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La izquierda ante las elecciones estadounidenses

Dos candidatos: un solo programa

Fuentes: International Socialist Review

Traducido para Rebelión por Felisa Sastre

Se mire por donde se mire, el balance presidencial de GeorgeW. Bush le ha hecho merecedor del billete de regreso a su reformada granja de cerdos en Crawford, Tejas. En los momentos posteriores al 11-S, en los que la mitomanía de los medios de información transformó a Bush en una mezcla de Lincoln y César, fue fácil olvidar que, en realidad, había perdido las elecciones del año 2000. O que su programa, despojado de su envoltura de «guerra contra el terrorismo», nunca había sido popular. O que su fanfarrona forma de ser no sólo ha producido oposición sino repugnancia y cólera en millones de estadounidenses.

Tres meses antes de las elecciones de noviembre, parece que ahora se ven las consecuencias. En el momento en el que escribo estas letras, todas las encuestas nacionales indican que el nivel actual de apoyo de Bush se encuentra por debajo del 50 % y lo que resulta más funesto para él, la mayoría ha contestado a los entrevistadores que pensaban «había llegado el momento del cambio» en la Casa Blanca el próximo noviembre.

Pero más importante que la posible derrota de Bush es el hecho de que la mayoría de los estadounidenses (el 54 por ciento en las encuestas de Gallup de junio y julio) han contestado que creían que la guerra en Irak «no merecía la pena» y que casi una mayoría apoya la retirada inmediata de Irak. Todo ello indica que los esfuerzos de los movimientos contra la guerra de hace dos años no sólo no fueron en vano sino que muestran el potencial existente para construir un movimiento que pueda cambiar, de verdad, las prioridades de un sistema capaz de patrocinar semejantes atrocidades. A ello hay que añadir los seis de cada diez estadounidenses que afirman estar de acuerdo con un sistema sanitario público nacional o esos más de la mitad de trabajadores no sindicados a quienes les gustaría tener un sindicato; en resumen, que existe una audiencia potencial para los políticos de izquierda.

Pese a ello, la mayor parte de ese potencial quedará sin aprovechar, y peor aún, se verá encarrilado a votar al abanderado demócrata, John Kerry. Por desgracia, mucha gente que podría prestar su voz, sus ideas y sus experiencias organizativas para transformar los difusos sentimientos contra Bush en una fuerza política de izquierdas, usan su talento para apoyar a Kerry. Por ejemplo, muchos líderes del movimiento masivo contra la guerra- que llevó a las calles a más de un millón de manifestantes durante el fin de semana del 15-16 de febrero de 2003-, han respaldado básicamente a Kerry, un candidato que apoya firmemente la guerra1. Mientras tanto, una falange de renombrados izquierdistas han prestado su apoyo a la campaña de los demócratas contra la candidatura independiente de Ralph Nader y Peter Camejo, la única candidatura que se opone a la guerra y propone otros objetivos progresistas como la abolición de la Patriot Act y la instauración de un único sistema público de sanidad.

Pequeñas diferencias en asuntos fundamentales.

En los asuntos cotidianos clave- en los que se supone van a decidirse las elecciones-, hay pocas diferencias entre Kerry y Bush, y no sólo en el tema de Irak. Kerry votó a favor de la Patriot Act y de la Ley No Child Left Behind2 Kerry ha sido un firme e incondicional partidario de los tratados sobre «libre comercio» como el NAFTA (North American Free Trade Agreement) y el ALCA (FreeTrade Area of the Americas). Como Bush, se opone al derecho de los gay y lesbianas al matrimonio. En todos estos asuntos- todos ellos importantes- la única diferencia entre Bush y Kerry es exclusivamente retórica.

Una campaña decidida en la que se prometiera abordar las inseguridades económicas y las desigualdades de clase proporcionaría a millones de estadounidenses motivos para votar. Pero despertaría expectativas en la clase obrera, que es exactamente lo contrario de lo que los grandes empresarios esperan del Partido Demócrata. Esa es la causa de que la verdadera audiencia de la campaña de Kerry, desde su elección como candidato demócrata, haya sido la clase dominante. Consciente que un sector significativo de las clases dirigentes había perdido la confianza en Bush, Kerry se ha presentado con un «plan B» ante los fracasos de la Administración Bush. Kerry ha intentado presentarse como el candidato que puede salvar la fracasada ocupación de Irak, para lo que propone aumentar las tropas del ejército. Ha tranquilizado a algunos de los dirigentes empresariales en el sentido de que su diatriba contra «Benedict Arnold Corporations» era simple retórica de campaña. Para las empresas, propone un ortodoxo programa de equilibrio presupuestario, supervisado por los responsables económicos de la era Clinton. Ante un grupo de donantes de grandes empresas, Kerry insistía: «Yo no soy un demócrata partidario de redistribuir…que quiera dar marcha atrás y cometer los errores del Partido Demócrata de hace 20 ó 25 años3«. Kerry está teniendo tanto éxito en la proyección de esa imagen centrista de un Bush descafeinado que incluso ha conseguido el apoyo entusiasta del conservador Consejo de Dirección Demócrata. «Los demócratas, hoy, están a punto de convertirse en el partido mayoritario», han escrito Al From y Bruce Reed, «gracias a que demócratas innovadores como Bill Clinton y John Kerry salvaron al partido en los años 90»4.

Parece que el Plan B de Kerry está funcionando. Ha conseguido llegar a la asombrosa cifra de 187 millones de dólares de donaciones, y un creciente número de dirigentes empresariales han anunciado su apoyo al acaudalado senador de Massachussets- el ex presidente de Chrysler, Lee A. Lacocca; Marshal Field de Field Corp.; Robert Hass, de Levy Strauss; Personajes de Silicon Valley, como Marc Andreese, Jim Clark y Charles M. Geschke; Charles K. Gifford de Bank of America; el presidente de ATT&T Broadband, Leo Hindery, Jr.; Sherry Lansing, de Paramount Pictures; e incluso Peter Chernin, presidente de Rupert Murdoch’ News Corp., el propietario del fanático canal ultraderechista Fox News5.

No obstante, mucha gente de la izquierda está dispuesta a dar crédito al hecho de que las diferencias existentes entre los demócratas y los republicanos- por pequeñas que sean- justifican el voto a Kerry- si bien tapándose la nariz-, aunque sólo sea en los estados «indecisos». Noam Chomsky, el crítico radical del imperialismo estadounidense que siempre ha denunciado su carácter bipartidista, declaraba a un periodista del Guardian:

«A veces, se describe a Kerry como un Bush descafeinado, lo que no es exacto, aunque en general el espectro político en Estados Unidos es muy limitado, y además, como es bien sabido, las elecciones se compran.

Pero, a pesar de las escasas diferencias existentes entre ellos, tanto en el ámbito interno como el internacional, hay diferencias. Y en este sistema de inmenso poder, las pequeñas diferencias pueden traducirse en grandes resultados».6

Así que parece que el consejo de Chomsky es «votar por el Bush descafeinado». Chomsky ha recomendado votar a Ralph Nader en los «estados seguros»(aquellos donde votar a Nader no tendrá efecto para que Kerry o Bush obtengan los votos electorales de ese estado). Pero tal como ha venido demostrando Chomsky a lo largo de su carrera, las políticas sobre la seguridad del estado no dependen de lo que se vota en los estados seguros o indecisos. Dependen del consenso de las clases dominantes y del bipartidismo. Votar a Kerry significa rechazar a una de las alas de la clase dirigente imperialista para apoyar a la otra- una elección que no es tal. Para la población civil de Irak o para los campesinos colombianos que van a sufrir los ataques más duros del imperialismo estadounidense, no existe diferencia alguna entre quien sea la Administración, demócrata o republicana, que ordene bombardear sus ciudades o facilite armas a los escuadrones de la muerte.

Por desgracia, la idea de que hay algo especialmente horrible en la Administración Bush ha sido la causa de que muchos convencidos activistas contra la guerra y contra el Imperio, se hayan alineado con Kerry, bien sea abiertamente bien sea tácitamente. El 6 de agosto, en una entrevista en la emisora de radio neoyorkina WBAI, el socialista y activista contra la guerra Tariq Ali, decía a Doug Henwood:

«Si Gore hubiera sido elegido, habría ido a la guerra en Afganistán pero tengo dudas de que hubiera ido a la guerra en Irak. Ésta última es consecuencia del programa neoconservador, dominado por la necesidad de apoderarse del petróleo y apaciguar a los israelíes. La guerra contra Irak es algo que esta Administración ha elegido. Su derrota será la derrota del partido de la guerra».

El problema que plantean las afirmaciones de Tariq es que no existe forma de confirmarlas. No sabemos lo que el futuro nos deparará, por lo que no podemos afirmar que Kerry no vaya a llevar a Estados Unidos a otra guerra. Al fin y al cabo, Lyndon B. Johnson hizo su campaña como el candidato de la paz contra el belicista Barry Goldwater, y ganó por mayoría abrumadora. Sin embargo, L.B.J intensificó la guerra en Vietnam.

Lo que sí sabemos es que Kerry y Edwards votaron a favor de la guerra en Afganistán e Irak. Sabemos que ambos defendieron «el cambio de régimen» en Irak mucho antes de que Bush tomara la decisión. Y, ahora, sabemos también que hubieran votado a favor de la guerra incluso conociendo que la justificación dada por Bush- que Irak estaba almacenando armas de destrucción masiva- era falsa. Respondiendo a una pregunta de Bush para que declarara si «sabiendo lo que ahora todos sabemos» habría votado a favor de la guerra, Kerry respondió: «Sí, hubiera votado autorizarla. Creo que un Presidente tiene autoridad para hacerlo»7. El programa demócrata, en gran parte responsabilidad de Kerry, critica a la Administración Bush porque «no ha enviado suficientes tropas para llevar a cabo la misión» en Irak. Y afirma: «Con Kerry como comandante supremo nunca esperaremos a que se nos dé luz verde del exterior cuando nuestra seguridad esté en riesgo». Es decir, Kerry no está dispuesto a renunciar a su derecho a mandar «unilateralmente» a los soldados de Estados Unidos a cualquier lugar del mundo. También insinúa que Irán, a corto plazo, podría sufrir otra invasión estadounidense: «Un Irán con armamento nuclear es un riesgo inaceptable para nosotros y para nuestros aliados»8 Kerry ha llegado incluso a proponer una actitud más agresiva contra Hugo Chávez en Venezuela que la mantenida por Bush.

Si bien es cierto, en términos generales, que los programas electorales no valen ni el papel en el que están escritos, es difícil pasar por alto el mensaje que los demócratas, en su Convención de julio, han lanzado a través del desfile de ex-generales y amenazantes delegados pacifistas para aceptar un programa belicista. El programa demócrata adopta los aspectos básicos del de los neoconservadores, es cierto que sin su bagaje. Si los neoconservadores que rodean a Bush proclaman enérgicamente la necesidad de un nuevo imperialismo estadounidense, Kerry y los demócratas lo hacen sobre la necesidad de un «internacionalismo poderoso». Kerry no critica la decisión de Bush de ir a la guerra, se limita a criticarle por hacer el trabajo chapuceramente, lo que prueba que su verdadera audiencia es la clase dominante a la que se ofrece como un gestor más competente del imperialismo de Estados Unidos. Es más, Kerry ha conseguido la aprobación de los líderes neoconservadores. «Cuando veo al tipo de personas que está asesorando a Kerry, que quienes inspiran la política exterior de Kerry provienen del centro y de la derecha del Partido Demócrata, resulta asumible que podrían ser compatibles con la Administración Bush», declaró Elliot Cohen, profesor de Universidad y uno de los ideólogos del neoconservadurismo, al San Francisco Chronicle. Pero, incluso los delegados a la convención demócrata – que, según una encuesta del Boston Globe, en un 90% estaban contra de la guerra de Irak-, le apoyaron como candidato9.

Antiimperialistas como Tariq Ali y Noam Chomsky lo saben de sobra. En su último libro, Bush in Babylon, Ali cita como ejemplo del apoyo a la intervención unilateral de Washington a un ideólogo blairí10 que señala: «Se está produciendo una revolución bismarckiana en las relaciones internacionales pero no ha sido Bush quien la ha puesto en marcha sino Clinton al tomar la decisión de intervenir en los Balcanes.»11 Por supuesto que Ali y Chomsky se opondrían a una nueva aventura imperial tan enérgicamente como lo han hecho con la de Bush, pero ¿acaso no es una buena razón para no pasar ahora por alto cualquier punto débil de Kerry?

La falta de realismo de los «pragmáticos».

La fundadora de Global Exchange y Code Pink, Medea Benjamin tiene otros motivos para votar a Kerry:

«Estas elecciones son un referéndum sobre la Administración Bush. El mundo observa y espera con el corazón acelerado contemplar si el pueblo estadounidense rechaza el programa de Bush. En mi último viaje a Irak, Gazwan al-Mujtar, un ingeniero iraquí, me dijo: ‘Saddam Hussein era un bastardo pero aquí no teníamos democracia y no le habíamos elegido, por lo tanto sus atrocidades no se hicieron en nuestro nombre. ¿Puede asegurar Usted lo mismo de George W. Bush?’. Tenemos la obligación con nosotros mismos y con los ciudadanos del mundo de no permitir por más tiempo que Bush hable en nuestro nombre».12

Podría ser un argumento de peso si las elecciones en nuestro país se realizaran exclusivamente para echar al Presidente. Por desgracia, como la misma Benjamin sabe bien, el único medio para conseguirlo es elegir a Kerry/Edwards. En » An Open Letter to Progressives», Benjamin, Peter Coyote, Daniel Ellsberg, y otras personalidades eminentes, lo ponen de manifiesto: «El único candidato que puede ganar en noviembre, además de Bush, es John Kerry», de ahí que pidan que se le vote en los estados indecisos.

Pero el sentido de la realidad entre los «pragmáticos» que piden el voto para Kerry brilla por su ausencia. Y ello resulta más obvio entre los críticos de la izquierda que desplegaron todos sus argumentos contra Kerry antes de cambiar de actitud y pedir el voto para él. En su «The Lizard Strategy» (La estrategia del lagarto), que ha circulado en la lista de discusión del Portside Left, Ricardo Levins Morales llamaba a Kerry «un reaccionario político profesional con un historial de utilización del apoyo de los trabajadores para socavar nuestros intereses». Ahora, pide el voto para Kerry porque «la razón más importante para convertir en una prioridad el echar a Bush tiene que ver con nuestras relaciones con las hermanas y hermanos en lucha en todo el mundo».

La escritora radical Naomi Klein, respalda a Kerry : «no porque vaya a ser muy diferente, ya que en asuntos clave- como Irak, la «guerra contra las drogas», Israel/Palestina, el libre comercio, los impuestos a las grandes empresas- será igual de pernicioso. La principal diferencia será el que si Kerry sigue con esa política brutal, dejará de ser inteligente, sano y aburridamente feliz. Esa es la razón por la que me he unido al campo de los «Cualquiera menos Bush»: sólo con un pelmazo como Kerry en el timón del país podremos, al fin, acabar con la patología presidencial y volver a centrarnos en los asuntos importantes»13.

Aunque Morales y Klein utilizan argumentos acertados contra Kerry, el respaldo a su candidatura invalida cualquier cosa que digan.

Si se elige a Kerry con un programa que anuncia la continuación de la ocupación en Irak, el aumento de las tropas desplegadas allí, una mayor internacionalización de la ocupación, etc. ¿podríamos de verdad afirmar que votar a Kerry es hacerlo contra la política belicista de Bush? Kerry ha hecho campaña abiertamente como el candidato que puede hacer que la ocupación funcione- lo que difícilmente puede ser una buena noticia para los iraquíes de a pie. Si las consecuencias finales para los iraquíes, para los soldados estadounidenses y sus familias son las mismas, ¿por qué es mejor el que John Kerry «hable en nuestro nombre» a que lo haga Bush? En efecto, aplicando la lógica de Benjamin y Morales, se puede alegar que un voto democrático que lleve a Kerry , con su programa bélico, a la presidencia (con el voto mayoritario y sin la intervención del Tribunal Supremo) podría representar una «democrática» decisión de los estadounidenses para dominar tiránicamente a los iraquíes. En contra de este argumento, Susan Watkins aporta un análisis real: «Con el actual planteamiento (de Kerry), votarle es poco más que otra munición para Irak. En este sentido, la revolución de Bush ha tenido éxito: ha hecho surgir a su heredero».14

Todavía menos realistas son las declaraciones de la editora de Nation, Katrina van den Heuven y del líder de Campaign for America’s Future, Robert Borosage: «Una victoria de Kerry significaría el rechazo de la derecha. Permitiría a los progresistas pasar de la defensiva a la ofensiva…Habría límites severos a lo que Kerry pudiera llevar a cabo, pero la diferencia entre enfrentarse a un asalto continuado a la Casa Blanca, desde fuera, y tener una Administración sin otra posible elección salvo la de sentirse responsable ante las bases progresistas, transformará las posibilidades políticas15«.

Por supuesto, este argumento no es específico para 2004. De hecho, resurge cada año electoral y, por desgracia, se trata de otra de las proclamas que con cada elección presidencial resulta menos convincente. En efecto, la ortodoxia dominante hoy en el Partido Demócrata- promovida por los mandarines del Consejo de Dirección del Partido- es la de que los candidatos del partido tienen que demostrarse a sí mismos que no son condescendientes con sus electores más leales, sino que lo que tienen que demostrar es lo que están dispuestos a hacer para ayudar a los grandes empresarios que financian al partido. Y habida cuenta del trato que se ha dado en la Convención a los delegados que apoyaban a Kucinich y de las constantes llamadas retóricas de Kerry a la derecha y al centro, ¿Qué les hace suponer a esos autores que Kerry tiene el más mínimo interés en sentirse «sensible» a las «bases progresistas»?

Con los liberales y radicales haciéndole el juego, Kerry no tiene necesidad de dar respuesta a sus demandas. «Kerry tiene menos problemas con la izquierda del Partido Demócrata de los que tuvo ningún otro de los candidatos demócratas que yo recuerde, es decir desde John F. Kennedy», afirma el congresista demócrata por Massachussets, Barney Frank. «La prueba de ello es que tengo mucho menos trabajo en esta campaña electoral que en otras. No se me envía a tranquilizar a la izquierda»16.

Y lo cierto es que todo el electorado «progresista» de los demócratas -sindicatos, asociaciones de mujeres, organizaciones gay, etc.- han apoyado la campaña de Kerry sin prácticamente garantía alguna de que Kerry vaya a hacer caso de sus demandas. Por el contrario, los partidarios del derecho al aborto libre han recibido la promesa de Kerry de que no hará del apoyo al derecho al aborto una prueba de fuego para el nombramiento de jueces federales. Los partidarios de los derechos de los homosexuales han recibido las garantías de que Kerry se opone a los matrimonios gay. Pero incluso ante los insultos de Kerry a sus más firmes partidarios, los líderes de los grupos progresistas se limitan a mantener sus bocas cerradas y se dedican a trabajar duro para la victoria de Kerry. No es sorprendente, por ello, que Kerry no sienta presión alguna.

Cualquiera que crea que si Kerry llega a la presidencia mostrará su gratitud a aquellos que han trabajado para él, debería recordar la trayectoria de Clinton. Que recuerden los esfuerzos de las organizaciones de trabajadores que consiguieron alrededor de la mitad de los votos demócratas en estados muy disputados como Michigan, a los que, una vez en el poder, la Administración Clinton «recompensó» con el Acuerdo de Libre Comercio (NAFTA) y con programas de «bienestar en el trabajo» que hundieron a los sindicatos. Al mismo tiempo que permitía, sin mover un dedo, que un filibustero impidiera en el Senado que se aprobara una de las principales reivindicaciones de los sindicatos: la prohibición de sustituir a los huelguistas.

Durante su campaña presidencial en 1992, Bill Clinton prometió que aprobaría una Ley de Libertad de Aborto que garantizaría el derecho de la mujer a la interrupción del embarazo. Cuando tomó posesión rechazó la ley. Mientras vetaba los intentos republicanos (y demócratas) para ilegalizar los denominados abortos con plazo, aprobó una ley de aborto que prohibía el aborto a las funcionarias federales del Distrito de Columbia y mantenía la prohibición de financiar la asistencia médica gratuita para el aborto. Los grupos que defienden los derechos de las mujeres jamás hicieron que Clinton pagara el precio político por estas traiciones. Y cuando surgió un movimiento a nivel estatal que reunía a gentes en contra del derecho al aborto, las dirigentes feministas se negaron a movilizar una contra ofensiva basándose, en parte, en su creencia de que el aborto estaba a salvo con un demócrata en la Casa Blanca.

El balance de los años de Clinton no produce una lectura placentera. La brecha entre los ricos y los pobres se amplió casi diez veces. El número de presos en cárceles federales casi se duplicó. El número de homosexuales expulsados del ejército por la política seguida de » no pregunte, no hable» de la época de Clinton, se incrementó. El número de personas sin seguro médico aumentó en 8 millones. Clinton mandó a las fuerzas armadas estadounidenses entrar en combate en más ocasiones que los cuatro presidentes que le precedieron en su conjunto. Clinton terminó con el sistema del estado de bienestar con actuaciones que Reagan nunca se hubiera atrevido a llevar a cabo. Y los sindicatos representaban a muchos menos trabajadores al final del mandato de Clinton que al principio17. Para cualquiera de los temas que preocupan a los progresistas, la situación empeoró durante la época Clinton. Y el clima empeoró incluso debido al hecho de que los liberales y progresistas se negaron a hacer oposición porque «su hombre» estaba en la Casa Blanca. Peter Edelman, un funcionario liberal de los Servicios Humanitarios y de Salud- que al menos tuvo la decencia de dimitir en protesta contra la reforma del estado del bienestar de Clinton, admitía que «muchos de quienes hubieran expresado su oposición desde las alturas si un Presidente republicano hubiera hecho algo semejante se sintieron obligados a no hacerlo por su deseo de ver al Presidente reelegido y, en algunos casos, por sus propios votos en la aprobación de la ley18

Esta es una de las falacias fundamentales en las que incurre gente progresista, como Naomi Klein, que apoya a Kerry, Lejos de potenciar el crecimiento de movimientos de oposición, una presidencia demócrata puede retrasar el desarrollo de la oposición, lo que resulta particularmente peligroso para el movimiento pacifista. Como se ha indicado anteriormente, Clinton envió más tropas a todas las regiones del mundo que cualquiera de sus predecesores inmediatos pero la oposición contra la guerra fue prácticamente nula durante su mandato. Una razón fundamental de que así fuera es la demostrada habilidad de Clinton para vender las intervenciones militares de Estados Unidos con el marchamo liberal de «intervenciones humanitarias». Perry Anderson nos lo recuerda:

«Mientras la retórica del Gobierno de Clinton hablaba de justicia internacional y de la construcción de una paz democrática la Administración Bush ha levantado la bandera de la guerra contra el terrorismo…El rendimiento político inmediato de cada uno ha sido también diferente. La nueva y dura línea de Washington ha caído muy mal en Europa, donde los derechos humanos han sido y siguen siendo especialmente valorados, por lo que la línea anterior era mejor como lenguaje hegemónico»19

La retórica clintoniana funcionó bien no sólo en Europa sino también en Estados Unidos, donde la oposición fue mínima e incapaz de organizarse. Quizás no haya un mejor testimonio que el hecho del apoyo liberal que el General Wesley Clark- el hombre que llevó adelante la guerra de Kosovo- ha recibido cuando se presentó como candidato presidencial, entre los que se encuentran los respaldos públicos del cineasta Michael Moore. Si el Pentágono cree que sus aventuras imperiales requieren la reimplantación del servicio militar obligatorio, John Kerry podrá venderlo mejor que George Bush. Si «el héroe de guerra» defiende que el servicio militar obligatorio será más «justo» para las clases trabajadoras y las minorías jóvenes, los liberales inclinarán la cabeza.

Incluso antes de las elecciones, está claro el peaje que ha pagado la izquierda por apoyar al «mal menor». Los líderes del movimiento gay y los demócratas han saboteado la esperanzadora campaña de desobediencia civil en apoyo de la igualdad en el matrimonio que surgió a principios de 2004 porque temían que pudiera costarle votos a Kerry. El movimiento contra la guerra es más débil y menos visible hoy, a pesar del hecho de que más estadounidenses comparten sus posiciones más que nunca. Los demócratas y las fuerzas que simpatizan con ellos secuestraron el Foro Social de Boston, en junio de 2004, convirtiéndolo en un acto de apoyo a Kerry e impidiendo que los representantes de la única campaña presidencial que está de acuerdo con los principios anti neoliberales del Foro Social- la candidatura independiente de Nader/Camejo- interviniera en él20 El resultado de todo esto es una mayor marginalización de la izquierda y que el clima político imperante continúe su deslizamiento hacia la derecha. Bush ha impulsado la política estadounidense hacia la derecha, Kerry le sigue, y la izquierda marcha detrás Kerry. Ese es el efecto no deseado del apoyo de la izquierda al menos malo21.

Las heridas que la izquierda se ha auto-infligido

La campaña «cualquiera menos Bush»- que ha propulsado al «elegible» Kerry a la cabeza del programa demócrata y ha atraído a tantos partidarios liberales a la órbita de los demócratas- ha servido para socavar la única potencialmente aceptable opción de las elecciones 2004: la candidatura independiente de Ralph Nader y Peter Camejo que presenta un programa pacifista y a favor de las clases trabajadoras.

La sorprendente manifestación de apoyo a la candidatura independiente de Ralph Nader reflejada en varias encuestas- en la que millones de personas contestaban que podrían considerar el votar a Nader- es señal de que existe el potencial para organizar a una minoría que está harta de la incapacidad del sistema bipartidista para dar respuesta a las cuestiones más apremiantes de hoy. Pero los demócratas y la izquierda del «cualquiera menos Bush» han trabajado en paralelo para que ese potencial no llegue a ponerse en marcha.

Un año antes de que Nader anunciara su intención de presentarse en febrero de 2004, publicaciones como la revista Nation y eminentes liberales y radicales exigieron a Nader que no se presentara. Tras el anuncio de su candidatura, le sometieron a una campaña de injurias con el fin de desmoralizarle a él y a sus potenciales votantes. Organizaciones del Partido Demócrata- que, es necesario recordar, no hicieron prácticamente nada para protestar contra el robo de Bush de las elecciones del 2000- han dedicado enormes recursos para desafiar su presencia en las papeletas electorales en todo el país. Y a diferencia de la izquierda que afirma que está bien votar a Nader en feudos demócratas como Massachussets, Illinois y California, el Partido Demócrata puede que logre que se niegue el acceso de Nader a las papeletas de votación en los estados indecisos.

Se podría esperar una conducta semejante de los impresentables políticos que presenta el Partido Demócrata pero no de las prestigiosas organizaciones y personalidades de la izquierda que también han participado en la campaña para quebrantar a Nader. El peor ejemplo de ello ha sido la exitosa campaña de un desconocido abogado, David Cobb, para conseguir la designación como candidato del Partido Verde con la condición expresa de hacer campaña sólo en los estados ya decididos. Algunos izquierdistas, incluso, han revestido a Cobb de un manto progresista para preferirle a Nader. Antes de que los Verdes designaran a Cobb/LaMarche, en la revista New Politics, Stephen Shalom escribía:

«Los argumentos para apoyar a David Cobb… me parecen mucho más convincentes que los que se presentan para hacerlo con Nader. Cobb es realmente miembro del Partido Verde, que es una organización real, que ha llevado a cabo un proceso democrático- si bien es cierto que de forma no muy eficiente, pero democrática en cualquier caso. Entren en la web del Partido, www.gp.org y encontrarán enlaces como United for Peace and Justice, ZNet, Democracy Now, y Fair Trade Coffee. Este es nuestro partido».

De ahí que votar a Cobb- que se ha comprometido a presentarse sólo en Estados seguros- sea el camino de construir una izquierda sin «ayudar a Bush»22

Este argumento para votar a los Verdes podría tener algún peso si el propósito de la candidatura de Cobb fuera el de hacer campaña agresiva contra Bush y Kerry en cuestiones como la guerra, la ocupación, la Patriot Act, el derecho al aborto, la asistencia médica universal, y tantos otros asuntos en los que los Verdes se encuentran a la izquierda de los demócratas. Pero al adoptar la estrategia de presentarse sólo en estados ya decididos se prueba el absurdo, ya así la pareja de candidatura de Cobb, Pat LaMarche, natural de Maine, afirma en una entrevista que votaría contra sí misma si allí la elección estuviese en peligro- por lo que la candidatura Verde ha reconocido su irrelevancia en el debate nacional. No se puede «construir la izquierda» si no se aspira a que las ideas de uno tengan consecuencias en el mundo real.

El suicidio del Partido Verde y, más claramente, el fracaso de la izquierda para presentar una alternativa a la farsa de los dos partidos, tendrá una enorme impacto a partir de noviembre de 2004. El Partido Verde, al aceptar ahora el principio de que no se puede competir con los demócratas si con ello se produce una victoria republicana, ha renunciado a su razón de ser. Si claudican en 2004, ¿qué va a impedirles hacer lo mismo en 2008, en el caso de que- supongamos- Jeb Bush estuviera en situación de acceder a la Presidencia? Si los activistas dedicados a construir la izquierda no consiguen volver a controlar a los Verdes, el Partido Verde seguirá el camino de organizaciones como el Labor Party o el Working Families Party de Nueva York: Se convertirán en un mero grupo de presión de los demócratas, es decir en la cola que mueve el burro de los demócratas.

Por el contrario, la campaña de Nader/Camejo intenta ofrecer una alternativa de Izquierda para la gente que quiere votar contra la guerra y la ocupación; contra la Patriot Act, a favor del matrimonio homosexual y del sistema nacional de salud. A pesar de sus extraños giros, la campaña de Nader/Camejo presentará la única opción en las elecciones 2004 para millones de gentes que se oponen a la guerra de Irak y que quieren que se produzcan cambios positivos para los trabajadores en Estados Unidos. Sin embargo la terrible presión llevada a cabo por los demócratas y la sucia campaña contra ellos puede, finalmente, empujarles hacia el extremismo, con posibilidades de que ello redunde en menos votos que los obtenidos en 2000 por la candidatura Nader-Los Verdes. Y más aún, puede obligar a Nader a aceptar algunas de las propuestas electorales del derechista Partido Reformista, lo que a su vez proporcionará argumentos a los oportunistas liberales que los usarán contra él.

Pero ocurra lo que ocurra con los Verdes, la izquierda está claro que ha sufrido un retroceso porque muchos de sus dirigentes e intelectuales- el movimiento pacifista, el movimiento obrero, el de las mujeres, etc.- se han sumado a un partido belicista y que protege a los empresarios. Cuando esos movimientos apoyan a demócratas como Kerry se debilitan porque les lleva a rebajar sus ambiciones, a posponer sus reivindicaciones y a no ser «demasiado agresivos». ¿Qué se puede decir a millones de ciudadanos que se oponen a la guerra si los activistas contra la guerra les dicen que deberían votar a un candidato que está a favor de ella?

Ello podría aumentar sus propias dudas sobre la guerra, y socavar así las posibilidades de poner en marcha una oposición a los belicistas.

Para una izquierda que se reprocha constantemente el ser irrelevante en las preocupaciones de los estadounidenses medios, el doblegarse ante Kerry sólo servirá para confirmar su irrelevancia.

Lo que el futuro nos depara

En el momento de escribir este artículo, a principios de agosto de 2004, las elecciones están ya próximas pero cualquiera que sea el resultado en noviembre, no influirá en las muchas tareas a las que se enfrenta la izquierda estadounidense.

Muchos de los izquierdistas que se han subido al carro de Kerry creen (o esperan) que la elección de Kerry cambiará la orientación de la política estadounidense en una buena dirección. Pero, salvo que uno esté dispuesto a reducir la definición de «buena dirección» al hecho de sacar a Bush de la Casa Blanca, muy poco va a cambiar si Kerry resulta elegido. Durante unos momentos, en la Convención Demócrata, el Presidente del Sindicato Internacional de Funcionarios (SEIU), Andrew Stern permitió que le cogieran diciendo la verdad, cuando el Washington Post le citaba afirmando que la reelección de Bush podría producir la conmoción que el movimiento sindical- actualmente en profunda crisis- podría necesitar. Se lamentaba de los demócratas, a quienes describía como un «partido vacío» que se niega a hacer algo en relación con los bajos salarios, y la economía basada en el sistema Wal-Mart que prescinde de los sindicatos. Aunque enseguida se retractó de sus declaraciones y demostró su compromiso con Kerry donando 65 millones de dólares del dinero del SEUI y dos mil colaboradores para hacer campaña a favor de los demócratas, Stern, al menos, seguía una pista interesante.

En su discursos de campaña, el candidato independiente a la vicepresidencia, Peter Camejo, ha afirmado que la consigna «cualquiera salvo Bush» mezcla la oposición a un individuo (Bush) con la oposición a su programa (el bushismo). Tiene razón. Por lo tanto, no podemos engañar con la idea de lo que es necesario hacer para cambiar las políticas actuales: lo que es preciso hacer para defender realmente nuestros derechos y conseguir las reformas que queremos. Si los sindicatos se tomaran en serio lo que dicen sobre sindicar a los trabajadores de Wal-Mart (en lugar de malgastar millones en apoyar a los demócratas) tendrían que enfrentarse al sistema económico de Wal-Mart al que se refería Stern. Poner en marcha un movimiento pacifista que comprenda la necesidad de trabajar solidariamente con la resistencia iraquí a la ocupación colonial de su país llevará a la política estadounidense mucho más lejos que la elección entre dos candidatos belicistas.

Si en las elecciones de noviembre se consigue volver a derrotar a Bush, la izquierda habrá de enfrentarse a un presidente, Kerry, comprometido con el libre mercado, con la guerra en Irak, y con la «guerra contra el terrorismo». Y será así porque esas políticas- y muchas otras que se podría mencionar- son políticas bipartidistas de las clases dirigentes de Estados Unidos a principios del siglo XXI. El desafío a esas prioridades exige una lucha de clase y política que parta de la constatación de que los demócratas forman parte del problema y no de la solución.

Notas

1 Véase, por ejemplo, «Bush Can Be Stopped», respaldado, entre otros, por Leslie Cagan, líder de United for Peace and Justice (UFPJ) en: www.cc-ds.org/statements1/bush_can_be_stopped

2 N.T.: Ley Federal de Educación contra el fracaso escolar, de carácter reaccionario, aprobada en 2002.

3 Para esta cita y más documentación sobre la descafeinada campaña de Kerry, véase: Elizabeth Schulte»The Me-Too Candidate» (El candidato del «y yo más», International Socialist Review, 36 (julio-agosto 2004), 16-21

4 Al From y Bruce Reed, «The Comeback Party», Blueprint, 26 julio, 2004. Accesible en Internet : www.ndol.org/print.cfm?contentid=252775

5 Véase la lista completa de los doscientos dirigentes empresariales- entre los que se encuentran muchos de los asesores de Clinton que tienen puestos directivos en el sector privado- en la página oficial de Kerry/Edwards en Internet: www.blog johnkerry.com/blog/Archives/002330.html

6 Matthew Tempest, «Chomsky Backs ‘Bush-lite’ Kerry» (Chomski apoya al descafeinado Bush que es Kerry), Guardian, 20 de marzo de 2004.

7 La cita de Kerry se encuentra en: «Bush Touts Plan for «Ownership Spciety», Chicago Tribune, 10 de agosto de 2004.

8 Para más información sobre el Programa Demócrata, véase el análisis de Stephen Zunes «Democratic Party Platform Shows Shift to the Right on Foreign, Foreign Policy in Focus, 5 de agosto de 2004. Se puede consultar en Internet : www.fpif.org/commentary/2004/0408shift.html.

9 Peter S. Cannellos, «Stance on War Splits», Boston Globe, 27 de julio de 2004.

10 N.T. Ideólogo de Tony Blair

11 Tariq Ali, Bush in Babylon:The Recolonisation of Iraq (New York: Verso, 2004, 197.

12 «A Open Letter to Progressives»

13 Ver Ricardo Levins Morales, «The Lizard Strategy», 4 de julio 2004, accesible en www.people-link5.inch.com/pipermail/portside/Week-of-Mon-20040705/006172.html y Naomi Klein, «Anybody but Bush-And then Let’s Get Back to Work», Guardian, 30 de julio 2004.

14 Susan Watkins, «Vichy on the Tigris», New Left Review, 28, de julio-agosto, 2004, 16.

15 Katrina van den Heuvel y Robert L. Borosage, «Victory in 2004- and Beyond», Nation, 15 de julio 2004. www.thenation.com/doc.mhtml?i=20040802&s=kvhborosage

16 Barney Frank , citado por Adam Nagourney, «Why the Democrats’ Left Wing is Muted» , New York Times, 29 de mayo 2004.

17 Para más detalles de este balance, véase Lance Selfa, «The Price of Lesser Evilism», International Socialist Review, agosto-septiembre de 2000.

18 Peter Edelman, «The Worse Thing Bill Clinton has Done» (Lo peor que ha hecho Bill Clinton), Atlantic Monthly, marzo 1997.

19 Perry Nderson, «Force and Consent», New Left Review, septiembre-octubre 2002. Accesible en Internet: www.newleftreview.net/NLR25101.shtml.

20 Sobre el Foro Social de Boston, véase el Informe en este mismo número.

21 Aunque el hundimiento de los movimientos independientes puede ser una consecuencia no prevista por la izquierda, sí es una estrategia intencionada de los demócratas, que tratan de impedir el desafío de los independientes a los dos partidos establecidos

22 Stephen R. Shalom, «In Defense of Tactical Voting (Sometimes)»- En defensa del voto estratégico (a veces)-New Politics 37, verano 2004. Accesible en Internet: www.zmag.org/content/showarticle.cfm?SectionID=33&itemID=5337