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Dos mujeres, una tragedia

Fuentes: Adital

Quizás la ayudante de servicios generales Liliam Gonzaga da Costa, de 42 años, nunca haya asistido a una representación de Sófocles ni sepa quién es Antígona. A pesar de que ambas mujeres están separadas por 26 siglos, tienen en común la fidelidad amorosa a sus parientes, el sentido de justicia y la defensa del derecho […]

Quizás la ayudante de servicios generales Liliam Gonzaga da Costa, de 42 años, nunca haya asistido a una representación de Sófocles ni sepa quién es Antígona. A pesar de que ambas mujeres están separadas por 26 siglos, tienen en común la fidelidad amorosa a sus parientes, el sentido de justicia y la defensa del derecho de los vivos a llorar a sus muertos.

Antígona decidió ignorar la orden del poderoso Creonte, rey de Tebas, y dio sepultura a su hermano Polinices, cuyo cadáver quería el gobernante que permaneciera insepulto, expuesto a la voracidad de las aves y los perros, para que el horror inhibiese a otros posibles aspirantes al trono.

Liliam sólo quería encontrar a su hijo Wellington Gonzaga da Costa, de 19 años, estudiante. El sábado por la mañana no había regresado del baile al que había ido la víspera junto con sus amigos Marcos Paulo da Silva Correia, de 17, estudiante, y David Wilson Florencio, de 24, cantero. Los tres vivían en el Morro da Providencia, en el centro de Rio de Janeiro.

Antígona, llevada a prisión, puso fin a su vida antes de saber que el sabio Tiresias había convencido a Creonte para liberarla y sepultar el cuerpo de Polinices. Liliam, en la mañana del sábado, supo la razón por la que su hijo no había regresado: al volver del baile él y sus amigos fueron abordados por soldados y oficiales del Ejército; no habían realizado crímenes, no consumían drogas, no armaban alboroto. ¿Entonces por qué?

Los militares llevaron a los tres para interrogarlos en el cuartel del barrio del Santo Cristo. Allí Liliam, finalmente, vio a Wellington y a sus amigos vivos la mañana del sábado. Así como Hemon, hijo de Creonte, confesó que su padre iba a suspender el castigo de Antígona, Liliam no temió por la suerte de los jóvenes. Sobre todo de su hijo, que soñaba con ingresar al Ejército.

Liliam jamás podría sospechar que Wellington, Marcos y David serían condenados por los militares que los secuestraron al más cruel de los castigos: fueron entregados a los traficantes del Morro da Mineira, enemigos de los traficantes de la Providencia. El domingo por la tarde fueron encontrados los cuerpos de los tres, marcados por torturas y agujereados a balazos, en el crematorio de Gramacho. Hubo testigos que presenciaron la entrega de los muchachos a los traficantes de la Mineira por parte de unos diez militares.

La crítica de Sófocles se escucha desde el siglo 5º antes de Cristo: ¿por qué las leyes de Creonte no se inspiraban en las leyes divinas? En términos modernos: ¿por qué los oficiales y soldados del Ejército entregan a inocentes a asesinos y traficantes de drogas? ¿por qué los policías militares de Rio organizan milicias para extorsionar a los habitantes de las áreas más pobres?

Este año se conmemora el 60º aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. ¿Será que en los cursos de formación en nuestras unidades policíacas y militares el tema de los derechos humanos se va a tratar con seriedad o será ridiculizado? En la segunda hipótesis se abriría la puerta para que el uniforme se transforme en prepotencia y el arma en recurso criminal. La ciudadanía será violentada y la democracia amenazada.

No es difícil saber cómo seleccionan las empresas a sus empleados. ¿Cómo son formados los que tienen, por deber constitucional, la función de defender a la población y la soberanía nacional? ¿Con entrenamientos intensivos perjudiciales para la salud física y mental o en familiaridad con los grandes humanistas de la historia, como Sócrates, Jesús, Gandhi, Luther King, Chico Mendes y Betiño? ¿Conocen las tragedias griegas para que no se repitan miserablemente como tragedias brasileñas?

Las Fuerzas Armadas y la Policía Militar no merecen que su historia, su servicio a la patria y a la población, sus ejemplos de heroísmo y respeto a las leyes y a los ciudadanos sean empañados por los 21 años de dictadura y por episodios macabros como el que segó la vida de los amigos y del hijo de Liliam. Por eso, no deben temer la verdad, hermana gemela de la justicia.

Antígona no alcanzó a ver resplandecer la justicia ni la tan anhelada libertad. Dios quiera que el futuro de Liliam y de tantas familias pauperizadas -por esta nación que concentra el 75.4 % de la riqueza en manos de un 10 % de la población (Ipea, 2008)-, no coincida con el de la heroína griega.

[Autor de «El arte de sembrar estrellas», entre otros libros. Traducción de J.L.Burguet] Dos mujeres, una tragedia

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Frei Betto * Adital – Quizás la ayudante de servicios generales Liliam Gonzaga da Costa, de 42 años, nunca haya asistido a una representación de Sófocles ni sepa quién es Antígona. A pesar de que ambas mujeres están separadas por 26 siglos, tienen en común la fidelidad amorosa a sus parientes, el sentido de justicia y la defensa del derecho de los vivos a llorar a sus muertos.

Antígona decidió ignorar la orden del poderoso Creonte, rey de Tebas, y dio sepultura a su hermano Polinices, cuyo cadáver quería el gobernante que permaneciera insepulto, expuesto a la voracidad de las aves y los perros, para que el horror inhibiese a otros posibles aspirantes al trono.

Liliam sólo quería encontrar a su hijo Wellington Gonzaga da Costa, de 19 años, estudiante. El sábado por la mañana no había regresado del baile al que había ido la víspera junto con sus amigos Marcos Paulo da Silva Correia, de 17, estudiante, y David Wilson Florencio, de 24, cantero. Los tres vivían en el Morro da Providencia, en el centro de Rio de Janeiro.

Antígona, llevada a prisión, puso fin a su vida antes de saber que el sabio Tiresias había convencido a Creonte para liberarla y sepultar el cuerpo de Polinices. Liliam, en la mañana del sábado, supo la razón por la que su hijo no había regresado: al volver del baile él y sus amigos fueron abordados por soldados y oficiales del Ejército; no habían realizado crímenes, no consumían drogas, no armaban alboroto. ¿Entonces por qué?

Los militares llevaron a los tres para interrogarlos en el cuartel del barrio del Santo Cristo. Allí Liliam, finalmente, vio a Wellington y a sus amigos vivos la mañana del sábado. Así como Hemon, hijo de Creonte, confesó que su padre iba a suspender el castigo de Antígona, Liliam no temió por la suerte de los jóvenes. Sobre todo de su hijo, que soñaba con ingresar al Ejército.

Liliam jamás podría sospechar que Wellington, Marcos y David serían condenados por los militares que los secuestraron al más cruel de los castigos: fueron entregados a los traficantes del Morro da Mineira, enemigos de los traficantes de la Providencia. El domingo por la tarde fueron encontrados los cuerpos de los tres, marcados por torturas y agujereados a balazos, en el crematorio de Gramacho. Hubo testigos que presenciaron la entrega de los muchachos a los traficantes de la Mineira por parte de unos diez militares.

La crítica de Sófocles se escucha desde el siglo 5º antes de Cristo: ¿por qué las leyes de Creonte no se inspiraban en las leyes divinas? En términos modernos: ¿por qué los oficiales y soldados del Ejército entregan a inocentes a asesinos y traficantes de drogas? ¿por qué los policías militares de Rio organizan milicias para extorsionar a los habitantes de las áreas más pobres?

Este año se conmemora el 60º aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. ¿Será que en los cursos de formación en nuestras unidades policíacas y militares el tema de los derechos humanos se va a tratar con seriedad o será ridiculizado? En la segunda hipótesis se abriría la puerta para que el uniforme se transforme en prepotencia y el arma en recurso criminal. La ciudadanía será violentada y la democracia amenazada.

No es difícil saber cómo seleccionan las empresas a sus empleados. ¿Cómo son formados los que tienen, por deber constitucional, la función de defender a la población y la soberanía nacional? ¿Con entrenamientos intensivos perjudiciales para la salud física y mental o en familiaridad con los grandes humanistas de la historia, como Sócrates, Jesús, Gandhi, Luther King, Chico Mendes y Betiño? ¿Conocen las tragedias griegas para que no se repitan miserablemente como tragedias brasileñas?

Las Fuerzas Armadas y la Policía Militar no merecen que su historia, su servicio a la patria y a la población, sus ejemplos de heroísmo y respeto a las leyes y a los ciudadanos sean empañados por los 21 años de dictadura y por episodios macabros como el que segó la vida de los amigos y del hijo de Liliam. Por eso, no deben temer la verdad, hermana gemela de la justicia.

Antígona no alcanzó a ver resplandecer la justicia ni la tan anhelada libertad. Dios quiera que el futuro de Liliam y de tantas familias pauperizadas -por esta nación que concentra el 75.4 % de la riqueza en manos de un 10 % de la población (Ipea, 2008)-, no coincida con el de la heroína griega.

[Autor de «El arte de sembrar estrellas», entre otros libros. Traducción de J.L.Burguet]