Quien tiene un amigo tiene un tesoro. Pero todo es histórico y nada escapa a las magnitudes del tiempo y del espacio. Aquel amigo que te acompañaba en cenas y manifestaciones, compañero de huelgas y desamores, por vicisitudes de la vida promocionó socialmente. Montó un negocio, fue ascendido en su empresa, o desempeña una profesión […]
Quien tiene un amigo tiene un tesoro. Pero todo es histórico y nada escapa a las magnitudes del tiempo y del espacio. Aquel amigo que te acompañaba en cenas y manifestaciones, compañero de huelgas y desamores, por vicisitudes de la vida promocionó socialmente. Montó un negocio, fue ascendido en su empresa, o desempeña una profesión liberal, tanto da. Y hete aquí que coincides, de tanto en tanto, en encuentros esporádicos o rituales. Bien sea una cena de ex-alumnos o una terrible despedida de soltero. Tras los primeros momentos de recuerdos compartidos y las risas de rigor, la valoración de la actualidad, da igual si es nacional o planetaria, comienza a expandir oscuros nubarrones entre los reunidos. Aquel tesoro que poseías, al contrario que le ocurría al rey Midas, ya no era oro, se había tornado mierda. Aquel que hace algunos años te acusaba de pequeñoburgués reformista, el que siempre te pasaba por la izquierda y te repetía machaconamente citas de Mao y del Che, ahora está escandalizado del número excesivo de emigrantes; por la droga en la puerta de los colegios (quizá por ello lleva a sus dos hijos a los Jesuitas). Le parece intolerable la quema de vehículos en París. Alguien tenía que intervenir en Bosnia y Afganistán (¡las pobres mujeres!). Lo de Cuba es terrible, no hay libertad; lo de Venezuela espantoso, un caudillo populista; el indio ese de Bolivia va a durar dos días, las nacionalizaciones traen miseria. En el subsidio del paro hay mucho fraude. Intolerable la inseguridad en las calles por las bandas albano-kosovares del Este, las de los kings y ñetas del Suroeste, la ETA del Norte (no se refiere a Iparretarrak) y al Sureste Al-Qaeda. Te habla de la sinrazón del comunismo y sus excesos (el gulag ya estaba en Marx). Tu amigo se ha convertido en una especie de locutor de telediario. Se le ve más joven, viste Adolfo Domínguez, ha dejado de fumar (un día lo dejó, así sin más), va al gimnasio (para definir un poquito los músculos). Entiende de fútbol. Oye la COPE (no porque esté de acuerdo, es que le hace gracia). Camino hacia casa una pregunta te asalta repetidamente: ¿qué es lo que te ha impedido abrirle el cráneo a golpes con la cucharilla de postre mientras deletreas en su oído «e-res un gi-li-po-llas»? Elemental querido, los terroristas somos gente demasiado educada.