* Duran * Sesenta y cinco días después de su ingreso en prisión, Enric Duran fue puesto en libertad con una fianza desproporcionada, a la espera de juicio. Duran acaba de hacer público un comunicado en el que, junto con la denuncia de la situación de los presos comunes, reivindica el sentido político de su […]
Sesenta y cinco días después de su ingreso en prisión, Enric Duran fue puesto en libertad con una fianza desproporcionada, a la espera de juicio. Duran acaba de hacer público un comunicado en el que, junto con la denuncia de la situación de los presos comunes, reivindica el sentido político de su acción:
«En un nivel global, el tiempo pasa rápidamente y, por más fuertes que sean los argumentos, por más claras que se manifiesten las evidencias, por más actores sociales que lo reclamen, nadie en la clase política osa entrar públicamente en el debate sobre si el crecimiento habría de seguir siendo un fin de la economía en sí mismo. En lugar de cambiar el modelo económico para que no necesite crecer, se habla de cambiar el modelo de crecimiento y se practican medidas que sólo tienden a perpetuarlo. Se subvenciona la compra de coches mientras cada vez más gente en paro sufre por no poder comer y por tener un lugar para dormir. Así, se está desaprovechando la ocasión para iniciar una transición hacia un modelo económica y ecológicamente viable. Si no lo hacen ellos, lo haremos nosotros.
(…)
Mientras las instituciones públicas no reaccionen y continúen actuando según la ley del silencio para todo lo que no sea el pensamiento único capitalista, sólo tenemos una opción, y es la de actuar directamente, la de transformar la sociedad desde abajo, desde la autoorganización social.«
* Coupat *
Esa parece que era la opción del francés Julien Coupat, uno de los nueve de Tarnac que sigue en prisión, acusado de algo más grave que estafa: asociación ilícita con fines terroristas. Desde una perspectiva diferente a la del decrecimiento, Coupat ofreció ayer en el diario Le Monde su opinión acerca del circo que se ha montado en torno a su persona, sin que todavía se hayan aportado pruebas de lo que se le acusa. Traduzco un extracto significativo, visto lo sucedido en España con la candidatura de II-SP (los subrayados son míos):
«¿Qué significa para usted la palabra «terrorismo»?
Nada permite explicar que el departamento de información y de seguridad argelino, sospechoso de haber orquestado, con conocimiento de la DST, la ola de atentados de 1995, no figure entre las organizaciones terroristas internacionales. Tampoco hay nada que permita explicar la repentina transmutación del «terrorista» en héroe durante la Liberación, en socio frecuentable para los acuerdos de Evian, en policía iraquí o últimamente en «talibán moderado», en función de los últimos virajes de la doctrina estratégica americana.
Nada, excepto la soberanía. En este mundo es soberano quien designa al terrorista. Quien rechace participar en esta soberanía se abstendrá de responder a vuestra pregunta. Quien codicie algunas migajas de la misma se sacrificará con prontitud. Quien no se ahogue de mala fe encontrará instructivo el caso de estos dos ex-«terroristas» convertidos, uno, en primer ministro de Israel, el otro, en presidente de la Autoridad Palestina, habiendo recibido ambos, para colmo, el Premio Nobel de la Paz.
La imprecisión que rodea la calificación de «terrorismo», la imposibilidad manifiesta de definirlo, no se deben a alguna laguna provisional de la legislación francesa, corresponden al principio de algo que sí que podemos definir muy bien: el antiterrorismo, del que constituyen más bien la condición de funcionamiento. El antiterrorismo es una técnica de gobierno que hunde sus raíces en el viejo arte de la contrainsurgencia, de la guerra denominada «psicológica», por decirlo de manera educada. El antiterrorismo, al contrario de lo que querría insinuar el término, no es un medio para luchar contra el terrorismo, es el método por el cual se produce, positivamente, el enemigo político como terrorista. Se trata, mediante todo un lujo de provocaciones, de infiltraciones, de intimidación y de propaganda, mediante toda una ciencia de la manipulación mediática, de la «acción psicológica», de la fabricación de pruebas y de crímenes, también mediante la fusión de la policía y de la administración de justicia, de aniquilar la «amenaza subversiva» al asociar, en el seno de la población, al enemigo interior, al enemigo político, al afecto del terror.
Lo esencial, en la guerra moderna, es esta «batalla de los corazones y de los espíritus» donde se permiten todos los golpes. El procedimiento elemental es, aquí, invariable: individualizar al enemigo con el fin de cortarle del pueblo y de la razón común, exponerle bajo los rasgos del monstruo, difamarle, humillarle públicamente, incitar a los más viles a colmarlo de escupitajos, animarles al odio. «La ley debe ser utilizada simplemente como otra arma en el arsenal del gobierno, y en este caso no representa nada más que una cobertura de propaganda para desembarazarse de los miembros indeseables del público. Para una mejor eficacia, convendrá que las actividades de los servicios judiciales estén vinculados al esfuerzo de guerra de la manera más discreta posible«, aconsejaba ya en 1971 el cabo Frank Kitson [antiguo general del ejército británico, teórico de la guerra contrainsurgente], que algo sabía de esto. Una vez al año no hace daño, y en nuestro caso, el antiterrorismo ha sido un fracaso. En Francia no están dispuestos a dejarse aterrorizar por nosotros. La prolongación de mi detención por una duración «razonable» es una pequeña venganza bien comprensible, vistos los medios movilizados y la profundidad del fracaso; como es comprensible el empeño un poco mezquino de los «servicios», desde el 11 de noviembre, por endosarnos las maldades más caprichosas a través de la prensa, o por espiar a cualquiera de nuestros camaradas. En estos últimos tiempos, los arrestos acompasados de los «allegados de Julien Coupat» han tenido el mérito de revelar cuánto ha podido influenciar esta lógica de represalias en la institución policial y en el corazoncito de los jueces.»