Desde hace varios años sigo la literatura publicada sobre la década del gobierno de Rafael Correa Delgado (2007-2017). Imposible reseñar o referirlo todo, de modo que me limito a realizar algunos señalamientos, que podrán dar la idea sobre el espacio en el cual se han movido distintos autores. Anticipo que mis propios artículos y obras […]
Desde hace varios años sigo la literatura publicada sobre la década del gobierno de Rafael Correa Delgado (2007-2017). Imposible reseñar o referirlo todo, de modo que me limito a realizar algunos señalamientos, que podrán dar la idea sobre el espacio en el cual se han movido distintos autores. Anticipo que mis propios artículos y obras están en las páginas de Historia y Presente, y del Taller de Historia Económica.
Cuando se inició el gobierno de Correa, fueron los columnistas y articulistas de la derecha política los que le tildaron como «out sider» y «populista». Para todas las izquierdas tradicionales (también para las nuevas), que por entonces se unificaron en apoyo a una figura que no provenía de sus partidos ni de su tradición activista, había llegado el momento de la «revolución ciudadana», porque para todas estuvo muy claro que había que romper con el pasado neoliberal y con la desinstitucionalización nacional heredados de las dos pasadas décadas. Fue un fenómeno inédito y hasta comparable con la Unidad Popular que logró el triunfo de Salvador Allende en el Chile de 1970. Pero también quedó olvidado que algunos de esos partidos de la izquierda tradicional habían formado parte de la «partidocracia» que encumbró ese mismo pasado que ahora se trataba de superar, y que uno de ellos incluso hizo causa común con la derecha oligárquica en varios momentos de la vida de los antiguos congresos, tal como ocurrió con los «marxistas» que en las elecciones presidenciales de 2017 llamaron a votar por un banquero, pues creían que Lenín Moreno era un «continuista» del «correísmo»
La emoción de aquellos triunfantes días de la Revolución Ciudadana fue de tal magnitud, que también los movimientos sociales encontraron un espacio político para revivir y comenzar a actuar dejando atrás el ostracismo, como ocurrió con el FUT y sus organizaciones clasistas, y parcialmente con el movimiento indígena que, de todos modos, había sido, en el pasado inmediato, casi el único capaz de generar alguna fuerza resistente al modelo empresarial. Los indígenas impidieron la firma del TLC con los EEUU, que parecía inminente tanto con Gustavo Noboa (2000-2003) como con Lucio Gutiérrez (2003-2005). Además, se unieron al nuevo carro de la historia entusiastas fuerzas políticas como Ruptura de los 25, que lucía izquierdista, joven y renovadora, de modo que sus líderes crecieron bajo las alas protectoras del «correísmo», del cual hoy reniegan.
La Asamblea Constituyente fue el acontecimiento para las definiciones. Las derechas políticas, las elites empresariales y los dueños de los medios de comunicación más influyentes se lanzaron contra ella y contra la Constitución en camino. En esas circunstancias, circularon varios libros colectivos para esclarecer -y defender- tanto a la Constituyente como a la Constitución, como fueron: Nueva Constitución (2008) y, Constitución 2008 Entre el quiebre y la realidad (2008). Incluso apareció La Tendencia, dirigida por Francisco Muñoz, una revista de análisis, en la que convergieron lo más florido de la intelectualidad y la política izquierdista del momento, que vio necesario escribir y defender el «proceso». En forma temprana, la obra Ecuador y América Latina. El Socialismo del Siglo XXI (2007), de varios autores (incluye a Rafael Correa), discutió este tema.
La labor contraria la hicieron una serie de articulistas y editoriales en la prensa, o libros como En busca de la Constitución perdida (2008), de Pablo Lucio Paredes. A posteriori, Daniel Granda difundió un concepto que hizo suya toda oposición al «correísmo» (aún con anterioridad), en su libro El hiperpresidencialismo en el Ecuador (2012). Otros investigadores como Simón Pachano y Felipe Burbano de Lara convirtieron a sus artículos periodísticos en fuente de análisis y guías de oposición al «correísmo», que Carlos de la Torre Espinosa abiertamente ya calificó, en varios de sus estudios, como «populismo».
Gustavo Larrea se volcó a la apasionada defensa política del régimen de Correa en su libro Revolución Ciudadana (2009), aunque hoy mantiene una posición diametralmente opuesta; Alberto Acosta dejó el testimonio de su actuación como presidente de la Asamblea, en su obra Bitácora Constituyente (2008); mientras Enrique Ayala Mora, en su columna periodística, arremetía contra el mismo régimen -además, cuestionó permanentemente a la nueva Constitución-, en tanto su partido, el Socialista se dividía, porque otra fracción se definió por el apoyo al gobierno, que continuó hasta el final, aunque después dio otro giro, para transformarse en «morenista».
Rafael Correa publicó Ecuador: de Banana Republic a la No República (2009), una recopilación de artículos escritos entre 1993 y 2005, que demuestran las falacias del neoliberalismo aplicado en Ecuador por esos años, y que en forma por demás acuciosa contestó Pablo Lucio Paredes en Ecuador: de la No República a la No República (2010), una obra propagandística precisamente de los valores del neoliberalismo.
En la prensa, las controversias se redujeron a los editoriales y artículos. Mientras los articulistas de El Telégrafo eran simplemente tildados de «correístas» y el propio diario era atacado como «gobiernista», en los medios privados la única línea que se impuso fue la del anti-correísmo, al propio tiempo que las empresas mediáticas levantaron su lucha contra los ataques a la «libertad de prensa», de la que permanentemente se acusó al régimen, singularmente al presidente y sus «sabatinas», y particularmente contra la Ley de Comunicación dictada en concordancia con lo dispuesto por la Constitución de 2008.
Frente a ese material que suma miles de páginas, hay una amplia literatura académica sobre la década gubernamental de Rafael Correa en revistas indexadas, institucionales y del exterior, poco conocida en Ecuador. También hay un sinnúmero de artículos elaborados en el país, publicados en revistas como Íconos, de la FLACSO y Ecuador Debate, una revista importante y de permanente producción desde hace años. Podrían sumarse otras revistas, como Horizonte (Centro de Investigación y Análisis de Políticas Públicas), Enfoques (Facultad de Jurisprudencia, Ciencias Políticas y Sociales de la U. Central), entre coyunturales y desaparecidas, como Corriente Alterna o la revista «R» (que dirigiera Mario Unda), o artículos frecuentes, como los de La Línea de Fuego. Son pocas las tesis de grado sobre la década pasada. ILDIS de Ecuador tiene varios libros. Además, los estudios indexados pueden obtenerse a través de las hemerotecas virtuales como JStore. En cuanto a libros, más han tenido repercusión aquellos que se distinguen por el tipo de autores.
La posición contra Correa y los regímenes progresistas o de nueva izquierda, quedó retratada en Dictaduras del siglo XXI. El caso ecuatoriano (2012), obra de Osvaldo Hurtado, quien años después publicó Ecuador entre dos siglos (2017), un best seller contemporáneo, pero muy lejos de la rigurosidad teórica y académica que tuvo su obra sobre el poder político, de 1977. Pero las ideas de Hurtado brillan en medio de la mayoritariamente mediocre producción intelectual en las filas de las derechas tanto políticas como económicas. En la línea empresarial e incluso neoliberal, se ubican otras obras, como La culpa es de las vacas flacas (2016), de Pablo Arosemena y Pablo Lucio-Paredes, con un tratamiento básico si se la compara con El socialismo del siglo XXI tras el boom de los commodities (2017), publicado por Cordes y mejor fundamentado.
En El séptimo Rafael (2017) Mónica Almeida y Ana Karina López (2017) se esfuerzan por entender la personalidad del expresidente desde su infancia, lo cual me recuerda a una vieja obra que trató de explicar a Eloy Alfaro y a la Revolución Liberal de 1895 desde el psicoanálisis. La década perdida 2007-2017, de varios autores, pretende rescatar al periodismo «independiente» y su «lucha». A esos esfuerzos «investigativos» se unen obras como El Discreto Encanto de la Revolución Ciudadana (2010) o una reciente: El contagio. Fin de la isla de paz (2018) de varios autores. Hay que incluir a César Montúfar que publicó El argumento correísta (2017). Incursionan en la caricatura y el texto de ocasión las publicaciones de Bonil, Prohibido olvidar… mete (2017) o la de Francisco Febres Cordero, El Excelentísimo (2017), muy apreciados por sus familiares y amigos.
En los últimos años se publicaron una serie de obras provenientes de intelectuales y activistas de la izquierda tradicional, que rompieron con el gobierno de Correa y que, desde entonces tratan de demostrar lo nefasto que fue ese régimen, según su visión. El libro de Pablo Dávalos, Alianza País o la reinvención del poder (2014), al mismo tiempo que es vibrante por el anti correísmo, se fundamenta en fuentes y análisis. A su vez, El país que queríamos (2013), de Alberto Acosta y otros, fue el punto de partida de una serie de libros de la misma tendencia: Francisco Muñoz publicó Balance crítico del gobierno de Rafael Correa (2014); Carlos de la Torre Espinosa, De Velasco a Correa: insurrección, populismo y elecciones en Ecuador, 1944-2013 (2015); y vino una colección especial de títulos, en los que participa el mismo círculo de autores que se ha identificado tanto en el anti-correísmo como en la reivindicación de la auténtica izquierda, en un esfuerzo que parece expiar la historia de su propio pasado: El correísmo al desnudo (2013), al que siguió La restauración conservadora del correísmo (2014); después, Una década desperdiciada. Las sombras del correísmo (2018) y recientemente El gran fraude. ¿Del correísmo al morenismo ? (2018).
Algunos de los análisis económicos de esas obras entran en contradicción con lo que sobre la década «correísta» está publicado en informes internacionales como los de la Cepal, el Pnud, e incluso el Banco Mundial y hasta el Fondo Monetario Internacional, que resaltan progresos, institucionalidades e inversión social durante el gobierno de Correa. Pongo como ejemplo Taking on inequality (World Bank, 2016) o el informe «Ecuador panorama general» del BM, difundido en abril de 2017 (https://bit.ly/2pagoRo). Además, varios de los articulistas parecen compartir la misma línea argumental de Lourdes Tibán en su obra Tatay Correa. Cronología de la persecución y criminalización durante el correísmo. Ecuador 2007-2017 (2018), aunque indudablemente tienen mejor estilo. La perspectiva política de los autores izquierdistas referidos igualmente se encuentra en las antípodas de lo que se estudia en otros libros publicados en el extranjero, que han abordado el ciclo de los gobiernos progresistas, democráticos y de nueva izquierda en América Latina y que lastimosamente no se consiguen en librerías del país.
Tuvieron mayor objetividad los variados autores de la obra Rafael Correa. Balance de la Revolución Ciudadana, compilado por Sebastián Mantilla y Santiago Mejía (2012). Pero no siempre la razón se impone a la pasión del espíritu «descorreizador» que ronda ahora en el Ecuador, porque incluso una obra como la de Leonardo Vicuña Izquierdo, El Ecuador de la Revolución Ciudadana (2017?) -quien es el padre de la actual Vicepresidenta de la República, María Alejandra Vicuña-, cabría considerarse como un monumento a favor de Rafael Correa.
En la literatura producida en Ecuador predominan los escritos adversos o críticos al gobierno de Rafael Correa, mientras en el exterior se impone mayor objetividad y academicismo. Por otro lado, además de que en la prensa dominan las opiniones simplemente subjetivas, entre articulistas y escritores de obras igualmente hay diferenciaciones, pues algunos son académicos, personas tituladas, especialistas en áreas sobre las que investigan con la rigurosidad que exigen las ciencias sociales; pero igualmente se hallan activistas o políticos que logran confundirse como intelectuales de renombre.
Finalmente, el gobierno de Rafael Correa provocó definiciones políticas y evidenció las polarizaciones sociales en un país que contrasta a una elite dominante, rica y resistente a cualquier alteración de su poder, frente al conjunto de la población. Eso también se ha reflejado entre textos y entre autores. También se explica el derroche de pasiones del presente, cuando se cataloga a las personas como «correístas» o «anti-correístas», en un momento histórico en que todo vale para echar tierra sobre la pasada década, y, además, en una coyuntura en la cual se llega incluso a negar acontecimientos y procesos vividos, con el fin de favorecer -como ya ha ocurrido- el retorno de la hegemonía empresarial privada sobre los intereses del Estado y de la sociedad. En consecuencia, es difícil exigir seriedad analítica, objetividad racional y sólida fundamentación empírica y teórica, para sostener ideas y conceptos. Es de esperar que el futuro traiga nuevos balances y la historia descubra sus verdades.
Hasta tanto, es igualmente válida una frase que Karl Marx (1818-1883) colocó al finalizar el prólogo de su famosa obra El Capital y que dice: Segui il tuo corso, e lascia dir le genti! (¡Sigue tu curso y deja que la gente hable!).
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