Pensé en googlear una buena frase para iniciar, pero no, ni esto es un
buen ensayo ni voy a concursar en lides de estética. Prefiero decirlo
así, tal y como me vino a la mente mientras espero el retorno de la
corriente en Marianao.
No me gusta burlarme de la (mala) ortografía de las personas.
Me recuerdo ganando plata en un concurso provincial de Historia
mientras escribía exclavo, allá en la época de la pañoleta. También
con un noventa y ocho coma cinco, por la triada pezca pezcadores
pezcado, en una prueba de ingreso a la vocacional habanera. Pues sí,
mientras algunos se esforzaban estudiando, yo regalaba puntos por
culpa de los recolectores pescadores cazadores (era Historia, me
tocaba).
Tengo muchos aportes, algunos hasta recientes. Y es risible si se
quiere, o utilizable como herramienta para descalificar al que escribe
esto, pero ni soy tan importante, ni me quitará el sueño. Tampoco el
mundo soy yo.
Muchos no tienen buena ortografía, no como la de mis aportes (que si
me pongo insoportable los justifico como accidentes), sino aportes que
van más allá; unos que más que risa, (me) producen pena. Hay una
delgada línea entre la subversión que siempre contiene el chiste y lo
sádico, lo violento, lo agresivo; y existen muchas maneras de
cruzarla.
Cuando se lanza la carcajada (real o virtual) sobre el torrencial
disparate ortográfico, nos estamos riendo de la (falta de) capacidad
de una persona. Sin embargo, esto bien pudiera deberse a que su medio
no le permitió estudiar, o simplemente porque no fue capaz de asimilar
una buena base ortográfica. Eso es ofensivo.
Siguiendo esta lógica, casi cualquier chiste puede ser sádico, y sí,
lo es, dependiendo de los contextos. De cualquier manera, recordarle a
alguien, como primera estocada gratuita que, por la razón que sea, no
ha leído lo suficiente o no puede recordar bien las palabras en su
estado correcto, de forma tal que se termine por restregar esto, no
puede ser inocente. Cuando se señala una deficiencia ajena de manera
directa, aunque sea en tono jocoso, no deja de ser ofensivo.
Por si fuera poco, el chiste sobre lo ortográfico es colonizante y
esconde un principio de la dominación: el que se ríe está en lo
correcto (está encima, es «el culto»), el objeto de risas está
equivocado (está abajo, es «el inculto»). Este chiste se construye
sobre una lógica de jerarquías.
Es también una forma de discriminación. El plano (pretendido) del
intelecto, también sirve para discriminar, a pesar de que en muchos
casos, desde arriba, puede hacerse inconscientemente y sin malicia. En
cambio, se recepciona de manera diferente por el de abajo, que es
justo ahí donde radica lo más importante: el riesgo de herir a
alguien, o las de su alrededor.
La ortografía no es señal de clase social, ni de geografía, ni de tipo
de persona, por lo que la burla no escapa de caer sobre el amigo, el
amigo de un amigo, el familiar de un amigo, el familiar propio, un ser
querido, un compañero de causas sociales.
No hablamos acá de una acción constructiva, ni de un chiste que
expresa la picardía de quien lo hace, sino de todo lo contrario. Lo
mejor es ayudar, y para hacerlo, se señala con respeto, de manera
directa y en un intercambio privado.
La sociedad punitiva también se (des)construye desde el humor.