Como si fuese una epidemia extendida de manera sorpresiva en las últimas horas en Ecuador se tiende un manto de sospecha única entre la clase política, de esa que le fragmenta cada vez más y le hace dudar de sus dirigentes y sus gentes. Si, en Ecuador se viven horas de tensa incertidumbre por la […]
Como si fuese una epidemia extendida de manera sorpresiva en las últimas horas en Ecuador se tiende un manto de sospecha única entre la clase política, de esa que le fragmenta cada vez más y le hace dudar de sus dirigentes y sus gentes. Si, en Ecuador se viven horas de tensa incertidumbre por la actuación de todos y entre todos, ya sea porque se hace como por lo que se hizo; y, lo que es más, la palabra duda fue la más usada para calificarse entre ellos, entre los políticos que actúan para tratar de dirigir a esta nación que ahora asoma azotada por la paranoia persecutoria por todo lo que pueda hacer el mandatario. En ese estado estamos. ¿Cómo llegamos a este instante de tanta sospecha paranoide?, pues, como resultado del ejercicio de una política perversa que en el país se ha dado como parte de la convivencia de estos últimos diez años, pero también como la acumulación de una historia de nación adolescente en política, que siempre le ha movido la duda como parte de sí misma para destruir su autoestima.
Si hay algo que le va admitirá la nación entera es que los últimos diez años (2007-2017) pese a una polarización dura durante el gobierno de Rafael Correa, existió al menos una definición exacta en política entre oficialistas y opositores que se agruparon de manera homogénea, y en medio de una batalla de ideológico-política no exenta de actos, dimes y diretes, entre versiones y hechos ciertos el Ecuador supo al menos en forma exacta, quizás por primera vez, quien era quien – políticamente hablando – y en cual lado de la orilla se ubicó.
Lo ocurrido en las elecciones fue el primer desubique. De manera extraña se fueron alineando fuerzas opositoras junto a Guillermo Lasso, como a alguna otra candidatura, y se unieron cuando antes fueron algo peor que rivales ya que eran enemigos de clase connaturales. Salieron de los últimos rincones de la izquierda rabiosa y radical hasta los máximos grados de la extrema derecha conflictiva y fanática para unirlos en una alianza difícil de asimilar, que a la final no dio ningún buen resultado ya que les quedó para siempre a esta parte de la clase política la rémora de haber apoyado al banquero, la que nunca saldará las dudas si fue por odio a Rafael Correa o por dinero contante y sonante.
La otra campanada de alerta se lanzó desde el lado de Alianza PAIS, que tuvo que sobrellevar la procesión por dentro, con un debate sospechoso para elegir a sus candidatos que tienen la difícil tarea de reemplazar a Rafael Correa, empezando por Lenin Moreno, pasando por Jorge Glas y terminando por el grupo parlamentario, así como la dirigencia del partido, de cuyas actuaciones todos dudaron y dudan, tanto que entre ellos mismos se tejen una suerte de temores sobre quien es quien y que es qué, que ya advertía la tormenta que ahora vivimos.
Si algo de funesto tienen las campañas electorales es que sacan lo peor de la clase política competidora por el poder y, esta, la del 2017 no fue la excepción. Lo dicho entre ellos, entre candidatos y grupos añadidos, fue una colección de ofensas, ataques y destrucción de honras mezcladas con promesas incumplibles y propuestas imposibles o ignorantonas que en muchos casos fueron parte de la exhibición. Todo lo que le dijeron a Lenin Moreno y sobre todo a Jorge Glas daba para la duda, la sospecha y la indignación al ver tanta falsía como deshonra acumulada o, si fuese cierto, tanta corrupción endilgada a ellos que resultaron los ganadores. Todo quedó grabado en la memoria colectiva, o en las redes sociales y en los sistemas digitalizados que están a disposición de toda la comunidad nacional y, más que seguro, saltarán en un momento oportuno en los próximos días cuando su uso sea conveniente.
Una vez terminado el proceso electoral pasado, fueron las sospechas las que se extendieron como sombras amenazantes contra los triunfadores en las urnas. El grito de ¡fraude, fraude…! fue el más sonado en el tiempo de transición y en la óptica popular la duda sobre el verdadero triunfador se mantiene hasta la fecha por el escándalo que armó CREO- Suma, dejando en soletas la credibilidad las elecciones. Al menos en su 49% logrado y cercano no deja de creer en esa versión que asegura que les arrebataron el triunfo y el gobierno es ilegal. Dudas, dudas, y más dudas, eso es lo persiste en el colectivo opositor que no se resigna haber estado tan cerca del poder y haberlo perdido otra vez por negativa de la voluntad popular.
Cerradas las urnas y una vez que ha salido Rafael Correa de la Presidencia de la República las cosas se han puesto peor que de costumbre en Ecuador. Las dos fuerzas contendientes de la clase política nacional se han fragmentado y no saben ¿Qué hacer? Los unos, los oficialistas al asumir el poder en forma divida con lucha interna entre sí deben enfrentar a un fenómeno nuevo consistente en la pugna interna entre correistas y neo-morenistas, que los desgasta de manera violenta como corrosiva. Mientras tanto, en la oposición para superar las pérdidas millonarias de la campaña, los enemigos de ayer se convierten en prestos colaboradores de hoy, asumiendo desde el oportunismo como la mejor moneda de compra de sus servicios para ponerse a la orden del nuevo gobierno, asomando como aparecidos que llegan a colaborar con el régimen establecido.
Si hasta ese momento la duda y la sospecha habían hecho carne del comentario político, la morriña entre los contendores se vio azuzada por la nueva posesión presidencial de Lenin Moreno, que con su llamado al diálogo desató la incertidumbre y con ello destapó el cofre de la paranoia entre los propios y los ajenos.
En filas contrarias a AP, en la derecha política el llamado de Moreno logró lo que no se había alcanzado en la última década política de Ecuador: dividirles hasta el extremo. La sola oportunidad de estar cerca del presidente los ha enconado a la interna, y el haber citado a algunos de los líderes opositores a su despacho provocó envidias, distorsiones e inconsecuencias en sus filas. Tratando de clamar olvido por lo que le dijeron antes al ahora mandatario, ahora buscan fijar una nueva pose conciliatoria que establezca diferencias entre lo que fueron y quieren ser ahora.
A la oposición se la ve oficiosa tratando de simular aceptación al acuerdo pero sin poder ocultar sus verdaderas intenciones para ver que logran sean reclamos tributarios, cambios de modelo económico, reformas laborales, planes de gobierno frustrados, la destrucción total de la Ley de Comunicación o, cualquier otra opción de escabullirse en el gobierno como si hubiesen sido ellos los ganadores electorales. Sin duda están sorprendidos por el estilo dialogante y aperturista del gobernante, y se nota que quieren aprovecharse del mismo porque sus huestes están yéndose para ese lado. Si no es verdad lo que afirmo, pues revisen las cifras que exhiben los encuestadores de la oposición que afirman cínicamente que ya el 40% del voto de Lasso se ha pasado a favor de Moreno en el primer mes de gobierno. La disputa para buscar lucirse ante el presidente por un pedazo del poder esta dura y corrosiva entre estos lares, lo que los tiene paranoicos… ¡Eh!
En el sector pro gobierno las dudas están alcanzando un climax exasperante contra el mandatario y su nuevo estilo. Para empezar, hay sectores muy duros Alianza PAIS que no terminan de aceptar que se haya ido Rafael Correa, y que sea reemplazado por alguien a quien lo ven como una figura concesiva como Lenin Moreno, con sus llamados a la oposición, sus acercamientos a los sectores pudientes y su discurso que evidencia distancias con lo que el gobierno anterior. Palabras más, palabras menos, pero para muchos de los militantes activos de la revolución ciudadana no se acepta nada de lo que haga el gobernante así haya salido de sus filas. Total, mal hace el nuevo mandatario en pacificar cuando por otro lado cuando desata un incendio en su propia casa, con intolerancias tan severas que parecen agrandarse con cada anuncio gubernamental, y sobre todo con llamados agitadores en redes sociales que claman castigo para una supuesta traición, que no se vislumbra más allá de esta visión extrema de quienes no harán concesiones ni con los propios, peor con ajenos.
No ayudan los deslices de los socios colaterales del régimen, sea porque los anuncios confusos del ministro Ledesma en el área laboral, o los conflictos desatados por nombramientos y dichos o decires en la cartera del ministro Espinel, mas las posiciones asumidas en el diálogo con los otros, los rivales, que hacen temer a una mayoría de Alianza PAIS que comiencen a darse retrocesos en el campo del trabajo o en las conquistas sociales logradas en la década ganada, de las que el régimen es un heredero. Si, aquí hay temores y los celos se exasperan con la presencia activa de la esposa del Presidente, que cumple su papel de primera dama que es considerada una figura anacrónica en el manejo no elegido del poder. Muchas voces reclaman por debajo esta presencia como los hechos, declaraciones o actos inoportunos de los funcionarios que aumentan la controversia como la paranoia.
Y como si se tratase de apagar los incendios con gasolina un sector de la oposición proveniente de las filas de CREO-Suma se han lanzado en una campaña de acusaciones de corrupción aprovechando el caso Odebrecht para tratar de ganar un apoyo de la ciudadanía y justificar su papel en la asamblea. Así, un grupo de legisladoras de esta tienda política hablan sin cuidar las formas, se exceden en sus acusaciones contra el vicepresidente sin prueba alguna, al tiempo de demostrar una ignorancia supina de leyes, procedimientos o legislación. Con el respeto que se merecen, deberían tener cuidado ante la nación en el manejo del lenguaje jurídico que utilizan, porque hacen gala de ser parte del espectáculo con el que convivieron antes y, pareciera ser que han confundido al escenario legislativo en su anterior palestra. El show político es malo cuando lo mal usan los malos actores políticos, por más reinas que sean; peor si censuran los parentescos presuntamente delictivos sin cuidar su entorno familiar. Y la paranoia se agita mas por las respuestas que da AP sacudiendo el pasado con las comparaciones de los corruptos que fueron antes los de la partidocracia, menudo lío el que se ha montado.
El primer mes de gobierno ha generado incertidumbre que no cuadra con las buenas intenciones y el requerimiento de un trabajo sostenido para manejar al Ecuador, aquello declina en paranoia entre la clase política. Pareciera ser que nuestra dirigencia no estaba lista para estar sin Correa, para entrar en diálogo con Moreno y, para evitar las conjuras que ellos mismos montaron con sus bocas, gestos, voces y acciones. El riesgo es que su sospechas paranoides busquen contagiar a una población ecuatoriana, que a decir de las encuestas le da el beneficio al gobernante con un 65% de aceptación y aprobación tanto a su comportamiento como a su palabra. Es decir, que mientras arriba se pelean, abajo se solazan con un positivismo porque se deje gobernar en paz.
Con tanta paranoia desatada, se pregunta: ¿Podrá hacer gobierno el actual mandatario?