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Elecciones en Polonia y Argentina

Dos posibles lecciones

Fuentes: La Jornada

Las elecciones en Polonia y en Argentina nos dejan una preocupación nada optimista: los conservadores (centro izquierda o centro derecha) triunfan en la medida en que la izquierda pierde (con perdón de Perogrullo). Los ex comunistas (ahora Alianza de Izquierda Democrática) han perdido el poder en Polonia, y en Argentina la izquierda, lamentablemente dividida, «cosechó […]

Las elecciones en Polonia y en Argentina nos dejan una preocupación nada optimista: los conservadores (centro izquierda o centro derecha) triunfan en la medida en que la izquierda pierde (con perdón de Perogrullo). Los ex comunistas (ahora Alianza de Izquierda Democrática) han perdido el poder en Polonia, y en Argentina la izquierda, lamentablemente dividida, «cosechó rechazo por su dispersión», como ha escrito Miguel Jorquera (Página 12, 24/10/05).

El conservador y católico Ley y Justicia (PiS, por sus siglas en polaco) de los hermanos Kaczynski ganó la presidencia de ese país europeo por dos razones: porque su candidato ofreció mantener las principales conquistas sociales ganadas en los tiempos del llamado socialismo y porque en un país muy católico como es Polonia sostiene los valores de la Iglesia vaticana contra el aborto y los derechos de los homosexuales. Planteó, entre otras cosas, a diferencia de su principal opositor Donald Tusk, que los impuestos fueran progresivos, es decir, que sean más altos para quien gane más y más bajos para la gente de escasos ingresos o de familias numerosas. Kaczynski, para decirlo en pocas palabras, triunfó porque en los aspectos sociales y económicos es de centro izquierda, aunque en el tema de los valores sea de derecha. A la gente común no le interesa el aborto, pero sí el empleo, la salud y la educación gratuitas. Por esto perdió el defensor del neoliberalismo y también la ultraderecha que, además, es xenófoba, racista y contraria a la Unión Europea en la que Polonia tiene muchas esperanzas.

El oficialista partido de Kirchner en Argentina también ganó, la ultraderecha perdió, pero la izquierda, incluso la moderada, no logró entusiasmar al electorado. Una cruda y aleccionadora síntesis nos la ofrece Jorquera, ya citado: «La izquierda, en sus distintas variantes, perdió las cinco bancas de diputados nacionales que ponía en juego en esta elección, a la que asistió fragmentada en múltiples propuestas. Luis Zamora, Patricia Walsh, Mario Cafiero, Jorge Rivas y Ariel Basteiro -todos candidatos- dejarán el Congreso el 10 de diciembre. Ninguna de las propuestas del amplio abanico que desplegaron ante el electorado alcanzó el piso necesario para acceder a un escaño parlamentario y estuvieron lejos de transformarse en una alternativa política válida para los propios sectores sociales que aspiran a representar.»

La izquierda perdió en Polonia por la corrupción y la ineficiencia de sus gobernantes, más que por sus postulados formales que nunca se materializaron realmente. La izquierda polaca es, para decirlo rápido, poco creíble a juzgar por sus acciones de gobierno. Y en Argentina porque los sectores sociales que la izquierda siempre ha aspirado a representar no suelen responder en elecciones igual que en los movimientos, pese a que éstos a menudo se ven acompañados de esa izquierda. Este sorprendente fenómeno ya lo he discutido en estas páginas (15/4/04) con base en Alex Callinicos y en Enrique Semo; ambos coinciden en que el ascenso de las luchas populares no se refleja en votos por la izquierda radical, y yo me permito añadir que son dos situaciones distintas: los movimientos sociales son para conseguir algo concreto (en sentido positivo o negativo) normalmente de corto plazo, las elecciones motivan temas más generales, macro, diríamos, y en éstas intervienen, incluso inconscientemente, tanto el voto útil como el de castigo que con frecuencia son equivalentes.

¿Qué lección extraemos para México de las dos elecciones descritas? En primer lugar que el centro izquierda tiene más probabilidades de triunfo que el centro derecha y que la derecha (en el caso de nuestro país mezclada con la ultraderecha); es decir, que el partido y el candidato que ofrezcan medidas antineoliberales (que han sido brutalmente resentidas por la mayoría de la población) -mayor equidad social, salud, empleo, educación y seguridad pública, etcétera- tendrá más simpatizantes que los que ofrezcan más de lo mismo. La otra cuestión es la credibilidad. En este ámbito el PRI y Madrazo están perdidos, pues la ideología que ambos representan no es la antigua, la del intervencionismo estatal (en teoría benefactor), sino la impuesta por Salinas de Gortari desde su gobierno hasta hoy. Felipe Calderón, por el hecho de que supuestamente se lanzó a la palestra en contra de los deseos de Vicente Fox, de su esposa y del PAN ultraderechizado de ahora, tiene más probabilidades que si hubiera quedado de candidato Santiago Creel o Alberto Cárdenas.

Si en estos momentos hubiera elecciones en México ganaría López Obrador, pues su discurso genera credibilidad en mucha gente, pero tiene tres oponentes principales que no debe minimizar: 1) el riesgo de la dispersión de la izquierda «realmente existente» (que sólo es de izquierda formalmente hablando), 2) la candidatura de Felipe Calderón y la apariencia de que representa al viejo PAN, y 3) no Madrazo, pero sí el aparato del PRI, que tiene experiencia, disciplina y poder en varios estados importantes.