otorgaría un papel mayor al sector estatal. Las presiones serían enormes, porque la banca francesa y la alemana perderían grandes sumas y los gobiernos respectivos se verían obligados a salvarlas nuevamente, pero Grecia contaría con el apoyo de los trabajadores de todo el mundo y, en particular, ayudaría a resistir a los de Portugal, los de España y, mañana, a los italianos.
Está también ahí el ejemplo de Islandia, pequeño país nórdico de 317 mil habitantes que tenía una deuda equivalente a 15 veces su PIB, que se negó a pagar a los usureros británicos y holandeses que habían prestado dinero irresponsablemente a banqueros aventureros de la isla. El gobierno, al principio, resolvió pagar la deuda externa y condenar al país, por siglos, a la esclavitud financiera (habría debido pagar su deuda en 15 años al 5.5 de interés). Pero el presidente, un ex comunista, rechazó esa posición, lo cual llevó a un referéndum, organizado por la presión popular mediante movilizaciones y asambleas, el cual declaró que dicha deuda era impagable y, en vez de premiar a los banqueros ladrones, los metió presos y nacionalizó los bancos. Islandia sigue en la Asociación Europea de Libre Comercio y los banqueros extranjeros tuvieron que contentarse con el dinero que consiguieron de sus gobiernos. Ahora, el país logró un acuerdo de pagos mucho más favorable (40 mil millones de euros en 37 años con el 3 por ciento de interés, a partir de 2016, lo cual representa, de todos modos, cerca de 100 euros por día, por cabeza de habitante, durante 10 mil 950 días) cuyo pago también rechaza. Islandia, con un gobierno socialdemócrata y rojiverde, pelea siempre para entrar en la Unión Europea y contra la presión del FMI y de sus acreedores y no ha perdido su independencia.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2011/07/03/opinion/023a1pol