margen: amb. Extremidad y orilla de una cosa: la margen del río. // m. Espacio en blanco que queda a cada uno de los cuatro lados de una página manuscrita o impresa: deja más margen en el escrito. // Tiempo con el que se cuenta para algo: debemos entregarlo en un margen de 15 días. […]
margen: amb. Extremidad y orilla de una cosa: la margen del río. // m. Espacio en blanco que queda a cada uno de los cuatro lados de una página manuscrita o impresa: deja más margen en el escrito. // Tiempo con el que se cuenta para algo: debemos entregarlo en un margen de 15 días. // Ocasión, oportunidad: su conducta daba margen a todo tipo de especulaciones. // Cuantía del beneficio que se puede obtener en un negocio: la venta de libros no deja mucho margen. // al margen loc. adv. Apartado, que no participa o interviene en algo: prefiero permanecer al margen de vuestras discusiones.
En el caso de los editores, de los escritores, ¿cuál es el margen y cuál el centro? Podríamos decir que un estadounidense puede considerar que México es un margen, que Sevilla o Cáceres, vistas desde Madrid, son márgenes. Pero resulta que los habitantes de México DF se sienten en el centro mismo de su realidad, un gran país lleno de márgenes, que un sevillano no se siente al margen de nada, sino en el centro de eso que llamamos Andalucía. Si extendiéramos esa reflexión a la cultura global, parece claro que lo que entendemos por marginalidad cultural es sólo una visión centralizada de la cultura; centralizada, más concretamente, en la cultura occidental angloparlante. Y desde ese centro imaginario -pero bien efectivo- las manifestaciones culturales más sobresalientes en español (o en chino o incluso en italiano) no se consideran más que puntas de genialidad de una cultura menor, pero en ningún caso las expresiones naturales de una cultura con un centro diferente. La explicación de semejante fenómeno no puede más que dejarse en manos de economistas, historiadores y sociólogos, pues parece claro que a lo largo de la historia los centros de la cultura dominante han coincidido casi siempre con los del poder económico. Muchos hemos vivido la extraña experiencia de hacer un viaje turístico a Londres o Nueva York y darnos cuenta de pronto de nuestra condición de marginales de la cultura… y de la economía y de la política, cuando antes vivíamos plácidamente instalados en un centro perfecto: el centro de nuestra propia cultura.
Cuando empezamos a publicar, hace ya casi siete años, barajaba con mi amiga Julie Wark (escritora y traductora australiana, exiliada voluntariamente en Barcelona porque decidió desarraigarse de una sociedad que había expulsado a la marginalidad muy real de la miseria a los habitantes autóctonos, los llamados aborígenes) posibles nombres para nuestra colección de narrativa. Finalmente encontramos uno: Bárbaros. ¿Por qué Bárbaros? Ovidio decía en su tristeza de exiliado: «el bárbaro aquí soy yo porque nadie me entiende». En su destierro a orillas del Mar Negro, Ovidio descubrió que un ciudadano de Roma, la urbe que por entonces era el centro del mundo conocido, era un bárbaro para otros pueblos. El centro para ellos era otro. Hace algunos años, en China, descubrí estupefacta esa misma realidad de la que habla Ovidio, porque allí nosotros, los occidentales, no éramos el centro de ese mundo, sólo éramos unos bárbaros ignorantes, brutales, primarios, sucios, incapaces de entender la refinada pureza de los poetas que pintan con agua sus poemas efímeros en los senderos de los jardines. Gentes que llevaban cientos de años escribiendo poemas en la arena cuando Ovidio hablaba de su «barbarie» en los márgenes del centro conocido.
La palabra «bárbaro» recoge muy bien la idea de lo que queríamos publicar: autores capaces de marginarse del centro. Al fin y al cabo, el escritor, el buen escritor, siempre es un bárbaro. Es alguien que toma distancia, que se aleja voluntariamente, que se sitúa en los márgenes para poder contar con perspectiva lo que sucede en el centro de su propia cultura. Incluso para ver lo que sucede en su interior, en el centro de sí mismo. Y que para hacerlo necesita encontrar unas formas, un lenguaje personal, una voz bárbara capaz de comunicarse con los bárbaros larvados que habitan fuera y dentro de él.
El mundo ahora es más pequeño y más cercano, tenemos más información, más datos, podemos pulsar una tecla y saber cuántos muertos ha habido que en la última ofensiva contra Gaza, pulsar otra tecla y saber qué opina Noam Chomsky de eso, pero esa información no nos dará las pautas para entender quiénes somos y cuál es nuestro verdadero centro. Si hay muchas culturas, ¿cuál es la nuestra? ¿Cuál es la cultura que nos dará la clave para entender con pautas comprensibles el porqué de los muertos de Gaza? ¿Estará en el centro o estará en los márgenes? Quizá (quién sabe, está por ver) los editores que hemos elegido los márgenes nos estamos acercando al centro de una perspectiva menos contaminada, más alejada de los que se consideran el centro de algo, más independiente y sobre todo más cercana al entramado cultural, económico y social que forma la cultura sobre la que hemos construido nuestra manera de ser, de entender el mundo (centro y márgenes).
Carola Moreno es la editora de Ed. Barataria