Aunque están en la luna, los forajidos tumbaron a un presidente de la República. No les bastó. Los forajidos también salvaron al presidente sustituto. La tarde del miércoles pasado, mientras esta ciudad hervía de piquetes ciudadanos que lo mismo recibían gases que golpeaban diputados, en un pequeño estudio radiofónico se recibió la llamada de un […]
Aunque están en la luna, los forajidos tumbaron a un presidente de la República. No les bastó. Los forajidos también salvaron al presidente sustituto. La tarde del miércoles pasado, mientras esta ciudad hervía de piquetes ciudadanos que lo mismo recibían gases que golpeaban diputados, en un pequeño estudio radiofónico se recibió la llamada de un importante personaje.
«Señor Velasco -dijo la voz-, estoy aquí atrapado en el sótano del Ciespal, estoy prácticamente secuestrado y entiendo que no son forajidos.»
La llamada pasó al aire. Los quiteños que sintonizan en FM la frecuencia de La Luna escucharon a un presidente desesperado. Son los forajidos, bautizados así por el ex presidente Lucio Gutiérrez, y ahora orgullosos portadores del mote.
Francisco Paco Velasco recuerda el episodio mientras maneja rumbo al punto de reunión de unos miles de manifestantes que le exigen a la Organización de Estados Americanos (OEA) sacar las manos de Ecuador, y siguen exigiendo «que se vayan todos» los políticos.
«Me dijo que había llamado al Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas para que lo rescataran, pero que sólo le habían enviado a un coronel Guerrón», cuenta Velasco.
Al aire, el virtual presidente de la República pedía al director de una pequeña estación regional que intercediera por él. «¿Qué puede usted hacer, señor Velasco?», le preguntó.
Varios grupos de manifestantes tenían bajo acoso el edificio sede del Ciespal, un centro de investigaciones de medios, donde Alfredo Palacio había acudido a entrevistarse con la prensa.
Tras cinco horas de retención, el cardiólogo Palacio pudo abandonar el lugar. La llamada le había funcionado, igual que a miles de quiteños que usaron La Luna, y la siguen usando, como el correo de voz de la rebelión que echó del poder a Lucio Gutiérrez.
La Luna abrió sus micrófonos. En los ocho días de la revuelta contra Gutiérrez, centenares de personas llegaban a la pequeña estación y hacían colas de tres o más horas sólo para tener un minuto ante los micrófonos.
Otros usaban a la emisora como el vehículo para informar sobre sus puntos de concentración o sobre las acciones del gobierno del ex coronel, ahora refugiado en la embajada de Brasil.
El miércoles pasado, La Luna fue el instrumento para reportar la llegada de centenares de vehículos desde regiones apartadas del país, repletos de indígenas y campesinos que venían a la «contramarcha» organizada por el Ministerio de Bienestar Social del gobierno gutierrista.
Gracias a La Luna y a una red de correos electrónicos y teléfonos celulares, muchos de esos vehículos no llegaron a sus destinos. Las entradas de Quito fueron taponadas por los forajidos y en varios puntos se vivieron enfrentamientos entre partidarios y enemigos del presidente.
En Cumbaya, por ejemplo, la clase media y la «burguesía» bloquearon los caminos con sus automóviles. «Salieron a parar a los indígenas», afirma Kurikamac Yupanqui, también indígena y dirigente del partido Pachakutik-Nuevo País.
Naturalmente, las baterías no sólo se dirigieron contra las bases del gobierno. Las llamadas a La Luna alertaron a los forajidos sobre los preparativos en el Aeropuerto Internacional Mariscal Sucre. Decenas de personas ocuparon, en festivas coleadas, las pistas de aterrizaje. Lucio Gutiérrez tuvo que dar la vuelta en su helicóptero y refugiarse en la embajada brasileña, donde aún permanece.
El día de los rumores
Este viernes es día de decepciones y rumores en Quito.
El país sigue atentamente la reunión del consejo permanente de la OEA y se encabrita con la decisión de los embajadores de posponer el análisis del tema, y por tanto el reconocimiento del nuevo gobierno.
A los gritos contra los locales, en las calles, se suman los reclamos al organismo continental: «OEA, OEA, respeta mi bandera».
En Radio La Luna, por supuesto, hay un televisor con la CNN que transmite en vivo la sesión de la OEA, además de muchos teléfonos a los que llegan todos los rumores imaginables.
El primero, que Lucio Gutiérrez no ha aceptado el asilo.
Los que siguen amargan los rostros de los presentes: el hermano del presidente Gutiérrez se está reuniendo con militares de mediano rango, un coronel Procel de la fuerza aérea está preparando un golpe de Estado, en el cuartel de Paracayacas se organiza todo.
Un empleado del aeropuerto, identificaciones al pecho, llega para informar que lo sacaron de su lugar de trabajo «porque van a militarizar». Pero Radio La Luna tiene también informantes dentro de las fuerzas de seguridad y pronto desestima la versión.
A las informaciones que proporciona la emisora, los ciudadanos responden con centenares de llamadas. Se van fijando los puntos de reunión.
Paco Velasco pide a la gente reunirse frente a la embajada estadunidense y frente a la oficina de la OEA, pero muy pronto da marcha atrás. Le informan que la representación diplomática estadunidense acaba de evacuar su sede. «No les demos pretextos», pide, y el lugar de reunión se cambia a una avenida que es lugar habitual de concentración opositora, no sin que antes el periodista solicite a los manifestantes mandar unos besos a la embajadora estadunidense.
Los rumores rebasan a La Luna, corren por la ciudad capital y por todo el país, al punto de que la cúpula de las fuerzas armadas debe salir a tranquilizar las cosas. El general Solón Espinoza, ministro de Defensa, afirma en conferencia de prensa que los rumores son cosa «de un grupo de personas» que buscan beneficiarse de la situación. Los militares, por conducto del ministro, «reafirman su subordinación» al poder civil.
Poco antes el presidente Palacio, aún no reconocido por la comunidad internacional, ordena cambios en los mandos de las fuerzas armadas: salen así los jefes que retiraron su apoyo a Lucio Gutiérrez, decisión que selló su destino.
La OEA, el nuevo enemigo
Forajidos llamó un mal día Lucio Gutiérrez a sus opositores y ellos no tardaron en apropiarse del mote y multiplicarlo en todas las calles de esta ciudad.
Ahora, cuando llaman a La Luna, los ciudadanos dan su número de cédula de identidad, pero siempre anteponen la expresión: «Soy la forajida fulana de tal».
Entre los forajidos, claro, hay de todo, excepto políticos. Por la exigencia de su público, en las pasadas dos semanas La Luna no ha entrevistado legisladores ni dirigentes de partidos.
Algunos políticos, claro, ni siquiera están interesados en hablar en la emisora tan latosa. En los días de las movilizaciones, un grupo de 40 gutierristas llegó a la estación armado de antorchas. «Querían quemarla», afirma uno de los empleados. La presencia de forajidos lo impidió, pero no ha evitado que sigan las amenazas contra Velasco y su familia.
Camino de la manifestación, por ello, Velasco lleva los acompañantes que le perturban la vida desde hace tres semanas: un motociclista armado que le abre paso, una camioneta detrás de la suya, y un guarura en su mismo vehículo. «Es la primera vez que vivo así», lamenta.
La molestia es menor si se contrasta, digamos, con la manera en que el periodista es recibido en la manifestación de los forajidos: «¡Paco, Paco!», le gritan las señoras. «¡Paco no se arredra, Paco no se arredra!», lo reciben los señores y los jóvenes.
Poco antes, desde los micrófonos de La Luna, Velasco lanza su duro verbo contra la OEA y se pitorrea particularmente de los embajadores de Perú y Colombia. «Claro, dice, cómo no iban a defender a Lucio Gutiérrez, ese aliado incondicional del Plan Colombia.»
Los manifestantes se concentran en la lluviosa tarde quiteña. Las frases escuchadas hace una hora en La Luna se han convertido ya en carteles y consignas. Por una tarde, los forajidos se olvidan de sus políticos y les brota el espíritu soberanista. «OEA, qué cosa tan fea», dice un cartel.
Pero los cantos más repetidos son dos y resumen el resentimiento hacia un presidente que llegó al poder con el apoyo de todas las izquierdas y el poderoso movimiento indígena y terminó siendo el «mejor aliado», según él mismo, de Estados Unidos en la región.
Son dos los cánticos de los jóvenes que cierran la noche de Quito: «No queremos/y no nos da la gana/ser una colonia norteamericana«, es el primero. Y el otro: «Sí queremos/y sí nos da la gana/ser una potencia latinoamericana».
Parece mentira pero no lo es: aún no cae la noche cuando ya la luna llena se dibuja sobre los manifestantes. Lo dicho: los forajidos y la luna hacen buena pareja.