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Ecuador y el síndrome de la nación secuestrada

Fuentes: Rebelión

“Ma ngombe na mbongui, bo kuta kuama” decían los abuelos cimarrones, que significa “En el círculo de la comunidad se encuentra la verdad”.

Ellos sabían que la palabra nace del tambor y que el poder no vive en el palacio, sino en el pueblo. Que el mandatario no es mandante, es apenas mensajero del mandato popular. Que cuando se gobierna sin escuchar al tambor del pueblo, el alma de la tierra se resiente. Por eso nos recordaban que hay que hacer consejo, encender la vela, preguntar a los espíritus y decidir en comunidad. Porque solo así, con respeto, consulta y raíz, florece la libertad verdadera.

En el Ecuador del presente, algo profundo nos está ocurriendo. La realidad que vivimos se parece menos a una democracia y más a una situación de secuestro prolongado, en la que los derechos fundamentales han sido amordazados, maniatados y confinados en el cuarto sombrío de la indiferencia y la manipulación.

Tienen secuestrada la democracia. El voto ha perdido valor real y se ha transformado en una firma de consentimiento para que el verdugo renueve su contrato. Nos tienen secuestrada la economía. El discurso de «austeridad» es la máscara del saqueo, se cierran ministerios, se eliminan secretarías, se despiden funcionarios públicos bajo el pretexto de “reducir el tamaño del Estado”, cuando en realidad se abren espacios para justificar privatizaciones, vender el patrimonio colectivo, y entregar la soberanía al mejor postor.

Nos tienen secuestrada la salud. La precariedad en los hospitales es una condena frecuente, los enfermos que tienen que hacerse las diálisis mueren diariamente, mientras se prioriza el pago de deudas externas y se firma sin pudor con el Fondo Monetario Internacional. Nos tienen secuestrada la educación, la cultura y el deporte, se acaba de eliminar el Ministerio de Cultura y Deporte, en un gesto simbólico y práctico que revela su desprecio por la memoria, la identidad y el futuro del pueblo.

Y, sin embargo, pese a todo esto, el pueblo baila. El pueblo va a la playa. El pueblo grita goles y llora las derrotas de sus equipos. Parece como si, colectivamente, estuviésemos inmovilizados, anestesiados, atrapados en un síndrome de Estocolmo social donde se empieza a justificar o al menos a tolerar al mismo sistema que nos oprime. Este no es solo el síndrome del secuestrado, sino el de la víctima violada que es obligada a convivir con su agresor, termina por interiorizar sus reglas, y a defender su presencia y su brutal existencia, por temer más a la libertad que a la jaula conocida.

¿Qué nos está pasado, ecuatorianos y ecuatorianas? ¿Cómo pasamos del grito libertario al susurro resignado? ¿En qué momento cambiamos la indignación por indiferencia? ¿Cómo es que dejamos que la lógica del verdugo se instale incluso en nuestras conversaciones cotidianas?

El verdugo es el poder económico y político que hoy encarna el Estado capturado por élites nacionales y transnacionales, ya no necesita cadenas visibles. Nos ha atado con discursos de miedo, con propaganda, con un sistema educativo que no enseña a pensar críticamente, con medios de comunicación que distorsionan la realidad, con un aparato judicial que silencia la justicia social.

Y mientras tanto, los cuerpos negros, indígenas y empobrecidos siguen muriendo. Mueren en los hospitales sin atención, mueren bajo las balas del sicariato y del Estado, mueren sin empleo, mueren por hambre, mueren exiliados o lanzándose al océano en busca de una vida que aquí se les niega.

La fiesta no es inocente. La alegría en un país oprimido puede ser resistencia, pero también puede ser evasión. Y cuando la evasión se convierte en norma, el verdugo sonríe.

¿Qué hacer para despertar de esta pesadilla?

Primero, dejar de normalizar el horror. Nombrar las cosas por su nombre, esto no es eficiencia del Estado, es desmantelamiento. No es austeridad, es saqueo. No es seguridad, es militarización sin derechos. No es gobernabilidad, es autoritarismo con corbata.

Segundo, volver a tejer comunidad desde abajo, fortalecer redes populares, reivindicar el pensamiento cimarrón que nunca aceptó el yugo como destino. Volver a las raíces de lucha de nuestras abuelas y abuelos que no pidieron permiso para soñar con libertad.

Tercero, entender que ningún cambio real vendrá desde las élites. La transformación vendrá si viene desde la organización territorial, desde las asambleas barriales, los sindicatos, las comunas, las juventudes, los colectivos afro e indígenas, las mujeres que luchan, los movimientos que aún sueñan con una vida digna para todas y todos.

Cuarto, exigir una democracia real, donde la participación no se limite al voto, sino que signifique poder popular, justicia redistributiva, soberanía económica, salud universal, educación liberadora, cultura viva.

Ecuador no está dormido. Está secuestrado. Y a los pueblos secuestrados no se los despierta con esperanza vacía, sino con conciencia organizada. Es hora de romper la soga, de desmontar la máscara del verdugo, de bailar no por evasión, sino como celebración de la libertad que vendrá cuando decidamos recuperar lo que nos han robado.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.