Recomiendo:
0

Eduardo de América (Lapobre)

Fuentes: Rebelión

A Eduardo Germán María se le dio por firmar con el apellido materno, Galeano, para no usar el paterno anglosajón, Hughes, aun cuando utilizó el Gius para firmar sus caricaturas. Eduardo fue frustrado futbolista (por patadura), obrero, mensajero, caricaturista, periodista y finalmente escritor, para » ayudar a recuperar los colores y la luz del arco […]

A Eduardo Germán María se le dio por firmar con el apellido materno, Galeano, para no usar el paterno anglosajón, Hughes, aun cuando utilizó el Gius para firmar sus caricaturas. Eduardo fue frustrado futbolista (por patadura), obrero, mensajero, caricaturista, periodista y finalmente escritor, para » ayudar a recuperar los colores y la luz del arco iris humano, algo mutilado por años, siglos, milenios de racismo, machismo, guerras y más. Sí, hermano, somos mucho más de lo que se nos dice».

Si hacia la veintena de años ya había pasado por la edición del semanario Marcha y la dirección del diario Época, al alcanzar los 30 ya había escrito Las venas abiertas de América Latina: la presentó al premio Casa de las Américas… y no ganó. Casi 40 años después el presidente venezolano Hugo Chávez le obsequió una copia (en la Cumbre de las Américas de 2009) a Barack Obama, con sus análisis socioeconómicos que por momentos tenían sabor de manifiesto e ímpetu de proclama. Pero a éste no le gusta la historia, y mucho menos la de la injerencia y los genocidios perpetrados por sus antecesores y, obviamente, no la leyó.

Incansable caminador errante de América Lapobre, fue corresponsal de Prensa Latina en Venezuela, y para no extrañar las costas montevideanas, se alojó en el desvencijado Hotel La Alemania de Macuto, a unos 40 kilómetros de Caracas. Muchos años después, para olvidar que casi muere de malaria en el trópico (escribió un relato sobre su delirio), logró bañarse nuevamente en el Caribe, frente al mismo hotel, que había resistido la vaguada de 1999.

Su amigo Luis Britto cuenta que cada vez que las policías o los virus o los infartos se ensañaban contra Eduardo, éste salía repotenciado. Consecutivos exilios lo separan de la edición de Marcha y de Época (en Montevideo) y de Crisis, una de las revistas de repercusión continental que en 1973 cierra la dictadura argentina. En su exilio en Barcelona las autoridades le exigían que tuviera trabajo para renovarle la visa, pero no le permitían trabajar si no tenía renovada la visa.

Rico en exilios, Eduardo se gambeteó varios géneros literarios para lograr que la plenitud de sus mensajes le llegara a todos. Conoció y vivió con guerrilleros mayas, mineros bolivianos, garimperios venezolanos, consciente de que de esa fragmentación iba a nacer la totalidad en su Memorias del Fuego, mural en el cual las partes se miran con el todo, hecho de detalles que resultan leyes generales y de análisis ágiles como aforismos.

Eduardo comenzó a apuntar las ideas en servilletas y manteles de papel y luego en minúsculas libretitas que luego se convertían en cuentos, novelas, tratados sociopolíticos, entrevistas y reportajes, con frases demoledoras. 

Britto se anima a decir que al tratar la historia como folletín apasionante y la mitología indígena como noticia y la denuncia como poesía, Galeano se va haciendo cada vez más propenso a la antología, porque todo lo suyo es antologizable.

Si Las venas abiertas desmenuzaba la barbarie estadounidense en el continente, el fervor gringo por apoyar dictaduras y genocidios para hacer sus negocios, ahora Mujeres nos envenena de belleza y feminismo, con la ayuda de Helena Villagra, su esposa por cuatro décadas.

Eduardo era un gran escuchador, el cacique Oreja Abierta. como él se definía. Siempre habló de y para los jóvenes, de y para los indígenas, en contra de los narcoestados y el neoliberalismo, en favor de la ecología y la legalización de las drogas. Habló contra el olvido y del rescate de la memoria para encontrar los caminos del futuro común.

Pero también fue un exiliado político, de lo que se abstuvo de hacer una profesión. Salió de Uruguay después de haber sido encarcelado por la dictadura, cruzó el Río de la Plata para vivir en Argentina, pero -amenazado de muerte- de nuevo tuvo que abandonar ese país con destino a España. Bah, a Cataluña.

En 1985 regresó a su país, donde cofundó el semanario Brecha. Ese mismo año obtuvo el premio Stig Dagerman, y a lo largo de su vida recibió varios doctorados Honoris Causa por parte de universidades en Cuba, El Salvador, México y Argentina, en 2010 el Premio Manuel Vázquez Montalbán en la categoría de Periodismo Deportivo y en 2013 la Orden Simón Rodríguez de manos de Nicolás Maduro: Chávez no sobrevivió para entregársela, tras rechazar una condecoración con el nombre de Francisco de Miranda, «agente inglés».

Solidario por antonomasia, con los pueblos y las ideas. De sus últimos textos publicados recatamos: «Los huérfanos de la tragedia de Ayotzinapa no están solos en la porfiada búsqueda de sus queridos perdidos en el caos de los basurales incendiados y las fosas cargadas de restos humanos. Los acompañan las voces solidarias y su cálida presencia en todo el mapa de México y más allá, incluyendo las canchas fútbol, donde hay jugadores que festejan sus goles dibujando con los dedos, en el aire, la cidra 43, que rinde homenaje a los desaparecidos».

Siempre del lado de los pobres, de los indignados, su activismo social y compromiso con los desprotegidos lo llevó a Chiapas a conocer de cerca al Ejército Zapatista de Liberación Nacional, experiencia que vertió durante varios años en diversos artículos, por ejemplo, en Una marcha universal (2001). «Los que hablan del problema indígena tendrán que empezar a reconocer la solución indígena. Al fin y al cabo, la respuesta zapatista a cinco siglos de enmascaramiento, el desafío de estas máscaras que desenmascaran, está despegando el espléndido arcoiris que México contiene y está devolviendo la esperanza a los condenados a espera perpetua».

«Los indígenas, está visto, sólo son un problema para quienes les niegan el derecho de ser lo que son, y así niegan la pluralidad nacional y niegan el derecho de los mexicanos a ser plenamente mexicanos sin las mutilaciones impuestas por la tradición racista, que enaniza el alma y corta las piernas».

En 2008, Galeano recibió la distinción del Mercosur -el primer ciudadanos ilustre de la subregión- y brindó un inolvidable discurso, en el que dijo ser «patriota de varias patrias». «Sólo siendo juntos seremos capaces de descubrir lo que podemos ser, contra una tradición que nos ha amaestrado para el miedo y la resignación y la soledad y que cada día nos enseña a desquerernos», expresó.

A Eduardo lo conocí cuando yo comenzaba como redactor deportivo en Época y nuestra amistad se prolongó en cafés, almuerzos y largas cenas en distintas ciudades (las últimas en Montevideo, con Ze Fernando y Angelito Ruocco como cocineros, con vino Tannat), donde los cuentos sobre y de sus nietos iban ganando espacio. Fue el referente y promotor de varios emprendimientos, entre ellos Telesur, cuando nos enseñó a vernos con nuestros propios ojos y reconocernos en nuestro propio espejo.

De acuerdo: «Este es un mundo violento y mentiroso pero no podemos perder la esperanza y el entusiasmo por cambiarlo… la grandeza humana está en las cosas chiquitas, que se hacen cotidianamente, en el día a día que hacen los anónimos sin saber que la hacen».

Solidario con los palestinos (» Desde 1948 viven condenados a humillación perpetua. No pueden ni respirar sin permiso. Han perdido su patria, sus tierras, su agua, su libertad, su todo. Ni siquiera tienen derecho a elegir a sus gobernantes», los pueblos indígenas, los haitianos, los pueblos sojuzgados y que luchan por su futuro.

Pero también con sus amigos, que supo desparramar por toda América y el mundo, y que hoy no encuentran (no encontramos) palabras para ilustrar nuestro dolor ni contener ese lagrimón… Los indignados, los luchadores de América Lapobre y el mundo han perdido a uno de sus guías, a su máximo referente intelectual y político de las últimas cinco décadas. Y a un amigo. Me cuesta mucho asumnir que no estaré nunca más con él ni se repetirán esos momentos afables, sensibles, divertidos, inteligentes, entrañables, mágicos de amistad y cariño. La enorme tristeza me lo impide

Eduardo -Edu, Dudi, Abu- es hoy un legado de millones de palabras, escritas en numerosos libros, dichas en múltiples discursos, convertidas en texto, sonido e imagen, retomadas por miles y miles de jóvenes y adultos, hombres y mujeres inconformes a lo largo y ancho de este planeta, en las entrevistas concedidas, en todas esas frases que rondan internet…

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.