«Uno debe llamar por su nombre a todo lo que ve. Nunca se deben ignorar las consecuencias. Esa es la única posibilidad de enfrentarse a la barbarie. Ver las consecuencias», John Berger y Nella Bielski. 1 Este es un análisis de los economistas neoliberales pero no ha pretendido ser un libro de economía en el […]
«Uno debe llamar por su nombre a todo lo que ve. Nunca se deben ignorar las consecuencias. Esa es la única posibilidad de enfrentarse a la barbarie. Ver las consecuencias»,
John Berger y Nella Bielski.
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Este es un análisis de los economistas neoliberales pero no ha pretendido ser un libro de economía en el sentido convencional de la palabra, es decir, plagado de cifras, de ecuaciones, de modelos y de gráficas, instrumentos que en el caso del economista ortodoxo se usan no tanto para aclarar su pensamiento sino para ocultar su ignorancia. Ese tipo de escritura de los economistas se convierte en gran medida en una barrera para el conocimiento de los problemas económicos y sociales del mundo y en un mecanismo de desmovilización política de la gente común y corriente.
No tiene ningún sentido escribir para los economistas, pues ya bastante ellos se escriben entre sí y para sí mismos, porque eso significa utilizar un lenguaje hermético e incomprensible, alejado de las expectativas inmediatas de los seres humanos. Solamente en el conocimiento académico se genera esa terrible manía de dirigirse de manera exclusiva a los «miembros de la tribu», sin esforzarse en lo más mínimo en comunicarse con el resto de mortales, con aquellos que no tienen las credenciales de «especialistas», lo que limita el conocimiento y la amplitud intelectual. Como bien lo dijo Günther Anders para el tema de la filosofía: «Escribir textos sobre moral que leerían y entenderían sólo los colegas universitarios me hubiera parecido un sinsentido. Algo cómico, si no inmoral incluso. Tan carente de sentido como si un panadero hiciese sus panes solo para otros panaderos». Siguiendo tan sabio consejo, este libro no tiene como destinatario principal ni exclusivo a los economistas ni ha sido escrito a partir de la lógica convencional de la economía, cada vez más alejada del mundo real y de los problemas de los hombres y mujeres de carne y hueso.
Cuando aquí se habla de economistas neoliberales no se está considerando sólo a los detentadores de títulos de economía, sino a todos los neoliberales -sean estos de cualquier profesión o disciplina del conocimiento- porque han asumido como suya la lógica estrecha y mecánica de la ortodoxia de la «economía de mercado», o sea, la vulgata neoliberal. Dicha vulgata es repetida como una letanía por abogados, pedagogos, sociólogos, historiadores, investigadores y técnicos cuando pretenden explicar el funcionamiento de las diversas instancias de la sociedad. Por esta razón, los postulados básicos de todos los neoliberales se subordinan a la «racionalidad» de los economistas, a partir de la cual pueden ser analizadas sus políticas criminales en los más diversos terrenos de la realidad social.
Los economistas neoliberales son la piedra angular para entender los crímenes económicos de nuestro tiempo, porque como ya lo anunciaba la revista Business Week en marzo de 1977, venden sus habilidades profesionales «sus contactos, su destreza, y, en opinión de algunos, hasta su alma, en el tenebroso mundo de la política de Washington». Como parte de sus habilidades de negociantes se destaca la apertura de cátedras de «libre empresa» en universidades de todo el mundo con el fin manifiesto de expandir la ideología del capitalismo, lo cual ha convertido al fundamentalismo neoliberal a individuos y grupos procedentes de variadas profesiones y de distintos orígenes intelectuales y políticos y ha universalizado los crímenes económicos y sociales.
En el transcurso de la investigación se fue reafirmando la estrecha relación entre neoliberalismo y capitalismo, porque acá se enfatiza que no es posible separarlos y plantear que el neoliberalismo es una negación del «capitalismo civilizado» existente hace algunas décadas en su versión socialdemócrata. Este tipo de análisis son antineoliberales pero no anticapitalistas, suponiendo que puede llegarse a un capitalismo social sin los incómodos «extremismos» de los «fundamentalistas de mercado». Por el contrario, a lo largo de estas páginas mostramos que existe un vínculo indisociable entre capitalismo y neoliberalismo y, por lo tanto, resulta obvio que la criminalidad de estos últimos no puede entenderse sin hacer referencia a la barbarie capitalista. Por eso, el subtítulo de esta obra: El genocidio económico y social del capitalismo contemporáneo.
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La criminalidad neoliberal ha extendido las redes delincuenciales del capitalismo hasta niveles impensables hace algunas décadas. En el mundo actual los neoliberales desempeñan el mismo papel genocida que antaño cumplieron la iglesia católica y los misioneros, los piratas y aventureros, los negreros y los colonizadores. Aunque todos ellos sigan actuando en forma criminal en el capitalismo contemporáneo, se han subordinado a la lógica del neoliberalismo, cubriéndose con el nuevo manto delincuencial que ahora los arropa a todos. Con el neoliberalismo, el capital ha ampliado su estructural carácter criminal a todo el mundo y a los más diversos aspectos de la vida social y natural, lo que se constata en diferentes ámbitos: el mundo del trabajo, la educación, el medio ambiente, la biotecnología, el sistema de salud, las migraciones internacionales, la alimentación y el agua.
El capitalismo convierte todo lo que encuentra en su camino en mercancía, destruyendo sociedades, culturas, economías, tradiciones y costumbres, dejando a su paso muerte y desolación. Eso se evidencia con la mercantilización de la naturaleza, de los genes, de los órganos humanos, de los niños y las mujeres… y el neoliberalismo se ha convertido en el legitimador «teórico» e ideológico de la brutal conversión de todos los valores de uso en vulgares mercancías, con sus devastadoras consecuencias sobre los seres vivos. En estos momentos estamos soportando un despiadado genocidio como puede corroborarse con cifras elocuentes sobre pobreza y riqueza, sobre hambre y obesidad, sobre sed y derroche hídrico, sobre analfabetismo y hastío informativo, sobre explotación laboral y fabulosas ganancias de los empresarios capitalistas… Ese panorama de antagonismos se sustenta en la explotación intensiva de millones de seres humanos y en la destrucción acelerada de los ecosistemas.
La conjunción de ese doble proceso destructivo explica la amplitud y variedad de los crímenes del capitalismo y el papel que desempeñan los neoliberales, como legitimadores ideológicos de tal proyecto genocida, pero también como copartícipes directos y responsables de esa guerra contra los pobres del mundo.
En esta investigación hemos querido mostrar tanto la responsabilidad del sistema capitalista como de los economistas neoliberales en la perpetuación de crímenes de muy diversa naturaleza, resaltando que muchos de los delincuentes, con rutilantes títulos de Doctores en Economía de prestigiosas universidades estadounidenses, planifican el asesinato en masa de millones de seres humanos desde sus cómodas poltronas de burócratas en sus tecnificadas oficinas del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional o de las instituciones económicas en cada país. Esos asesinatos se materializan en la práctica cotidiana cuando se aplican las Armas Económicas de Destrucción Masiva, como los Planes de Ajuste Estructural, contra pueblos enteros. Y, como siempre sucede con los delincuentes, éstos justifican sus crímenes con muy diversas argucias, en el caso de los economistas con sofismas sobre modernización, crecimiento económico, éxito exportador, eficiencia, eficacia, calidad, transparencia… y mil falacias por el estilo. Por si hubiera dudas, sólo recuérdese lo acontecido en Argentina, Bolivia, Colombia, Nicaragua, Rusia, Ghana, Zambia y otros 100 países, devastados por los proyectos neoliberales.
Es bueno recordar que tan criminales son los que aprietan el gatillo para matar a sus victimas como los que las seleccionan y planean la forma de ejecutarlas. Esto, aplicado a la economía capitalista contemporánea, significa que los asesinos no son solamente los políticos que implementan los Planes de Ajuste Estructural o privatizan las empresas de servicios públicos o firman Tratados de Libre Comercio para regalarle al capital imperialista los recursos de un país, sino que detrás están los criminales de cuello blanco, que con sevicia preparan los asaltos y atracos del patrimonio de los pueblos, el robo de sus recursos naturales y materias primas y la eliminación de sindicatos y organizaciones de los trabajadores. Como decía Bertolt Brecht en su célebre poema «Muchas maneras de matar»:
Hay muchas maneras de matar.
Pueden meterte un cuchillo en el vientre,
quitarte el pan,
no curarte una enfermedad,
meterte en una mala vivienda,
empujarte al suicidio,
torturarte hasta la muerte por medio del trabajo,
llevarte a la guerra, etcétera.
Sólo pocas de estas cosas están prohibidas en nuestro estado.
Al mismo tiempo, los economistas neoliberales pretenden presentarse como los nuevos oráculos que están capacitados con poderes divinos para interpretar las «objetivas» e impersonales fuerzas del mercado, a nombre de las cuales perpetran todos sus crímenes, de la misma forma que todos los ideólogos de los imperios coloniales han justificado siempre sus delitos, a nombre de una razón suprema (como las pretendidas razas superiores, la civilización o el progreso). Ahora, la «mano invisible» del mercado guía a los seres humanos por el camino de la prosperidad, y los únicos que pueden interpretar en forma correcta los signos cabalísticos de esa fuerza suprema son los neoliberales, lo que además, se nos asegura, es una expresión de la superioridad moral del capitalismo. ¡Esa gran moralidad la ha mostrado el capitalismo a través de la historia, esclavizando seres humanos, asesinando niños, exterminando indígenas, colonizando pueblos… como lo ha rubricado en los últimos años con los millones de víctimas que ha producido en todos los rincones de la tierra!
A partir de los dogmas del «libre mercado», en los que se basa el supuesto de la globalización como una realidad irreversible -una especie de «ley de gravedad social»-, los neoliberales justifican todas sus acciones criminales con toda la impunidad del caso, incluso responsabilizando a sus víctimas, a las que señalan con el dedo acusador por no ser capaces de adecuarse a las sacrosantas leyes de la competitividad y del éxito. La vulgata neoliberal sostiene que el hombre es egoísta por naturaleza, que el mercado es una condición natural de los seres humanos, que la competencia premia a los triunfadores y castiga a los perdedores, que en la sociedad como en la selva sobreviven los más aptos, y éstos son los mejores… Todas estas mentiras, cuidadosamente urdidas y difundidas por medios de comunicación, editoriales, revistas, libros y universidades, son presentadas como la verdad revelada, ante la que hay que someterse o perecer.
Por fortuna, el nuevo sentido común de tipo criminal que ha tratado de imponer el neoliberalismo en las últimas décadas, y cuyos ideólogos más visibles son los economistas, está repleto de contradicciones insalvables, porque no puede compaginar las promesas de riqueza y prosperidad con las que presenta sus recetas mágicas con la dura realidad de la miseria, el desempleo y la desigualdad, ni su distopia de un crecimiento infinito con los límites naturales de la tierra. Por ello, hasta en la tan ensalzada Unión Europea, presentada como paradigma de una pretendida integración neoliberal exitosa, y que hoy hace agua por todos los flancos, se alzan las voces de rechazo y de protesta, que se suman a todas las de los pueblos del mundo periférico, como nosotros, y a la de todos aquellos que durante muchos años hemos combatido al capitalismo y, desde nuestro modesto lugar como trabajadores del pensamiento, hemos librado un combate abierto contra las falacias criminales de los ensalzados héroes del mercado total, los neoliberales, apoyándonos en la atinada definición de José Martí, cuando decía: «Los que pelean por la ambición, por hacer esclavos a otros pueblos, por tener más mando, por quitarle a otros pueblos sus tierras, no son héroes, sino criminales». A su vez, en nuestro caso personal se afronta este combate teórico y político, plenamente convencidos que, para decirlo con las palabras del gran José Gervasio Artigas (líder de la independencia del Uruguay), «con la verdad ni ofendo ni temo».
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